CAPÍTULO 8: Censuras que hacen contra los religiosos por la sencillez del hábito que llevan

CAPÍTULO 8

Censuras que hacen contra los religiosos por la sencillez del hábito que llevan

Ahora hay que ocuparse de rechazar lo que dichos hombres malvados propalan para difamar a los religiosos. Todo es debido a su presunción, pues, como dice Gregorio, nadie jamás se atrevería a corregir los descuidos de los santos, si no pensase cosas mejores respecto de sí mismo. Por lo cual, Jerónimo, tratando esta materia, se dirige a Fabiano en los términos siguientes: Para que no se vea que eres tú quien yerras, inventas perversidades en los siervos de Dios, sin darte cuenta de que propalas en alto la maldad y levantas hasta el cielo tu palabra. Y no hay nada de extraño en que cualesquiera siervos del Señor sean deshonrados por ti cuando tus antepasados llamaron Beelzebú al Padre de Familia.

Para que a su maldad no falte nada, falsean el juicio doblemente, a saber: juzgando mal de las cosas y juzgando mal de las personas. La distinción de esta doble forma de perversidad proviene de la Glosa sobre el no juzguéis antes de tiempo, de 1 Cor 4,5, y que dice: Hemos de tener precaución para no ser engañados, de manera que, no pudiendo averiguar la interioridad de la conciencia de las personas, de las cosas mismas tengamos un juicio verdadero y cierto. Por este procedimiento, cuando ignoramos si aquél u otro hombre es impuro o casto, justo o injusto, aborreciendo la impureza y la injusticia, amaremos la castidad y la justicia, porque contemplaremos en la verdad de Dios que unas cosas deben ser amadas y otras evitadas. Así, cuando, en relación con las cosas, apetecemos lo que debe ser apetecido y evitamos lo que debe ser evitado, podremos confiar ser perdonados cuando en relación con los hombres, alguna vez o acaso con frecuencia no juzgamos según verdad. Ahora bien, puesto que, como allí mismo se dice, la perversidad del juicio sobre las cosas es más perniciosa, nos ocuparemos en primer lugar de ella, como de enfermedad más peligrosa. Así, pues, veamos primero cómo malévolamente falsean el juicio acerca de las cosas, y, después, cómo lo hacen respecto de las personas.

Acerca de las cosas, la perversidad de juicio se muestra bajo tres formas:

En primer lugar, juzgando como malas las manifiestas obras buenas que son practicadas por los religiosos, cumpliendo lo que se dice en Eclo XII anda al acecho cambiando lo bueno en malo y arrojará manchas sobre los elegidos [cap. 8-12];

En segundo lugar, declarando ilícitas aquellas obras que pueden estar bien o mal hechas [cap. 13-19];

En tercer lugar, agravando desmesuradamente obras de escasa malicia [extendiendo lo malo, cap. 20ss].

Por el hecho de que juzgan malas unas obras buenas que son practicadas por los religiosos se condenan a sí mismos y muestran que aquellos contra quienes hablan son merecedores de todo encomio. En efecto, dando muestras de que las obras buenas les desagradan, son ellos quienes se condenan a sí mismos. De tales personas dice Gregorio: El perverso censura en los buenos incluso las obras rectas que él se niega a practicar y no deja de insultar reprobando esto en los demás. Hacen ver que merecen encomio aquellos contra quienes hablan mostrando en ellos la inocencia de Daniel, de quien los príncipes de Babilonia dijeron: No hemos encontrado en Daniel nada reprobable, a no ser, tal vez, lo que se refiere a la ley de su Dios (Dan 6,5). Y la Glosa lo comenta así: Feliz comportamiento aquel en que los enemigos no encuentran otra culpa que la observancia de la ley.

De modo semejante, los susodichos hombres perversos encuentran ocasión de crítica en la ley de Dios, que los religiosos cumplen, haciéndolos objeto de desprecio:

Primero, por la sencillez misma del hábito que llevan;

Segundo, por el servicio de caridad que prestan al prójimo, dado que, en la medida que pueden, sirven a los demás, ocupándose por caridad de sus asuntos;

Tercero, por el hecho de que, no teniendo aquí ciudad permanente, van de lugar en lugar para dar fruto en bien del pueblo de Dios; Cuarto, por dedicarse al estudio;

Quinto, porque proponen la palabra de Dios con atrayente elegancia.

En el mismo tema hay que incluir el hecho de que desprecian la pobreza y la mendicidad y la enseñanza y el fruto que producen en el pueblo, con la autorización de los prelados: de todo lo cual ya se trató anteriormente [en los capítulos 4-7].

