CAPÍTULO CLVI: Quien pierde la gracia por el pecado puede ser reparado por la gracia

CAPÍTULO CLVI

Quien pierde la gracia por el pecado puede ser reparado por la gracia

Por lo dicho se ve que el hombre, aunque no perseverara, sino que cayera en el pecado, puede ser restablecido en el bien mediante el auxilio de la gracia.

A la misma virtud pertenece conservar la salud de uno y repararla cuando se pierde; pues así como por la virtud natural se conserva en el cuerpo la salud, así por la misma virtud natural se restablece la salud quebrantada. Sin embargo, el hombre persevera en el bien por el auxilio de la gracia divina, como se ha demostrado (c. prec.). Luego, si hubiese caído por el pecado, podrá ser restablecido por el auxilio de la misma gracia divina.

El agente que no requiere la disposición del sujeto puede imprimir su efecto en un sujeto dispuesto de cualquier modo; y por esto Dios, que al obrar no requiere un sujeto dispuesto, puede infundir una forma natural sin disposición alguna del sujeto, como cuando da vista a un ciego, resucita a un muerto y otras cosas parecidas. Y del mismo modo que no necesita la disposición natural en el sujeto corpóreo, así tampoco necesita mérito alguno en la voluntad para comunicar la gracia, la cual se da sin mérito propio, según se demostró (c. 149). En consecuencia, Dios puede comunicar la gracia santificante, mediante la cual se borran los pecados, aun después de haberla perdido por el pecado.

El hombre únicamente no puede recuperar, una vez perdidas, las cosas que le sobrevienen por generación, como las potencias naturales y los miembros, porque no puede ser engendrado nuevamente. Ahora bien, el auxilio de la gracia se le comunica al hombre no por generación, sino después que ya existe. Luego puede, después de la pérdida de la gracia por el pecado, ser restablecido de nuevo para borrar los pecados.

Por otra parte, la gracia es cierta disposición habitual al alma, según se demostró (c. 150). Mas los hábitos que se adquirieron por los actos, si se pierden, pueden adquirirse de nuevo mediante los actos con que se adquirieron. Por consiguiente, mucho mejor puede ser reparada por la operación divina la gracia, que une a Dios y libra del pecado, si se pierde.

En las obras de Dios no hay nada en vano, como tampoco en las obras de la naturaleza, pues la naturaleza recibe de Dios esta propiedad. Ahora bien, una cosa se movería en vano si no pudiese llegar al fin del movimiento. Luego es necesario que aquello que nació para moverse hacia un fin tenga posibilidad de llegar a él. Mas en el hombre, después que ha caído en el pecado y mientras permanece en esta vida, queda cierta aptitud para moverse hacia el bien; prueba de ello son el deseo del bien y el dolor del mal, que permanece todavía en él después del pecado. En consecuencia, es posible que el hombre, después del pecado, vuelva nuevamente al bien, que la gracia produce en él.

No hay en la naturaleza de las cosas ninguna potencia pasiva que no pueda ser reducida al acto por una potencia activa natural. En consecuencia, mucho menos hay en el alma humana una potencia que no pueda ser reducida al acto por una potencia activa divina. Y en el alma humana, aun después del pecado, queda da potencia para el bien, porque el pecado no destruye las potencias naturales, mediante las cuales el alma se ordena a su bien. Por lo tanto, la potencia divina puede restablecer el alma en el bien; y, de este modo, el hombre puede conseguir con el auxilio de la gracia la remisión de los pecados.

De aquí que se diga en Isaías: “Aunque vuestros pecados fueren como la grana, quedarían blancos como la nieve”. Y en los Proverbios: “El amor encubre las faltas”. No en vano lo pedimos también cada día al Señor, diciendo: “Perdónanos nuestras deudas”.

Y con esto se rechaza el error de los novacianos, que afirmaban que el hombre no puede alcanzar el perdón de los pecados cometidos después del bautismo.

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