CAPÍTULO 7: Los religiosos, ¿pueden vivir de limosnas, sobre todo de las recibidas mendigando?

CAPÍTULO 7

Los religiosos, ¿pueden vivir de limosnas, sobre todo de las recibidas mendigando?

Los susodichos adversarios de Cristo se empeñan no sólo en impugnar la pobreza con razones, sino que, de manera indirecta, quieren también arrancarla totalmente. Con crueldad intentan privar de alimento a los pobres de Cristo, alegando que no les está permitido vivir de limosnas. El pan del pobre es su vida. Quien se lo niega es un criminal (Eclo 34,25). Para lograr su intento, alegan multitud de pruebas.

[Argumentos de la impugnación. Primera serie]

Alegan, en primer lugar, las palabras siguientes: No hagas acepción de personas ni aceptes regalos, porque los regalos ciegan los ojos de los sabios y pervierten las palabras de los justos (Dt 16,19). Ahora bien, las limosnas son un regalo. Dado que los religiosos son los más comprometidos a tener ojos iluminados, no les está permitido vivir de limosnas.

En Prov 22,7 se dice: quien recibe un préstamo se hace esclavo del prestamista. Con mayor razón, quien recibe un obsequio se hace esclavo del donante. Ahora bien, los religiosos deben estar totalmente libres de esclavitudes de este siglo, porque han sido llamados para vivir en la libertad del espíritu. En relación con las palabras por danos en nosotros mismos un ejemplo que imitar (2 Tes 3,9), dice la Glosa: Nuestra religión llama a los hombres a la libertad. Luego no es lícito que vivan de limosnas.

Los religiosos profesan estado de perfección. Ahora bien, es más perfecto dar limosnas que recibirlas. Se dice, efectivamente, hay más dicha en dar que en recibir (Hch 20,35). Por tanto, en vez de recibir limosnas para vivir, más bien deben trabajar manualmente para tener con qué prestar ayuda a los necesitados.

En 1 Tim 5,16, el Apóstol manda que las viudas que pueden ser atendidas de otra manera no vivan de las limosnas de la iglesia para que la iglesia, sin esta carga, pueda atender a las que son viudas sin otra fuente de ayudas. Por consiguiente, también aquellos que están sanos y son robustos deben vivir del trabajo manual, no de limosnas, pues si las reciben, se quedan sin ellas otros para quienes la limosna es el único medio de vida.

En el Decreto se encuentran estas palabras de Jerónimo: Quienes pueden vivir con los bienes y riquezas de sus parientes, si reciben lo que es de los pobres, cometen sin duda un sacrilegio y con el abuso de esas cosas se tragan su propia condenación. Aceptar eso es un abuso contra los pobres. Por consiguiente, si alguien cuando hacía vida secular, tenía lo suficiente para el sustento y, al desprenderse de ello, quiere vivir de limosnas, debe ser considerado un sacrílego.

Sobre las palabras queríamos presentaros un modelo que imitar (2 Tes 3,9), dice la Glosa: Quien, llevando una vida de holganza, acude con frecuencia a mesa ajena, por fuerza es adulador de quien lo alimenta. Ahora bien, quienes viven de limosnas acuden con frecuencia a las mesas de otros; más aún, su principal medio de vida es la mesa de otros. Son, por fuerza, aduladores. Por consiguiente, cometen pecado quienes abrazan un modo de vida en el cual hay que vivir de limosnas.

El recibir no es acto de virtud, a no ser de la liberalidad que regula el justo medio en el dar y en el recibir. Ahora bien, el liberal, como dice el Filósofo, recibe sólo para dar. Por consiguiente, quienes pasan toda la vida en el recibir, actúan contra la liberalidad y su vida es merecedora de reprensión.

Agustín reprende a religiosos que pretendían vivir de limosnas sin trabajar. De ellos, entre otras cosas, dice: Esos hermanos tienen, en cuanto puedo juzgar, la temeraria arrogancia de atribuirse ese poder, o sea el de vivir del evangelio, sin trabajo manual. Es de tener en cuenta que aquellos contra quienes habla habían dejado sus bienes por Cristo y se dedicaban a obras espirituales: a la salmodia y a la palabra de Dios, como en aquel mismo libro se dice. Por consiguiente, quienes dejan lo suyo por amor a Cristo, aunque se dediquen a obras espirituales, no deben vivir de limosnas.

Sobre el pasaje les mandó que no llevasen nada para el camino fuera de un bastón (Mc 6,8), se ha hecho la observación de que bastón significa el poder de recibir de los súbditos lo necesario para vivir. Pero tener súbditos es propio de los prelados [de los obispos]. Por tanto aquellos religiosos que no son prelados no pueden recibir de los súbditos lo necesario para vivir.

Lo que está programado como solaz del trabajo, no es debido a quienes no trabajan. Pero el vivir de las aportaciones de los fieles está programado por el Señor como solaz de quienes trabajan en el evangelio, como se ve por 1 Cor 9,7 y 2 Tim 2,6. Por consiguiente, aquellos, al menos, que no trabajan en el evangelio no pueden vivir de limosnas.

El Apóstol no quería recibir de los corintios estipendio con que vivir, para quitar pretextos [de acusación] a los pseudo-apóstoles, como se ve por 2 Cor 11,12-13. Pero ahora hay también muchos que, con descaro, viven de limosnas. Por consiguiente, los religiosos, al menos para quitarles pretextos, deben abstenerse de limosnas. Por este motivo dice Agustín: Estáis en la misma situación que los apóstoles: debéis quitar el pretexto a quienes buscan el pretexto.

De los gentiles el Apóstol no aceptaba estipendio, para que no sufriesen escándalo en la fe. En relación con la noticia dada por Lc 8,3 acerca de las mujeres que asistían a Jesús con sus bienes, dice la Glosa: Era costumbre antigua de los judíos; no consideraban que fuese culpa el hecho de que las mujeres suministrasen alimento y vestido a los doctores. Pero, como esto a los gentiles podía escandalizarlos, Pablo hace constar que se abstuvo de ello. Esto mismo se dice en 1 Cor 9,4ss. También hoy día hay muchos que se escandalizan de que los religiosos quieran vivir de limosnas, sin trabajar manualmente. Al menos por razón del escándalo deberían renunciar a las limosnas. Éste es el motivo por el que Agustín, en la obra y pasaje citado, dice: En vuestra meditación se encenderá la llama para que venzáis las malas obras con las buenas y para que evitéis el peligro de que se imaginen que estáis haciendo un negocio, lo cual sería una herida en vuestra reputación y un escándalo para los débiles. Sed misericordiosos, mostraos compasivos y hacedles ver que no buscáis un aprovisionamiento fácil, viviendo vosotros en holganza, sino que camináis por la estrecha senda buscando el reino de Dios.

Si los religiosos que están sanos y fuertes pueden vivir de limosnas sin trabajar manualmente, esto sería válido para otros. Ahora bien, si todos quisieran llevar ese género de vida, la entera vida humana perecería, pues no habría artesanos que preparasen lo necesario para los usos humanos. Por tanto, de ningún modo se puede aceptar que religiosos sanos y fuertes vivan de limosnas.

En las Colaciones de los Padres son citadas unas palabras tomadas de una respuesta de Antonio a alguien: Sábete que tú mereces una reprensión no inferior a la de aquel de quien hemos hablado, porque, estando sano y siendo robusto, vives con asistencia de otro, una asistencia que, en justicia, sólo puede ser otorgada a quienes no tienen fuerzas para trabajar. Por tanto, quienes no se encuentran en esta situación no pueden vivir de limosnas.

Jerónimo, escribiendo al presbítero Marcos le dice: A nadie arrebaté nada, en mi ociosidad nada recibo; con el diario trabajo manual y con el propio sudor busco el sustento, sabiendo lo que el Apóstol ha dicho: quien no trabaje que no coma (2 Tes 3,10). Por tanto, no es permitido vivir de limosna y no practicar el trabajo manual.

[Argumentos de la impugnación. Segunda serie]

Pretenden, además, demostrar que los religiosos, aunque, hasta cierto punto, puedan vivir de limosnas ofrecidas espontáneamente, de ninguna manera deben mendigar. Alegan, para ello, unos cuantos argumentos.

El Dt 15,4 dice: Entre vosotros, no habrá en absoluto ni pobre ni mendigo. Por consiguiente, está prohibido mendigar cuando hay otro medio de vida.

El Salmo dice: No vi a un justo abandonado ni a su linaje mendigando el pan. Por consiguiente, varones perfectos no deben mendigar.

Lo que, en la Biblia, es objeto de imprecación no se armoniza con la vida de los justos. Ahora bien, esto es lo que ocurre con la mendicidad. El Salmo 108,10 dice: Anden sus hijos vagabundos y tengan que mendigar. Por consiguiente, hombres perfectos no deben practicar la mendicidad.

La 1 Tes 4,11-12 dice: Ocupaos en trabajo manual, como os tengo mandado, a fin de que os comportéis honradamente para con los de afuera y no deseéis cosa alguna de nadie. A propósito de esto la Glosa dice: El trabajo ha de ser realizado, y no se puede vivir en la holganza, porque es lo honrado y para los infieles viene a ser como una luz. Y no apetezcáis nada de nadie, ni pidiendo, ni quitando. Por consiguiente, es necesario hacer trabajo manual antes de pedir cosa alguna mendigando.

En relación con 2 Tes 3,10, si alguien no quiere trabajar que no coma, dice la Glosa: Quiere que los siervos de Dios trabajen para tener de qué vivir y no caigan en una indigencia que los obligue a pedir lo necesario. Por consiguiente, antes de pedir lo necesario para vivir, practicando la mendicidad, deberán ejercitarse en trabajo manual.

Jerónimo, escribiendo al presbítero Nepociano, le dice: No pedir nunca, rara vez recibir lo que se nos ofrece. Hay mayor dicha en dar que en recibir. Por consiguiente, a los siervos de Dios no les está permitido pedir, mendigando, lo necesario para la vida.

Aquel crimen es más grave contra el que se prescribe una sanción más severa, como está mandado en el Decreto, cuando desarrolla el tema No usemos balanzas engañosas. Según el derecho civil, es castigada, si hay denuncia, la persona sana que mendiga; si esa persona es de condición servil, se hace siervo del denunciante; si es libre, se convierte en colono suyo para siempre. (Código acerca de los mendigos sanos, ley única). Por tanto, los religiosos sanos que mendigan, pecan gravemente.

Contra los religiosos que mendigan dice Agustín: El muy astuto enemigo ha desparramado una enorme multitud de hipócritas que, con hábito monástico, recorren una y otra vez las provincias, sin que nadie los haya enviado: nunca estables, nunca de pie, nunca sentados. Y añade: Se acercan a todos, de todos reclaman los estipendios de una lucrativa indigencia o el precio de una santidad simulada. Por consiguiente, la vida de los religiosos mendicantes ha de ser reprobada.

Aquello que lleva aneja la vergüenza tiene alguna relación con lo torpe, porque solamente de lo torpe se tiene vergüenza, como dice el Damasceno. Ahora bien, el hombre, por naturaleza, siente vergüenza de pedir o mendigar, y tanto más cuanto es de mejor condición. Por lo cual Ambrosio dice: La vergüenza de pedir delata la nobleza del nacimiento. Y el Filósofo dice del hombre liberal que no es ‘pedigüeño’. Por consiguiente, el hecho de mendigar es, en sí, torpe. Y quien puede vivir de otro modo, no puede, en absoluto, mendigar.

