CAPÍTULO 22
Difamación de los religiosos ante todo llamándolos falsos apóstoles
Ahora hay que ver cómo, para difamación de los religiosos, inventan falsedades. Hemos dicho ya que su corazón está ansioso de aplastar, realizando así lo que se dice en Is 10,6-7. No se contentan con inventar males en general, sino que señalan los más graves, para hacerlos sospechosos, indignos de la compañía de los hombres y aborrecibles a todos. Y, para aplastarlos totalmente con su difamación, les atribuyen lo peor que puede acontecer en la Iglesia, tomando expresiones, sea de los comienzos o del tiempo de la Iglesia primitiva, sea de la etapa subsiguiente, que continúa desarrollándose entre nosotros, sea de la etapa final a la cual pertenecen los tiempos del Anticristo. En coherencia con estos tres tiempos, los religiosos son acusados de ser falsos apóstoles, los cuales son fuertemente censurados en la Iglesia primitiva; de ser ladrones, salteadores y depredadores de casas, de quienes hay que precaverse en el tiempo de la Iglesia; y, por último, de ser mensajeros del Anticristo, causantes de los peligros de los últimos tiempos, ante quienes la Iglesia del fin del mundo no puede menos de experimentar temor.
Estamos ante tres modos de calumnia, de los cuales debemos defendernos, siguiendo un orden.
Lo primero que se dice contra ellos es que son falsos apóstoles. Para poner en claro la falacia que se oculta bajo esta acusación, basta fijarse en lo que expresamos con esa palabra.
En la Sagrada Escritura hay muchas cosas relacionadas con esto. Se habla, efectivamente, de pseudoprofetas, pseudoapóstoles y pseudocristos: todo lo cual suena a falsedad y se inscribe dentro de un mismo tema.
Un mismo juicio sirve para todos los casos, como lo muestran las palabras siguientes: Hubo en el pueblo pseudoprofetas, como también entre vosotros hay maestros mendaces (2 Pe 2,1). El ministerio del profeta y del apóstol consiste en ser mediador entre Dios y el pueblo, anunciando al pueblo las palabras de Dios. En servicio de Cristo cumplimos la misión de embajadores, como si Dios mismo exhortase por medio de nosotros (2 Cor 5,20). Alguien es llamado pseudoprofeta o pseudoapóstol por dos motivos. El primero, porque no es Dios quien lo envía. Así se cumple lo que está escrito: Yo no enviaba profetas; eran ellos los que echaban a correr. Yo no les hablaba, y ellos profetizaban (Jer 23,21). El segundo motivo es que no proponen palabras de Dios, sino palabras falsas, es decir, las invenciones de su propio ‘corazón’. Por lo cual, en el capítulo citado se dice: No escuchéis a los profetas, porque os profetizan mentiras; hablan de sus propias visiones y no dicen palabras salidas de la boca del Señor. Ambas cosas han sido indicadas por Ezequiel, diciendo: Ven cosas vanas, adivinan mentiras y van diciendo: esto dice el Señor, a pesar de que el Señor no los envió (13,6). El profeta añade una tercera cosa que expresa bien la pertinacia en falsear: Se mantuvieron incambiables para confirmar su discurso. Por lo cual, cuando Jeremías iba a ser condenado como falso profeta, excluyó estas dos cosas diciendo: Verdaderamente el Señor me ha enviado —lo primero— a vosotros para haceros oír las palabras que he dicho —lo segundo— (Jer 26,15).
