CAPÍTULO 13: Sobre el error de quienes tienen la pretensión de rebajar el mérito de la obediencia o del voto

CAPÍTULO 13

Sobre el error de quienes tienen la pretensión de rebajar el mérito de la obediencia o del voto

El diablo, envidioso de la perfección de los hombres, hizo surgir variedad de charlatanes y maestros de seducción que impugnasen las señaladas vías de perfección. La primera vía de perfección la impugnó Vigilancio. Jerónimo, escribiendo contra él, dice: A la afirmación de que hacen mejor quienes hacen uso de sus cosas y poco a poco reparten el fruto que producen, es dada respuesta no por mí sino por Dios que dice: Si quieres ser perfecto, vete, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres; luego, ven y sígueme. [Jesús] habla a quien desea ser perfecto, al que, igual que los apóstoles, abandonó padre, barca y redes. Este nivel que tú encomias y que es el segundo o tercero, también nosotros lo aceptamos, a condición de que seamos conscientes de que el primer nivel debe ser preferido al segundo y al tercero. Por lo cual, para excluir este error, alguien ha dicho: Es bueno repartir los bienes entre los pobres de acuerdo con un plan; pero es mejor darlo todo de una vez por haber decidido seguir al Señor y, liberado de toda preocupación, soportar la indigencia juntamente con Cristo.

La segunda vía de perfección fue impugnada por Joviniano que igualaba el matrimonio con la virginidad. Su error fue refutado con toda evidencia por San Jerónimo en un libro que escribió contra él. Acerca del mismo error dice Agustín: La herejía de Joviniano, que igualaba el valor de la virginidad consagrada con la pureza conyugal, cobró tanta fuerza en Roma que cierto número de monjas, de cuya pureza jamás había habido la menor duda, contrajeron matrimonio. A este monstruo la Iglesia le resistió por todos los medios, con la máxima fidelidad y firmeza. Por ello, un autor que acaba de ser citado, dice: Igualar el matrimonio con la virginidad consagrada a Dios o decir que quienes practican la penitencia corporal de renunciar al vino y a la carne no tienen, por ello, mérito alguno, es cosa no del Cristiano, sino de Joviniano.

El diablo, no satisfecho con estas antiguas asechanzas, incitó, según se dice, a algunos contemporáneos nuestros a la obra de impugnar el voto de obediencia y los votos en general, diciendo que es más encomiable practicar las obras de virtud sin voto o sin compromiso de obediencia que por el deber de voto o de obediencia. Algunos de ellos, según se dice, llegan a ensañamiento tan extremo como es afirmar que quien hizo voto de entrar en religión puede desentenderse de él sin mengua alguna de vida cristiana. Intentan confirmar este error con argumentos frívolos y carentes de valor.

Dicen, en efecto, que una obra, cuanto más voluntaria, tanto es más laudable y meritoria. Ahora bien, una obra, cuanto es más necesaria, tanto es menos voluntaria. Por consiguiente, hay mayor mérito en practicar las virtudes por propio arbitrio, sin obligación de voto y de obediencia, que en practicar eso mismo por el compromiso vinculante del voto o de la obediencia.

Se dice también de ellos que pretenden apoyarse en las siguientes palabras de Próspero: Debemos practicar la abstinencia y el ayuno, sin someternos a la necesidad de ayunar, no sea que nos veamos teniendo que hacer por fuerza lo que es voluntario.

Podrían también alegar lo que dice el Apóstol: Cada uno entregue lo que decidió en su corazón, no a disgusto o por necesidad. Dios ama a quien hace el donativo con gusto (2 Cor 9,7).

Hay que poner de manifiesto que es falso lo que dicen, dejando claro que los argumentos propuestos carecen de valor.

Para mostrar la falsedad, es preciso partir, como de principio, de lo que se dice en el salmo: Haced votos al Señor Dios nuestro y cumplidlos (Sal 75,12). Respecto de estas palabras dice la Glosa: Se ha de tener en cuenta que hay una forma de votos generales hechos a Dios; a este género pertenecen aquellos sin los cuales la salvación es imposible, como hacer voto de fe en el bautismo, y así otros casos análogos. Todos ésos, aunque no los hayamos hecho [explícitamente], debemos cumplirlos. Hay otros votos de índole personal, o propios de cada uno, como la castidad, la virginidad, y otros semejantes. A estos votos somos invitados; no se nos manda hacerlos. Hacer un voto es un consejo propuesto a una voluntad; pero, después de hecho el voto, su cumplimiento constituye un deber. Hay, pues, votos que caen bajo precepto; otros, en cambio, son de consejo. De unos y de otros se deduce que es mejor practicar un bien por voto que sin voto.

