CAPÍTULO 7: Respuesta a los argumentos de los adversarios

CAPÍTULO 7

Respuesta a los argumentos de los adversarios

Después de lo que ha sido expuesto, es fácil refutar los argumentos en que se apoyan.

Alegan, en primer lugar, el ejemplo del joven a quien el Señor dio consejo de perfección. De él se dice, en efecto, que estaba ejercitado en cumplir los preceptos. Las palabras bíblicas son conocidas: Todo esto lo he cumplido desde mi juventud (Mc 10,20). Pero esto, como dice Jerónimo, no hace al caso, porque no tiene el sentido que quieren darle. He aquí la exposición de Jerónimo: El joven no dice verdad. Si de verdad hubiese cumplido lo que está mandado «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», ¿por qué después, al oír «vende todo lo que tienes y dalo a los pobres», se alejó triste? Orígenes, escribiendo sobre Mateo, dice lo siguiente: Está escrito en el evangelio según los Hebreos que, cuando el Señor le dijo «Vete y vende todo lo que tienes», el rico empezó a pasarse la mano por la cabeza y que el Señor le dijo: ¿Cómo es que dices haber cumplido la ley y los profetas? En la ley está escrito: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», y fíjate: muchos hijos de Abraham, hermanos tuyos, están colocados entre basura y mueren de hambre; tu casa, en cambio, está repleta de muchos bienes y absolutamente nada de eso sale hacia ellos, por lo cual el Señor, reprendiéndolo, le dice: «Si quieres ser perfecto». Es imposible cumplir el mandato en el que se dice «amarás a tu prójimo como a ti mismo» y ser rico, sobre todo tener tantas posesiones. Estas reflexiones valen, en cuanto referidas al modo perfecto de cumplir este mandamiento. Pero nada impide decir que él anteriormente había cumplido los preceptos, aunque hubiera sido con alguna imperfección. Por lo cual no es preciso presuponer que él faltó a la verdad. Esto es lo que indica el Crisóstomo, junto con otros expositores.

Pero, aunque el Señor haya propuesto un consejo de perfección a quien estaba ya un tanto ejercitado en la observancia de los mandamientos, esto no equivale a dar una prescripción, como si los consejos hubieran de ser propuestos solamente a tales personas. Está el caso de Mateo que fue llamado al seguimiento cuando estaba ejercitado no precisamente en los preceptos, sino, más bien, en una vida de pecado. De este modo, el Señor dejó claro que el camino de la perfección no se cerraba a nadie: ni a los inocentes, ni a los pecadores.

El hecho de que quien recibe los sacramentos haya de ser instruido acerca de la guarda de los mandamientos no tiene nada que ver con el tema de que ahora se trata. La instrucción acerca de los mandamientos a todos es necesaria, sea que permanezcan en vida secular, sea que asuman el camino de perfección entrando en vida religiosa. La instrucción acerca de la fe y de los sacramentos, a los que se ha hecho alusión, son comunes a unos y a otros.

Decir que cumpliendo los mandamientos, el hombre alcanza la amplitud de la sabiduría, no significa sino que mediante el cumplimiento de los preceptos el hombre merece el conocimiento de cosas ocultas. Es lo que en el mismo lugar, pero según una versión distinta, se dice en Eclo 1,33: Ansiaste la sabiduría: cumple los mandamientos y el Señor te la dará. Lo cual, evidentemente, no tiene nada que ver con el tema tratado.

Lo que se dice acerca del modo como la Glosa entiende las palabras como el niño destetado en brazos de su madre (Sal 130,2), requiere examen un poco más detenido, porque, si bien es una frivolidad, la proclaman con jactancia y sin fundamento se apoyan en ella. Por el proceso de la Glosa alegada, se ve que trata de la nutrición de los recién convertidos a la fe. Se había dicho: Recibido el bautismo, somos instruidos acerca de las obras buenas y alimentados con la leche de una doctrina sencilla, hasta que, siendo ya grandecitos, desde la leche de la madre nos acerquemos a la mesa del padre, es decir, desde la doctrina más sencilla en que se proclama que el Verbo se hizo carne nos acerquemos hasta el Verbo del Padre que ya al principio estaba en Dios: todo lo cual pertenece manifiestamente al orden de la doctrina.

