CAPÍTULO 5: La perfección de la caridad divina propia de los bienaventurados

CAPÍTULO 5

La perfección de la caridad divina propia de los bienaventurados

Para la criatura racional, el único modo posible de amar a Dios perfectamente se toma por parte del sujeto que ama; consiste en que la criatura racional ame a Dios con todas sus posibilidades: tal como está expresado de manera manifiesta en el primer precepto. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas (Dt 6,5). Lucas añade: Y con toda tu mente (10,27). Corazón remite a la intención; mente, al conocimiento; alma, al afecto; fortaleza, a la realización. Todo esto ha de ser puesto al servicio del amor a Dios.

Esto puede ser cumplido de dos maneras. Todo y perfecto es aquello a lo que no falta nada. Dios será amado con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y con toda la mente, si en todas y en cada una de éstas no hay nada que no sea ofrecido a Dios, actualmente y en su totalidad. Pero este perfecto modo de caridad no es posible para los viadores, sino que es propio de los comprehensores. Por este motivo dice el Apóstol: No es que haya alcanzado la meta o que sea perfecto ya; sigo caminando, para ver si de algún modo lo consigo (Flp 3,12). Habla como quien espera la perfección para el momento en que, recibida la palma de la bienaventuranza, llegue a ser comprehensor. Le es dada la comprehensión no en cuanto incluye total o completa delimitación del objeto comprehendido, porque, para cualquier criatura, Dios es incomprehensible. La comprehensión de que se trata significa tan sólo que alguien, en su marcha, dio alcance al objeto.

En la bienaventuranza del cielo, el entendimiento y la voluntad de la criatura racional se dirigen siempre actualmente a Dios, pues la bienaventuranza consiste precisamente en aquel goce. Ahora bien, la bienaventuranza de la criatura racional se logra no por un hábito, sino por un acto. La criatura racional se adhiere a Dios como a fin último, que es la verdad suprema. La orientación de todas las cosas al fin último es obra de la intención, y la regla tomada del último fin es la que decide cómo habrá de ser realizado todo lo demás. Por consiguiente, en la perfección de la bienaventuranza, la criatura racional amará a Dios con todo el corazón, cuando toda su intención vaya a Dios en todo lo que piensa, en todo lo que ama, en todo lo que hace; lo amará con toda la mente, cuando la mente se encamine a Dios, contemplándolo siempre y todas las cosas en él; amará con toda el alma, cuando la totalidad de su afecto esté asentada en Dios de manera ininterrumpida y amando todo lo demás por razón de él; lo amará con toda la fortaleza o con todas las fuerzas, cuando el motivo de todas las obras exteriores sea el amor de Dios.

Éste es, por tanto, el segundo modo de perfecto amor a Dios, a saber: el propio de los bienaventurados.

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