En relación con 2 Cor 9,7, Dios ama al que da con alegría, dice la Glosa: Quien da para librarse de la molestia de quien pide, no para socorrer al necesitado, se queda sin la cosa dada y no adquiere mérito. Ahora bien, es frecuente que a los mendicantes les sean dadas las limosnas de ese modo: por librarse de la desazón que ocasionan pidiendo. Por tanto, aunque algunos pudieran vivir de limosna, sin embargo no deben pedirla.

[Argumentos de la impugnación. Tercera serie]

Pretenden, además, demostrar que los religiosos, también los predicadores, no deben vivir de limosnas ni pedirlas. Alegan sus argumentos.

El Apóstol, en 1 Tes 2,5, dice: No hemos practicado la adulación, como bien sabéis. Pero los predicadores que mendigan y viven de limosnas, por necesidad adulan a aquellos de quienes reciben asistencia. En relación con el pasaje dejándolos se marchó fuera (Mt 21,17), dice la Glosa: Porque [el Señor] era pobre y no adulaba a nadie, no encontró hospedaje en una ciudad tan grande; pero fue acogido por Lázaro en Betania. El era un predicador a quien daba gusto escuchar, tanto que, como se lee en Lc 21,38, todo el pueblo madrugaba para escucharlo en el templo. Como dice la Glosa, todo el pueblo tenía prisa en adelantar el amanecer. San Pablo dice en 1 Cor 4,11, hasta el día de hoy pasamos hambre y sed, no tenemos vestido. La Glosa lo entiende así: Quienes predican la verdad libremente sin adulación y reprenden la vida perversa de los malvados, no gozan de favor entre los hombres. Por consiguiente, los predicadores no deben buscar el proveerse de lo necesario para la vida, pidiendo limosna.

Dios es testigo que no dimos ni pretexto de pensar en avaricia (1 Tes 2,5). A propósito de este pasaje dice la Glosa: No sólo no hubo avaricia; ni en lo que hice ni en lo que dije se encontraba el mínimo pretexto para pensar en tal cosa. Ahora bien, quienes piden que les sean dadas limosnas, hacen cosa en la cual hay peligro de avaricia. Por consiguiente, los predicadores no deben hacer esto.

En 2 Cor 12,14, el Apóstol dice: No os seré gravoso. No busco vuestras cosas. Os busco a vosotros. Y en Flp 4,17: No busco el donativo. Me interesa el fruto. La Glosa lo explica así: Donativo es la cosa misma entregada, como una moneda, la bebida, el alimento, y cosas de este género. Por fruto se entienden las buenas obras y la buena voluntad del donante. Por tanto, los predicadores no deben pedir cosas temporales a aquellos a quienes dirigen la predicación: no deben vivir de la mendicidad.

Acerca de la expresión el agricultor que trabaja (2 Tes 2,6), dice la Glosa: El Apóstol quiere que el evangelizador entienda que el recibir lo necesario de aquellos con quienes realiza su milicia, sobre los cuales trabaja como quien cultiva una viña o apacienta una grey, no es acto de mendicidad, sino de potestad. Por lo cual es evidente que vivir del evangelio es una práctica de poder, no de mendicidad. Ahora bien, esta potestad compete solamente a los prelados [a los obispos]. Por consiguiente, los otros predicadores, que no son prelados, no deben vivir del evangelio mendigando.

En 1 Cor 9, el Apóstol, para mostrar que él podía vivir de estipendios de los fieles, prueba primero que era apóstol. Por tanto, quienes no son apóstoles, no pueden vivir de estipendios de los fieles. Ahora bien, los religiosos predicadores no son apóstoles, puesto que no son prelados. La conclusión es la misma de antes.

Acerca de 1 Tes 2,9, aunque, como apóstoles de Cristo, podíamos haberos impuesto esta carga, la Glosa dice: Los pseudo apóstoles crean una situación tan difícil que le obligan [al Apóstol Pablo] a privarse de unos subsidios que podía reclamar, y esto lo hace con el fin de desautorizar a quienes ni tenían la potestad de pedir ni sentían la vergüenza de hacerlo. A esto lo llama carga obligada del poder apostólico por razón de los pseudo apóstoles que, usurpándolo indebidamente, importunaban con sus exigencias a las comunidades. Por donde se ve que aquellos predicadores que reclaman de las comunidades lo necesario para vivir, dado que no son apóstoles, o sea, prelados, han de ser considerados pseudo apóstoles. Por tanto, el predicador que no es prelado, no tiene derecho a mendigar.

Los predicadores que no son prelados y quieren recibir de los fieles a quienes predican lo necesario para vivir, una de dos: o buscan lo que les es debido, o lo que no les es debido. Si les es debido, pueden reclamarlo con autoridad, empleando incluso la coacción: lo cual es manifiestamente falso. Si no les es debido, su petición es indebida e injusta. Son, por lo tanto, pseudo apóstoles, como se deduce de la Glosa antes citada.

Los prelados que reciben del pueblo diezmos y oblaciones, están obligados a proveerles en lo espiritual. Por tanto, si los obispos envían a otros para ejercer el ministerio en lo espiritual, cometen injusticia contra el pueblo, si reciben del pueblo lo necesario para vivir, puesto que son, más bien, los obispos quienes tienen obligación de proveerles [en y con el ministerio].

Los prelados que envían a otros a predicar, tienen obligación de proveerles en lo necesario, como está preceptuado por el derecho. Si los predicadores enviados por los obispos piden estipendio a otros, esto es un gravamen que se les impone. Así, pues, no deben recibir de otros un estipendio.

El Señor reprueba a los fariseos, cuando les dice: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! Porque devoráis las casas de las viudas con pretexto de largas oraciones (Mt 23,14). Merecen parecida reprensión quienes con pretexto de oración, o de predicación, o de otras cosas por el estilo, piden limosnas.

El Señor, cuando envía a los discípulos a predicar, les dice: al entrar en una ciudad o aldea, informaos de quién en ella es digno (Mt10,11). A este respecto, dice la Glosa: Para elegir hospedero hay que tener en cuenta el testimonio de los cercanos, no sea que el predicador quede afectado por su infamia. Y otra Glosa, también marginal, dice: aquel es digno que reconoce ser mayor la gracia que recibe que la otorgada por él. Por consiguiente, en los predicadores enviados es reprensible, al menos, el hecho de que a veces acuden a casa de ricos, que son pecadores, y a la de quienes no les reconocen esto como gracia.

Quien recibe alguna cantidad por algo de orden espiritual comete crimen de simonía, ya sea que pida, como Giezi, ya que reciba lo que le es ofrecido sin pedir. Por eso Eliseo no quiso recibir cosa alguna de Naamán (cf. 2 Re: todo el capítulo 5). Es también lo estatuido por el derecho. Ahora bien, el predicador administra al pueblo bienes espirituales. Por consiguiente, no le está permitido recibir de los oyentes, tanto antes como después, cosas temporales, sea pidiéndolas o aceptándolas.

En 1 Tes 5,22, se dice: guardaos de toda apariencia de mal. A este propósito la Glosa dice: Si alguien tiene aspiración a algo con apariencia de mal, aunque no sea malo, no hay que precipitarse en acoger. Ahora bien, el hecho de que el predicador busque cosas temporales de aquellos a quienes predica lleva en sí apariencia de mal. Por eso se dice en 2 Cor 12,14: no busco vuestras cosas; os busco a vosotros. La Glosa lo aclara diciendo: El apóstol no buscaba el donativo, sino el fruto, para que nadie pensara que era un vendedor de evangelio. Por tanto los predicadores no han de buscar lo necesario para vivir entre aquellos a quienes predican.

[Argumentos de la impugnación. Cuarta serie]

Se empeñan también en demostrar que a los predicadores de los cuales se viene hablando, no hay que darles limosnas. Alegan sus argumentos.

En Lc 14,13 se dice: Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los enfermos, a los lisiados y a los ciegos. A este respecto, la Glosa dice: invita a aquellos de quienes no tienes nada que esperar en la vida presente. Ahora bien, de los mendigos que están sanos y son fuertes puedes esperar muchas cosas durante la vida, porque frecuentemente tienen trato familiar con los poderosos. Por consiguiente, a estos mendigos no se les debe dar nada.

Agustín, escribiendo al donatista Vicente, le dice: Al hambriento se le presta mejor servicio quitándole el pan, si la seguridad de tener alimento lo aleja de la justicia, que si arrastrado por la injusticia, se comparte con él el pan. Ahora bien, el que no quiere trabajar corporalmente para ganarse el pan y el que puede, sin pecado, ganarse el sustento de otro modo, obra injustamente, si pide el sustento: como se puede mostrar por muchas de las razones ya alegadas. A quienes mendigan de esa manera es preciso retirarles el pan.

En relación con el pasaje da a cualquiera que te pida (Lc 6,30), dice la Glosa: Dale la cosa solicitada o dale la oportuna corrección. De modo semejante, en relación con si alguien te pide, dale (Mt 5,42), dice la Glosa: Dale, pero de tal manera que el dar no te perjudique a ti ni a él, porque, en esto, la justicia ha de ser tenida en cuenta. Has de dar a todo el que te pida. Teniendo en cuenta, sin embargo, que, si pide algo injusto, es preferible darle la corrección a darle la cosa solicitada. Ahora bien, el que puede trabajar manualmente, si pide limosna para él, pide injustamente, como quedó ya demostrado. Por consiguiente, necesita recibir corrección, no lo pedido: para que se aparte de la injusticia.

Agustín, escribiendo al donatista Vicente, dice: Frecuentemente los malos persiguen a los buenos y los buenos a los malos; aquéllos, haciendo daño por la injusticia; éstos, orientando por la enseñanza. Por consiguiente, los buenos pueden perseguir a los malos para instruirlos. Ahora bien, el hecho de quitar el pan a alguien equivale a una cierta persecución. Por tanto, a personas que son malas se les debe quitar el pan, para que se corrijan, sobre todo si pecan con pedir el pan. Ahora bien, los que, estando sanos, practican la mendicidad, pecan, aunque prediquen: como quedó ya demostrado. En conclusión, a esos predicadores se les debe quitar el pan.

Ambrosio dice que, a la hora de dar, se ha de tener en cuenta la debilidad de la persona a quien se hace la donación, o sea, las características de la necesidad que padece; a veces se trata de una vergüenza que delata nobleza por razón del nacimiento; es circunstancia que estimula a generosidad para con los ancianos, los cuales ya no pueden procurarse el alimento. De manera semejante, se requiere una mayor predisposición para remediar la debilidad corporal, sobre todo cuando alguien cae de las riquezas a la indigencia y más aún cuando sin pecado suyo perdió lo que tenía a causa de robo, de proscripción o de calumnias. Por consiguiente, queda claro que, en relación con aquellos a quienes es dada limosna, se requiere aclarar si padecen debilidad corporal o si son pobres vergonzantes, que hayan perdido sus bienes por robo o proscripción. Ahora bien, los sanos que se exponen a la necesidad de mendigar no se encuentran en esa situación. Por consiguiente, no se les ha de dar limosnas.

