CAPÍTULO 18: Contra la alegría de los religiosos por lo que Dios hace por su medio

CAPÍTULO 18

Contra la alegría de los religiosos por lo que Dios hace por su medio

Ahora, en sexto lugar, hay que ver cómo pretenden demostrar que los religiosos no deben alegrarse por las obras magníficas que Dios realiza mediante su propio ministerio.

[Argumentos de la impugnación]

Está escrito: No os regocijéis de que los espíritus os están sometidos (Lc 10,20). Luego, por la misma razón, tampoco deben alegrarse de otras admirables cosas que Dios realice por medio de ellos.

En otro libro se lee: Si me alegré de que mis riquezas se multiplicasen y de que mi mano hallase mucho, si he mirado al sol cuando resplandecía o a la luna cuando iba hermosa, y mi corazón se engañó en secreto, besando mi mano (Job 31,25-27), como insinuando: en ese caso me venga una desgracia. Gregorio expone este pasaje diciendo: Como la comprensión de las cosas no maleó al santo varón, éste no puso atención a regocijarse de sus muchas riquezas; porque la grandeza de la obra no lo engrió, no se fijó en el sol brillante; porque no lo ensoberbeció la fama que pregonaba su alabanza, no reparó en la luna que avanza vestida de belleza. Queda, pues, claro que no deben regocijarse ni de la sabiduría, ni de la fama, ni de las obras.

Al gozo en una cosa se añade la gloria que la acompaña. Ahora bien, el hombre no debe gloriarse de sus propios dones, para ajustarse a la sentencia bíblica: El sabio no se gloríe de su sabiduría, ni el valiente de su fortaleza; y el rico no se gloríe de sus riquezas (Jer 9,23). Por consiguiente, nadie puede regocijarse de los bienes que llegan a través de su ministerio. Y así, queda claro que nadie puede alegrarse por los bienes que Dios hace mediante su ministerio.

[Exposición doctrinal]

Claramente se ve la falsedad de todo esto. Se dice, en efecto: Un gran número creyó y se convirtió al Señor —éste fue el fruto de la predicación de algunos fieles—. Llegó la noticia de estas cosas al oído de la Iglesia y enviaron a Bernabé a Antioquía, el cual, cuando llegó y vio la gracia del Señor, se llenó de alegría (Hch 11,21-23). Se alegraban los apóstoles de que por medio de sus hermanos y asociados se hacía fruto en la Iglesia.

De Pablo y Bernabé se dice: Habiendo sido encaminados por la Iglesia, pasaron por Fenicia y Samaria, contando la conversión de los gentiles, y causaban gran gozo a todos los hermanos (Hch 15,3). De lo que se sigue lo mismo que en el caso anterior.

Se dice también: Hermanos míos amados y deseados, gozo mío y corona mía (Flp 4,1). Es evidente que el Apóstol se alegraba por aquellos que había convertido a Cristo. Por tanto, también los religiosos y otros varones perfectos pueden regocijarse con lo que Dios magníficamente realiza por medio de ellos, principalmente por la conversión de otros.

Nadie da las gracias por aquello en que no ve que a él le haya sido hecha alguna gracia. Y nadie piensa que le ha sido hecha una gracia con aquello de que no puede alegrarse. Así, pues, si no hubiera que alegrarse con las cosas que Dios magníficamente realiza por el propio ministerio, tampoco habría que dar gracias por ello: lo cual es totalmente absurdo [quod est omnino absurdum].

Según el Filósofo, no es justo quien no se alegra de sus acciones justas. Con esto concuerda lo que se dice en el Salmo: Servid al Señor con alegría (99,2). Ahora bien, la característica obra de magnificencia que Dios realiza por medio de un ministro es la de otorgar un don de justicia, con que se le presta servicio a él. Por lo tanto, los santos deben alegrarse de las grandes obras que Dios realiza por ministerio de ellos.

Para esclarecimiento de esto, hay que tener en cuenta que el gozo tiene siempre como objeto el bien. Por lo cual el orden [o jerarquía] de los gozos es consiguiente al de los bienes. El fin del gozo sólo se encuentra en el sumo bien. Y este gozo se llama propiamente «disfrute» [proprie dicitur fruí]. De las otras cosas debemos alegrarnos de manera, sin embargo, que no pongamos en ellas el fin, sino que orientemos este gozo al fin último. Esto se cumple, cuando alguien se alegra de las cosas que Dios hace a través de su propio ministerio, porque ve que esto redunda en gloria de Dios y que contribuye a su propia salvación y a la de los demás. Si se alegra por otro motivo es que se goza en sus obras y peca. Por lo cual Gregorio, exponiendo las palabras citadas de Job, dice: A veces los santos se alegran de estar bien conceptuados, cuando, de este modo, están en condiciones de hacer que los oyentes progresen en perfección; en realidad no se gozan por el buen concepto en que son tenidos, sino por la ventaja que esto proporciona al prójimo, porque una cosa es buscar favores y otra alegrarse por el perfeccionamiento.

[Respuesta a los argumentos de la impugnación]

Con esto es fácil responder a las dificultades.

Las palabras de Lc 10,20 quieren decir que los discípulos no deben alegrarse de que, con los dones recibidos, dominan a los espíritus, sino de que, ejercitándolos, glorifican a Dios. Y ellos mismos se engrandecen. Por lo cual dice la Glosa: Se les prohíbe alegrarse de la humillación del diablo que cayó por soberbia; alégrense de su propio engrandecimiento. Se podría decir que no deben alegrarse de esto, como si fuera el sumo bien, porque esto puede ser realizado sin que lo merezca aquel que lo realiza. Como dice la Glosa del lugar citado, el gozo principal de los predicadores del evangelio se centra en las cosas que orientan hacia la vida eterna. Por ello, en el texto de Lucas, se dice a continuación: alegraos de que vuestros nombres están escritos en el cielo.

Las palabras de Job se refieren al gozo del engreimiento. Y esto mismo se ve por las palabras allí citadas de Gregorio. El gozo se hace soberbio cuando alguien considera las obras que Dios realizó por su medio como principio de autoglorificación.

Cuando alguien orienta hacia Dios el gozo de que se trata, no se gloría en sí mismo, sino que se gloría en Dios a quien ordena todo lo que podría redundar en gloria propia.

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