CAPÍTULO 4: Doctrina no aplicable a los recién convertidos

CAPÍTULO 4

Doctrina no aplicable a los recién convertidos

Ahora hay que averiguar si la doctrina que proponen es aplicable a los recién convertidos a la fe. Si alguien les impide la entrada en religión por no estar aún ejercitados en los preceptos, semejante hecho, ya a primera vista, da la impresión de absurdo, pues consta que los discípulos de Cristo, inmediatamente después de su conversión a la fe fueron asumidos a formar el colegio de Cristo, en el cual se manifestó el primer modelo ejemplar de los consejos y de la perfección, y sin posible duda superó el estado de cualquier instituto religioso. Entre los apóstoles, Pablo mismo, último en la conversión, primero en la predicación, inmediatamente después de su conversión a la fe, asumió la vía de la perfección evangélica. Dice él mismo: Cuando Dios, que me segregó para sí desde el seno materno, quiso revelar en mí a su Hijo, para que yo lo anunciase a los gentiles, no me detuve a consideración alguna de orden humano (Gál 1,15-16).

Esto mismo nos es mostrado con el ejemplo de Cristo. Se lee, en efecto, que, después del bautismo, Cristo fue llevado al desierto por el Espíritu (Mt 4,1), acerca de lo cual dice la Glosa: Fue llevado entonces, es decir, después del bautismo, enseñando así a los bautizados que es preciso salir del mundo y vivir para Dios en el reposo de la contemplación.

Esto mismo cuenta con la confirmación de una laudable costumbre de muchos que, convertidos a la fe de Cristo desde cualquiera de las formas de infidelidad, asumieron inmediatamente el estado religioso. ¿Quién será tan malévolo discutidor que tenga el atrevimiento de aconsejarles que permanezcan en la vida secular en vez de poner empeño por conservar, mediante vida religiosa, la gracia recibida en el bautismo? ¿Quién, que esté en su sano juicio, puede poner impedimento a que alguien, que ya se revistió de Cristo en el bautismo, siga a Cristo mediante una perfecta imitación?

En este segundo grupo de personas se pone de manifiesto hasta qué punto es ridículo, más aún, totalmente abominable, lo que dicen para apartar de la entrada en religión a quienes antes no se habían ejercitado en la observancia de los preceptos.

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