La limosna se ordena a remediar la necesidad. Quien sufre mayor necesidad debe gozar de preferencia a la hora de hacer la donación. Ahora bien, sufren mayor necesidad quienes no pueden ganar lo necesario con el trabajo propio ni cuentan con otro medio de proveerse. Éstos, por tanto, son quienes gozan de preferencia. Mientras haya indigentes en estas condiciones, no se puede dar limosna a otros.

Dar limosna es acto de misericordia. Por consiguiente, sólo se ha de dar limosna a quienes viven en miseria. Ahora bien, quienes voluntariamente se integran en una vida mendicante, no viven en miseria. Sufren miseria quienes contra su voluntad se ven en la necesidad de mendigar. Como dice el Filósofo, lo involuntario merece misericordia y condescendencia. A los otros pobres no se les debe dar limosna.

Dice Agustín: Dado que no es posible atender a todos, hay que servir principalmente a quienes, según lo requieran lugares y tiempos o por cualquier otra circunstancia, te están más estrechamente vinculados y como unidos por una especie de suerte. Ahora bien, los vínculos más estrechos dicen orden a los consanguíneos, a los vecinos y a otros familiares. Por consiguiente, a otros, que, en comparación con los precedentes, son extraños, no se les han de dar limosnas, mientras existan los indigentes a quienes hay que darlas con preferencia.

[Encuadramiento y diseño de la explicación]

La situación ha sido puesta a la vista. Esta enseñanza puede parecer nueva. En realidad es un error que tuvo comienzo en tiempo de la Iglesia primitiva. En la tercera carta de Juan se dice: Ese Diotrefes, a quien gusta ocupar el primer puesto entre ellos, no nos recibe (v.9). Y unas palabras después añade: No contento con estas cosas, tampoco recibe a los hermanos —hermanos que, según una Glosa, son los pobres— y a quienes quieren recibirlos, se lo prohíbe y los expulsa de la iglesia (v.10). El pasaje es comentado por la Glosa marginal con diversas consideraciones. La primera es que Diotrefes impedía prestar atención a las necesidades humanas de los fieles, y a quienes lo hacían los expulsaba de la comunidad. En otra explicación más personal, comenta, dirigiéndose al destinatario de la carta de Juan: Debes perseverar en la práctica de la limosna, porque veo en ella tanta utilidad que no sólo te escribiría a ti, sino también a toda la iglesia, recomendando la limosna, pero ante la presente situación, renuncié a ello, porque Diotrefes no hace ningún caso de nuestra autoridad. Diotrefes, el heresiarca de aquel tiempo, enseñando novedades, usurpaba para sí la primacía. Su doctrina herética consistía en impedir que se dedicase atención a las necesidades humanas de los hermanos peregrinos, pertenecientes a otras comunidades, usando para ello los bienes propios de aquella su comunidad. Es lo que se ve tanto por el texto como por la Glosa. Vigilancio hizo resurgir este error, como consta por la carta que Jerónimo le dirigió, y en la cual le dice: Tus mismas cartas me hacen ver que escribes contra la autoridad del apóstol Pablo, más aún, también contra la de Pedro, de Juan y de Santiago que estrecharon la diestra con Pablo y Bernabé en señal de comunión, encargándoles que tuviesen para los pobres un recuerdo que se reflejara en limosnas;, en cambio, prohíbes a Jerusalén hacer gastos que den algún alivio a los santos, es decir a los cristianos pobres.

Para rechazar este error, vamos a tratar los temas siguientes:

Mostraremos, en primer lugar, que los pobres que lo abandonan todo por Cristo, pueden vivir de limosna.

En segundo lugar, veremos que los predicadores, aunque no sean prelados [obispos], siempre que sean enviados por los prelados de la Iglesia, pueden recibir, de aquellos mismos a quienes predican, lo necesario para la vida.

En tercer lugar, veremos que a esos predicadores les es lícito pedir limosna, mendigando, aunque estén sanos de cuerpo.

En cuarto lugar se dirá que la limosna debe ser dada sobre todo a esos predicadores.

Por último, daremos respuesta a los argumentos.

[Exposición doctrinal de la cuestión]

Los pobres que lo abandonan todo por Cristo, pueden vivir de limosnas. Esto se prueba, en primer lugar, por el ejemplo de San Benito. De él refiere San Gregorio que, por espacio de tres años, permaneció en una gruta, y era atendido por el monje Romano, después de haber abandonado casa y parientes. Pues bien, aunque estaba sano de cuerpo, no buscó, mediante el trabajo manual, lo necesario para vivir.

El derecho ha establecido lo siguiente: quien abandonó todo lo suyo y lo entregó a los padres, o a los pobres, o lo agregó a los bienes de la iglesia, y, por amor a la pobreza, se inscribió en el número de los pobres, ése recibe del pueblo, no sólo sin codicia, sino con el encomio debido a su piedad, la asistencia que el pueblo tiene deber de otorgar y que otorga fielmente, de modo que, siendo provisto de lo destinado a los pobres, él mismo viva practicando voluntariamente su pobreza. Queda, pues, claro que el pobre que por Cristo lo abandonó todo, puede vivir de las limosnas que el pueblo [cristiano] distribuye entre los pobres.

Antes de cometer un pecado, es preferible prescindir de todo aquello de lo cual, sin pecado, se pueda prescindir. Si, pues, quienes están sanos pecan por recibir limosnas, más bien deberán abandonar cualesquiera otras ocupaciones, por buenas que sean, antes que recibir limosnas. Ahora bien, esto es manifiestamente falso. Basta reparar en lo que dice Agustín, según el cual los siervos de Dios que trabajan manualmente deben tener algunos tiempos reservados, o sea, libres de trabajos manuales, para aprender de memoria lo que habrán de revivir en las celebraciones. Para asegurar esto no deben faltar aquellas buenas obras de los fieles con cuya asistencia se les provee de lo necesario, de modo que las horas dedicadas a la santificación del espíritu con aquellas celebraciones, durante las cuales el trabajo es imposible, no los coloquen bajo la opresión de la indigencia. Por lo cual se ve también que Agustín no presupone que los monjes trabajen manualmente para proveerse de todo lo necesario para vivir, porque, para esto, sería necesario no dejarles ningún tiempo libre dedicado a obras espirituales.

En el mismo libro, Agustín, hablando de un rico que dio sus bienes a un monasterio, dice que hizo bien trabajando manualmente, para ofrecer a los demás un ejemplo, aunque los haberes comunes del monasterio deban responderle, sustentando su vida. Pero si no lo quisiera —practicar el trabajo manual— ¿quién se atreverá a forzarlo? De lo cual se deduce claramente que quien da todo lo suyo a un monasterio, puede vivir de los bienes del monasterio, sin ocuparse en trabajo manual. Puesto que, como dice Agustín, los cristianos, dondequiera que estén, constituyen una única sociedad [una res publica], es indiferente el lugar donde uno se haya desprendido de sus bienes, así como las personas de quienes recibe lo necesario para la vida. Por consiguiente, el que, por Cristo, haya dejado todo lo suyo, puede recibir de cualesquiera lo que necesita para vivir.

El propósito de evitar alguna vez lo que de suyo es malo, no arranca a aquella obra su índole pecaminosa, aunque tal vez la rebaje. Ahora bien, si el hecho de que un pobre con capacidad para trabajar viva de limosnas es de suyo un pecado, se sigue que quienes son capaces de trabajar y durante algún tiempo quieren vivir de limosnas, no quedan exentos de pecado, aunque se propongan a veces vivir de otro modo. Según esto, los peregrinos que gozan de buena salud, pecan por vivir de limosnas. Y lo mismo hay que decir de quienes les preceptúan tales peregrinaciones: lo cual es absurdo.

Consagrarse a la divina contemplación es más laudable que dedicarse al estudio de la filosofía. Ahora bien, hay quienes, sin cometer culpa alguna, para dedicarse al estudio de la filosofía, viven por un cierto tiempo de limosnas. Por consiguiente, también algunos, para dedicarse libremente a la contemplación, pueden durante algún tiempo vivir de limosnas sin trabajar manualmente. Ahora bien, la dedicación permanente a la contemplación es más laudable que la dedicación por tiempo limitado. Hay, por consiguiente, quienes, dedicados durante toda la vida a la contemplación, sin trabajar manualmente, pueden vivir de limosnas.

La caridad de Cristo tiene más poder que la amistad política para hacer todas las cosas comunes. Ahora bien, si alguien, por amistad, me da a mí una cosa, puedo lícitamente usarla con toda libertad, como me parezca. Por tanto, con mucha mayor razón, puedo vivir de aquello que me es dado por la caridad de Cristo.

Quien puede recibir lo que es más, puede también recibir lo que es menos. Ahora bien, los religiosos pueden recibir, en concepto de intereses, mil marcos y vivir de ellos, sin trabajo manual; de otro modo, muchos religiosos, que tienen grandes posesiones, se encontrarían en estado de condenación. Otro tanto habría que decir de muchos clérigos seculares que, sin tener cura pastoral, viven de limosnas que provienen de las posesiones de la iglesia. Por consiguiente, es ridículo decir que los religiosos pobres no pueden recibir pequeñas limosnas y proveer con ellas al sustento, sin trabajo manual.

Los pobres que ya no pueden trabajar quedan más defraudados si es dado a otros lo que a ellos es debido y les está destinado, que si lo dado a otros no les era debido a ellos. Ahora bien, el producto de los bienes de la iglesia está de por sí destinado a los pobres. El derecho lo comprueba y lo regula, diciendo: Los clérigos que pueden ser sustentados con los bienes de los padres, no pueden vivir de los bienes de la iglesia. Los pobres, por tanto, han de vivir de ellos. Parece, pues, que los pobres sufrirían mayor defraudación si quienes estando sanos y sin hacer trabajo manual viven de las posesiones de la iglesia, que si los pobres de Cristo viven de lo que los fieles, de sus propios bienes, les ofrecen, porque estos bienes no tienen un preciso destino a los pobres. Si los pobres del primer caso no sufren defraudación, tampoco los del segundo.

Con esto se relacionan otras muchas cosas que han sido dichas ya al tratar del trabajo manual.

Los predicadores, aunque no sean prelados, pueden procurarse el sustento recibiendo limosnas de aquellos a quienes predican. El Apóstol dice: ¿Quién jamás hace la milicia a su costa? ¿Quién planta una viña y no come de su fruto? ¿Quién apacienta un rebaño y no se alimenta de su leche? (1 Cor 9,7). Todos estos ejemplos y otros más son propuestos, como dice la Glosa, para mostrar que los apóstoles no reclamaban para sí nada más allá de lo debido, sino que, viviendo del evangelio, como el Señor lo estableció, comían el pan gratuitamente, recibiéndolo de aquellos mismos a quienes anunciaban la gracia gratuita. Ahora bien, consta que al soldado, a quien planta la viña, al pastor del rebaño le es debido el alimento por razón del trabajo en que se ocupa. Ahora bien, como en el evangelio tienen trabajo de predicar no solamente los prelados, sino también todos los que lícitamente predican, unos y otros pueden recibir de aquellos a quienes predican el sustento que necesitan para vivir.

El Apóstol prueba que los apóstoles podían recibir de aquellos a quienes predicaban bienes temporales, porque sembraban en ellos los espirituales. Cuando alguien da lo grande no tiene nada de extraño que reciba lo pequeño. Por lo cual [el Apóstol], en el mismo capítulo, dice: Si nosotros hemos sembrado en vosotros lo espiritual, ¿será excesivo que seguemos lo material? (1 Cor 9,11). Los mismos bienes espirituales que son proclamados por los prelados, los proclaman también quienes predican por autoridad de ellos. Luego también éstos pueden recibir de aquellos a quienes predican los bienes materiales con que sustentar la vida.