Tratándose de la pobreza en el vestir, se empeñan en mostrar de muchas maneras que es cosa despreciable en quienes practican vida religiosa.

[Argumentos de la impugnación]

El Señor dice: Daos cuenta de que los falsos profetas vienen a vosotros con vestidos de ovejas (Mt 7,15). Por vestir pobremente, intentan presentarlos como sospechosos de ser falsos profetas.

En relación con aquello de Vi un caballo amarillento… (Ap 6,8), dice la Glosa: Viendo el diablo que ni por medio de evidentes persecuciones ni con herejías claras podía sacar partido, envía por delante falsos hermanos que, con hábito religioso, se identifican con el caballo negro y el rojo, y pervierten la fe. Y partiendo de esto, arguyen como en el caso anterior.

Dicen también que, en tiempos antiguos, la Sede Apostólica mandó a los obispos de las Galias corregir a quienes querían llevar un hábito distinto del de los demás, con pretexto de santidad por vestir más pobremente. Este mandato del Papa se encuentra, según dicen, en el registro de la Iglesia de Roma, aunque no esté en el cuerpo de las Decretales. De ello quieren deducir que, al menos los hombres que hacen vida entre cosas del siglo, no deberían usar vestidos más pobres que el resto de quienes viven en esa misma situación.

Dice Agustín: Quien usa las cosas temporales en medida inferior a la habitual entre las personas con quienes vive, es o intemperante o supersticioso. Por lo cual se ve que es vituperable el hecho de que alguien use vestidos más pobres que los demás con quienes vive.

Escribiendo a Nepociano, dice Jerónimo: Las vestiduras lo mismo que la vida sean limpias. El ornato y la suciedad han ser evitados por igual, porque lo uno sirve al deleite; con lo otro se llama la atención’. Parece, pues, reprensible usar vestiduras de pobreza.

En Rom 14,17 se dice que el reino de Dios no es comida ni bebida. La Glosa lo explica así: No importa qué clase de alimentos ni cuánto se tome uno, a condición de que haga lo que es adecuado a los hombres con quienes vive y a su propia persona, en coherencia con las necesidades de la salud. De modo semejante, tampoco a la virtud importa la calidad del vestido usado, siempre que se lo use de acuerdo con lo apropiado a su persona. Por lo tanto, la religión no consiste en que el hombre externamente vista con pobreza como señal de desprecio del mundo.

La hipocresía parece ser el pecado más grande. Por lo cual, según el evangelio, el Señor reprueba a los hipócritas más que a otros pecadores. Y Gregorio dice: Dentro de la Iglesia nadie causa tanto daño como quien, teniendo nombre y posición de santidad, obra perversamente. Ahora bien, bajo la pobreza en el vestir se oculta la hipocresía; en cambio, el vestir con elegancia puede ocasionar deleite o un movimiento de soberbia. Por lo cual, es más reprensible excederse en la pobreza que en la elegancia del vestido.

En Jesucristo, el Señor, se manifestó la máxima perfección de religiosidad y de santidad. Ahora bien, él llevó vestido precioso, a saber, una túnica inconsútil, tejida toda de una pieza, como se lee en Jn 19,23. Parece, pues, que estaba hecha por un procedimiento semejante al de quien, sirviéndose de aguja, entrelaza piezas con seda recamada de oro. Que la túnica era preciosa, consta por el hecho de que los soldados no quisieron rasgarla, sino que la sortearon. Por consiguiente, la vida religiosa no tiene nada que ver con que alguien use vestido pobre.

El señor Papa usa vestidos preciosos y de seda; más aún, antiguamente los reyes se vestían de púrpura. Y en ellos no habría sido laudable el uso de vestidos pobres. Así pues y por motivo semejante, tampoco en los demás es laudable que usen vestido de inferior calidad a la de su estado, pues de esta manera convierten en motivo de desprecio la sencillez del vestido y del hábito.

[Exposición doctrinal de la cuestión]

Cuán contrario a la verdad sea todo esto, consta por lo que se dice a continuación: Todo alarde de ornato corporal desdice del orden sagrado. Por lo cual los obispos y los clérigos que, para ornato, usan vestiduras brillantes y llamativas, deben enmendarse. Si persisten en usarlo sean puestos en mano del Delegado. Y después: Quienes se burlan de los que usan vestidos pobres y religiosos sean corregidos por el Delegado. Antiguamente todo miembro de orden sagrado pasaba la vida con vestido de medianía y de pobreza. Todo lo que se toma no por necesidad sino por ostentación es, según dice el gran Basilio, tan reprobable como lo presuntuoso. Es, por tanto, evidente que se ha de abrazar la pobreza en el vestir, rechazando la elegancia, y que deben ser severamente castigados quienes censuran la pobreza del vestido.

