CAPÍTULO CXIX
Nuestra mente se dirige e Dios mediante ciertas cosas sensibles
Siendo connatural al hombre adquirir el conocimiento por medio de los sentidos, y dificilísimo trascender las cosas sensibles, Dios le proveyó de tal manera que pudiera atisbar también en ellas lo divino, para que su pensamiento se sintiese así más atraído por lo que pertenece a Dios, incluidas aquellas cosas que la mente humana no es capaz de contemplar en sí mismas.
Y para esto se instituyeron los sacrificios sensibles que el hombre ofrece a Dios, no porque Él tenga necesidad de los mismos, sino para hacer presente al hombre que él y todo lo suyo ha de ser referido a Dios como a su fin y como a su Creador, Gobernador y Señor universal.
Dánsele, además, ciertos medios de santificación mediante algunas cosas sensibles, con las cuales el hombre se lava o es ungido, come o bebe, profiriéndose al mismo tiempo ciertas palabras sensibles, para representar mediante ello al hombre el proceso de los dones inteligibles que le va infundiendo desde fuera Dios, cuyo nombre se expresa con voces sensibles.
También los hombres ejecutan ciertas obras sensibles, no para mover a Dios, sino para suscitar en sí mismos el deseo de lo divino; y tales son las postraciones, genuflexiones, oraciones vocales y cánticos, que no se realizan porque Dios lo precise, ya que Él conoce todo, y su voluntad es inmutable, y acepta por sí no el movimiento del cuerpo, sino el afecto de la mente; sino que las hacemos por nosotros, a fin de que nos sirvan para dirigir a Dios nuestra intención e inflamar nuestro afecto. Y así, ofreciendo a Dios estos obsequios espirituales y corporales, le confesamos autor de nuestra alma y de nuestro cuerpo.
Por esto no es de admirar que los herejes, al negar que Dios es el autor de nuestro cuerpo, condenen estos obsequios corporales tributados a Él. Lo cual demuestra que se olvidaron de que eran hombres al no juzgar necesaria la representación sensible para el conocimiento interno y el afecto. Pues vemos experimentalmente que nuestra alma se vale de actos corporales para excitarse al conocimiento y al afecto. Esto manifiesta, pues, la conveniencia de que nos sirvamos de ciertas cosas corporales para elevar nuestra mente a Dios. Y se afirma que el “culto divino” consiste en tributar estas cosas corporales a Dios. Porque decimos que rendimos culto a una coas cuando mediante nuestras obras ponemos en ella nuestro interés. Ahora bien, al prestar a Dios nuestro interés mediante nuestros actos, no lo hacemos en provecho suyo, como cuando rendimos culto a las otras cosas con nuestras obras, sino que lo hacemos en provecho propio, acercándonos por esos actos a Él. Y como por los actos interiores tendemos directamente a Dios, resulta que con ellos propiamente le rendimos culto; no obstante, los actos exteriores también pertenecen al culto divino, puesto que por ellos se eleva nuestra mente a Dios, según hemos dicho.
El culto de Dios llámase también “religión”, porque mediante dichos actos se “ata” en cierto modo el hombre a Dios para no apartarse de Él, y también porque por ciento instinto natural se siente “obligado” a tributar, a su manera, reverencia a Dios, de quien recibe su propio ser y en quien está el principio de todo bien.
Por esto la religión recibe también el nombre de “piedad”. Pues la piedad es la virtud por la que tributamos a nuestros padres el debido honor. Luego convenientemente parece propio de la piedad que se exhiba honor a Dios, que es el Padre de todos. Por esto, quienes se oponen a lo que corresponde al culto divino se llaman “impíos”.
Y como Dios es no sólo causa y principio de nuestro ser, sino también dueño absoluto del mismo, y todo cuanto tenemos se lo debemos, y por esto es verdaderamente Señor nuestro, todo lo que hacemos en su honor se llama “servicio”. Además, Dios es señor no accidentalmente, como un hombre lo es de otro, sino por naturaleza. Luego hay una diferencia entre el servicio que debemos a Dios y el que debemos al hombre, al cual estamos sometidos accidentalmente, y el cual tiene sobre las cosas un dominio sólo particular, derivado de Dios. Por eso el servicio que debemos a Dios es llamado por los griegos, de una manera peculiar, “latría”.
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