En el mismo capítulo, el Apóstol dice: El Señor mandó que quienes anuncian el evangelio vivan del evangelio (1 Cor 9,14). A este propósito la Glosa dice: Con buena razón hizo esto, para que estuvieran más liberados en la dedicación al ministerio de predicar la palabra de Dios. Ahora bien, todos los que son destinados a la predicación han de estar siempre dispuestos para predicar, ya sean prelados, ya quienes predican con la autorización de ellos. Por consiguiente, el mandato del Señor, acerca de vivir del evangelio, se extiende también a quienes no son prelados. Esto mismo se muestra en las palabras del Apóstol, el cual no dice ‘quien tiene la autoridad ordinaria’, sino sencillamente «el que anuncia».

Al enviar a los discípulos a predicar, el Señor les dice: permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que ellos tienen, pues el obrero merece su salario (Lc 10,7). Por donde se ve que el sustento es debido al predicador como a manera de salario por parte de aquellos a quienes predica. Claramente lo dice la Glosa: advierte que a una única obra de los predicadores son debidas dos recompensas, una durante la vida presente que nos sustenta para el trabajo, la otra en la vida futura que nos recompensa con la resurrección. Ahora bien, la recompensa es debida no a la potestad o a la autoridad, o al hábito, sino al acto, porque sólo mediante actos merecemos. Por lo cual el Filósofo dice: Así como en las olimpiadas no son coronados los mejores ni los más fuertes, sino los que combaten, de modo semejante en la vida de quienes practican el bien ganan celebridad los que actúan. Esto mismo es lo que dice el Apóstol: No será coronado sino quien haya combatido reglamentariamente (2 Tim 2,5). Por consiguiente, quienes predican, sean prelados o no, a condición de que lo hagan lícitamente, pueden lícitamente vivir del evangelio.

Trabajan más en el evangelio quienes predican en cuanto enviados por los prelados que quienes pertenecen al colegio desde el cual son enviados o que los envía de acuerdo con la voluntad de los prelados. Ahora bien, aquellos desde cuyo colegio son enviados los predicadores pueden, aunque no sean prelados, vivir de las limosnas recibidas de aquellos a quienes es predicado el evangelio. Esto es evidente por lo que se lee en Rom 15,26-27: Macedonia y Acaya tuvieron a bien hacer una ofrenda para los santos que están en Jerusalén. Y les pareció bien, pues son deudores para con ellos; porque si los gentiles han sido hechos partícipes de sus dones espirituales, deben ofrecerles asistencia mediante los materiales. La Glosa aclara que los gentiles participaron de los judíos, en cuanto que los primeros predicadores procedían del pueblo judío. Estos pobres no eran solamente los apóstoles, porque para los solos apóstoles que eran doce y se contentaban con poco, no era necesario hacer colectas en todas las iglesias, y principalmente porque ellos vivían de las limosnas recibidas de aquellos a quienes predicaban: como consta por 1 Cor 9,14. Así pues, con mucha más razón pueden vivir del evangelio quienes lo anuncian por comisión de los prelados.

Quien otorga gratuitamente algo a lo que no está obligado puede ser correspondido no menos que quien cumple un deber. Ahora bien, los prelados tienen obligación de servir con bienes espirituales a sus comunidades respectivas, pues, como dice el Apóstol, si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; es para mí un deber. Y ¡ay de mí, si no anunciare el evangelio! (1 Cor 9,16). Por consiguiente, quienes no son prelados ni están vinculados con las comunidades por deber alguno pueden lícitamente recibir bienes temporales de aquellos a quienes predican.

Agustín dice: Confieso que los religiosos, si evangelizan, pueden vivir de los estipendios de los fieles. Son evangelizadores, además de los prelados, todos los que son capaces de anunciar el evangelio, incluidos los diáconos. Por este motivo, el Apóstol dice: Constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelizadores, a otros pastores y maestros (Ef 4,11), distinguiendo a los evangelizadores de los pastores y apóstoles en cuyo lugar están los prelados. Los predicadores del evangelio, sean prelados o no, pueden vivir del evangelio.

La más honorable, entre las ocupaciones eclesiásticas, es la de aquellos que anuncian la palabra de Dios, por lo cual Cristo manifiesta haber venido para esto (Mc 1,38) y para esto fue enviado: Me envió para anunciar el evangelio a los pobres (Is 61,1). Para esto también se dice enviado Pablo: pues Cristo no me envió a bautizar, sino a proclamar el evangelio (1 Cor 1,17). Ahora bien, quienes están comprometidos en las ocupaciones eclesiásticas no deben trabajar manualmente, sino que han de vivir de los bienes de la iglesia, como dice Agustín hablando de sí mismo. Así, pues, con mucha más razón quienes se ocupan en la predicación de la palabra de Dios pueden vivir del evangelio, sin trabajar manualmente.

El oficio de la predicación es más provechoso que el de la abogacía. Ahora bien, los abogados, ejerciendo lícitamente su oficio, pueden vivir de su trabajo y oficio. Por tanto, con mucha mayor razón los predicadores pueden vivir del evangelio, sean prelados o no, siempre que prediquen lícitamente.

Aunque de la usura no está permitido hacer limosnas, a los predicadores, sin embargo, está concedido recibir limosnas de los usureros, si de otro modo no pueden permanecer en territorio de los usureros. La razón es ésta: cuidan los asuntos de aquellos a quienes es debido el dinero exigido por la usura y mediante la predicación estimulan a los usureros a restituir las usuras, como está dicho en la Decretal. Pero los predicadores llevan también los asuntos de todos, de los ricos y de los pobres, porque a los ricos los estimulan a la donación de limosnas a los pobres, al mismo tiempo que exhortan a los demás a otras obras buenas. Pueden, por tanto, recibir lícitamente limosnas de aquellos a quienes predican.

En las artes mecánicas vemos que viven lícitamente del producto elaborado no solamente quienes realizan un trabajo manual, sino también el diestro arquitecto que dirige a los otros pero que no trabaja manualmente. Ahora bien, aquel que ejerce la enseñanza en el orden de la moral es como arquitecto de los oficios humanos; y esto está claro en el Filósofo. Por consiguiente, los predicadores pueden vivir del oficio de la predicación, aunque no trabajen manualmente.

La salud del alma ha de ser preferida a la del cuerpo. Ahora bien, los médicos, dando un consejo acerca de la salud del cuerpo, aunque no hagan ningún trabajo manual, pueden lícitamente recibir los medios de vida. Por tanto, con mucha mayor razón pueden recibirlos quienes se ocupan en el oficio de la predicación, sin trabajar manualmente.

Ahora hay que mostrar que los predicadores pueden vivir no sólo de las limosnas ofrecidas voluntariamente, sino también de las pedidas mendigando.

Se demuestra, ante todo, por el ejemplo de Cristo, en nombre del cual se dice en el salmo 39,18: soy mendigo y pobre. Con estas palabras, según la Glosa, Jesús está señalando su condición de siervo, y añade: mendigo es quien hace petición a otro; pobre, el que no se basta a sí mismo.

Otro salmo dice: yo soy un indigente y un pobre (Sal 69,6). Acerca de lo cual dice la Glosa: soy indigente, o sea, alguien que pide; soy también pobre, es decir, no me basto a mí mismo, porque no tengo riquezas humanas, mientras que las recibo interiormente, allí donde el rico vive en permanente ambición.

Otro salmo dice: persiguió al necesitado y al mendigo (Sal 108,17). La Glosa ve en ese pobre a Cristo. Perseguir a los pobres es pura crueldad. A veces otros sufren esto [la persecución] con motivo de riquezas y de honores. Estas dos últimas glosas prueban de manera manifiesta que las palabras están haciendo referencia a la mendicidad y que han de ser entendidas así.

El Apóstol, por su parte, dice: Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, porque, siendo rico, se hizo pobre por vosotros (2 Cor 8,9) y la Glosa añade: en el mundo. Así lo afirma la Glosa en ese mismo lugar: Es evidente que Cristo debe ser imitado en esto, que nadie se desprecie a sí mismo: pobre en la celda, rico en la conciencia, duerme más seguro en tierra que el rico en la púrpura. Así, pues, no te asustes de acercarte con tu mendicidad a quien se revistió de tu pobreza.

Está dicho de manera expresa que el Señor buscó alimento. En efecto, por Lc 19,5 sabemos que el Señor dijo a Zaqueo: Baja enseguida, Zaqueo, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa. La Glosa comenta: sin haber sido invitado, invita; pues, a pesar de no haber escuchado aún la voz del invitante, ya había escuchado el afecto.

En Mc 11,11 se lee: Habiendo mirado alrededor todas las cosas, como ya anochecía se fue a Betania. La Glosa comenta: Anduvo mirando para ver si alguien le daba hospedaje. Fue tan grande su pobreza y él estuvo tan lejos de adulaciones que en ciudad tan grande no encontró hospedaje. Por donde se ve que Cristo fue tan pobre que ni siquiera podía pagar el hospedaje, sino que lo pedía y lo esperaba de otros. Por consiguiente, es blasfemo decir que no está permitido mendigar.

Jerónimo, escribiendo a Furia sobre la viudez, le dice: Cada vez que alargas la mano, piensa en Cristo. Sé cuidadosa, no ocurra que, cuando tu Señor mendiga, tú acrecientes las deudas. De donde se sigue que Cristo mendigó.

Esto se prueba igualmente por el ejemplo de los apóstoles, los cuales recibieron del Señor orden de que, al ponerse en viaje, no llevasen provisión para el camino (Mt 10,9-10; Mc 6,8-9; Lc 9,3 y 10,4). Ahora bien, ellos no podían recibir; un mandato se lo prohibía. Está, pues, suficientemente claro que pedían con humildad el necesario alimento: y esto es mendigar.

Esto mismo consta, en relación con los discípulos de los apóstoles. En la tercera carta de Juan se lee: Se pusieron en camino por su nombre (v.7). La Glosa comenta: Se pusieron en camino para difundir el conocimiento del nombre de Cristo, desentendidos de las cosas propias. O sea, iban sin lo necesario para el camino. Por lo cual es evidente que estaban en necesidad de pedir.

Cada uno tiene mayor obligación de proveerse a sí mismo que a los demás. Ahora bien, el Apóstol pedía limosnas para otros, es decir, para los pobres de los santos que estaban en Jerusalén. Por tanto es también lícito pedir limosna para los hermanos o para uno mismo.

La licitud de la mendicidad es evidente por el ejemplo de San Alejo, el cual, habiendo abandonado por amor a Cristo todo lo suyo y sin trabajar manualmente, vivía de limosnas que él mismo pedía mendigando, hasta el punto de pedirlas a los criados de su padre que andaban buscándolo. Y daba gracias a Dios por haber recibido limosnas de sus criados. Indicio de su santidad fue la voz bajada del cielo, escuchada por el papa, por los emperadores Honorio y Arcadio y por todo el pueblo romano, estando en la iglesia de San Pedro. Aquella voz proclamó que los méritos de él habían preservado a Roma de la devastación. Después de la muerte, brilló con muchos milagros. Fue canonizado y su fiesta es celebrada solemnemente por la iglesia de Roma.

