CAPÍTULO 5: Los religiosos, ¿están obligados al trabajo manual?

CAPÍTULO 5

Los religiosos, ¿están obligados al trabajo manual?

Careciendo de razones adecuadas para apartar a los religiosos de su fructuoso trabajo en medio del pueblo, quieren impedirlo de manera indirecta y tratan de someterlos a la obligación de trabajar manualmente, para hacer que, al menos por este motivo, se vean en la necesidad de abandonar el estudio, que los hace idóneos para los ministerios de que se viene hablando. Con esto, los susodichos hombres perversos muestran ser enemigos de la ciudad santa. Acerca de las palabras Ven y reunámonos en alguna de las aldeas del campo (Neh 6,2), dice la Glosa: Los enemigos de la ciudad santa querían arrastrar a Nehemías a que descendiese hacia algún lugar del campo para concertar con él una alianza de paz. De manera semejante, los herejes y falsos católicos quieren establecer un acuerdo de paz, no para subir ellos hasta el baluarte de la fe y de la actividad católica; antes bien, para conseguir que aquellos a quienes contemplan morando en la cima de las virtudes, se vean obligados a obras sin importancia y no rebasen los conocimientos mínimos.

[Argumentos de impugnación]

Para hacer ver que los religiosos están obligados al trabajo manual alegan multitud de razones.

Lo primero es el pasaje Poned empeño en el trabajo como os tenemos mandado (1 Tes 4,11). Ahora bien, el cumplimiento de los preceptos urge sobre todo a los religiosos. Luego los religiosos deben trabajar manualmente.

Se dice también el que no quiera trabajar que no coma (2 Tes 3,10). La Glosa da la siguiente explicación: Hay quienes dicen que este mandato se refiere a obras espirituales, no a las de orden corporal como son las realizadas por artesanos y agricultores. Y un poco más adelante añade: Se esfuerzan inútilmente en amontonar tinieblas sobre ellos mismos y sobre los demás, para que aquello que la caridad recomienda como provechoso no sólo no puedan realizarlo, sino, además, ni siquiera entenderlo. Todavía un poco después: Quiere que los siervos de Dios trabajen para tener de qué vivir. Ahora bien, al servicio de Dios están consagrados sobre todo los religiosos. Por consiguiente, los religiosos, en virtud del mandato del Apóstol, están obligados a trabajos manuales.

Alegan también el pasaje siguiente: Trabaje —la Glosa añade «cada uno»— con sus manos y así tenga bienes con que pueda socorrer al que sufre necesidad (Ef 4,28). A ello añaden la referencia a la Glosa, que añade «y no sólo para vivir». Por consiguiente, los religiosos, los cuales no tienen otro medio de socorrer al que sufre necesidad, deben trabajar manualmente.

Acerca del pasaje vended lo que poseéis (Lc 12,33), dice la Glosa: Además de dar vuestros alimentos a los pobres, vended también vuestras posesiones, de modo que, despreciándolo todo por amor al Señor, trabajéis después con vuestras manos para tener medios de vida y poder hacer limosnas. Por consiguiente, los religiosos que lo dejaron, deben vivir y hacer limosna ocupándose en el trabajo manual.

Los religiosos, por profesar estado de perfección, son los más obligados a imitar la vida de los apóstoles. Ahora bien, los apóstoles trabajaban manualmente. Se lee, en efecto: Nos fatigamos trabajando con nuestras manos (1 Cor 4,12); y esto otro: Lo necesario para mí y para quienes están conmigo me lo proporcionaron estas manos (Hch 20,34). Y señalaban esto para ser imitados, diciendo: No comimos de balde el pan de nadie, sino que, con afán y fatiga, trabajamos día y noche para ofreceros en nuestra propia persona un modelo que imitar (2 Tes 3,8-9). Por consiguiente, los religiosos deben imitar a los apóstoles en el trabajo manual.

Los religiosos están más obligados que los clérigos seculares a ocuparse en obras humildes. Ahora bien, los clérigos seculares están obligados al trabajo manual, porque deben cumplir un precepto que les afecta: El clérigo procúrese alimento y vestido ejerciendo alguna sencilla forma de arte o mediante la agricultura, a condición, sin embargo, de que su ministerio no sufra quebranto. Y poco después añade: El clérigo, instruido por la palabra de Dios, búsquese alimento con algún trabajo. Y aún: Todos los clérigos, todavía con fuerzas para trabajar, aprendan algún sencillo arte u oficio. Así, pues, los religiosos están obligados al trabajo manual por razón más fuerte.

En relación con las palabras lo necesario para mí y para quienes están conmigo lo proporcionaron estas manos (Hch 20,34), dice la Glosa interlinear: Da a los obispos ejemplo y una señal para que se distingan de los lobos. Por lo cual, con mucha mayor razón, deben ejercitarse en trabajo de manos los religiosos, los cuales, predicando, ejercen ministerio de obispos.

Jerónimo dice al monje Rústico: Los monasterios de Egipto tienen una costumbre, que es la de no recibir a nadie que no se ocupe en la labor; y esto no tanto con el fin de conseguir los necesarios medios de vida, cuanto para la salvación del alma, evitando que la mente se entretenga con pensamientos peligrosos. Por consiguiente, es necesario que los religiosos, para salvación de sus almas, se ocupen en trabajos manuales.