La falsedad de lo que propone se hace evidente con el ejemplo de Juan Bautista, de quien se dice (Mt 3,4) que se vestía con piel de camello. En relación con lo cual dice la Glosa: Quien predica la penitencia debe presentarse con hábito de penitencia: en él, por lo que se refiere a comida y vestido, es encomiada una pobreza que sería censurada en el rico. Y, a propósito del mismo pasaje, la Glosa dice también: El siervo de Dios no debe usar el vestido para embellecimiento ni para placer, sino tan sólo para cubrir la desnudez. Sobre Mc (1,6) estaba Juan vestido…, dice la Glosa: El vestido es el adecuado al predicador. Por todo lo cual es evidente que los siervos de Dios, particularmente aquellos que predican penitencia, deben usar vestidos pobres.

Además, se demuestra lo mismo con el ejemplo de los antiguos profetas, de los cuales en Heb 11,37 se dice: Anduvieron errantes cubiertos con pieles de oveja y de cabra. La Glosa lo aclara diciendo: Como Elías y otros. ‘Melus’ es un animal llamado también erizo cuya piel llamada melota’ es muy áspera. ‘Melota’ puede ser también un vestido hecho con piel de camello.

Se demuestra también con el ejemplo de San Hilarión y de Arsenio y otros padres del desierto, de quienes se refiere que usaban vestidos pobrísimos.

En Ap 11,3 se dice: Enviaré a mis dos testigos los cuales profetizarán durante mil doscientos sesenta días vestidos de saco. La Glosa lo explica diciendo: Predican la penitencia y la muestran con el ejemplo. Y añade: A ejemplo de ellos debéis predicar. Con lo cual nuevamente se pone de manifiesto que, sobre todo para predicadores de la penitencia, es un deber usar vestidos pobres.

En su homilía «Horno quidam erat dives», Gregorio muestra muy claramente que la sencillez en el vestir merece aprobación y que la elegancia debe ser desechada, diciendo: Hay quienes piensan que el uso de ropas finas y preciosas no es pecado. Pero si efectivamente no hubiera culpa en ello, jamás la palabra de Dios nos estimularía a estar prevenidos, como en este caso, cuando nos informa acerca del tormento del rico que durante la vida se vestía de púrpura. Nadie busca vestidos de distinción sino para vanagloriarse de merecer un honor superior al de los demás. La realidad misma da testimonio de que nadie usa vestidos lujosos allí donde no pueda ser visto por los demás. Que esto sea culpa podemos deducirlo a partir de su contrario, puesto que si la pobreza en el vestir no fuese virtud, el evangelista, hablando de Juan, no habría puesto tanto cuidado en decir: Juan iba vestido con piel de camello.

En 1 Pe 3,3 se dice: Vuestro ornato no ha de ser el exterior… La Glosa lo comenta así: Como dice Cipriano, las que van vestidas de seda y púrpura no pueden vestirse verdaderamente de Cristo; adornadas con oro y margaritas y joyas, han perdido el ornato de la mente y del cuerpo. Y si Pedro aconseja hacer fuerza a las que pueden excusar su ornato por consideración a los maridos, ¿con cuánta más razón deberá observar esto la que, viviendo en virginidad, no puede tener motivo para el ornato?. De lo cual se decide que también en los clérigos el ornato del vestido es mucho más reprensible.

Aquello que de suyo es manifestación de virtud, merece encomio, aunque alguien pueda servirse de ello para enorgullecerse. Ahora bien, la pobreza en el vestir pertenece a este género de cosas. Por lo cual Jerónimo dice al monje Rústico: Las manchas del vestido son indicio de un alma limpia y un vestido pobre muestra el desprecio del mundo, a fin de que ni haya engreimiento de espíritu ni haya discrepancia entre vestido y predicación. Así, pues, ha de ser practicada la pobreza en el vestir siempre que sea excluida la soberbia.

Lo que es meritorio de misericordia divina no puede ser malo. Ahora bien, incluso los sumos pecadores alcanzaron de Dios misericordia por vestir pobremente. Así, por ejemplo, en 1 Re 21,27 se dice del perverso Ajab que, al oír las palabras de Elías, rasgó sus vestidos, se vistió de cilicio, ayunó y durmió sobre saco. Por lo cual el Señor dijo de él a Elías: ¿Has visto cómo Ajab se humilló ante mí? Por haberse humillado en mi presencia no lo castigaré a él en los días de su vida. Sin embargo aquélla no fue verdadera humildad de corazón. La Glosa sobre aquel pasaje dice: También en Jon 3,6 se dice que ‘se quitó sus vestiduras, se vistió de saco, y se sentó sobre ceniza’, y mandó a los demás que hicieran lo mismo. Por consiguiente, Dios se complace en la pobreza del vestido.

