CAPÍTULO CLXIII: De la predestinación, reprobación y elección divinas

CAPÍTULO CLXIII

De la predestinación, reprobación y elección divinas

Y como se ha demostrado (c. 161) que unos, ayudados por la gracia, se dirigen mediante la operación divina al fin último, y otros, desprovistos de dicho auxilio, se desvían del fin último, y todo lo que Dios hace está dispuesto y ordenado desde la eternidad por su sabiduría, según se demostró (c. 64), es necesario que dicha distinción de hombres haya sido ordenada por Dios desde la eternidad. Por lo tanto, en cuanto que designó de antemano a algunos desde la eternidad para dirigirlos al fin último, se dice que los “predestinó”; por lo cual dice el Apóstol a los de Éfeso: “Y nos predestinó a la adopción de hijos, conforme al beneplácito de su voluntad”. Y a quienes dispuso desde la eternidad que no había de dar la gracia, se dice que los “reprobó” o los “odió”, según aquello que se lee en Malaquías: “Yo he amado a Jacob, mientras que he detestado a Esaú”. Y en razón de esta misma distinción, en cuanto que reprobó a algunos y predestinó a otros, se considera la “elección” divina, de la cual se dice a los de Éfeso: “En Él nos eligió antes de la constitución del mundo”.

Así, pues, se ve que la predestinación y la elección y la reprobación son como partes de la divina providencia, puesto que los hombres son ordenados al fin último por la divina providencia. Y se puede demostrar que la predestinación y la elección no implican necesidad por las mismas razones con que antes se probó (c. 72) que la divina providencia no quita la contingencia de las cosas.

Y puede también demostrarse que la predestinación y la elección no tienen por causa ciertos méritos humanos, no sólo porque la gracia de Dios, que es efecto de la predestinación, no responde a mérito alguno, pues precede a todos los méritos humanos, según se demostró (c. 149), sino también porque la voluntad y providencia divinas son la causa primera de todo cuanto se hace; y nada puede ser causa de la voluntad y providencia divinas (c. 97; 1. 2, c. 87), aunque entre los efectos de la providencia, y lo mismo de la predestinación, uno puede ser causa de otro.

¿Quién, pues -como dice el Apóstol-, le dio, para tener derecho a retribución? Porque de Él y por Él y para Él son todas las cosas. A Él el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

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