Los religiosos deben tender incesantemente al progreso espiritual, de acuerdo con lo de apeteced los carismas mejores (1 Cor 12,31). Ahora bien, como dice Agustín, los religiosos que no trabajan manualmente, no tienen la menor duda de que quienes trabajan deben ser antepuestos a ellos mismos. En relación con las palabras hay más dicha en dar que en recibir (Hch 20,35), dice la Glosa: La gloria más grande es atribuida [por el Apóstol] a quienes, abandonadas todas las cosas, se ocupan en trabajos manuales para poder prestar ayuda a quienes sufren necesidad. Por consiguiente, todos los religiosos deben tender a ocuparse en trabajos manuales.

Agustín, en el libro ya citado, llama contumaces a los religiosos que no trabajan, añadiendo a las palabras ya citadas estas otras: ¿Quién soporta que hombres contumaces, que se oponen a las más santas orientaciones del Apóstol, sean no ya tolerados como más débiles, sino proclamados como más santos? Ahora bien, la contumacia es pecado mortal, porque, de lo contrario, nadie sería excomulgado por razón de ella. Luego los religiosos no pueden, sin peligro para sus almas, abandonar el trabajo manual.

Si los religiosos se eximen del trabajo manual, el fundamento supremo sería el estar consagrados a la salmodia, a la oración, a la predicación, a la lectura. Pero estas cosas no eximen. Luego, en todo caso, están obligados a trabajar [manualmente]. Esto se demuestra por lo que dice Agustín: Quisiera saber qué hacen quienes no quieren ocuparse en trabajos corporales; ellos dicen que se dedican a la oración, a la salmodia, a la lectura, a la palabra de Dios. Desechando cada una de estas formas de respuesta, dice, refiriéndose en primer lugar a la oración: Más prontamente es oída una sola oración hecha por obediencia que las diez mil de quien no se somete, insinuando que son insubordinados e indignos de ser oídos quienes no se ocupan en el trabajo manual. Después añade sobre quienes dicen dedicarse a la alabanza divina: Quienes se ocupan en trabajos manuales también pueden fácilmente entonar cánticos divinos. Y continúa: ¿Qué impide al siervo de Dios que está trabajando con sus manos meditar en la ley del Señor y glorificar con salmos el nombre del Señor altísimo? En tercer lugar, añade a propósito de la lectura: Quienes dicen estar dedicados a la lectura, ¿no encuentran allí lo mandado por el Apóstol? ¿Qué clase de perversidad es ésta: no obedecer a lo que uno lee cuando dice que quiere dedicarse a ello? En cuarto lugar, y refiriéndose a la predicación, añade: Tal vez sea necesario encomendar a alguien un sermón y esté impedido para el trabajo manual. Pero, en el monasterio, ¿pueden todos hacer esto? Y supuesto que no todos pueden, ¿por qué, con esta disculpa, todos dicen que quieren quedar libres? Aunque todos pudieran, deberían hacerlo por turno, no sólo para que los demás se ocupasen en las obras necesarias, sino también porque es suficiente que uno hable para muchos que escuchan.

[Encuadramiento de la cuestión]

También aquí ocurre que quienes abandonan la vía media de la verdad, queriendo evitar un error, caen en el contrario. Antiguamente algunos monjes cometieron el error de enseñar que los religiosos no pueden dedicarse a trabajos manuales sin detrimento de la perfección, porque quien hace trabajo manual, no deposita en Dios toda su solicitud, y, por consiguiente, no cumple el mandato evangélico que dice: No os afanéis en vuestro espíritu sobre qué comeréis, ni en vuestro cuerpo sobre qué vestiréis (Mt 6,25). Por este motivo se veían obligados a negar que el Apóstol hubiese trabajado manualmente. Llegan al extremo de decir que las palabras el que no quiera trabajar que no coma (2 Tes 3,10), han de ser entendidas del trabajo espiritual, y no del corporal para establecer concordancia entre el mandato evangélico y el del Apóstol.

Este error, por ser contrario a la Sagrada Escritura, Agustín lo rechaza en el libro De opere monachorum, el cual, como consta por el libro Retractationes, fue escrito precisamente contra aquellos monjes. Esto da ocasión a que hombres perversos caigan en el error contrario, diciendo que los religiosos, si no se ocupan en trabajos manuales, se encuentran en estado de condenación. Así dan muestra de ser amigos del Faraón y de identificarse con él. Es cosa que se ve claramente en la Glosa, la cual acerca de las palabras ¿por qué vosotros, Moisés y Aarón, andáis inquietando al pueblo? (Éx 5,4) dice lo siguiente: Si también hoy Moisés y Aarón, esto es, la palabra profética y la sacerdotal, estimulan los espíritus al servicio de Dios, a salir de lo secular, a la renuncia de todas las posesiones, a vivir consagrados a la meditación de la ley y de la palabra de Dios, enseguida escucharán a los amigos del Faraón que claman a una: Ved cómo son seducidos los hombres, cómo son pervertidos los adolescentes para que no trabajen ni sirvan en la milicia, ni hagan cosa alguna de provecho. Dejadas las redes, que son del todo necesarias, sólo cabe esperar tonterías y vagancia. ¿Qué es servir a Dios? No quieren trabajar y buscan las ocasiones de no hacer nada. Estas eran entonces las palabras del Faraón. Éstas son las que ahora dicen sus amigos.