Jerónimo, escribiendo a Océano, en encomio de Fabiola, dice que ansiaba, repartidas de una vez sus riquezas, recibir óbolos para Cristo. Pero no podría haber recibido encomienda para esto, si el mendigar fuese pecado.

La Iglesia no manda nunca como penitencia lo que es ilícito. Sin embargo, hay casos en que a alguien, por graves pecados cometidos, se le manda que haga peregrinación, fuera de su tierra, y sin recursos, viviendo de mendicidad. Por consiguiente, mendigar no es ilícito, sino que puede ser una obra de penitencia. Así, pues, practicar la mendicidad por Cristo pertenece a la perfección de vida cristiana, a la manera de otras obras de penitencia sobre las cuales se asientan las órdenes religiosas.

Contra la concupiscencia de la carne valen aquellas cosas que maceran el cuerpo, como el ayuno, la reducción del sueño y otras análogas. Por motivo semejante, todo aquello que contiene o presupone humillación, es válido contra la soberbia del espíritu, de la cual es preciso huir tanto como de la concupiscencia de la carne, pues, como dice Gregorio, los pecados del espíritu entrañan mayor culpabilidad. Ahora bien, entre todas las obras de penitencia, ninguna humilla tanto, ninguna hace al hombre tan abyecto como el hecho de pedir limosna. Por lo cual todo el mundo tiene vergüenza de mendigar. Por tanto, así como al estado de perfección pertenece el ayunar, el reducir el sueño, el reprimir la concupiscencia de la carne, de manera semejante también a la vida perfecta pertenece el hecho de asumir, por amor a Cristo, la mendicidad, para humillar el espíritu.

La caridad de Cristo es más dadivosa que la amistad humana. Ahora bien, por amistad humana se puede pedir al amigo algo de que uno tenga necesidad, sobre todo si en algo puede compensarle, siendo indiferente, como dice el Filósofo, que la compensación consista en la cosa misma o en otra. Por consiguiente, con mucha mayor razón, está permitido a alguien, aunque goce de buena salud, pedir, por la caridad de Cristo, las cosas de que tiene necesidad, sobre todo teniendo en cuenta que el perceptor puede compensar al donante por medio de la oración y otras obras buenas.

A cualquiera se le puede pedir aquello con cuya donación se acrecienta su bondad. Ahora bien, la donación de limosnas mejora la condición del donante, porque, mediante ella, merece la recompensa eterna. Por tanto, no es ilícito pedir limosnas.

No es posible remediar la indigencia del pobre si su situación no es conocida, y el conocimiento sólo es posible si el indigente manifiesta su situación pidiendo. Por consiguiente, si lícitamente se puede llegar a una situación en la cual haya necesidad de pedir lo ajeno para sustento, es también lícito que pida. Ahora bien, es lícito que alguien se ponga, por Cristo, en estado de estrechez, en el cual, aunque trabaje manualmente, siempre tendrá necesidad de muchas cosas, como dice Agustín. Por consiguiente, es lícito pedir limosnas.

A los mendicantes de que se trata se les ha de dar limosnas.

Para demostrarlo, está, en primer lugar, el pasaje de la tercera carta de Juan (v.8) que dice: Carísimo, manifiestas ser muy fiel en todo lo que haces para con los hermanos, y eso que son peregrinos. Quiénes sean los hermanos de que habla, lo especifica en seguida. Son los que, desprendidos de todo lo propio, como dice la Glosa, se pusieron en camino por el Nombre. A personas así, nosotros debemos acogerlas. A este respecto, otra Glosa dice: Juan lo había abandonado todo y se cuenta entre los ricos para darles una mayor viveza y prontitud en las muestras de servicio a los pobres. Es, por tanto, encomiable dar limosna a quienes por Cristo viven sin propiedades.

En Mt 10,41 se lee: quien acoge al justo por ser justo o porque, como dice la Glosa, ‘responde al nombre de justo’, recibirá premio de justo. La Glosa hace esta otra reflexión: Alguien se preguntará: ¿recibimos, por tanto, al pseudoprofeta y a Judas el traidor? Previendo esto, el Señor no dice que sean recibidas las personas, sino los nombres, y que quien recibe no carecerá de recompensa, aunque sea acogido el indigno. De lo cual se deduce que han de ser dadas limosnas a quienes llevan nombre de santidad, aunque sean indignos.

En Rom 15,28 el Apóstol hace la recomendación de los macedonios y de los de Acaya porque tomaron la decisión de hacer una colecta en favor de los pobres de los santos [de la Iglesia de Jerusalén]. En relación con ello dice la Glosa: Éstos se entregaron totalmente a homenajear a Dios; desprendidos de todo interés humano, daban a los creyentes ejemplo de buen comportamiento. Con destino a éstos, los de Acaya y los de Macedonia hicieron una colecta, con cuyo recuerdo el Apóstol invita a los Romanos a obras semejantes. Por consiguiente, queda claro que es un deber dar limosna a esta clase de pobres.

En 2 Cor 8,14, se lee: Vuestra abundancia remedia la indigencia de ellos. Según la Glosa, ‘ellos’ son quienes lo dieron todo. Por tanto, la conclusión es la de antes.

El Apóstol dice: Vosotros, hermanos, no os canséis de hacer el bien (2 Tes 3,13) ‘a los pobres’, añade la Glosa. Y la Glosa explica el pensamiento diciendo: No deben cesar, porque, aunque trabajen, pueden tener necesidad de algo. Les dirige una exhortación para evitar que quienes tenían medios de ofrecer a los siervos de Dios lo que necesitasen, en esta ocasión se mostrasen perezosos. La reprensión no es para quien hace donaciones con largueza, sino para quien, pudiendo trabajar, quiere vivir en holganza. Por consiguiente, es laudable dar limosnas a los siervos de Dios, trabajen o no, incluso cuando merecen reprensión por no trabajar.

Jerónimo, escribiendo contra Vigilancio, dice: No negamos que es preciso socorrer a todos los pobres, también a los judíos y samaritanos, si los recursos alcanzan. El Apóstol, sobre la base de que es necesario asistir a todos, dice que se requiere atención especial respecto de los cristianos, porque a éstos se refiere el Señor en el evangelio, diciendo: ‘Haceos amigos con las riquezas injustas, para que, cuando éstas falten, os reciban en las moradas eternas’ (Lc 16,9). ¿Acaso los pobres, bajo cuyos vestidos y en cuya suciedad corporal arde la pasión libidinosa, pueden tener moradas eternas, no teniendo ni las presentes ni las futuras? Son bienaventurados no los pobres simplemente, sino los pobres en el espíritu, sobre los cuales está escrito: Dichoso el que cuida del débil y del pobre (Sal 40,2). Para socorrer a los que comúnmente llamamos pobres, no hay necesidad de buscar comprensión, sino de hacer limosna. En los pobres santos se hace patente una gozosa comprensión, la de comprobar que uno da a quien se avergüenza de recibir y experimenta dolor por haber recibido. Cosecha lo carnal, cuando él hace siembra de lo espiritual. De donde se sigue que es mejor dar limosna a los pobres santos que a cualesquiera otros.

Acerca del pasaje distribuyó, dio a los pobres, su justicia permanece para siempre (2 Cor 9,9), dice la Glosa: Si quien hace limosna a los pobres recibe una gran recompensa, ¿cuánto mayor será la de quien sirve a los santos? Pobres pueden ser llamados también los malos. Llegamos, pues, a la misma conclusión de antes.

Jerónimo, comentando la carta a los Gálatas, exponiendo el pasaje el que es instruido haga partícipe de sus bienes a quien lo instruye (6,6), se expresa así: a quienes todavía eran débiles, en fase de discípulos y con criterios humanos, les manda [el Apóstol] que así como cosechan de los maestros dones espirituales, así también ofrezcan dones corporales a esos maestros, los cuales, entregándose totalmente al aprendizaje y al estudio de lo divino, andan necesitados de las cosas de la vida presente. Por consiguiente, las limosnas han de ser dadas también a quienes no se ocupan en trabajo corporal, sino que se consagran por entero al estudio de las Escrituras.

Jerónimo, escribiendo a Paulino, le dice: Cuando veas que alguien te habla siempre o a menudo de dinero, exceptuada la limosna a la que todos pueden acogerse, tenlo más bien por mercader que por monje. Por donde se ve que la limosna ha de ser dada a los monjes y a todos los demás y que a ellos les está permitido hablar acerca de la petición de limosna.

En el Decreto se dice: Si alguien desprecia a quienes son fieles en ofrecer los ágapes, es decir, los convites de los pobres y para honrar al Señor convocan a los hermanos, y él se negase a participar en estos llamamientos, despreciando lo que se hace: sea anatema. Por consiguiente, queda claro que ha de ser excomulgado quien dice que a los pobres no se les debe otorgar limosnas.

En Prov 21,13 se dice: quien cierra su oído al clamor del pobre, también él clamará y no será oído. Acerca de lo cual dice la Glosa: Se trata del pobre en general, no solamente del indigente o de quien sufre debilidad corporal; pues quien, a la vista de crímenes ajenos, rehúsa condolerse y prefiere asumir la función de juez, muestra que nunca se impresionó por el horror de los vicios y que no es digno de escuchar palabras sobre la misericordia divina. Es, por tanto, evidente que las limosnas han de ser concedidas a todos, aunque estén sanos.

En el Sal 103,14 se lee: Produce el heno para los jumentos y la hierba para servicio del hombre. La Glosa lo expone así: La tierra se saciará produciendo heno, es decir, bienes temporales, para los jumentos, o sea, para los predicadores, a fin de que quienes anuncian el evangelio, vivan del evangelio. La tierra, si no produce heno, es decir, bienes temporales, señal de que no está regada y que es estéril; en cambio, si los produce, ése es el fruto. Y poco después añade: Son debidos bienes temporales a los predicadores que distribuyen los espirituales. En favor de ellos se dice: bienaventurado el que se adelanta a la voz de quien deberá pedir. No se debe tratar al buey que trilla como al mendigo que pasa, y a quien das algo, porque se lee: da a todo el que te pide. A éste, en cambio, debes darle, aunque no te pida. Y nuevamente: Da a todo el que te pide, quienquiera que sea, reconociendo en él a aquel a quien haces la donación; a nivel superior, sé dadivoso para con el siervo de Dios, para con el soldado de Cristo, aunque no pida. Queda, pues, claro el deber de la limosna a todo pobre que pide. A los predicadores deben dársela, sobre todo, aquellos que los escuchan.

Acerca de Lc 16,9, ganaos amigos por medio de las riquezas injustas, dice la Glosa: Esos amigos no son todos los pobres, sino aquellos que pueden recibiros en las moradas eternas. Ahora bien, en las moradas eternas pueden recibir sobre todo los que son pobres por Cristo, los cuales, además, serán jueces con Cristo. Por consiguiente, a ellos de manera principal han de ser dadas las limosnas.

[Respuesta a la primera serie de argumentos de la impugnación]

Queda, por último, el dar respuesta a los argumentos en contrario.