Invocan después como ejemplo la práctica de la Iglesia, la cual se encuadra en cinco tiempos: en el primero, los recién convertidos a la fe son formados, mediante exorcismo y catequesis, en los rudimentos de la vida cristiana; durante el segundo tiempo, son alimentados en el seno de la Iglesia hasta el sábado santo; llega entonces el tercer tiempo, cuando mediante el bautismo son dados a luz. Durante el cuarto tiempo, son llevados de la mano por la Iglesia y alimentados con leche hasta Pentecostés; para ese tiempo no está señalada ninguna obra dificultosa: no se ayuna, ni hay que levantarse a media noche. El quinto tiempo es aquel en que, ya confirmados por el Espíritu paráclito empiezan a ayunar y practicar cosas difíciles. Piensan que esto confirma su enseñanza puesto que claramente se trata del orden por el que se pasa de obras fáciles a obras difíciles.

Este su modo de razonar es defectuoso e incurre en tres fallos. No es posible juzgar con el mismo criterio las cosas voluntariamente asumidas y las que son señaladas como necesarias. No es tampoco una misma la situación de los recién convertidos, los cuales han de ser alimentados como niños, y la de los penitentes que, por estar enfermos, necesitan ser sanados. A quienes han llegado recientemente a la fe, no se les imponen por necesidad, ya desde el principio, obras difíciles; deben comenzar ejercitándose en cosas ligeras y sólo más tarde habrán de cargar con lo arduo: como los niños que primero son alimentados con leche y después con alimentos duros. A esto es a lo que se refiere la Glosa.

Pero si los recién convertidos a la fe, por propia voluntad, quieren elevarse a mayor altura, ¿quién tendrá el atrevimiento de estorbárselo? Y, para no desprendernos de la Glosa, fijémonos bien: si, después del bautismo solemne administrado en la vigilia pascual, se concede un cierto descanso de obras trabajosas en atención a los débiles; también, después del bautismo que se celebra en la vigilia de Pentecostés, la Iglesia de inmediato prescribe ayunos, simbolizando a quienes, con el fuego del Espíritu recibido en el bautismo, se someten de inmediato a una vida más austera.

En relación con los penitentes, el criterio es distinto, porque a ellos, al principio, se les impone una penitencia más severa, que después se va aligerando poco a poco; parecido a lo que se hace con los enfermos, a quienes, cuando se inicia la curación, se les prescribe una dieta más rigurosa que cuando se va asentando la salud.

Así, pues, en armonía con esto, la Iglesia a los inocentes al principio les impone cargas más ligeras de preceptos cuya observancia es necesaria para la salvación. Los consejos la Iglesia no se los impone como cosa necesaria, pero tampoco los prohíbe, si, por propia voluntad, quieren asumirlos. A los penitentes, en cambio, de acuerdo con el derecho canónico, los primeros años les son preceptuadas observancias más severas.

El segundo fallo que cometen en su razonamiento consiste en no advertir que el paso desde lo más fácil a lo más difícil se realiza dentro del mismo oficio o estado. Pero no hay necesidad alguna de que quien recibe un estado más alto, deba haberse ejercitado antes en otro de nivel inferior. No se requiere que quien desea ejercitarse en un oficio deba comenzar por otro inferior; es en el mismo oficio donde se pasa de lo menos a lo más. Por lo tanto, no se requiere que cuando alguien se propone dedicarse a la observancia de los consejos en el estado religioso, deba, primero, ejercitarse en el cumplimiento de los preceptos, haciendo vida secular; lo único que ocurre es que, al principio, le serán prescritas las observancias religiosas más llevaderas. De manera parecida, quienes desean asumir ministerio clerical no tienen necesidad de ejercitarse primero en vida laical. Quienes deciden vivir en continencia no están obligados a practicar primero la castidad conyugal.