[Exposición de la doctrina].

Para defender a los siervos de Dios de la agresión de ésos, mostraremos que no todos los religiosos, a no ser en algún caso, tienen obligación de trabajo manual. Y no trabajando, no por eso dejan de encontrarse en estado de salvación.

Cabe alegar, en primer término, la Glosa acerca de las palabras fijaos en las aves del cielo (Mt 6,26), la cual dice: Los santos son comparados, con razón, a las aves del cielo, porque buscan el cielo y algunos viven tan alejados de lo mundano que, estando aún en la tierra, nada hacen, en nada trabajan, sino que, dedicados solamente a la contemplación, viven ya en el cielo. De ellos se dice: ¿Quiénes son éstos que vuelan como las nubes?

Gregorio, por su parte, dice: La vida contemplativa consiste en mantener durante toda la vida el amor a Dios y al prójimo, evitar la actividad exterior, tener todas las aspiraciones centradas en el Creador, de modo que ya no se encuentre gusto en hacer cosa alguna, sino que, transcendiendo toda solicitud, el espíritu se encienda en el ansia de contemplar el rostro de su Creador. Por consiguiente, los perfectos contemplativos se desligan de toda actividad exterior.

En relación con las palabras Señor, ¿no te importa que mi hermana me dejó sola en el servicio? (Lc 10,40), dice la Glosa: Habla en persona de quienes, desconociendo aún la divina contemplación, piensan que sólo es grato a Dios lo que ellos aprendieron, o sea, las obras de amor al prójimo. Por lo cual quieren que todos los que se consagran a Cristo estén ocupados en esto. Ahora bien, quienes dicen que los religiosos están obligados a trabajo manual, lo dicen precisamente por esto, o sea, para que puedan socorrer con limosnas a los necesitados, de acuerdo con el mandato trabaje con sus manos para disponer de bienes con que ayudar a quien vive en necesidad (Ef 4,28). Por consiguiente, quienes pretenden que todos los religiosos se ocupen en trabajos manuales, están hablando por boca de Marta, la cual se quejaba de la quietud de María, cuyo ocio fue justificado por el Señor.

Esto mismo lo demuestra un ejemplo. Refiere Gregorio que San Benito permaneció tres años en una cueva, sin ocuparse en trabajo de manos, con que procurarse alimento, porque estaba lejos de todo trato con personas, hasta el punto que de él sólo sabía el monje Romano, que era quien le proporcionaba el alimento. ¿Quién se atrevería a decir que entonces no se encontraba en estado de salvación, siendo así que el Señor mismo lo llamó siervo suyo, diciendo a un sacerdote ‘en aquel sitio mi siervo se muere de hambre’? En el Diálogo y en las Vidas de los padres hay otros muchos ejemplos de santos que pasaban esta vida sin aplicarse al trabajo manual.

El trabajo manual o es precepto o es consejo. Si es consejo, nadie está obligado a trabajo manual, a no ser quienes se obligaron a esto con voto. Por consiguiente, los religiosos que por su regla no tienen deber de trabajo manual no están obligados a él. Si se trata de un precepto, dado que los preceptos divinos y apostólicos obligan por igual a religiosos y a seculares, los religiosos no estarían más obligados al trabajo manual que los seculares. Por tanto, para quien, encontrándose todavía en estado de vida secular, era lícito vivir sin ocuparse en trabajos manuales, le será igualmente lícito cuando entre en una orden cualquiera.

Cuando el Apóstol escribió ‘quien no quiera trabajar que no coma’, no existían religiosos en cuanto distintos de los seculares. Por lo cual aquel precepto fue dado para todos los cristianos. Esto mismo se muestra por lo que se dice en 2 Tes 3,6, o sea: apartaos de todo hermano que lleve una vida desordenada. Entonces los cristianos, todos eran llamados hermanos, como se ve por 1 Cor 7,12: si un hermano tiene esposa no cristiana, etc. La Glosa identifica hermano con fiel cristiano. Por tanto, si los religiosos están obligados al trabajo manual en virtud de aquellas palabras del Apóstol, por la misma razón están obligados también los seculares. Y con esto volvemos a lo de antes.

Dice Agustín: Hay quienes durante su vida secular poseían algo que les permitía vivir fácilmente sin necesidad de trabajo artesanal y que, cuando se entregaron a Dios, distribuyeron entre los pobres; la flaqueza de éstos debe ser creída y tolerada. Lo ordinario es que tales personas no resistan el trabajar en obras corporales. Por consiguiente, quienes durante su vida secular no vivieron del trabajo manual, tampoco en la vida religiosa han de ser obligados a dicho trabajo.

En el mismo libro, Agustín, hablando de un cierto rico que dio sus bienes a un monasterio, dice que, si acepta el trabajo manual para dar ejemplo a otros, hace bien. Pero añade: Si no lo quisiera —es decir, trabajar manualmente—, ¿quién se atreverá a obligarlo? Como él mismo dice a continuación, es indiferente que haya dado los bienes a un monasterio o los haya dejado en cualquier otra parte, pues todos los cristianos forman una sola sociedad [una res publica]. Así, pues, la misma conclusión de antes.

