CAPÍTULO CIX: Que en los demonios puede haber pecado, y naturaleza del mismo

CAPÍTULO CIX

Que en los demonios puede haber pecado, y naturaleza del mismo

Que en los demonios puede haber pecado de voluntad, manifiéstalo la autoridad de la Sagrada. Escritura. Pues se dice en la primera de San Juan: “El diablo desde el principio peca”. Y en su evangelio dícese del diablo que “es mentiroso, padre de la mentira” y que “era homicida desde el principio”. Y en el libro de la Sabiduría se dice: “Por envidia del diablo entró la muerte en el orbe de la tierra”.

Si alguien quisiera seguir la doctrina de los platónicos, hallaría un camino fácil para solucionar las objeciones anteriores (c. prec.). Porque dicen que los demonios son “animales con cuerpo aéreo”; y así, por estar unidos a cuerpos, puede haber también en ellos parte sensitiva. Por eso les atribuyen las pasiones, que para nosotros son causa de pecado; por ejemplo, la ira, el odio y otras parecidas. En conformidad con esto, dice Apuleyo que son “de ánimo pasible”.

Y como, según Platón, se les considera unidos a cuerpos, tal vez podría suponerse que en ellos hay otra clase de conocimiento que el intelectual. Pues, según Platón, el alma sensitiva es también incorruptible (cf. 1. 2, c. 82). Y así es preciso que tenga una operación con la que no comunique con el cuerpo. Esto supuesto, no habría inconveniente alguno para hallar la operación del alma sensitiva en cualquier substancia intelectual -incluso en las separadas de los cuerpos- y, en consecuencia, pasiones. Resultando, pues, que en tales substancias habría el mismo fundamento que en nosotros para pecar.

Pero ambas suposiciones son imposibles, porque, según se demostró (l. 2, c. 90), fuera de las almas humanas no hay más substancias intelectuales unidas a cuerpos. -Por otra parte, que las operaciones del alma sensitiva no pueden realizarse sin el cuerpo lo demuestra el hecho de que, corrompido un órgano de sentir, se corrompe también una operación sensible. Por ejemplo, corrompido el ojo, la vista desaparece. Y por eso, al corromperse el órgano del tacto, sin el cual no puede existir el animal, es preciso que el animal muera.

Para esclarecer la duda anterior (c. prec.), se ha de tener en cuenta que, así como hay un orden en las causas agentes, así también lo hay en las finales, con objeto de que el fin secundario dependa del principal, tal como el agente secundario depende del principal agente. Y en las causas agentes se da el pecado cuando el agente secundario se sale del orden del agente principal. Por ejemplo, cuando la tibia falla por su curvatura al ejecutar el movimiento imperado por la potencia apetitiva, sobreviene la cojera. De este modo, cuando en las causas finales el fin secundario no está contenido bajo el orden del fin principal, hay pecado de la voluntad, cuyo objeto son el bien y el fin.

Además, cualquier voluntad quiere naturalmente lo que es propio de quien quiere el bien, es decir, el ser perfecto, no pudiendo querer lo contrario. Pero el pecado de voluntad no puede darse en quien quiere como bien propio el último fin, el cual está por encima de todo orden de fines, porque los contiene todos. Y quien quiere de este modo es Dios, cuyo ser es la suma bondad, que es último fin. En Dios, pues, no puede haber pecado de voluntad.

Pero en cualquier otro sujeto queriente, cuyo propio bien ha de estar necesariamente contenido bajo el orden de otro bien, puede darse pecado de voluntad, si atendemos a su constitución natural. Porque, aunque la inclinación natural de la voluntad se halle en cada queriente con el fin de que quiera y ame su propia perfección, de modo que no pueda querer lo contrario, sin embargo, no está insertada en él de modo que naturalmente ordene su perfección a otro fin y no pueda desistir de él; porque el fin superior no es el propio de su naturaleza, sino de la superior. Por tanto, queda a su arbitrio el ordenar su propia perfección al fin superior. Y en esto se diferencian los seres que tienen voluntad de aquellos que carecen de la misma. Los que tienen voluntad se ordenan a sí mismos todas sus cosas al fin -por eso se dice que tienen libre albedrío-; mas los que carecen de ella no se ordenan, sino que son ordenados al fin por un agente superior, como actuados por otros en orden al fin y no por sí mismos.

