CAPÍTULO 19: Estado de perfección: obispos y religiosos

CAPÍTULO 19

Estado de perfección: obispos y religiosos

Teniendo en cuenta todo lo que ha sido dicho, es fácil determinar quiénes se encuentran en estado de perfección.

Quedó dicho que a la perfección del amor de Dios se llega por tres vías, que son renuncia a los bienes exteriores, renuncia a mujer y a parentescos de sangre, negación de uno mismo o mediante la muerte soportada por Cristo [martirio] o por renuncia a la propia voluntad. Quienes hacen a Dios voto de practicar durante toda la vida estas obras perfectas, manifiestamente asumen estado de perfección. Ahora bien, puesto que en toda religión [en todo instituto religioso] se hace voto de estas tres cosas, es evidente que toda religión es estado de perfección.

Fue explicado también que a la perfección del amor fraterno pertenecen estas tres cosas, a saber: amar y servir a los enemigos, dar la vida por los hermanos, o arriesgándola con peligro de muerte o poniéndola totalmente al servicio del prójimo, y ocuparse en que sean proporcionados al prójimo los bienes espirituales. Manifiestamente, los obispos están obligados a estas tres cosas.

Los obispos asumen la cura [pastoral] de la Iglesia universal, en la cual frecuentemente hay quienes los odian, blasfeman de ellos y los persiguen. A todo esto [los obispos] tienen obligación de corresponder con muestras de amor. Ejemplo de ello dan los apóstoles, de quienes los obispos son sucesores. Los apóstoles, en efecto, viviendo entre los perseguidores, procuraban su salvación. Por este motivo el Señor les dice: Os envío como ovejas en medio de lobos (Mt 10,16), de modo que, recibiendo de ellos muchas mordeduras, no sólo no sean destrozados, sino que los conviertan.

Agustín, en el libro De sermone Domini in monte, a la hora de exponer las palabras Si alguien te hiere en la mejilla derecha, ofrécele la otra (Mt 5,39), dice lo siguiente: Que todo es misericordia lo experimentan principalmente quienes están al servicio de aquellos a quienes aman con intensidad, como a los niños y a los privados de razón, de quienes con frecuencia tienen mucho que padecer. Y si su salvación lo requiere, se ofrecen incluso a sufrir más. El Señor, médico de las almas, enseña que sus discípulos deben soportar con igualdad de ánimo las debilidades de aquellos a cuyo servicio están; cualquier forma de perversidad proviene de flaqueza de espíritu, porque nadie es más inocente que aquel que es perfecto en la virtud. Por esto el Apóstol podía decir: Somos maldecidos y bendecimos, somos perseguidos y lo soportamos pacientemente, somos blasfemados y correspondemos orando (1 Cor 4,12).

Los obispos están obligados también a dar la vida por la salvación de sus subordinados. Dice, en efecto, el Señor: Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas (Jn 10,11). Gregorio, exponiendo este pasaje, dice: Habéis oído, queridos, lo que para vosotros es instrucción y para nosotros peligro. Un poco después añade: A nosotros nos es puesta delante una senda que debemos recorrer, la senda del no temer la muerte. Debemos comenzar distribuyendo misericordiosamente entre las ovejas los bienes exteriores. Como último paso, si la necesidad lo requiere, debemos también servirles con la muerte. Y añade todavía: Cae el lobo sobre las ovejas, cuando un perverso y salteador oprime a los fieles y humildes. Quien parecía pastor, y no lo era, abandona las ovejas y huye, porque, temiendo el peligro que le viene del salteador, no se atreve a enfrentarse con su injusticia. Por todas estas palabras se ve que el ministerio pastoral impone el deber de no rehuir el peligro de muerte si, para salvación de la grey encomendada, es preciso correrlo. El oficio que le ha sido encomendado reclama este perfecto amor de dar la vida por los hermanos.

Igualmente, el pontífice [el obispo], en virtud del oficio, tiene obligación de proporcionar al prójimo los bienes espirituales, por haber sido establecido como un cierto mediador entre Dios y los hombres, haciendo las veces de aquel que es mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo, como se dice en 1 Tim 2,5. Ya Moisés fue figura suya y decía: Durante aquel tiempo fui defensor y mediador entre el Señor y vosotros (Dt 5,5). Por este motivo dirige a Dios oraciones en nombre del pueblo. En efecto, todo pontífice, tomado de entre los hombres, está puesto al servicio de los hombres en lo que se refiere a Dios, ofreciendo a Dios dones y sacrificios por los pecados (Heb 5,1). Es también representante de Dios ante el pueblo, de modo que, actuando como en vez de Dios, hace entrega al pueblo de sus designios, enseñanzas, misterios, y administra los sacramentos. Por este motivo, el Apóstol dice: Si yo suministro algo, lo hago por vosotros, actuando en persona de Cristo (2 Cor 2,10). En la misma carta dice también: ¿Buscáis, acaso, alguna experiencia de que Cristo habla por medio de mí? (2 Cor 13,3). Y, en otra parte, añade: Si nosotros os hemos proporcionado los bienes espirituales, no es mucho que recibamos de vosotros lo necesario para el cuerpo (1 Cor 9,10).

A todo esto se obligan los obispos en virtud de su ordenación, como los religiosos en virtud de su profesión. En relación con esto, el Apóstol dice: Combate el buen combate de la fe, asegura la vida eterna a la cual

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uiste llamado y de la cual hiciste hermosa confesión ante muchos testigos (1 Tim 6,12). Es la confesión inherente a la ordenación, según explicación dada por la Glosa. Por consiguiente, los obispos se encuentran en estado de perfección, como también los religiosos.

A la manera como en los contratos de índole humana se usan ciertas solemnidades para dar al contrato mayor firmeza, así también el episcopado es recibido y la profesión religiosa celebrada con una especial solemnidad y bendición. Por este motivo, Dionisio, hablando de los monjes, dice: Una santa legislación les otorga una gracia perfecta y los considera dignos de una santa invocación.

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