Lo que es preceptuado bajo condición y para un caso, obliga solamente cuando la condición y el caso se realizan. Ahora bien, el trabajo manual nunca fue preceptuado por el Apóstol más que en el caso que sirva para evitar algunos pecados, prefiriendo que el hombre se ejercite en trabajo manual a que caiga en aquellos pecados. Por consiguiente, todos los que, sin ocuparse en trabajo manual, pueden evitar aquellos pecados, no tienen obligación de trabajar manualmente. Sólo en tres pasajes se dice que el Apóstol impuso a los fieles el trabajo manual. Los pasajes son éstos: El que robaba, deje de robar; antes bien, ocúpese en trabajar manualmente (Ef 4,28). Aquí se ve que impone el trabajo manual para evitar el robo, refiriéndose a quienes, por no trabajar, buscaban mediante el robo lo necesario para vivir. Otro tanto manda con estas palabras: Trabajad con vuestras manos, como os tengo mandado, para que os comportéis honradamente ante los de fuera, y no apetezcáis cosa alguna de nadie (1 Tes 4,11). Con estas palabras el Apóstol manda practicar el trabajo manual para reprimir la apetencia de bienes ajenos: que es como un hurto mental. Un tercer pasaje dice así: Ya cuando estábamos entre vosotros os ordenábamos esto, o sea, que, si alguno no quiere trabajar, que no coma. Porque hemos oído que algunos entre vosotros andan desordenadamente, no trabajando en nada y entremetiéndose en todo —los que con bochornosa solicitud se proveen de lo necesario, según dice la Glosa—. A los tales mandamos y exhortamos por nuestro Señor Jesucristo que trabajen sosegadamente y coman su propio pan (2 Tes 3,10-12). Aquí preceptúa el trabajo manual para quienes, rehuyendo este trabajo, se buscaban lo necesario para la vida por procedimientos reprobables. Por tanto, es evidente que los religiosos y los seculares que son capaces de vivir sin robar, sin apetencia de bienes ajenos y sin recurso a procedimientos reprobables, no están obligados, por mandato del Apóstol, a ocuparse en trabajos manuales. Tampoco Agustín da precepto alguno en el libro De opere monachorum, donde se limita a pedir el cumplimiento de los preceptos apostólicos, como es evidente para quien lea. Por consiguiente, los religiosos no están obligados al trabajo manual, a no ser en algún caso concreto.

Quienes tienen medios de vida sin hacer trabajo manual, no están obligados a este trabajo. De lo contrario, todos los ricos, así como todos los clérigos y laicos que no hacen trabajo manual, se hallarían en estado de condenación: lo cual es absurdo. Ahora bien, hay religiosos con medios de vida distintos del trabajo manual, porque son dueños de propiedades que les han sido proporcionadas por los fieles para sustento. Otros tienen encomendado el ministerio de la predicación, del cual pueden vivir, porque el Señor ordenó a quienes anuncian el evangelio que vivan del evangelio (1 Cor 9,14). A este propósito dice la Glosa: Para los predicadores, el Señor decidió que vivan del evangelio para que estén más entregados a la predicación de la palabra de Dios. Es claro que esto no vale solamente para los prelados, a quienes incumbe la predicación en virtud de su propia autoridad, porque tanto ellos como quienes por comisión de ellos predican, deben estar ‘liberados’ para la predicación de la palabra divina. Entre ellos puede haber religiosos, como ha sido demostrado ya con anterioridad. Hay también religiosos que sirven a la Iglesia mediante la celebración del oficio divino, y de esto les está permitido vivir, de acuerdo con las palabras quienes sirven al altar vivan de participación en el altar (1 Cor 9,13). Agustín, en el libro De opere monachorum, hablando de estos dos grupos dice: Si se dedican a evangelizar, están autorizados para vivir de las aportaciones de los fieles; si son ministros del altar no necesitan arrogarse nada, porque tienen pleno poder de hacer así. De manera semejante, hay religiosos que viven dedicados al estudio de la Sagrada Escritura y pueden legítimamente vivir de esto. A este propósito, Jerónimo, escribiendo contra Vigilancio, dice: En Judea hay una costumbre que se mantiene hasta hoy, no sólo entre nosotros, sino también entre los hebreos; en razón de ella quienes día y noche se ocupan en reflexionar sobre la ley de Dios y no tienen en la tierra otro padre sino a Dios, sean socorridos con dones procedentes de las sinagogas del mundo entero. Es, por tanto, evidente que no todos los religiosos están obligados al trabajo manual.

La utilidad espiritual es preferible a la temporal. Ahora bien, quienes prestan servicio para mantener esta común utilidad que es la paz temporal, lícitamente reciben lo necesario para vivir. Por eso pagáis tributos; son efectivamente ministros que sirven a Dios en esto (Rom 13,6). En relación con el citado pasaje, dice la Glosa: Sirven defendiendo la patria. Por lo cual, con mucha mayor razón, quienes, en el orden espiritual, están al servicio de una utilidad común, o predicando, o dedicándose al estudio de la Sagrada Escritura, o practicando el ministerio de orar por la salvación de toda la Iglesia, pueden lícitamente recibir de los fieles lo necesario para el sustento. Luego no están obligados al trabajo manual.