Es evidente que lo necesario para la salvación obliga a todos por precepto divino, porque no se puede pensar que Dios dé un precepto que no sirva para nada. El fin de todo precepto es la caridad, como dice el Apóstol (cf. 1 Tim 1,5). Carecería de sentido dar precepto acerca de algo, si el cumplirlo fuese indiferente en orden a la caridad. Ahora bien, está dado el precepto no sólo de creer o de no robar, sino también que hagamos voto acerca de ello. Por consiguiente, creer por voto o no robar por voto, y así otras cosas semejantes, contiene mayor caridad que si eso mismo se hiciese sin voto. Donde la caridad es mayor, lo es análogamente la medida de lo laudable y de lo meritorio. En conclusión: es más laudable y más meritorio hacer alguna cosa por voto que sin voto.

No sólo se da consejo de guardar virginidad y de mantener la castidad, sino también de practicarla por voto, como se comprueba leyendo la Glosa citada. Ahora bien, el consejo, de acuerdo con lo ya dicho, no se da sino respecto de un bien mejor, como se dijo antes’. Por consiguiente, es mejor guardar virginidad con voto que sin voto. Y otro tanto hay que decir respecto de cosas análogas.

Entre todas las obras buenas, la más recomendada es la guarda de la virginidad. El Señor invita a ello, diciendo: Quien sea capaz de entender, entienda (Mt 19,12). Ahora bien, el voto hace que la virginidad misma sea recomendable. Dice, en efecto, Agustín: La virginidad merece encomio no por ser virginidad, sino por estar consagrada a Dios, o sea, en cuanto es ofrecida y guardada a impulso de una piadosa continencia. Y un poco después añade: Nosotros, en el tema de las vírgenes, no damos relieve al hecho de la virginidad, sino que valoramos sobre todo el que sean vírgenes consagradas a Dios por impulso de una piadosa continencia. Con mayor razón, pues, otras obras se hacen recomendables por el hecho de ser ofrecidas a Dios con voto.

Todo bien finito acrecienta su bondad cuando le es añadido otro. En efecto, es indudable que la promesa de un bien es cosa buena, pues quien promete algo a otro le ofrece un bien. Por eso quienes reciben promesa de algo dan las gracias. Ahora bien, el voto es una promesa hecha a Dios, como se ve por las ya citadas palabras: Si hiciste a Dios voto de algo, no tardes en cumplirlo, porque a él le desagrada una promesa insensata e infiel (Ecl 5,3). Es, por tanto, mejor hacer algo con voto que limitarse a hacerlo.

Cuanto uno da más a otro, tanto tiene mayor mérito ante él. Quien hace algo sin voto, le da solamente aquello que hace por amor a él. Pero quien, además de hacer una cosa, se compromete ante alguien con voto, le da no solamente lo que hace, sino también la capacidad de hacerlo: se obliga a tener que hacer lo que antes libremente podía omitir. Por consiguiente, ante Dios tiene mayor mérito quien hace una cosa por voto que quien la hace sin voto.

En el encomio debido a una obra buena entra el fortalecimiento de la voluntad en el bien, como, por el contrario, aquello que fija la voluntad en el mal hace más grave la culpa. Ahora bien, es evidente que quien hace voto da a la voluntad firmeza en lo prometido con voto, de modo que, a la hora de cumplir lo prometido, la obra procede de una voluntad fortalecida. Por consiguiente, así como la culpa es más grave cuando es cometida con propósito obstinado en el mal, así también, análogamente, el mérito se acrecienta cuando alguien realiza la obra por voto.

Un acto es tanto más laudable cuanto procede de una virtud más excelente, puesto que la condición misma de laudable tiene su origen en la virtud. A veces, el acto de una virtud inferior es imperado por otra superior, como cuando alguien cumple por caridad un acto de justicia; es, por tanto, mejor cumplir las obras de una virtud inferior por imperio de la superior, pues no cabe duda que una obra de justicia queda mejorada cumpliéndola por caridad. Es un hecho notorio que nuestras obras ordinarias pertenecen a virtudes inferiores, como el ayuno a la abstinencia, la continencia a la castidad, y así otros casos análogos. Hacer un voto es propiamente acto de latría, la cual, sin posible duda, es superior a la abstinencia, a la castidad. Este criterio es aplicable a casos análogos. Hay mayor perfección en dar culto a Dios que en mantener el debido orden, sea respecto al prójimo, sea respecto de uno mismo. Por consiguiente, las obras de abstinencia, de castidad o de cualquier virtud inferior a la latría, se hacen más laudables si son practicadas por voto.

Se añade a esto la amorosa solicitud con que la Iglesia invita a hacer votos, concediendo, por ejemplo, especiales indulgencias y privilegios a quienes prometen ir a Tierra Santa o a otros sitios en defensa de la Iglesia. No haría la Iglesia tal invitación, si fuese mejor hacer las obras sin voto, porque se opondría a la exhortación del Apóstol que dice: ambicionad los carismas mejores (1 Cor 12,31). Si fuese mejor hacer las obras sin voto, la Iglesia no invitaría a hacerlos, sino se opondría prohibiendo o desaconsejando. Por análogas razones, dado que la intención de la Iglesia es la de guiar a los fieles hacia un estado mejor, tomaría la decisión de liberar a todos de los votos que han hecho, para que, de este modo, las obras de ellos fuesen efectivamente más laudables. Ahora bien, es evidente que esto se opone a lo que, de manera universal, la Iglesia defiende y experimenta. Esa opinión, por tanto, ha de ser rechazada como herética.