Un tercer fallo es que no examinan de dónde procede la dificultad de una obra. Hay una dificultad que procede de la sola grandeza de las obras, y esta dificultad, por lo mismo que requiere perfección de virtud, no es cargada sobre los imperfectos. Otra dificultad procede de la represión, la cual es más necesaria para los imperfectos en la virtud. Por este motivo, los niños, mientras viven encomendados a pedagogos, están sometidos a una vigilancia más estricta que la que ellos mismos experimentarán de mayores. El estado religioso es una cierta disciplina que reprime pecados y conduce más fácilmente a la perfección, como ya se dijo. Por lo cual quienes son todavía imperfectos en la virtud, como, por ejemplo, quienes aún no se han ejercitado en los preceptos, están más necesitados de custodia, porque, estando sujetos a semejante disciplina, les será más fácil librarse de pecar que si, gozando de mayor libertad, fuesen educados en vida secular.

En la Glosa se añade: Muchos quebrantan este orden, como los herejes y los cismáticos. Con ello se nos da claramente a entender que lo que dice a continuación pertenece al orden de la doctrina. Pues bien, a continuación dice: Éste [el salmista] con la fuerza de una imprecación lanzada sobre sí mismo, asegura haber guardado el orden debido y dice así: He sido humilde no sólo en otras cosas mías sino también en el conocimiento. Mis pensamientos eran humildes, como de quien primero fue alimentado con la leche, tal como se indica en ‘El Verbo se hizo carne’, para crecer desde aquí hasta el pan de los ángeles, o sea, hasta ‘El Verbo que ya al principio está en Dios’. Con esto vuelve a lo que había dicho anteriormente, mostrando así que todo el pasaje intermedio está puesto como ejemplo.

La dificultad puesta en quinto lugar es tan frívola que no necesita respuesta. Sí, Cristo sació a cinco mil hombres con cinco panes y después a siete mil con cuatro panes. El orden de las figuras no predetermina el de las cosas figuradas, porque a veces lo primero es figurado por algo que, en su orden, es último, y a la inversa. Además, estas figuras no dan argumento seguro, como dice Agustín en cierta carta contra los donatistas. Y Dionisio dice en la carta a Tito que la teología simbólica no es argumentativa.

Digamos, a pesar de todo, que mediante este orden de milagros está expresado el orden entre preceptos y consejos, por lo que se refiere al estado de la humanidad entera; los consejos, en efecto, no fueron dados en el Antiguo Testamento, sino en el Nuevo, porque la ley no condujo nada a la perfección. Y esto se ve por la Glosa, según la cual los cinco panes simbolizan los preceptos de la ley, mientras que en los siete está simbolizada la perfección evangélica. Pero de aquí no se sigue que unas mismas personas hayan de ejercitarse, primero, en cumplir, en vida secular, los preceptos de la ley; sólo después asumirían los consejos en vida religiosa. No se lee que quienes estaban en los cinco mil, estuviesen igualmente presentes entre los cuatro mil.

La dificultad propuesta en sexto lugar no viene a propósito. Se dice que las realidades configuradoras de los evangelios son cuatro. La perfección brilla en los ejemplos, pero no se refiere a los consejos, sino al modo perfecto de cumplir los preceptos, los cuales dicen orden a los actos de virtud; así es como Cristo los cumplió. Por esto se dice en la Glosa: Ejemplos como: Aprended de mí que soy manso…, Sed perfectos como vuestro Padre Ejemplo os he dado.