Agustín, en el libro De opere monachorum, dice que el Apóstol se ocupaba en trabajos manuales allí donde su costumbre era la de predicar a los judíos solamente en sábado; el resto del tiempo le quedaba libre para el trabajo manual, como hacía en Corinto. Pero en Atenas, donde podía predicar a diario, no hacía trabajo manual y vivía de lo que le habían ofrecido los hermanos llegados de Macedonia. Por donde se ve que el ministerio de la predicación no debe ser abandonado a causa del trabajo manual. En consecuencia, quienes pueden dedicarse diariamente a la predicación y a los otros ministerios pastorales, ya lo hagan con autoridad propia, ya por comisión de otro, deben estar totalmente libres del trabajo manual.

Las obras de misericordia tienen más valor que los ejercicios corporales. El ejercicio corporal es de poco provecho; la piedad, en cambio, vale para todo (1 Tim 4,8). Ahora bien, las obras de piedad deben ceder ante la predicación. No está bien que abandonemos la predicación de la palabra de Dios para ocuparnos en aprovisionar las mesas (Hch 6,2). Deja que los muertos den sepultura a los muertos. Tú vete y anuncia el reino de Dios (Lc 9,60). A este respecto dice la Glosa: El Señor enseña que los bienes menores han de ser dejados para atender a los mayores. Es más grande resucitar por la predicación almas muertas que dar sepultura al cuerpo de los muertos. Por consiguiente, quienes lícitamente pueden predicar, cualquiera que sea el modo, deben abandonar el trabajo manual para atender a la predicación.

Es imposible dedicarse de manera permanente al estudio de la Sagrada Escritura y ganar el sustento con el trabajo manual. Gregorio, exponiendo las palabras las varas estarán siempre en las anillas (Éx 25,15), dice: es necesario que quienes hacen vela por atender el ministerio de la predicación jamás cesen en el ansia de leer la Biblia. Se trata de que estén siempre dispuestos para la predicación, aunque no prediquen siempre: como se ve con toda claridad leyendo el conjunto del texto. Por consiguiente, quienes están dedicados a la predicación, sea que la ejerzan por propia autoridad, como los prelados, sea que lo hagan por comisión de ellos, deben desentenderse del trabajo manual y dedicarse al estudio.

Los religiosos pueden desechar el trabajo manual para dedicarse al estudio de la Sagrada Escritura, sin que por esto se les pueda hacer reproche. Está claro por lo que dice Jerónimo en el prólogo sobre Job: Si fabricase la barquilla con juncos o entrelazase las hojas de palma, comiendo el pan con el sudor de mi frente, y me dedicase con solicitud a las obras que prestan servicio al vientre, nadie me censuraría, nadie me haría un reproche. Ahora, en cambio, porque de acuerdo con la palabra del Salvador quiero producir el alimento que no perece y purgar de espinas y palos la antigua vía de los escritos divinos, se me echa en cara un doble error. Y un poco más adelante: Por lo cual, hermanos queridísimos, en lugar de abanico y de canastillos, que son los habituales regalos de monjes, recibid estos dones espirituales y duraderos. Es, pues, evidente que San Jerónimo, el cual era monje, tomó para sí, en vez del trabajo manual, el estudio de la Sagrada Escritura. Esto le valió reproches por parte de los envidiosos. Esto mismo, por tanto, está permitido a los religiosos, a pesar de las murmuraciones de los detractores.

Por su parte, Agustín dice: Quienes abandonaron o distribuyeron sus bienes, cualquiera que haya sido la cuantía, y, a impulso de una piadosa y sana humildad, quieren ser contados entre los pobres de Cristo, si son corporalmente robustos y estando libres de ministerios eclesiales, trabajan con sus manos para quitar excusa a los perezosos, muestran una misericordia mucho mayor que cuando repartieron todo lo suyo entre los necesitados. Por donde se ve que cuando se trata de quienes carecen de fuerzas corporales o están comprometidos con la acción ministerial [Agustín] no quiere que se ocupen en trabajos manuales. Ahora bien, entre las ocupaciones ministeriales de la Iglesia, la predicación es más provechosa y de mayor dignidad, juzgando por lo que está escrito: Los presbíteros que cumplen su función presidencial, sean tenidos por merecedores de doble honor, especialmente aquellos que trabajan en la predicación y en la enseñanza (1 Tim 5,17). Por consiguiente, quienes se ocupan en la predicación no deben realizar trabajos manuales.

[Respuesta a los argumentos]

Después de lo dicho, es necesario responder a los argumentos que han sido alegados en contrario.