Los argumentos que alegan en su favor tienen, por variados motivos, fácil respuesta.

No es universalmente verdadero que la obra realizada por voto sea menos voluntaria que la cumplida sin voto. Muchos cumplen lo prometido con tan pronta voluntad que, aun cuando no lo hubieran prometido, no solamente lo harían, sino que lo prometerían.

Puede ocurrir que alguien practique por voto o por obediencia una obra que, considerada en sí misma, le es no-voluntaria: la cumple por el solo deber de un voto o de una obediencia que no quiere quebrantar. Pues bien, aún en este caso, cumpliendo eso, actúa de manera más laudable y más meritoria que si, con pronta voluntad, lo realizase sin voto. Aunque no tenga pronta voluntad de practicar aquella obra, por ejemplo, ayunar, tiene, sin embargo, pronta voluntad de cumplir el voto o de obedecer: lo cual es mucho más laudable y más meritorio que ayunar; por consiguiente, quien obra así merece más que quien ayuna por propia voluntad. La voluntad de cumplir el voto o de obedecer es juzgada tanto mejor dispuesta, cuanto aquello que uno cumple por obediencia o por voto es, en sí mismo, más contrario a la voluntad. Por este motivo, Jerónimo, escribiendo al monje Rústico, le dice: A través de todo esto, mi exposición tiene la finalidad de enseñarte que no te dejes guiar por tu arbitrio. Y poco después añade: No hagas lo que tú quieres; come lo que se te manda, posee lo que has recibido, tu vestido sea el que te es dado, cumple la medida de trabajo que te es señalada, sométete a quien no te gusta, cánsate en el trabajo antes de ir a la cama, acepta la somnolencia cuando todavía tienes que caminar y que hayas de levantarte cuando todavía no has dormido bastante.

Resulta, pues, evidente que al mérito de la obra buena pertenece también que alguien, por Dios, haga o sufra aquellas cosas que, en sí mismas, no querría. La voluntad muestra estar tanto más rendida al amor divino, cuanto aquello que hacemos o sufrimos es más contrario a nuestra voluntad. Éste es el motivo por el que los mártires son tanto más encomiados cuanto más fue lo que, por amor a Dios, soportaron, contrariando a la voluntad humana. Es el caso de Eleazar, el cual, mientras era torturado, dijo: Sufro crueles dolores en el cuerpo, pero en ofrenda de reverencia a ti [Yahvé] mi ánimo soporta todo esto con gusto (2 Mac 6,30).

Puede ocurrir que alguien no mantenga la voluntad de cumplir el voto o de obedecer. Siendo Dios juez de las intimidades del corazón, ese alguien es considerado, ante Dios, como quien quebrantó un voto o prevaricó de la obediencia.

Con esto se tiene ya respuesta a las autoridades alegadas, las cuales hacen referencia a casos de necesidad humana, como cuando alguien, por temor humano, cumple lo que juró o prometió. Pero no dicen nada acerca de la necesidad que tiene su origen en la caridad divina, como es el caso de quien, por cumplir la voluntad divina, hace o soporta cosas que, fuera de ese motivo, no aceptaría. Esto se ve en las palabras del Apóstol, cuando dice no a disgusto ni por necesidad. La necesidad de origen humano causa tristeza; la necesidad que nace del amor divino, o elimina, o hace disminuir la tristeza. Esto mismo se ve claro por las palabras de Próspero: no ocurra que, perdida la devoción, hagamos contra nuestra voluntad lo que es voluntario; la necesidad que procede del amor divino, lejos de disminuir la devoción, la acrecienta.

Esta última necesidad ha de ser encomiada y apetecida, como se ve por lo que dice Agustín en carta a Armentario y Paulina: Puesto que hiciste voto, ya te obligaste y no te está permitido hacer otra cosa. Antes de haber asumido la responsabilidad del voto, libremente podías practicar lo inferior, aunque, ciertamente, no merece ponderaciones una liberta que hace que no sea debido aquello que cuando es debido se cumple con ventaja. Ahora, dado que ante Dios se mantiene tu promesa, no te invito a una justicia de nivel más alto –o sea, a una continencia que ya había prometido, como se ve por lo que ha sido dicho ya– sino que te quiero alejado de toda iniquidad. Si no cumples lo que prometiste, ni siquiera serás lo que habrías sido sin haber hecho la promesa; sin la promesa habrías sido menos, pero no peor; ahora en cambio, si quebrantas la fe prometida –Dios no lo permita– serás tanto más miserable cuanto, de haberla mantenido, serías más dichoso. No te pese haber hecho el voto; antes bien, alégrate de que ya no te sea lícito aquello que, si bien con desventaja para ti, habrías podido hacer. Sé decidido y transforma en hechos las palabras. Te vendrá en ayuda Aquel que reclama tus promesas. ¡Feliz necesidad que obliga a una vida mejor!

Estas palabras hacen patente el error de quienes dicen que no hay obligación de cumplir el voto de entrar en religión.

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