En el Nuevo Testamento, estas dos cosas son las que caracterizan a los falsos apóstoles: no son enviados por el Señor y difunden falsas doctrinas. Se entienden enviados por el Señor quienes son enviados por los prelados de la Iglesia. A este respecto, Agustín, escribiendo a Orosio, dice: Apóstol significa enviado. Se pueden distinguir cuatro grupos de apóstoles: los enviados por Dios, los enviados por Dios a través del ministerio de un hombre, los enviados por un hombre, los que se dan la misión a sí mismos. Ejemplos: por Dios, como Moisés; por Dios, a través del ministerio de un hombre, como ‘Jesús Nave’ [el Sirácida]; por el hombre solamente, como está ocurriendo en nuestro tiempo, cuando muchos son introducidos en el sacerdocio por favor del vulgo; quienes se dan la misión a sí mismos son los falsos profetas. Y poco después añade: Convéncete de que aquel es enviado por Dios que entra en el sacerdocio no en virtud de la elección basada en el encomio, cuando no adulación, de unos pocos hombres, sino porque su vida y costumbres son óptimas y él se ajusta exactamente a la figura de los sacerdotes apostólicos. Dar el nombre de falsos apóstoles a quienes difunden enseñanzas heréticas, se comprueba por lo que, a propósito de las palabras algunos os conturban y quieren cambiar el evangelio (Gál 1,7), dice la Glosa: Éstos eran falsos apóstoles los cuales decían: una cosa es el evangelio y otra la ley de Moisés. Y, en relación con estas otras palabras surgirán pseudocristos y pseudoprofetas (Mc 13,22), una Glosa dice: Esto ha de ser entendido de los herejes los cuales, haciendo oposición a la Iglesia, dicen mendazmente que son cristos. El primero de ellos fue Simón Mago. El último será el Anticristo.
El hecho de predicar sin haber recibido misión, o de proponer falsas doctrinas, presupone alguna motivación, que puede ser la avaricia, cuando se busca el lucro, o la soberbia, o la vanagloria. Ocurre también que quienes hacen esto, careciendo de la gracia de Dios, se encuentran envueltos en otros muchos vicios, grandes o pequeños. Pero no todas las motivaciones señaladas ni los vicios dan base para que alguien sea llamado falso apóstol o falso profeta; no todo el que predica por motivo de lucro, o por ganarse el favor popular es un falso apóstol. De otro modo, no habría diferencia entre el mercenario y el falso apóstol. Quienes, mediante la predicación, buscan alguna cosa que no sea el bien de las almas y la gloria de Dios, son llamados mercenarios; para el caso es indiferente que prediquen verdades o falsedades, que hayan sido enviados o no. Sólo pueden ser llamados pseudoapóstoles o pseudoprofetas, cuando no son enviados y enseñan falsedades. De manera semejante, no todos los pecadores que anuncian la palabra de Dios o administran los sacramentos son pseudoapóstoles o pseudoprofetas. Los verdaderos prelados son verdaderos apóstoles, los cuales, sin embargo, por razón de los pecados que cometen resultan, a veces, ser pecadores.
Los calumniadores de que ahora se trata muestran su ignorancia o su perversidad con el empeño que ponen en que los religiosos sean llamados pseudoapóstoles y pseudoprofetas por cualquiera de las señales indicadas, entre las cuales algunas remiten a pecados leves y otras a culpas graves, pero que no pertenecen a ninguno de los temas señalados, como, por ejemplo, que buscan su propia gloria, o un fuerte castigo de los enemigos, o cosas semejantes. Aunque todo eso concurriese en un solo predicador, no bastaría para hacer de él un pseudoapóstol o pseudoprofeta, mientras predique la verdad y haya recibido misión. En relación con la predicación no se atreven a decir que contenga falsedades. Dicen una cosa característica del falso apóstol, como es el predicar sin haber sido enviado. Pero esto carece en absoluto de fundamento, como se puede juzgar por lo dicho cuando se trató de la predicación. Queda, pues, claro que son mendaces y tienen el atrevimiento de cargar a los religiosos el crimen de ser falsos apóstoles. Con procedimientos de una astucia semejante, ellos mismos o cualesquiera otros podrían ser objeto de la misma difamación. Los falsos apóstoles hicieron muchas cosas que también otros pecadores hacen, y a veces las hacen también los justos, aunque por diverso motivo. Sería fácil argumentar, diciendo: Los falsos apóstoles hicieron esto o aquello. Por consiguiente, quienes ahora hacen esto o aquello son falsos apóstoles. Pero este argumento no tendría valor alguno, como consta por lo ya dicho.
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