El Filósofo prueba que las virtudes requieren actos no solamente interiores, sino también exteriores. Ahora bien, la humildad es una virtud moral, no intelectual ni teologal. Por consiguiente no está toda en el interior, sino que requiere también lo externo. Puesto que a la humildad pertenece el desprecio de uno mismo, a ella pertenece también el uso de vestidos viles.

Para paliar el mal, se requiere que en él haya alguna apariencia de bien. Los hipócritas se sirven de la pobreza en el vestir para paliar sus malas obras. Por consiguiente, la pobreza en el vestir tiene de suyo apariencia de bien; o sea que, de suyo, es recomendable, aunque haya quien abuse de ella.

El ayuno y la limosna son instrumentos de penitencia; de manera semejante lo es también la pobreza en el vestir. Ahora bien, el ayuno y la limosna, de suyo, merecen aprobación, aunque alguien abuse de su práctica. Otro tanto hay que decir del uso de vestidos pobres, aunque no falten quienes cometan abusos.

Teniendo en cuenta todas estas cosas, decimos que la pobreza en el vestir, de suyo, es recomendable, por ser acto de humildad, aunque haya quienes usen vestidos pobres a pesar de que, de acuerdo con la condición de su estado, podrían legítimamente usar vestidos de calidad. Análogamente, quienes de acuerdo con su estado podrían legítimamente comer carne y no ayunar, pueden laudablemente guardar abstinencia y ayunar. Ocasionalmente, ambas cosas podrían convertirse en mal, si a causa de ellas hubiesen de sufrir perturbación aquellas personas con quienes convivimos, o también si alguien, abusando de las obras de penitencia, se vanagloriase: como el Señor enseña en Mt 7,2.5.17 respecto de la oración, del ayuno y de la limosna.

[Respuesta a los argumentos]

El hecho de que los falsos profetas usan vestidos de oveja para engañar, lejos de hacer reprensible el uso de vestidos pobres, lo recomienda: no intentaría ocultar su malicia bajo apariencia de pobreza, si esta pobreza no tuviese apariencia de bien. De otro modo, habría que reprobar también la Sagrada Escritura, de la cual los herejes abusan, como se dice en el capítulo último de la 2 Pe. Lo mismo ocurriría en relación con la piedad, de la cual los herejes toman también apariencia, como se dice en 2 Tim 3,4. En relación con Mt 7,15, la Glosa dice: A los falsos profetas se los conoce no por el vestido, sino por las obras. Las ovejas —como dice un poco más adelante— no están obligadas a dejar sus pieles, aunque los lobos, alguna vez, se cubran con ellas.

El diablo no ocultaría a sus ministros bajo hábito religioso para engañar, si en ello no hubiera apariencia de bien. Pero no por esto los buenos están obligados a prescindir de dicho hábito, ni por el uso de tal hábito hay que dar mal juicio de alguien: como se prueba por la Glosa que fue citada en relación con Mt 7,18. Por este motivo, en el libro contra Helvidio dice Jerónimo: ¿Acaso hay que culpar a la virginidad del crimen cometido por quien finge practicarla?

Aquella prohibición no fue impuesta porque la pobreza del vestido hubiese de ser reprobada, sino porque había quienes, con el uso de vestidos pobres, engañaban a la gente.

Agustín se refiere al caso en que el recorte de bienes cause turbación dentro de la agrupación social de aquellos con quienes es necesario vivir. Si hubiese que entender sus palabras a la letra, habría que decir que quien ayuna viviendo en sitio donde otros no ayunan, será reprensible: cosa que todo el mundo comprende ser falsa.

Jerónimo, en las palabras citadas, no pide cautela frente al uso de vestidos pobres. Lo que hace es prevenir contra el peligro de engreimiento por el uso de vestidos pobres. De otro modo, estaría en contradicción consigo mismo, puesto que recomienda la pobreza del vestir al monje Rústico y hace elogio de ella hablando de Panmaquio, varón de altísima nobleza, como consta por la carta escrita a Panmaquio acerca de la muerte de Paulina.