Los regalos ciegan los ojos de los sabios. En cuanto a esto hay que tener en cuenta que las cosas temporales pueden ser consideradas con dos criterios. Se puede buscar acrecentarlas y acumularlas, en cuyo caso la aceptación de regalos procede de codicia, la cual ciega los ojos del corazón y hace apartarse de la justicia. Pero lo temporal sirve también para el necesario alimento y vestido. La aceptación de regalos para este fin no lleva aneja la codicia; por lo cual ni ciega los ojos del corazón ni hace cambiar las palabras justas. Esta distinción se encuentra claramente en 1 Tim 6,8: Teniendo con qué alimentarnos y con qué cubrirnos, estemos con esto contentos. Como la Glosa dice: quien pasa más allá, encuentra el mal. Por eso añade el Apóstol: quienes buscan enriquecerse caen en tentaciones y en lazos del diablo.

Hay dos formas de servidumbre: la del temor y la del amor. Quien recibe regalos por codicia se hace siervo del temor, porque lo adquirido por codicia es poseído con temor. De esta servidumbre deben estar libres los siervos de Cristo. Está escrito: no recibisteis un espíritu de servidumbre para recaer de nuevo en el temor (Rom 8,15). En cambio quien recibe regalos por caridad es siervo del amor; de esta servidumbre los siervos de Cristo no están libres. Dice, en efecto, el Apóstol: No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor nuestro, y a nosotros mismos como siervos vuestros por amor de Jesús (2 Cor 4,5). Ahora bien, es evidente que quien, en cumplimiento del oficio de la caridad, recibe limosnas para sustento corporal no incurre en servidumbre alguna que sea indigna de los siervos de Cristo; vive la servidumbre que debe encontrarse en todos los siervos de Cristo.

De suyo, dar es más laudable que recibir. Por lo cual también el Filósofo dice, que el acto de la liberalidad consiste más en dar que en recibir. Nada, sin embargo, impide que la recepción sea mejor por razón de algo que se añade y que es accidental. Por tanto, hay que decir: si en el pobre se mira solamente la recepción de limosna, es mayor la dicha del rico que puede hacer limosna que la del pobre que la recibe. Pero el motivo de tener que recibir limosna puede hacer que sea de mayor mérito el recibir que el dar. Es el caso de quien por amor de Cristo se coloca en estado en el cual recibe limosnas, porque es pobre, pero no forzado, sino por propia voluntad. Dice la Glosa: No antepone los ricos limosneros a los que, abandonadas todas las cosas, siguieron al Señor; atribuye la mayor gloria a quienes, renunciando a todo, trabajan sin embargo manualmente, para tener con qué ayudar a quien sufre necesidad. Sin duda alguna esto más laudable se encuentra solamente en aquellos que están libres de otras ocupaciones más necesarias para la vida humana. Y si ellos pudieran, sin impedimento de sus ocupaciones, trabajar para dar a otros sería más perfecto: como se dijo ya anteriormente, al tratar del trabajo manual. Tampoco se ha de admitir que los religiosos estén obligados a todo lo que es más perfecto. Su obligación es la que se deriva del compromiso adquirido en la profesión.

La Iglesia no sufre gravamen cuando quienes viven de limosna se contentan con poco, a la vez que en la Iglesia producen mucho fruto. Más bien, con esto la Iglesia recibe gran alivio, porque lo que otros, que no se contentan con tanta parquedad, hacen a base de grandes gastos, esto mismo es llevado a cabo por ellos con gastos pequeños. El hecho de que predicadores como ésos vivan de limosna no quita nada a los pobres, porque, gracias a sus consejos y exhortaciones, son hechas a los pobres donaciones mucho más copiosas que lo que ellos reciben. Además, ellos mismos dieron a los pobres todo lo que tenían. Por consiguiente, pusieron al servicio de los pobres cantidades muy superiores a lo que ellos reciben de limosna.

El decreto de que se trata es alegado con aviesa intención. Para verlo, basta tener en cuenta que Graciano en el párrafo siguiente dice: En virtud de los documentos alegados se prohíbe que sean acogidos por la iglesia [para vivir de limosna] no quienes algún tiempo fueron ricos y después lo dejaron todo, como Pedro y Mateo y Pablo, o lo distribuyeron a los pobres como Zaqueo; o lo incorporaron a los bienes de la iglesia, como aquellos que vendían sus campos y ponían el precio a disposición de los apóstoles para tenerlo todo en común; la prohibición se refiere a quienes residiendo en la casa de los padres o no queriendo renunciar a lo suyo, pretenden ser atendidos con bienes de la iglesia. Y esto es lo que va probando en los capítulos siguientes.

Agustín habla de quienes se dedican a vida de holganza, los cuales de ninguna manera pueden ser útiles a aquellos por quienes son sustentados. Esas personas no pueden menos de adular para seguir recibiendo atención. Sustentar a esas personas sería gravoso para cualquiera, a no ser que con sus adulaciones capten benevolencia para quien les presta atención. El caso de quienes son sustentados por amor a Cristo es distinto; éstos, para recibir lo temporal como correspondencia a los bienes espirituales que distribuyen, no necesitan adular, porque lo que reciben no les es dado por razón de sus personas, sino por razón de otro, de quien son siervos, y a quien en ellos reciben, de acuerdo con la palabra evangélica: quien os recibe a vosotros, me recibe a mí (Mt 10,49). La Glosa hace la reflexión siguiente: En los apóstoles no recibe ninguna otra cosa que lo que ellos son en Cristo. Por lo cual, es evidente que quienes se hacen pobres y mendigan y viven de limosnas por Cristo, no se imponen la necesidad de adular. En mayor necesidad de adulación y de servidumbre viven los ricos, los cuales, para ampliar y conservar las riquezas, han de adular a los príncipes. Por este motivo dice el Crisóstomo: Se ven en necesidad de adular los soldados, los príncipes, los súbditos; sienten necesidad de muchas cosas; se ven sometidos a una bochornosa servidumbre, andan temerosos y son suspicaces. Se asustan ante la mirada de aquellos de quienes sospechan, ante las palabras de quienes calumnian, ante las codicias de quienes son avaros. Pero la pobreza no es nada de eso, sino todo lo contrario.

El recibir no es acto de liberalidad sino en cuanto se ordena al dar. Pero el recibir lo necesario para el sustento es acto de humildad en quienes, por Cristo, se humillaron hasta el punto de sufrir indigencia. Y la humildad es virtud más excelente que la liberalidad.

Agustín, en aquel libro, reprende a los monjes que querían vivir de limosnas por dos motivos. Primero, por el error en que habían caído, diciendo que el trabajo manual es contrario al precepto evangélico en el que se dice: no andéis preocupados por vuestro cuerpo sobre qué podréis vestir (Mt 6,25). Segundo, porque se negaban al trabajo manual a causa de la pereza, rehuyendo la vida laboriosa que habían tenido que practicar mientras se encontraban en condición secular. Sobre ellos dice: no se puede soportar que mientras los senadores se hacen trabajadores, allí mismo los operarios se hagan holgazanes. Pero no prohíbe que quienes en vida secular tenían posesiones para vivir sin trabajo manual y quienes están ocupados en tareas eclesiásticas vivan de limosnas, poniendo como ejemplo a quienes en la Iglesia primitiva de Jerusalén hicieron ya esto. Este sentido está claro para quien lea con atención. Quienes no predican no tienen derecho a vivir del evangelio como el obrero de su trabajo. Pero a ellos no se les prohíbe que, como pobres, vivan de limosna. A este respecto, dice la Glosa sobre el pasaje ‘produce heno para los jumentos’ (Sal 103,14): De un modo es dada la limosna al pobre, y de otro al predicador.

No hay inconveniente en que lo que a uno es dado como recompensa, a otro le sea dado gratuitamente y por misericordia. Por lo cual el sustento que es concedido a los predicadores como obligada recompensa, puede ser otorgado a todos los pobres no como recompensa debida, sino como subsidio de caridad.

El daño que se seguía de la predicación de los pseudo apóstoles a quienes el Apóstol quería quitar la ocasión de predicar, evitando pedir estipendios de los fieles: ese daño era mayor que el que pudiera derivarse del hecho de que el Apóstol buscara el sustento a base de trabajar manualmente. Ahora la situación es la inversa. Para los fieles de la Iglesia el hecho de que algunos den ejemplo de humildad viviendo, por amor a Cristo, en pobreza y mendicidad y, dejado el trabajo manual, se ocupen en lo perteneciente a la salvación de las almas, representa un beneficio mayor que el daño que se pueda seguir del comportamiento de quienes, sin trabajar, caen en la torpeza de querer vivir de limosna. Por consiguiente, los pobres de Cristo no tienen por qué renunciar a vivir de limosna, para quitar pretexto a los demás.

Así como entre los judíos existía la costumbre de suministrar a los doctores lo necesario para el sustento, eso mismo se ha generalizado entre todos los cristianos, una vez que ha sido difundida la doctrina evangélica que lo preceptúa. Por tanto, aunque al iniciarse la conversión de los gentiles, cuando entre ellos aún no existía esta costumbre, el Apóstol renunciaba a pedir estipendios para evitar el escándalo, en la actualidad no hay miedo alguno a tal escándalo, sobre todo respecto de quienes, en alimento y vestido, se contentan con poco; de esto son muchos más los que se edifican que los que se escandalizan, reactualizando el escándalo de los fariseos, del cual manda el Señor que no se haga caso (Mt 15,12-14). Otra cosa sería si recibieran limosna no sólo para el necesario sustento, sino para banquetear y amasar riquezas.

Por la misma razón se podría demostrar que la virginidad no es buena. Esto es lo que Jerónimo dice contra Vigilancio, el cual alegaba esa razón. Si todos practicasen la virginidad, no habría matrimonio y el linaje humano perecería. Y poco después añade: La virtud no abunda y son pocos quienes la apetecen. Ojalá fuesen todos lo que son unos pocos de quienes fue dicho: muchos son los llamados, pero pocos los escogidos (Mt 20,10 y 22,14). Con ello queda resuelta la dificultad. Las obras de perfección implican tanta dificultad que son pocos quienes las aceptan. No hay ningún temor de que, por dedicarse todos a ellas, el mundo desaparezca.

En aquellas palabras, ‘donativo’ se toma en sentido amplio, para significar todo aquello que no se adquiere con trabajo manual ya proceda del patrimonio o de cualquier tipo de ‘rentas’. Por esto, después de las palabras citadas, se añade: Una cosa es cierta. No sólo quienes se glorían de contar con las riquezas de los padres, o con los trabajos de los criados, sino también los reyes mismos de este mundo son sustentados con el ‘ágape’, o sea con la limosna. Lo que nos tomamos por necesidad del cotidiano sustento y que no fue producido por el trabajo de nuestras manos: todo eso los padres decidieron que fuera llamado ágape. Es claro que no habla de alimento que sea culpa. De lo contrario, pecarían absolutamente todos los que, sin trabajar manualmente, viven de sus propias cosas. Habla del alimento que es perfección, consistente en que el hombre entregue todo lo suyo a los pobres y practique el trabajo manual, sobre el cual, según el Apóstol, hay que dar preferencia a una obra ministerial, como predicar, enseñar y otras cosas por el estilo.

Jerónimo habla de sí mismo, como es evidente para quien lea la carta. Vivía en el desierto donde ni predicaba ni enseñaba. De esto nadie puede deducir que él lo hiciera como vinculado por precepto; lo hacía por propia voluntad, a no ser que los estatutos de la vida eremítica le obligasen a trabajo manual.

[Respuesta a la segunda serie de argumentos de la impugnación]

Los adversarios pretendían demostrar que no es lícito pedir limosnas mendigando.