Un primer argumento alega que el trabajo manual fue preceptuado por el Apóstol. Veamos. Lo mandado por el Apóstol no es de derecho positivo, sino que pertenece a la ley natural. Lo hacen evidente estas palabras: Apartaos de los hermanos que se comportan desordenadamente (2 Tes 3,6). Y esto, según la Glosa, quiere decir que su conducta discuerda de lo exigido por el orden de la naturaleza. Y estas palabras las aplica a quienes se desentendían del trabajo manual. Se trata de un trabajo al que inclina la naturaleza misma. La naturaleza no dio al hombre vestidos ni pelo como a los animales, ni proporcionó armas como dio cuernos a los bueyes y garras a los leones. El hombre tampoco encuentra alimento preparado ya por la naturaleza, excepto la leche como dice Avicena. En lugar de todo ello, la naturaleza dio al hombre la razón mediante la cual puede proveerse de todo lo indicado, y manos capaces de cumplir lo señalado por la razón, como dice el Filósofo. Dado que los preceptos de ley natural obligan a todos, este precepto relativo al trabajo manual se extiende a todas las diferencias de personas: No afecta a los religiosos más que a otros. De aquí no se sigue que todo hombredeba ocuparse en trabajo manual. Hay preceptos de ley natural cuyo cumplimiento se queda en quien los cumple; como lo muestra el precepto de comer. Esta clase de preceptos son vinculantes para todos. Pero hay también preceptos de ley natural con los que se provee a la común naturaleza. De este género es el precepto de engendrar, mediante el cual la especie humana se multiplica y se conserva; a este mismo grupo pertenecen los preceptos con cuyo cumplimiento la persona no provee a su solo bien, sino que juntamente sirve a los demás. Por lo cual el cumplimiento de estos preceptos no obliga a cada persona, puesto que nadie se bastaría para proporcionar todo lo que la vida humana requiere. Ningún hombre puede, él solo, satisfacer las necesidades de engendrar, de contemplar, de construir, de cuidar la agricultura y de todo lo demás, sin lo cual la vida humana no es posible. Son cosas en las que uno es ayudado por otro, como en el cuerpo un miembro lo es por otro. Por razón del servicio que los hombres deben prestarse mutuamente, el Apóstol dice: Sois miembros cada uno del otro (Rom 12,5). La distribución de ministerios, o sea, el reparto de tareas diversificadas para que los hombres sirvan a finalidades diversas, es obra llevada a cabo principalmente por la providencia divina, aunque intervienen también, a nivel subordinado, causas naturales, o sea, las diversas propensiones de cada persona: uno prefiere una cosa; otro prefiere otra. Así, pues, queda claro que a cosas de este género nadie está obligado por el precepto, a no ser cuando surge la necesidad, y es imposible que otro provea a su remedio. Un ejemplo. Pongamos que alguien tiene necesidad de casa y que no encuentra a nadie que se la prepare. Él mismo sería el obligado a prepararla. De otro modo, atentaría contra sí mismo. A semejanza de esto, digo que nadie está obligado al trabajo manual a no ser que él mismo tenga que proveerse de las cosas que se consiguen mediante este trabajo manual y que no puede conseguir de otros por ningún medio, a no ser cometiendo pecado. Sólo podemos algo, cuando lo podemos lícitamente. De acuerdo con esto, en relación con las palabras trabajamos con nuestras manos (1 Cor 4,12), dice la Glosa: Porque nadie nos lo da. Por lo cual el Apóstol preceptuó el trabajo manual solamente a quienes, por no hacerlo, se buscaban los medios de vida por procedimientos pecaminosos, como quedó demostrado anteriormente. Por tanto, las palabras del Apóstol exigen solamente esto: cualquiera, sea religioso, o sea secular, tiene obligación de ocuparse en trabajo manual, antes de dejarse morir o de buscar ilícitamente los medios de vida. Esto lo admito sin más.

La primera parte de la Glosa citada sólo quiere decir que las palabras del Apóstol quien no trabaje no coma (2 Tes 3,10) se refieren al trabajo corporal, en contra de la opinión de algunos monjes los cuales querían entender el pasaje como referido al trabajo espiritual, por mantener su pretensión de que a los siervos de Dios no les está permitido trabajo corporal. Este modo de entender es lo que la Glosa rechaza y lo que Agustín reprueba en el libro De opere monachorum del cual está tomada la Glosa. El texto, pues, ha de ser entendido así: quien se niegue a ocuparse en trabajo corporal, que no coma. Pero de aquí no se sigue que quien desee comer, haya de ocuparse en trabajo manual. Si a las palabras se les diese un alcance universal, serían contrarias a lo que él mismo había dicho poco antes, a saber: Trabajamos noche y día, como si no tuviéramos potestad de… (2 Tes 3,6-8). El Apóstol tenía potestad de comer sin ocuparse en trabajo manual. Por consiguiente lo de ‘quien se niegue a trabajar que no coma’ no tiene alcance universal. Fijando la atención en lo que sigue, se advierte bien quiénes son los señalados por el Apóstol [v.11-12] cuando dice: Nos hemos enterado de que algunos entre vosotros causan inquietud buscando pretextos para no hacer nada. Estos, como dice la Glosa, son aquellos que con una vergonzosa solicitud se buscan lo necesario para vivir. A estos mismos se dirige el Apóstol, cuando añade: Les mandamos que, trabajando en silencio, se ganen su pan. Lo que la Glosa añade, o sea, quiere que los siervos de Dios trabajen corporalmente, ha de ser entendido en relación con la necesidad de evitar algún mal, por ejemplo, el de una mendicidad involuntaria y forzada, como se ve por lo que sigue: a fin de que no sean obligados, por razón de la miseria, a pedir lo que necesitan. Hay que trabajar manualmente, antes de caer en la miseria por la que alguien, contra su propio designio y contra su voluntad, se viese obligado a mendigar. Pero de aquí no se sigue que quienes, por humildad, escogen vida de mendicidad estén obligados a trabajo manual.

El Apóstol no da un precepto absoluto de trabajar manualmente; él se refiere al trabajo en una determinada presuposición, o sea, trabajar para no tener que robar. Dice, en efecto: El que robaba, deje ya de robar; ocúpese, más bien, en trabajos manuales para tener con qué socorrer a los necesitados (Ef 4,28). De aquí no se sigue que los religiosos, los cuales pueden conseguir alimento sin robar, estén obligados al trabajo corporal.