El uso de cosas exteriores puede ser juzgado desde dos puntos de vista: primero, a base de la naturaleza misma de las cosas, y en este sentido es indiferente. Pero el juicio puede inspirarse también en el fin. Según este criterio, el uso de cosas exteriores es tanto más recomendable cuanto mejor es el fin a que puede ser ordenado. Así, por ejemplo, la abstinencia de alimentos, que puede ser ordenada a reprimir la concupiscencia de la carne, merece una aprobación superior a la de la alimentación ordinaria, para la cual cada uno toma los alimentos con acción de gracias. Es lo contrario de lo que enseñaba el hereje Joviniano, como se puede ver por Jerónimo que condena éste y otros errores suyos. De modo semejante, la pobreza en el vestir se ordena a humillar el espíritu y para someter el cuerpo. Por lo cual, y de manera semejante, la pobreza de vestido es más recomendable que el hábito corriente. De este modo, se ve que tanto ayuno como pobreza de vestidos forman parte de la vida religiosa.

El hecho de que la hipocresía que se oculta bajo pobreza de vestidos sea pecado grande no implica que la pobreza de vestido sea peor que la elegancia del mismo. La comparación entre pobreza de vestido con hipocresía no es como la de la elegancia en vestir con los deleites de la carne o la soberbia. La elegancia de los vestidos se ordena de suyo y directamente a tales vicios; por lo cual, el exceso en la elegancia del vestir es, de suyo, vituperable. En cambio la pobreza de los vestidos no se ordena de suyo y directamente a la hipocresía, sino que la hipocresía es un cierto abuso de ella, como lo es de las restantes obras de santidad. Y, puesto que el abuso es tanto más vituperable cuanto la cosa es más santa, por el hecho mismo de que la hipocresía sea pecado grande, se comprende que la pobreza en el vestir es cosa manifiestamente recomendable, como lo son también las demás obras exteriores de penitencia, de las cuales abusa la hipocresía. Sin embargo, tampoco se puede conceder que la hipocresía sea el pecado más grande, porque la infidelidad a causa de la cual alguien falsea la doctrina acerca de Dios es más grave que la simulación con la que alguien engaña acerca de sí mismo.

No es creíble que Jesucristo, el Señor, usara vestidos preciosos; él encomió a Juan por no haber vestido con refinamiento. De otro modo, los fariseos que hacían ostentación de santidad, lo mismo que lo acusaban de comilón y borracho amigo de publicanos, lo habrían acusado de refinamiento en el vestir. Además, los soldados que le hacían burla no le habrían puesto vestido de púrpura, como símbolo de dignidad regia, si la túnica inconsútil estuviera recubierta de oro y seda. Los soldados no rasgaron la túnica; pero esto no fue debido a que se tratase de un vestido elegante; hicieron así, porque era lo sobrante de las cuatro partes en que dividieron los vestidos de Cristo, y dividiéndola, no valdría para nadie. Con ello se pone también de manifiesto que no estaba hecha de material precioso. En todo caso, la Glosa al respecto hace notar el sacramento de la unidad de la Iglesia.

Hay estados para los cuales existe un determinado hábito. Cualquier orden religiosa tiene su específico hábito. Antiguamente los reyes y las personas constituidas en dignidad usaban vestidos determinados como distintivo de su dignidad. Y también, ahora, el sumo pontífice usa un determinado modo de vestir. Por lo cual, así como el religioso de una orden no puede llevar un hábito que exceda en pobreza los límites del de su orden, aunque otro, fuera de su orden, vistiendo hábito más pobre, sea no ya reprensible, sino encomiable; de manera semejante, ni los príncipes de la antigüedad, ni actualmente el sumo pontífice, harían cosa laudable llevando un vestido que no se ajustase a lo acostumbrado. Caso distinto es el de príncipes y otras personas para quienes no existe un tipo de hábito ya señalado; en ellos no es reprensible que usen otro más pobre que el que podrían usar atendiendo a su estado. Por eso en 2 Re 6,20 se lee que Micol, para burlarse de David, le dijo: ¡Cómo se ha cubierto de gloria hoy el rey de Israel descubriéndose ante las criadas de sus servidores, como si se desnudase un bufón! David le respondió: Seguiré danzando, me haré todavía más vil de lo que me hice y a mis propios ojos seré vil. Ester dice: Tú conoces la necesidad en que me encuentro y que es abominable el distintivo de mi grandeza y de mi gloria que llevo en la cabeza en los días que hacen presentación de mí. Sabes que me asquea como paño de menstruación y que no me lo pongo cuando vivo en mi retiro. Resulta, pues, manifiesto que también para reyes y príncipes es laudable el contentarse con lo humilde, cuando puede hacerse sin llamar la atención y sin detrimento de la propia dignidad.

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