Las palabras de ningún modo habrá indigente ni mendigo entre vosotros (Dt 15,4), no prohíben asumir estado de pobreza o de mendicidad. Mandan que nadie sea abandonado hasta el punto que deba mendigar por necesidad. Esto se ve claro por lo que precede: No tendrá poder de hacer reclamación al prójimo o al pariente (v.1). A propósito de esto dice la Glosa: Aunque todos sean prójimos míos, para con aquellos, sobre todo, hay que practicar la misericordia que, juntamente con nosotros, son miembros de Cristo. Es, por tanto, evidente que allí se preceptúa la misericordia, no se prohíbe la mendicidad.

La Glosa lo entiende referido al pan espiritual y por eso dice: No he visto a un justo abandonado por Dios ni a su linaje mendigando el pan espiritual, o sea, que ande necesitado del pan de la palabra de Dios, porque la palabra de Dios está siempre con él. Si el término de referencia es el pan material, el sentido es que los justos no buscan pan por necesidad, como si estuviesen abandonados por Dios. Se lee, en efecto: No te dejaré ni te abandonaré (Heb 13,5). No se excluye que quienes son justos no puedan exponerse a la pobreza por Cristo. Tal vez esto, en tiempo del salmista, no era practicado, porque las obras de perfección estaban reservadas para el tiempo de gracia.

No hay inconveniente en que aquello que a uno es impuesto como castigo otro lo asuma voluntariamente para santificación. Así, por ejemplo, algunos son despojados de sus bienes como castigo por delitos cometidos; sin embargo, renunciar, por Cristo, a todos los bienes propios pertenece a la perfección de la santidad. De modo semejante, la mendicidad que Dios impone como castigo a algunos malhechores, asumida voluntariamente, por amor a Cristo, pertenece a la perfección de la santidad.

Aquella Glosa prohíbe pedir por codicia. De otro modo, no concordaría con el texto, en el cual se dice: no deseéis cosa alguna de nadie (1 Tes 4,11). Buscan por codicia no quienes piden lo necesario para sustento y vestido, sino quienes, más allá de esto, pretenden hacerse ricos, como se dice en 1 Tim 6,9.

Hay dos formas de mendicidad, la voluntaria y la forzada. La mendicidad forzada, por lo mismo que es contraria a la voluntad, lleva consigo peligro de impaciencia. En cambio, la mendicidad voluntaria, por lo mismo que, como ya se dijo, no procede de codicia, lleva consigo el mérito de la humildad. Por lo cual, aquella Glosa, tomada de Agustín, no prohíbe la mendicidad voluntaria; da una instrucción para evitar que los pobres de Cristo caigan en mendicidad necesaria. Para esta finalidad sirve el trabajo manual. Agustín quiere que los siervos de Cristo no sean forzados a vivir en estrechez.

Jerónimo habla de la petición y aceptación de cosas que van más allá del necesario sustento. Esto se ve por el hecho de que se dirige al presbítero Nepociano, el cual abundaba en bienes de este mundo y tenía más que suficiente para vivir. Se trata de un tema que no viene a propósito.

Aquella ley trata de los mendigos sanos que no aportaban utilidad alguna a la sociedad, sino que, viviendo ociosamente, se apoderaban de lo que era debido a los pobres. Esto es evidente, porque la ley los llama ‘los inactivos’, como son los ‘comilones’ y otros parecidos que a todos piden comida, viviendo en total holganza. Sólo una perversísima intención puede hacer que esto sea vuelto contra los religiosos. Sin embargo, tampoco se requiere que sea más grave el pecado contra el cual es impuesta una pena más grave, porque las penas son impuestas no sólo como ‘desquite’ de la culpa, sino también con una finalidad de corrección, sea de la persona misma que pecó, sea de los demás. Y así, puede ocurrir que una cosa es más gravemente castigada, cuando los hombres son más inclinados a ese pecado, para apartarlos por miedo a la pena. El capítulo citado habla de la pena en cuanto solo ‘desquite’ del pecado.

Aquellos de quienes habla Agustín, no pedían solamente lo necesario para el sustento, sino que iban más allá; querían juntar riquezas y su santidad era fingida. Las palabras son claras: exigían estipendios de una lucrativa indigencia o el precio de una simulada santidad. Y, sin duda alguna, esto es reprensible.

La vergüenza se refiere siempre a cosa torpe; ahora bien, lo torpe se opone a lo bello. Por consiguiente las diversidades en lo torpe, en lo que ruboriza, se toman de las diversas formas de oposición a lo bello. Hay que distinguir dos tipos de belleza. Uno es de orden espiritual; consiste en la debida ordenación del alma y en la abundancia de bienes espirituales. Por esto, todo lo que se deriva de la carencia de algún bien espiritual o que muestra desorden interior, queda encuadrado dentro de lo torpe. El otro tipo de belleza es el exterior, que consiste en la debida proporción [de los miembros] del cuerpo y en la abundancia de cosas exteriores que tienden a dar relieve al cuerpo; cuando, al contrario, el cuerpo sufre desorden o hay carencia de cosas temporales, se da también torpeza exterior. Y así como ambos tipos de belleza deleitan y son deseables, así también ambas formas de torpeza causan vergüenza. Alguien se avergüenza de ser pobre, o de que sufre alguna carencia natural o también de que es ignorante y de que hizo cosas desordenadas. Dado que la torpeza ha de ser reprobada siempre, cualquier cosa vergonzosa de ese orden ha de ser desechada. No hay lugar a mencionar aquí la confesión de los pecados, porque quien se confiesa no tiene vergüenza de la confesión, sino de los pecados que manifiesta en la confesión. En cambio, el defecto o torpeza exterior es cosa que los santos o no valoran o la asumen por amor a Cristo, ansiando la perfección. Por consiguiente lo torpe que da motivo a esta vergüenza no siempre ha de ser reprobado; más aún, a veces merece ser sumamente exaltado, como cuando es asumido por humildad. Ahora bien, la vergüenza del mendigar procede de lo que es torpe en este segundo sentido, pues todo el que mendiga muestra ser pobre y, en cierto modo, se somete a aquel de quien mendiga: y todo esto implica alguna carencia externa. Por lo cual la mendicidad asumida por amor a Cristo no sólo no debe ser reprobada, sino que merece suma alabanza.

Aquel a quien se pide limosna, no debe experimentar molestia, si se le hace la petición de manera correcta. Por consiguiente, cuando la petición de limosna es correcta, o sea, para el necesario sustento, la culpa no está en quien pide sino en aquel que da para librarse de la molestia. Si se pide sin guardar el debido orden, la culpa es del que pide.

[Respuesta a la tercera serie de argumentos de la impugnación]

Los adversarios pretenden demostrar que los religiosos dedicados a la predicación no pueden vivir de limosnas ni pedir limosnas.

Aunque los predicadores vivan de limosnas, no se sigue que adulen. Es verdad que quienes predican sin adular no encuentran acogida entre los malos, los que son llamados hombres carnales; la encuentran, sin embargo, entre los buenos. Por eso a veces, predicando sin adulación, se ven forzados a sufrir muchas carencias; esto ocurre cuando tienen que oponerse a aquellos de quienes no pueden recibir acogida más que adulando. En cambio, no sufren indigencia cuando se oponen a quienes dan acogida sin previa adulación. Por este motivo, Cristo a veces no podía encontrar hospedaje; otras, en cambio, era invitado por muchos; y las mujeres que lo acompañaban, lo asistían con sus bienes (Lc 8,3). También los apóstoles a veces tuvieron que soportar grandes estrecheces, otras en cambio, abundaban en bienes. Siempre, sin embargo, su comportamiento era modesto. Dice Pablo: sé abundar y sé pasar necesidad (Flp 4,12). Estas mismas vicisitudes son experimentadas frecuentemente por los predicadores pobres de nuestro tiempo.

Los predicadores, pidiendo limosna, no hacen cosa alguna que sea ocasión de avaricia; la avaricia consiste en el desordenado afecto de poseer. Ahora bien, en el deseo de tener el necesario alimento y vestido no hay nada de inmoderado. Dice el Apóstol: Teniendo con qué alimentarnos y con qué cubrirnos, estemos con esto contentos (1 Tim 6,8). Por consiguiente, los pobres que piden lo necesario en alimento, vestido y en las demás cosas exigidas por la vida humana, no se ponen en ocasión de avaricia.

Los predicadores no han de pedir las cosas temporales como intención principal, o poniendo en ellas el fin. Pueden, sin embargo, buscar los bienes temporales, en segundo lugar, para recibir el sustento que les permita predicar el evangelio, que es lo que, ante todo, deben buscar. Hay que buscar primero el reino de Dios y su justicia (Mt 6,36). A este respecto, dice la Glosa: Aquí muestra que estas cosas no han de ser pedidas como bienes nuestros, aunque necesarios. Hay que pedir el reino de Dios y poner en él nuestro fin, por el cual debemos hacer todas las cosas. Es decir: comamos para evangelizar, no evangelicemos para comer.

Como se dijo anteriormente, el estipendio que los predicadores reciben les es debido como recompensa. A quien trabaja, la recompensa le es debida por dos motivos. Uno como deber de justicia legal, como cuando media un pacto entre el trabajador y aquel para quien trabaja, de manera que el trabajador puede compeler al otro a que pague. Otro motivo se funda en la justicia de amistad. Cuando alguien, por ejemplo, sirve a otro con un trabajo por amistad, es debido que el otro le corresponda a su manera, aunque no podría compelerlo judicialmente. Ya el Filósofo establece distinción entre estos dos motivos de justicia. Digo, por tanto, que cuando un prelado es puesto al frente de una multitud, de tal manera se vinculan entre sí que los súbditos pueden pedir a su prelado los bienes espirituales, y el prelado a los súbditos, los temporales. En relación con quienes no son prelados, los súbditos [los fieles] no pueden exigir los bienes espirituales; ni, a la inversa, esos predicadores pueden obligarlos a ofrecer bienes temporales, aunque siembren lo espiritual por comisión de los prelados, a no ser, tal vez, cuando son instituidos vicarios generales de los prelados. Queda, pues, claro que hay diversidad en el modo como reciben de los fieles un estipendio los pobres que no prestan ningún servicio y los religiosos que, sin ser prelados, predican con licencia de los prelados, y los prelados mismos. Unos pobres reciben de manera totalmente gratuita; en ellos hay pura y sola mendicidad. Los predicadores que no son prelados reciben como recompensa debida; por lo cual tienen facultad de recibir, aunque no el poder de obligar. Los prelados tienen la facultad de recibir y el poder de obligar. Ahora bien, si alguien con facultad de recibir pide algo, no como debido, sino a título puramente gratuito, contra nadie comete injusticia, sino que encarna en sí una encomiable humildad.

El Apóstol quería mostrar que él podía recibir de los fieles un estipendio por la misma razón que los otros apóstoles lo recibían. Y para mostrar que tenía igual potestad, comienza mostrando que él era apóstol, a la par con los demás.

Los pseudoapóstoles reclamaban estipendios para sí, cometiendo usurpación por triple motivo. Primero, porque predicaban cosas falsas y contrarias a la doctrina evangélica, como consta por Rom 16,17, donde dice el Apóstol: Os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezan en contra de la doctrina… Según la Glosa, este pasaje se refiere a los falsos apóstoles que obligaban a los fieles a judaizar. El segundo motivo es que predicaban sin haber sido enviados por los verdaderos apóstoles. Por lo cual el Apóstol dice que se han introducido a escondidas (Gál 2,4). El tercer motivo es porque exigían de manera autoritaria, como si fuesen apóstoles. Ninguno de estos motivos interviene en el caso presente. Por lo cual la razón alegada carece de validez.