Lo que dicen acerca del orden entre vida activa y contemplativa requiere un poco más de atención, porque lo repiten con mayor frecuencia. Es verdad que la vida activa precede a la contemplativa. Pero parecen ignorar qué se entienda por vida activa. Esto se muestra, en primer lugar, en que piensan que la vida activa consiste solamente en prestar servicios de orden temporal; por lo cual añaden que dado que los religiosos no poseen nada, ni propio ni en común, no pueden participar en la vida activa. La evidente falsedad de esto es mostrada por Gregorio, cuando dice: Es vida activa dar pan al hambriento, enseñar al ignorante con la palabra de sabiduría, corregir al que yerra, hacer que el soberbio retorne al camino de la humildad, cuidar del enfermo, prestar servicio a los demás, cuidando de que a cada uno llegue lo conveniente para él, tomar medidas para que quienes nos están encomendados dispongan de lo necesario para vivir. Queda, pues, claro que a la vida activa pertenece no sólo el prestar ayudas temporales, sino también el servicio espiritual de enseñar o corregir; para lo cual se hacen más idóneos quienes en este mundo no poseen absolutamente nada. Por este motivo el Señor despojó de todos los bienes de este mundo a los apóstoles, que habían de ser los doctores del mundo entero: así consta en Mt 10,9-108.

En relación con esto, es preciso aclarar otro punto, o sea, si el ejercicio de las virtudes morales del hombre para consigo mismo pertenece a la vida activa. Si se acepta la doctrina del Filósofo, todas las virtudes morales pertenecen a la vida activa, las intelectuales, en cambio, a la contemplativa. Con él está de acuerdo Agustín, según el cual la razón inferior que se cuida de lo temporal, sea de sí mismo, sea de los demás, queda encuadrada dentro de la acción; asigna, en cambio, a la contemplación la razón superior que se ejercita en el campo de las razones eternas.

Esto supuesto, se ve de inmediato el motivo por el que la vida activa precede a la contemplativa: porque el hombre si, mediante el ejercicio de las virtudes morales, no tiene el alma purificada de pasiones, que es fruto perteneciente a la vida activa, no es idóneo para contemplar la verdad divina, como está dicho en el evangelio: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8): lo verán con una contemplación aquí todavía imperfecta, pero que será perfecta en la vida futura.

Por consiguiente, el ejercicio de la vida activa se da no solamente en los seglares, sino también en los religiosos. Cabe alegar varios motivos. En primer lugar, por medio de las virtudes morales, se pone freno a las pasiones del alma. Además, porque también ellos pueden practicar obras de misericordia para con el prójimo, enseñando, corrigiendo, o por lo menos visitando a los enfermos y consolando a los tristes, ya se trate de quienes hacen vida secular o de aquellos con quienes se convive en el monasterio. Por eso en relación con estas dos cosas se dice: La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus padecimientos y guardarse limpio de mancha en este mundo (Sant 1,27). En tercer lugar, por el solo hecho de entrar en religión, distribuyeron todos los bienes temporales que poseían, entregándolos a los pobres.

La Glosa que fue alegada no dice que los preceptos pertenezcan a la vida activa, los consejos, en cambio, a la contemplativa, presuponiendo que los preceptos pertenecen a la sola vida activa. Gregorio, en el pasaje antes citado, dice: La vida contemplativa consiste en mantener con todo el espíritu el amor a Dios y al prójimo que son los grandes preceptos de la ley, como se dice en Mt 22,36-40. Con esto, como ya se ha visto, no se dice que los consejos pertenezcan a la sola vida contemplativa. Lo que se dice es que los consejos son disposición principal para la vida contemplativa; en cambio, los preceptos cumplidos sin los consejos no disponen suficientemente a la vida contemplativa, para la cual se requiere una perfección mayor. Por consiguiente, para que alguien se ejercite en la vida activa, no es necesario que permanezca en la vida secular; también en el estado religioso puede el hombre ejercitar la vida activa todo lo necesario para ser promovido a la contemplación.

Lo que se dice en la octava dificultad «nadie se hace supremo de repente» no viene muy a propósito, aunque también en esto piensa tener firme apoyo. Lo sumo y lo ínfimo pueden ser entendidos en relación con el mismo estado y con la misma persona; pueden también estar abiertos a la diversidad tanto de estados como de personas. Cuando se trata de una sola persona y del solo estado en que esa persona se encuentra, es evidente que nadie se hace supremo de repente, porque cualquiera que lleva una vida recta progresa durante toda ella para llegar a lo supremo. Cuando hay diversidad de estados, no se requiere que quien desea llegar a un estado superior deba comenzar por el menor, como no se requiere que quien desea ser clérigo, se ejercite primero en vida laical; es posible, una vez pasados los años de niñez, que algunos sean adscritos a la milicia clerical. En relación con las personas, cuando éstas son varias, ocurre algo semejante. Es posible que alguien empiece por un grado de santidad que, para otro, es el supremo al que durante el recorrido entero de la vida llegará. Por este motivo, dice Gregorio: Reconozcan todos con cuánta perfección Benito, ya desde niño, inició la gracia de la conversión.