Quienes venden todo lo que tienen, para cumplir un consejo de Cristo, después de haberlo vendido todo, deben seguir a Cristo. Por eso, según Mt 19,27, Pedro dice: Lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Pero a Cristo se le puede seguir no solamente haciendo las obras de la vida contemplativa, sino también con las de la vida activa. Por consiguiente quien, después de haberlo abandonado todo, se dedica a la contemplación, cumple el consejo de Cristo. De manera semejante, lo cumple también el que, dejándolo todo, se ocupa en hacer limosnas corporales, o el que practica las limosnas espirituales mediante la predicación o la enseñanza. La Glosa citada menciona uno de los modos como puede ser cumplido el consejo de Cristo, pero sin excluir los otros: si lo hiciera, la Glosa sería contraria al evangelio. En Lc 9,59-60 se lee que el Señor dijo a alguien ‘sígueme’; cuando éste pedía un aplazamiento para poder dar sepultura a su padre, el Señor le respondió: Deja a los muertos enterrar a los muertos; tú vete y anuncia la palabra de Dios. Quiso, pues, que algunos, después de abandonadas todas las cosas, lo siguieran a él para el anuncio de la palabra de Dios y no sólo para hacer limosnas. Se podría decir también: dado que el texto es consejo, el contenido de la entera Glosa es consejo. Nadie, por tanto, está obligado a ello, a no ser que él mismo se obligue con voto.

Para los apóstoles, el trabajo manual unas veces fue necesidad; otras, obra de supererogación. Fue necesidad, cuando no tenían otro medio de proveerse, como se ve por 1 Cor 9,4-16. El Apóstol practicaba esta supererogación por tres motivos: a veces por impedir la predicación de los falsos apóstoles que predicaban solamente para conseguir bienes temporales, como se ve por 2 Cor 11,12, donde dice: Lo que seguiré haciéndolo para quitarles ocasión… Otro motivo era la avaricia de aquellos a quienes predicaba, no ocurriese que, considerando gravoso el proveer de lo temporal a quien les suministraba lo espiritual, se apartasen de la fe, como se ve por 2 Cor 12,13, donde dice: ¿En qué sois menos que otras Iglesias, sino en que no fui carga para nadie? Lo hizo también para dar a los holgazanes ejemplo de laboriosidad. Dice, en efecto: Trabajando noche y día para no ser gravoso a nadie. Y añade: Para daros un ejemplo que imitar (2 Tes 3,8 y 9). El Apóstol no se dedicaba al trabajo en ciudades donde, como en Atenas, podía predicar a diario, como lo hace notar Agustín en la obra De opere monachorum. Por lo tanto, no es necesario para la salvación que los religiosos imiten en esto al Apóstol, puesto que los religiosos no están obligados a todas las formas de supererogación. Tampoco los otros apóstoles trabajaban manualmente, a no ser en caso de no encontrar a nadie que los aprovisionase. Cualquiera, en ese caso, está obligado al trabajo manual.

Los decretos de que se trata dicen relación con clérigos a quienes, para vivir, no bastan los bienes de la iglesia y las oblaciones de los fieles. Para ellos el trabajo manual es un deber.

El Apóstol da a los obispos ejemplo de trabajo en los casos en que él trabajaba, o sea, cuando el trabajo manual no les impide las dedicaciones eclesiales y el recibir estipendios podría ser gravamen o escándalo para súbditos recién convertidos a la fe.

Como se ve por el pasaje alegado de Jerónimo, el trabajo manual es practicado no sólo para proveerse de lo necesario, sino también para reprimir vanos pensamientos, que nacen del ocio y de la corrupción de la carne. El ocio se remedia no sólo con trabajo manual, sino también mediante actividades espirituales que sirven, a la vez, para frenar la concupiscencia de la carne. Por lo cual, en aquella misma carta, dice Jerónimo: Ama el conocimiento de las Escrituras y no amarás los vicios de la carne. Por lo que se refiere a evitar el ocio y dominar el cuerpo, el trabajo manual no está preceptuado; lo que se requiere es que el hombre, mediante ocupaciones espirituales, evite el ocio y domine su cuerpo con medios espirituales, como las de ayunar, reducir el tiempo de sueño y otras semejantes, entre las cuales el Apóstol cuenta el trabajo manual. Dice, en efecto, que vivió en trabajos, falto de sueño, en ayuno (2 Cor 6,5). La Glosa aclara diciendo: Vivió en trabajos corporales, porque trabajaba con sus manos.

Trabajar manualmente a veces es mejor que no trabajar; a veces, en cambio, es preferible no trabajar. Cuando el trabajo no impide otra obra más útil, está mejor trabajar manualmente para proveerse uno a sí mismo y para socorrer a los demás; está mejor, sobre todo, cuando, por no realizarlo, fuese necesario vivir de estipendios, con peligro de escándalo para fieles poco firmes o recién convertidos a la fe. En esos casos, el Apóstol trabajaba manualmente, como consta por la Glosa sobre 1 Cor 9,1. Y en el mismo sentido habla la Glosa citada en relación con el libro de los Hechos. En cambio, cuando el trabajo manual impide otra obra más útil, es preferible renunciar a él, como consta por la Glosa sobre Lc 9,60, al referirse a las palabras deja que los muertos entierren a sus muertos, de la cual se habló anteriormente. Consta, asimismo, por el ejemplo del Apóstol, el cual abandonaba el trabajo cuando tenía ocasión de predicar. Para los predicadores de nuestros días [praedicatores moderni temporis] el trabajo manual sería un impedimento mayor de lo que fue para los apóstoles, los cuales recibían por inspiración el conocimiento de lo que debían predicar. Los predicadores de nuestros días deben, estudiando sin cesar, estar siempre dispuestos a predicar, como se ve por lo que dice Gregorio en el pasaje citado.