Los susodichos religiosos predicadores piden lo que les es debido, según el segundo modo de justicia. Cuando se dice que una cosa es debida, se hace referencia a la justicia. Pero en esto mismo merecen un especial encomio, porque lo que les es debido lo piden como don gratuito.

Los prelados, recibiendo del pueblo diezmos y oblaciones, aunque pongan de su parte lo que deben, sembrando de modo adecuado lo espiritual, pueden, sin embargo, para mayor utilidad del pueblo, tener cooperadores. Por lo cual no se comete injusticia alguna contra el pueblo, si dan los bienes temporales en cantidad superior a lo establecido, dado que lo espiritual se les concede en medida superior a la que es obligatoria para los prelados, y sobre todo, porque no se exige nada de manera autoritaria, sino que es pedido con caridad y humildad.

Cualquiera puede renunciar a lo que le es debido. Por consiguiente, aunque los prelados tengan el deber de proveer a quienes envían para predicar, pueden estos enviados renunciar al cumplimiento del deber que se tiene para con ellos. Con esto no se echa carga alguna sobre aquellos a los que son enviados, puesto que no les piden nada que vaya más allá del necesario sustento. Y esto mismo no lo exigen autoritariamente; por caridad piden de acuerdo con lo que cada cual decidió en su corazón, imitando en esto el ejemplo del Apóstol (2 Cor 8,7-8).

Los hipócritas son reprendidos por el Señor, porque con la oración y con otras cosas que practicaban supersticiosamente sólo buscaban el lucro. A este respecto, dice la Glosa: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos! Con vuestra superstición no buscáis más que apoderaros de aquellos que os están sometidos. Sin embargo hacer juicio sobre esto es temerario, porque pertenece a la intención interna del corazón.

Los predicadores no deben hospedarse en casa de personas de mala reputación, de manera que esto pudiera ser vuelto contra ellos y hacer despreciable su predicación, pues, como dice Gregorio, si la vida de alguien cae en desprecio, su predicación correrá la misma suerte. Y en este sentido habla la Glosa alegada en la dificultad. Pero si se acercan a residencia de pecadores que, gracias a su compañía, se hacen mejores, sin que la fama del predicador sufra quebranto: eso es un hecho laudable, porque esto lo hizo el Señor. Se lee, en efecto: Viendo aquello, muchos decían a sus discípulos: ¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores? (Mt 9,11). La Glosa, por su parte, dice: En esto el Señor dio a sus discípulos ejemplo de misericordia. Si aquellos a cuya casa acuden no consideran esto como una gracia que se les hace, la culpa es de ellos, no de quienes se acercan a sus casas.

Quienes anuncian el evangelio, aunque reciban de aquellos a quienes evangelizan lo necesario para vivir, no venden el evangelio, porque su intención final no se queda en lo que reciben, como se dijo ya. El Apóstol dice: Quienes cumplen bien su función de presidencia, merecen estipendio duplicado (1 Tim 5,17). La Glosa, por su parte, comenta: Los buenos y fieles dispensadores [de los misterios] deben ser premiados no sólo con el honor de lo alto, sino también con el de la tierra, para que no sufran aflicción. Y añade: El recibir lo indispensable para la vida es una necesidad; el dar pertenece a la caridad. El evangelio no se vende, como si alguien lo predicase por las cosas recibidas; si alguien hiciese venta de cosa tan excelente, ese precio sería demasiado bajo. Reciben del pueblo el sustento necesario; pero el don de ejercer el ministerio de distribuir lo reciben de Dios. Lo que del pueblo reciben no tiene razón de recompensa, pues no es el motivo último por el que quienes sirven en la caridad del evangelio les prestan servicio. Todo eso es dado como estipendio con el que puedan vivir quienes trabajan en el evangelio.

Cuando entre los gentiles convertidos aún no existía la costumbre de dar al predicador el sustento necesario, el pedirlo podía tener alguna apariencia de mal, porque tal vez era un peligro para la perseverancia en la fe: como se dijo en su momento. Pero ahora, cuando ya está difundida la doctrina evangélica, en la cual está ordenado que el evangelizador viva del evangelio, no puede haber apariencia alguna de mal en el hecho de pedir el sustento, sobre todo cuando la petición se limita a lo necesario, sin llegar nunca a lo superfluo, y esa misma petición es presentada por aquellos de quienes consta que se consagran a la predicación del evangelio no para obtener ganancias, pues lo que reciben anunciando el evangelio es mucho menos que lo que, por amor de Cristo, abandonaron en el mundo.

[Respuesta a la cuarta serie de argumentos de la impugnación]

Los adversarios pretenden demostrar que a los predicadores de que se trata no se les ha de dar limosnas.

Cuando se dice: llama a los pobres de quienes en la vida presente no tiene nada que esperar (Lc 14,19), el sentido es que se excluye la intención de una recompensa en la vida presente, no la posibilidad del hecho, pues no hay pobre alguno de quien, si se presenta el caso, no sea posible recibir ayuda durante la vida presente. Éste es el sentido que le da la Glosa diciendo: Si tu intención es invitar para que te inviten, es posible que sufras frustración. Tampoco se ha de pensar que si alguien invita a un banquete a los ricos y a los amigos, haya de carecer de premio eterno, porque esto mismo puede estar inspirado por la caridad y ser hecho por amor de Dios. La misma Glosa citada dice: Quien llama a los pobres, recibirá premio en el futuro; quien llama a los ricos y a los amigos, está recibiendo su recompensa. Pero si, a ejemplo de los hijos de Job, hace esto por Dios y cumple por idéntico motivo el resto de sus deberes fraternos, aquel mismo que mandó hacerlo le da la recompensa. No se piense tampoco que si los hermanos y otros familiares vienen por motivo de sola familiaridad, haya en ello un pecado, aunque ciertamente esto no da mérito para vida eterna. Lo dice también la misma Glosa: No prohíbe, como si fuera un pecado, que los hermanos, los amigos, los ricos, celebren banquetes entre sí; muestra, sin embargo, que esto no produce premios de vida.

Las palabras de Agustín han de ser entendidas por referencia al caso de que habla el Sabio en Eclo 12,4: Da al misericordioso y del pecador no te cuides. Acerca de lo cual dice la Glosa: No tengas comunión con los pecadores en cuanto que son pecadores; sería como alimentar a histriones cuando los pobres de Cristo pasan hambre. Cuando alguien da a un pecador indigente, no por ser pecador, sino por ser hombre, no alimenta a un pecador, sino a un justo, porque no ama la culpa, sino la naturaleza. Por lo cual, cuando la limosna es dada a alguien por ser pecador o para que lo sea, más bien habría que retirársela. De aquí no se sigue que a los pobres de Cristo, que no trabajan manualmente, no se les haya de dar limosnas. No trabajando, no cometen ninguna injusticia ni pecan: como ya se dijo anteriormente. Y, aunque fuesen pecadores, la limosna les sería dada no por ser pecadores, sino por ser indigentes.

Al que pide sin respetar el orden debido, se le ha de dar no la cosa pedida, sino la corrección. En cambio, a quien pide guardando el orden, se le ha de dar la cosa pedida, si se puede. A propósito de esto Gregorio, comentando lo de Job si negué a los pobres lo que querían (Job 31,16), dice: Con estas palabras se muestra que el santo varón no sólo remedió a los pobres en su necesidad, sino que también les prestó servicio en aquello que deseaban. Pero, ¿qué hacer en el posible caso de que los pobres quisieran recibir lo que no les conviene? ¿Acaso porque la Sagrada Escritura suele llamar humildes a los pobres, habrá que pensar que los pobres quieren recibir solamente las cosas que los humildes piden? Sin duda alguna, hay que dar con presteza lo que se pide con verdadera humildad, o sea, lo que es solicitado no por gusto, sino por necesidad. Se tiene la impresión de que el hecho de rebasar los límites de la indigencia y pedir lo que gusta es ensoberbecerse en demasía. Por consiguiente, a quienes piden en la medida de la necesidad, se les ha de dar sin aplazamiento. Y a quienes, en su petición, llegan hasta lo superfluo, se les ha de dar la corrección.

La limosna ha de ser quitada como pena a quienes la piden cuando conste claramente por lo ya recibido que será una ocasión de injusticia; y aun cuando haya que quitarla, ha de quedar a salvo que en necesidad extrema es necesario prestarles asistencia. Ahora bien, los religiosos pobres no abusan de lo recibido para cometer culpas, sino que, más bien, por medio de las limosnas, reciben el sustento para practicar obras de santidad. Por consiguiente, la razón alegada no viene a propósito.

Ambrosio no dice que en aquellos a quienes es dada la limosna haya que tomar en consideración la debilidad corporal y la vergüenza como si fueran los motivos de darla. La razón de dar es la indigencia dela persona a quien la limosna es dada. Ambrosio presenta esas circunstancias como fundamento de preferencia en el dar. No se sigue, por tanto, que a quienes no sufren debilidad corporal ni pasan vergüenza por pedir no se les haya de dar. A los débiles y vergonzantes hay que darles con preferencia, en igualdad de circunstancias, porque esas circunstancias no son las únicas que impulsan a dar. Concurren también otras muchas circunstancias, como, por ejemplo, la bondad de la persona, el parentesco, la indigencia y otras muchas. La vergüenza de pedir no la sufren solamente quienes perdieron sus bienes por violencia, sino también quienes voluntariamente los abandonaron por amor a Cristo. Puede ocurrir que unos y otros sean igualmente nobles por nacimiento, que se pone de manifiesto al pedir. Tal vez, sin embargo, los pobres voluntarios logren someter mejor a la razón la vergüenza, de manera semejante a como someten las otras pasiones.

Las razones que pueden dar preferencia a uno sobre otro, a la hora de recibir la limosna, son muchas, como se acaba de indicar. No basta una sola para decidir que a tal persona se le ha de dar con preferencia. No se puede afirmar de manera absoluta que al más indigente haya que darle siempre más. Si en otro hay razones preponderantes, éste ha de ser el preferido. Entre todas las condiciones, la de mayor fuerza, según el Filósofo, es la del ‘debitum’: lo que es debido. Urge más dar lo debido que otorgar gracia, a no ser que las condiciones, en favor de la otra parte, sean de gran preponderancia, como se dice en el lugar citado. Ahora bien, dado que a los predicadores les es debido lo necesario para el sustento como una cierta forma de estipendio, según se dijo ya, a ellos han de ser dadas las limosnas con preferencia, a no ser que las condiciones en favor de la otra parte tengan manifiesta preponderancia.

Así como hay doble felicidad, la espiritual y la temporal, así también la materia es doble: temporal y espiritual. Aunque los pobres voluntarios no son miserables con miseria espiritual, que es la miseria pura y simple, puesto que el Señor los llama bienaventurados (Mt 5,2; Lc 6,29), pueden, sin embargo, estar sujetos a miseria temporal. Por consiguiente se les ha de mostrar misericordia, ejercitándola, en las cosas temporales.

El parentesco es una de las condiciones, no la única, que da preferencia a alguien para recibir la limosna. Por consiguiente, no es necesario que al pariente más cercano haya que darle siempre más.

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