9 y 10. La novena dificultad y la décima no vienen a propósito. En la novena se dice que, cuando los muros del edificio no están todavía bien secos, no se les debe cargar el peso del maderamen. La décima afirma que quien deja los peldaños y quiere subir por lo escarpado busca su propia caída. Nada de esto viene a propósito. Las ‘autoridades’ alegadas hablan del peso de la prelacía, para cuyo desempeño se requiere virtud perfecta y que, por lo mismo, no puede ser cargada sobre los imperfectos. Los consejos confieren promoción en la perfección y, al mismo tiempo, refrenan los pecados; de esto necesitan ‘las paredes recién construidas’ para quedar secas de toda la humedad de los pecados; esos mismos consejos vienen a ser peldaños por los que se sube a la perfección.

La dificultad undécima se fundamenta en que, según orden de naturaleza, los preceptos son anteriores a los consejos. Por lo ya expuesto se puede juzgar en qué sentido es verdadero. Si hablamos de los preceptos finalizantes, que son el amor a Dios y al prójimo, es evidente que los consejos se ordenan a ellos como a fin. La ordenación de los consejos a estos preceptos es como la que dicen al fin las cosas ordenadas a ese fin. Ahora bien, el fin es lo primero en la intención, pero lo último en la ejecución. Por tanto, si los consejos se ordenasen a los susodichos preceptos como cosas sin las cuales esos preceptos no podrían ser cumplidos, se seguiría que es necesario practicar los consejos antes que amar a Dios y al prójimo: lo cual es manifiestamente falso. Pero, dado que los consejos se ordenan a los preceptos señalados para que mediante ellos esos preceptos sean cumplidos con mayor facilidad y plenitud, se sigue que por medio de ellos se llega al perfecto amor a Dios y al prójimo.

Si se establece comparación entre los consejos y los otros preceptos, los cuales se ordenan al amor a Dios y al prójimo, la comparación puede revestir dos formas, puesto que los consejos sin los preceptos no pueden ser cumplidos, en cambio, hay muchas personas que cumplen los preceptos sin los consejos. Concretando, el orden de los consejos a los preceptos puede ser como el de lo propio a lo común; esto común, según orden de naturaleza es anterior a lo propio; pero no se requiere una anterioridad de naturaleza. La otra forma de comparación consiste en que los preceptos pueden ser cumplidos sin los consejos; esta comparación se asemeja a la que hay entre una especie perfecta y otra imperfecta, por ejemplo, entre animal racional y animal irracional. Desde este punto de vista, los consejos según orden de naturaleza preceden a los preceptos: en cualquier género de realidades lo perfecto precede siempre. Como dice Boecio, la naturaleza comienza por lo perfecto.

Pero tampoco es necesario que los preceptos, aunque sean considerados desde esta perspectiva, tengan respecto de los consejos una precedencia temporal: no es necesario que una cosa exista primero en especie imperfecta y, sólo después, pase a existir en otra perfecta. Lo único necesario es que, dentro de los límites de una misma especie, alguien pase de lo imperfecto a lo perfecto.

La última dificultad afirma que, si los consejos preceden a los preceptos, esos consejos serían necesarios para la salvación. Por lo cual quienes no practiquen los consejos no podrán salvarse. Es un modo errado de entender las cosas. No decimos que los consejos se ordenen a los preceptos como requisitos sin los cuales los preceptos mismos no puedan ser cumplidos. A lo que se ordenan es a que los preceptos sean cumplidos de manera más perfecta y más fácil.

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