Agustín llama contumaces a quienes dejan de trabajar, a pesar de que, por precepto del Apóstol, están obligados a trabajar. De esos mismos el Apóstol dice (2 Tes 3,12) que deben ser excomulgados. Estos son los holgazanes que, por vergonzoso procedimiento, buscan proveerse de lo necesario para vivir. Consta que son éstos los señalados por Agustín, como se ve por lo que dice acerca de quienes, viniendo de vida campesina, entran en religión. Los considera obligados a trabajar. Esos sujetos deben aclarar si entraron en religión con propósito de servir a Dios o, más bien, por rehuir una vida pobre y trabajosa, de manera que sean provistos de alimento y de vestido y, además, se vean honrados por aquellos mismos que, de ordinario, los despreciaban y no les hacían caso. Éstos son los que Agustín quiere que trabajen manualmente. Pertenecen manifiestamente al número de aquellos holgazanes y entrometidos a quienes el Apóstol manda que busquen su pan trabajando en silencio. Agustín llama contumaces principalmente a quienes, presentando al revés el pensamiento del Apóstol, decían que a los siervos de Dios no les está permitido trabajar manualmente.

A las obras espirituales, señaladas en la objeción, puede alguien dedicarse con doble finalidad: para prestar un servicio de común utilidad, o para buscar algún beneficio privado. Para verlo basta fijarse en cada una de las cosas. Puede uno, en efecto, dedicarse a la oración y al rezo de los salmos, celebrando el oficio divino en la iglesia: y esto es una obra pública ordenada a la edificación de la Iglesia. Es posible también que alguien se dedique a esas cosas como a oración privada; esto a veces lo hacen también los laicos.

Agustín se refiere a este segundo modo, no al primero. Dice, en efecto, que pueden entonar los divinos cánticos quienes trabajan manualmente. Así se ve por el ejemplo de los obreros, los cuales conversan de fábulas sin apartar la mano del trabajo. Esto no sería aplicable a quienes deben celebrar las horas canónicas en la iglesia. Es semejante el caso de la «lectura». Puede alguien practicarla como tarea pública enseñando o aprendiendo en las aulas [universitarias], como hacen los maestros y los escolares, sean religiosos o seculares. En cambio, los monjes que, en sus claustros, leen las Escrituras para su propio consuelo, practican una obra privada. Agustín habla de éstos. En efecto, no habla de quienes se dedican a la enseñanza y a la instrucción, sino de quienes se ocupan en la lectura. Algo parecido ocurre en relación con la palabra de Dios. Alguien se ocupa en ella con una finalidad pública, predicando a las multitudes. Puede también ser una ocupación privada, como ocurre cuando, en una conversación ordinaria, alguien dice a otro palabras de edificación, como los monjes en el desierto para con los hermanos que acudían a ellos: les proponían multitud de cosas para su edificación. Agustín habla en este sentido. Dice, en efecto: ¿Acaso, en el monasterio, pueden todos exponer las lecciones divinas a los hermanos que acuden? Por eso mismo, no habla de ‘impartir la predicación’, sino de ‘ocuparse en la conversación’. Como aclara la Glosa en relación con 1 Cor 2,4, la conversación se desarrolla en privado, la predicación se hace para una agrupación.

Quienes se dedican a las susodichas tareas espirituales, como a obras de servicio público, con su trabajo adquieren legítimamente lo necesario para vivir, recibiéndolo de los fieles en correspondencia al común servicio. Quienes practican esto como obra privada y no realizan trabajo manual, a veces son transgresores del precepto apostólico, o sea, cuando pertenecen al número de aquellos a quienes el Apóstol pide que ‘trabajando en silencio, se busquen el pan’: como quedó dicho ya muchas veces. De éstos es de quienes habla Agustín, el cual dice claramente: ¿Por qué no dedicamos algún tiempo a reflexionar sobre la observancia de los preceptos evangélicos? Dice también: Una sola oración del obediente es escuchada con mayor presteza que diez mil de quien no se somete. Y añade esto otro: ¿Cómo la perversidad llega hasta no hacer caso de lo que leemos? Por todo ello, es manifiesto que habla de quienes se dedican a obras espirituales y que son transgresores del precepto apostólico. Ahora bien, la transgresión no la cometen sino quienes están obligados al cumplimiento. A veces, sin embargo, quienes se dedican a dichas obras como privadas, no traspasan el precepto del Apóstol, aunque no trabajen manualmente, porque no rehúyen la vida trabajosa por pereza ni pretenden ser alimentados por otros, viviendo ellos desocupados. La abundancia del amor divino los hace apartarse de toda actividad exterior para dedicarse a la contemplación: como lo demuestran las «autoridades» alegadas.

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