CAPÍTULO 16
Contra los religiosos por intentar que sus enemigos sean castigados
Ahora, en cuarto lugar, por qué modos buscan demostrar que los religiosos no deben intentar que sobre sus perseguidores caiga alguna pena o persecución.
[Argumentos de la impugnación]
En el evangelio se lee lo siguiente: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian y orad por quienes os persiguen y calumnian (Mt 5,44). Lo mismo se dice en Lc 6,27. Se nos prohíbe, por tanto, dar lugar a que los enemigos sufran persecución. Así, pues, quien debe ofrecer bienes a otro, mucho más debe evitar el causarle daño.
En relación con las palabras he aquí que os envío como ovejas en medio de lobos (Mt 10,16), dice la Glosa: Quien se ocupa en la predicación, lejos de causar males, debe soportarlos. Por consiguiente, aquellos predicadores que ponen los medios para que sus enemigos sean castigados, muestran ser falsos predicadores.
El Apóstol dice: No devolváis mal por mal (Rom 12,17). Y también: Amadísimos, no os toméis la justicia por vosotros mismos (v.19). La Glosa hace esta sencilla observación: No hagáis volver contra el adversario las heridas recibidas. Por consiguiente, quienes intentan que sus adversarios sean castigados, obran contra la enseñanza del Apóstol.
En la Leyenda de los Santos Simón y Judas se lee que, deseando el rey de los Persas castigar a los sacerdotes de los ídolos que eran contrarios a los apóstoles, los apóstoles se le echaron a los pies, suplicando que los perdonase, para evitar que quienes habían venido para introducir la común salvación, resultasen ser causa de ruina para alguno. Por consiguiente quienes procuran que sus adversarios sean castigados por los príncipes, no son apóstoles verdaderos, sino falsos.
Dice el Apóstol: Así como entonces, el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido según el Espíritu, lo mismo sucede ahora (Gál 4,29). Una Glosa tomada de Agustín, a propósito del pasaje citado, dice: ¿Quiénes son los nacidos según la carne? Los amadores del mundo, los amadores de este siglo. ¿Quiénes son los nacidos según el espíritu? Los que dirigen su amor al reino de los cielos, los que aman a Cristo. Por lo tanto, quienes intentan que otros sufran castigo muestran ser amadores del mundo.
Dice también el Apóstol: No seamos codiciosos de vanagloria (Gál 5,28). La Glosa hace la observación siguiente: La vanagloria consiste en querer vencer cuando no hay galardón. Ahora bien, quienes buscan que sobre los adversarios caiga castigo, buscan quedar vencedores. Esto, por consiguiente, pertenece a la vanagloria. De todo esto quieren sacar en conclusión que a las personas santas nunca les está permitido intentar que alguien sea castigado.
De Santiago y de Juan se lee que dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo y los consuma? Entonces él, volviéndose, les dijo: no sabéis de qué espíritu sois (Lc 9,54-55). Por donde se ve que quienes están llenos del espíritu de Dios no deben andar en busca de castigo para otros.
[Exposición de la doctrina]
Hay pruebas de que los santos imponen a otros castigo o tratan de que les sea impuesto. Se ve, primero, por el ejemplo de Cristo de quien se dice arrojó del templo a los que compraban y vendían, esparció las monedas de los cambistas y volcó las mesas (n 2,15).
Tenemos también el ejemplo de Pedro, el cual con su palabra condenó a muerte a Ananías y Safira por haber cometido fraude en lo relativo al precio del campo (Hch 5,1-11). Pablo da también ejemplo. Mirando al mago Elimas, Pablo, lleno del Espíritu Santo, le dijo: ¡Oh, tú, lleno de todo engaño y toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia! ¿No dejarás de trastornar los caminos rectos del Señor? Ahora, pues, mira que la mano del Señor está contra ti. Serás ciego y, por algún tiempo, no verás el sol (Hch 13,9-11). Por donde queda claro que con palabras lo reprendió ásperamente y le impuso la pena de ceguera.
Es también Pablo quien dice: Yo como presente ya he juzgado al que obró de ese modo. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesucristo: el culpable sea entregado a Satanás para destrucción de la carne (1 Cor 5,3-5). La Glosa entiende el pasaje así: a Satanás, para que Satanás lo atormente corporalmente. Lo cual es, ciertamente, una pena muy grave. Y, de este modo, se vuelve a la misma conclusión de antes.
Acerca de las palabras cazadnos las zorras, las zorras pequeñas (Cant 2,15), dice la Glosa: Derrotad y apresad a los cismáticos y herejes, porque, como allí mismo dice otra Glosa, presentar a los demás una vida ejemplar y cumplir bien el ministerio de la predicación a nosotros no nos basta, mientras no corrijamos a los descarriados y no defendamos a los débiles de las asechanzas de otros.
Dionisio dice que los ángeles no son malos, aunque a veces castiguen a los malos. Ahora bien, la jerarquía eclesiástica está configurada según el modelo de la celeste. Por consiguiente, es también posible que, sin malicia alguna, un hombre imponga a otro penas o procure que le sean impuestas.
En el Decreto se dice: Quien puede oponerse a los perversos y atemorizarlos, y no lo hace, en realidad está favoreciendo su perversidad; y quien no resiste a un crimen manifiesto, no está exento de la sospecha de que ocultamente tiene algo que ver con él. Es, por tanto, evidente que no sólo está permitido resistir a los malos y atemorizarlos, sino también que esto no puede ser omitido sin pecado.
