CAPÍTULO 26
Deforman y hacen sospechosas las obras buenas de los religiosos
Veamos ahora el último punto. Los religiosos hacen obras buenas. Nadie puede negarlas ni afirmar que son malas, como, por ejemplo, la oración, el ayuno, los milagros, y otras cosas así. Pero buscan el modo de echarlas a mala parte y de hacerlas sospechosas tomando ocasión de que, en la Sagrada Escritura, se dice que algunos hombres perversos ocultaban su malicia con esta clase de obras.
De los falsos profetas se dice que vienen con piel de oveja (Mt 7,15). La Glosa lo expone así: En lo externo y ante los hombres son, en todo, semejantes a los ministros de la santidad; efectivamente, ayunan, hacen oración, dan limosnas. Pero faltan los frutos, porque les parecen una forma de vicio. Y un poco más adelante, a propósito de las palabras muchos me dirán… (Mt 7,22), la misma Glosa dice: Hay que ser sumamente precavidos ante quienes hacen milagros para glorificar el nombre de Cristo. El Señor los hizo para bien de los infieles y, al mismo tiempo, amonestó a no dejarse engañar con tales señales, dando por supuesto que la invisible sabiduría está allí donde se encuentra el milagro visible. Con esto pretenden probar que hay quienes no han de ser acogidos, cualesquiera que sean sus obras de virtud o sus milagros.
Pero es fácil ver que esta su opinión es contraria a la Sagrada Escritura. Dice, en efecto, el Señor: Vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo (Mt 5,16). El árbol se conoce por el fruto (Mt 12,33): el bueno, por el bueno; el malo, por el malo. Sea buena vuestra conducta entre los gentiles, a fin de que, en lo mismo con que os afrentan como malhechores, considerando vuestras buenas obras, glorifiquen a Dios el día que los visite (1 Pe 2,12). Según la Glosa, son las buenas obras las que permiten decir: Vuestra dignidad. De todo esto se sigue que las buenas obras contempladas en alguien obligan a acogerlo.
De manera semejante, los milagros que uno realiza lo hacen recomendable, en su persona y en su doctrina. Por este motivo el Señor dice: Las obras que el Padre me dio para realizarlas son las que dan testimonio de mí (Jn 5,36). De los apóstoles se dice: Predicaron por todas partes, cooperando con ellos el Señor y confirmando su palabra con las señales consiguientes (Mc 16,20). Las señales testifican en favor de la persona y de la doctrina. Decimos esto no porque en los malos no sea posible alguna señal de virtud, junto con alguna señal milagrosa, sino porque a nosotros sólo nos está permitido juzgar acerca de las cosas manifiestas. Por tanto, si en alguien aparecen de manera manifiesta obras buenas, ha de ser juzgado bueno, fuera del caso en que aparezcan cosas manifiestamente malas en las que se pueda ver que los buenos indicios apreciados en un determinado momento no son fruto de ellos. Acerca de las palabras por los frutos los conoceréis (Mt 7,16), dice la Glosa: No por el vestido, sino por las obras, entendiendo por obras lo manifiesto. En relación con el que come no juzgue… (Rom 14,2-3), dice otra Glosa: Son [pecados] manifiestos aquellas cosas que no pueden ser hechas con buena intención, como estupros, blasfemias, hurtos, y demás cosas de este género. De ellas nos está permitido juzgar, porque de ellas está dicho: por los frutos los conoceréis. Cuando hay duda acerca de la intención con que fueron hechas las obras, hemos de interpretarlas en buen sentido.
Las ‘autoridades’ que alegan han de ser entendidas en este sentido: por buenas que sean las señales que en alguien comprobamos, no hemos de dejarnos seducir hasta cometer el mal o caer en el error. Si alguien que no induce al error ni solicita al mal, es considerado bueno a causa de las buenas obras que en él se ven, aunque tal vez él sea malo, el engaño, en este caso, no sería peligroso, porque no podemos juzgar de lo que en los hombres es oculto. Por lo cual, acerca de las palabras Satanás mismo se transfigura en ángel de luz (2 Cor 11,14), dice la Glosa: Cuando, fingiéndose bueno, hace o dice lo que está en armonía con los ángeles buenos, aunque sea tenido por bueno, el error no es peligroso ni hace daño. Sin embargo, cuando, sirviéndose de esto, comienza a llevar hacia lo suyo, hay que estar atentos para no caminar en pos de él.
Acrecientan esta perversidad, proclamando ser hipocresía las obras que se ven en los religiosos; con este gravísimo pecado se parecen a los fariseos, los cuales, cuando el Señor arrojó el demonio, dijeron: Arroja los demonios en virtud de Beelzebú, príncipe de los demonios (Mt 12,24; cf. Lc 11,15). Semejantes a ellos son quienes, de inmediato, atribuyen a hipocresía las buenas obras que ven en los demás. Por eso, el Señor, para rebatirlos, dice: El árbol se conoce por el fruto.
Es fácil darse cuenta de la gravedad de su afirmación. Si este modo de juzgar fuese correcto, los hombres se apartarían de las obras de perfección; llegaría a ser persuasión general que las obras de perfección practicadas visiblemente dan base para que alguien sea juzgado hipócrita. Sería igualmente hipócrita quien cometiese algún pecado, después de haber asumido el estado de perfección. Añádase a esto que, según dicen, el pecado de hipocresía es sumamente grave. Frente a todo esto, Gregorio, exponiendo las palabras no me inquieté por haber trabajado en vano (Job 39,16), dice lo siguiente: Es preciso darse cuenta que hay algunos a quienes la Iglesia alimenta con entrañas de caridad, hasta conducirlos a la madurez de la edad espiritual; estos mismos, a pesar de que profesan estado de santidad, a veces, no alcanzan el mérito propio de la perfección. Y añade: De ningún modo se ha de pensar que éstos caminan por la senda de los hipócritas, porque una cosa es pecar por flaqueza y otra pecar por malicia. Por consiguiente, según el parecer de San Gregorio, son hipócritas quienes practican las obras de perfección con la intención de ocultar su maldad y poder causar un daño mayor. Pero no son hipócritas quienes a veces pecan por flaqueza, aun después de haber asumido el hábito de perfección.
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