Luego en la substancia separada pudo haber pecado por no haber ordenado su propio bien y perfección al último fin, adhiriéndose al bien propio como al fin. Ahora bien, como las reglas de la acción se toman necesariamente del fin, síguese que, al constituirse como fin, dispuso que todo fuera regulado por ella misma y que su voluntad no fuera regulada por otro superior. Y esto que hizo es privativo de Dios. Y en este sentido se ha de entender que “apetece la igualdad con Dios”, y no que su bien fuera igual al bien divino, pues tal cosa no cabía en su entendimiento. Porque, si hubiera apetecido tal cosa, desearía no existir, ya que la distinción de especies responde a los diversos grados de cosas, como consta por lo dicho (c. 97; I. 2, c. 95). -Además, querer regular a otros y no tener su voluntad regulada por un superior es querer presidir y en modo alguno estar sujeto, lo cual es pecado de soberbia. -Y como de un error sobre el principio se derivan variados y múltiples errores, del primer desorden de la voluntad que hubo en el demonio se siguieron muchos pecados en su voluntad: pecado de odio a Dios, que resistió su soberbia y castigó justísimamente su culpa; y de envidia al hombre, y otros muchos más.

Se ha de tener presente también que, como el bien propio de uno está relacionado con otros muchos superiores, de la libertad del queriente depende el apartarse del orden de algún bien superior y el no abandonar el orden de otro, ya sea superior o inferior. Por ejemplo, el soldado, que está a las órdenes del rey y del jefe del ejército, puede ordenar su voluntad al bien del jefe y no del rey, o lo contrario. Mas, si el jefe se aparta del orden del rey, buena será la voluntad del soldado que se aparta de la voluntad del jefe y dirige su voluntad al rey; y mala será la voluntad del soldado si sigue la del jefe apartándose de la del rey, porque el orden de un principio inferior depende del superior. Ahora bien, las substancias separadas se ordenan no solamente bajo Dios, sino también una bajo otra, desde la primera hasta la última, según demostramos en el libre segundo (c. 95). Y como en todo queriente sujeto a Dios puede haber pecado, si atendemos a su constitución natural, resulta ser posible que algunas substancias superiores, o incluso la primera de todas, pecaran por voluntad. Y esto es bastante probable, pues no se hubiera detenido -el demonio- en su bien como en un fin si tal bien no hubiera sido muy perfecto. Y así pudo suceder que algunas inferiores ordenaran su bien a ella por propia voluntad, apartándose del bien divino y pecando igual mente; otras, por el contrario, conservando en el ejercicio de su voluntad el orden divino, se apartaron rectamente del orden del pecador, a pesar de ser superior a ellas en naturaleza. -Ahora, cómo persevera inmutablemente la voluntad de unas y unas en el bien o en el mal, lo demostraremos en el libro cuarto (capítulo 99 ss.), porque esto corresponde al problema de premios y castigos para buenos y malos.

No obstante, el hombre se diferencia de la substancia separada en que en él hay muchas potencias apetitivas subordinadas. Y esto no se da en las substancias separadas, las cuales se subordinan alternativamente. Mas el pecado se da siempre que el apetito inferior se descarría. Luego, así como en las substancias separadas se daría el pecado cuando se desvían del orden divino o cuando la inferior se aparta del orden de la superior supeditado al orden divino, así también puede darse el pecado en el hombre de dos maneras: primera, cuando la voluntad humana no refiere a Dios su bien propio; pecado que, efectivamente, es común al hombre y a la substancia separada; segunda, cuando el bien de un apetito inferior no está regulado por el bien del apetito superior. Por ejemplo, cuando deseamos irracionalmente los deleites carnales a que nos impulsa la concupiscencia. Y este pecado no se da en las substancias separadas.

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