CAPÍTULO 17: Del error de los maniqueos acerca de las sustancias separadas

CAPÍTULO 17

Del error de los maniqueos acerca de las sustancias separadas

A todos los referidos errores los supera el de los maniqueos, que desvariaron gravemente en todos los artículos precedentes.

Ante todo, en efecto, redujeron el origen de las cosas no a uno sino a dos principios de la creación, de los que uno decían que era el autor de los bienes y el otro el autor de los males.

En segundo lugar erraron acerca de la condición natural de esos principios, pues sostuvieron que ambos son corporales: diciendo que el autor de los bienes es una luz corpórea infinita dotada de capacidad intelectual, y que el autor de los males es una suerte de tiniebla corporal también infinita.

En tercer lugar y en consecuencia erraron en lo que se refiere al gobierno de las cosas, al no ponerlas todas bajo el dominio de un solo principio, sino de los contrarios.

Todo lo cual encierra una manifiesta falsedad, como podemos comprobar en cada caso.

En primer lugar, en efecto, es completamente irracional sostener que los males se deben a un primer principio, como contrario al sumo bien. Nada hay, en efecto, que pueda ser activo salvo que sea un ente en acto, porque cada agente produce algo semejante a sí mismo, y nada es producido sino en cuanto es puesto en acto. Por otra parte, decimos que una cosa es buena en la medida en que alcanza el propio acto o la propia perfección, y mala, en cambio, cuando se encuentra privada del acto o la perfección que le son debidos. Y así, el cuerpo vive por el alma, que es su perfección y su acto; de modo que la muerte es considerada como el mal del cuerpo, debido a que por ella el cuerpo es privado del alma.

Así pues, ninguna cosa actúa ni es actuada sino en cuanto es buena. Y en la medida en que es mala, pierde su capacidad para actuar o ser actuada perfectamente. Y así decimos que una casa está mal construida si no se la llevó hasta su debida perfección, y que un constructor es malo si se muestra deficiente en el arte de edificar. Porque el mal en cuanto tal ni se debe a un principio activo, ni puede ser principio de acción, sino que resulta de un defecto del agente.

En segundo lugar, es imposible que un cuerpo sea entendimiento, o tenga capacidad intelectiva. Porque el entendimiento ni es cuerpo ni es acto de un cuerpo, pues de lo contrario no podría conocer todas las cosas, como prueba el Filósofo en el libro III Del alma. Por tanto, si se reconoce que el primer principio tiene capacidad intelectiva, como sostienen todos los que hablan de Dios, es imposible que el primer principio sea algo corporal.

En tercer lugar, es manifiesto que el bien tiene razón de fin. De hecho llamamos «bien» a aquello a que tiende el apetito. Pero todo gobierno se hace en orden a algún fin, subordinando a ese objetivo todos los medios. De donde se sigue que todo gobierno se realiza en función del bien. No puede haber por tanto ni gobierno, ni principado, ni reino del mal en cuanto mal. Y en vano establecen [los maniqueos] dos reinos o principados, uno de los bienes y otro de los males.

Y parece que este error, al igual que otros de los mismos autores, proviene de que se empeñaron en extrapolar a la causa universal de las cosas lo que consideraban propio de las causas particulares. Pues veían que los efectos particulares contrarios provienen de causas particulares contrarias, como que el fuego calienta y el agua en cambio refrigera. Y pensaron que esta reducción de los efectos contrarios a causas contrarias sigue siendo válida incluso en el plano de los primeros principios de las cosas. Y, como todos los contrarios parecen reducirse a las razones de bien y de mal, pues de los contrarios siempre uno es negativo, como lo negro y lo amargo, y otro positivo, como lo dulce y lo blanco, de ahí que pensaran que los primeros principios activos de todas las cosas son el bien y el mal.

Pero es obvio que se equivocaron al considerar la naturaleza de la contrariedad. Pues los contrarios no son completamente diversos, sino que convienen en algo y en algo difieren: convienen en el género y se distinguen en las diferencias específicas. Por eso, dado que los contrarios tienen sus respectivas causas contrarias, debido a las cuales se distinguen por las diferencias específicas, por la misma razón deben tener una causa que sea común a todo el género en que convienen. Mas la causa común es anterior y superior a las causas propias, y en cuanto una causa es superior, tanto su eficacia es mayor y se extiende a más efectos. Concluimos, pues, que los contrarios no son los primeros principios activos de las cosas, sino que todos ellos tienen una primera causa activa.

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