Del caballo —que es símbolo del predicador— se dice: Sale al encuentro de gente armada (Job 39,22). De ello da razón la Glosa, diciendo: Por defender la justicia, se opone a quienes obran perversa e impíamente. Y la [Glosa] interlinear precisa: Aunque él mismo no sea ‘el blanco’ buscado. De lo cual se deduce que incumbe a los predicadores santos la tarea de inquietar a los perversos, aunque ellos mismos no tengan que sufrir sus golpes.
[Exposición de la doctrina]
Los santos no hacen esto por odio, sino por amor. En relación con las palabras sea entregado a Satanás para destrucción de la carne a fin de que el espíritu se mantenga a salvo (1 Cor 5,3), dice la Glosa: Con estas palabras el Apóstol muestra que lo hizo no por odio, sino por amor. Y poco después añade: Elías, por ejemplo, y otros santos varones castigaron algunos pecados con la muerte, porque de este modo los vivos concebían un saludable temor; y para los que eran castigados con la muerte, el daño no era la muerte misma, sino el pecado, el cual, pudiendo crecer si continuaban viviendo, de ese modo quedaba mermado. Los santos no causan a los malos persecución que tenga razón de fin; buscan para ellos el bien de que se corrijan del pecado, o dejen de pecar; o el bien de los demás, a fin de que por el temor se refrenen o sean liberados de los perversos. A veces el castigo recibe nombre de persecución por la semejanza de la pena. Agustín, escribiendo al conde Bonifacio, tiene un pasaje recogido en el Decreto y del tenor siguiente: Si queremos decir o reconocer la verdad, persecución injusta es la que los impíos promueven contra la Iglesia, persecución justa es la que la Iglesia de Cristo quiere realizar contra los impíos. Se dice también: Perseguí a mis enemigos y los alcancé y no me volví hasta acabar con ellos (Sal 17[v.],37. Y también: Perseguía al que, en secreto, difama a su prójimo (Sal 100,3).
[Respuesta a los argumentos de la impugnación]
Como ya quedó demostrado, los santos castigan a los malos o buscan que sean castigados, no por odio, sino por amor. Con esto, lejos de perjudicarles, los benefician.
Los predicadores no deben hacer caer sobre otros unos males que sean como el término en que su intención se queda, a la manera de quien se deleita en los castigos. Deben, sin embargo, tratar de imponer o de hacer que sea impuesto el castigo para el bien de quien sufre el castigo, o para el bien de los demás: como quedó ya dicho.
Quien, por celo de la caridad, busca el castigo de alguien, no devuelve mal por mal, sino bien por mal, puesto que la pena misma es útil a quien la sufre. Las penas son una cierta medicina, como dice el Filósofo. Dionisio, por su parte, dice: El mal no está en ser castigado, sino en hacerse merecedor de castigo. De manera semejante, cuando se nos prohíbe devolver a los adversarios la herida, se nos dice que no lo hagamos por odio o por apetito de venganza.
Como ya se dijo, los santos castigan a los malos, o buscan que sean castigados, con la sola finalidad de que o se corrijan ellos, o se atienda al bien de los demás. A veces la impunidad hace que algunos se vuelvan insolentes y más inclinados al mal. Cuando no se ejecuta pronto la sentencia, los hijos de los hombres, sin temor alguno, se lanzan a cometer el mal (Ecl 8,11). Y es entonces cuando los santos aplican penas a los malvados. Puede ocurrir también que la clemencia sea más provechosa para la corrección. Y en ese caso, los santos o suprimen o rebajan la pena. Por este motivo, respecto de las palabras no sabéis de qué espíritu sois (Lc 9,55) dice la Glosa: No siempre hay que imponer castigo a quienes cometen pecado, porque a veces la clemencia te aprovecha más a ti para practicar la paciencia, y al que ha caído para convertirse. Por este motivo Simón y Judas impidieron el castigo de sus adversarios.
Los amadores del mundo persiguen injustamente a los que aman a Dios; pero la persecución que sufren de parte de éstos es justa: como consta por las palabras de Agustín que fueron transcritas.
Por lo dicho, queda ya claro que los santos no buscan castigo para otros, a no ser por algún beneficio; y este beneficio lo consideran como premio. No hay motivo alguno para pensar que lo hacen por vanagloria.
Como dice la Glosa, cuando los apóstoles aún no estaban formados y desconocían el modo de reparar los yerros, deseaban el desquite no por amor de la corrección o de poner término a la maldad, sino por odio: el Señor reprende esta ignorancia. Pero después, cuando ya los había instruido en el verdadero amor al prójimo, comunicó a veces el poder de realizar tales formas de venganza, como se lo comunicó a Pedro para castigo de Ananías y de su mujer, cuya muerte suscitó entre los vivos un saludable temor, y en los muertos puso fin a un pecado que podía ir creciendo si vivieran. Esto mismo es lo que se dice en la ya citada Glosa sobre 1 Cor 5,8: entregar a Satanás al que tal hizo. Podría decirse también que el Señor reprendió a los discípulos que pedían el castigo de los samaritanos, porque veía que la conversión de ellos podría ser facilitada usando clemencia. Por esto la Glosa acerca del pasaje dice: Los samaritanos de quienes, en este lugar, es apartado el fuego, creyeron con mayor prontitud.
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