CAPÍTULO 13: Acerca de que los religiosos hacen recomendación de sí mismos o de su religión

CAPÍTULO 13

Acerca de que los religiosos hacen recomendación de sí mismos o de su religión

Ahora hay que ver cómo deforman el juicio sobre las cosas, mediante censuras de lo que puede estar bien o mal. Cabe señalar los puntos siguientes:

Primero, que se recomiendan a sí mismos, o su religión, o se buscan cartas de recomendación dadas por otros;

Segundo, que no soportan las palabras de sus detractores y les resisten;

Tercero, que litigan judicialmente;

Cuarto, que buscan el castigo de sus perseguidores;

Quinto, que les gusta complacer a los hombres;

Sexto, que se alegran de las cosas grandes que Dios hace por su ministerio;

Séptimo, que acuden con frecuencia a la corte de los reyes y de los poderosos.

[Argumentos de quienes censuran]

Quieren demostrar que no deben recomendarse a sí mismos. El Apóstol pone en guardia frente a quienes con palabras blandas y con lisonjas seducen los corazones de los ingenuos (Rom 16,18). En relación con esto dice la Glosa: Los falsos apóstoles recomendaban su enseñanza con palabras bien compuestas, con las cuales seducían el corazón de los sencillos. Los religiosos, por el hecho de recomendar su orden y de atraer algunos a ella muestran ser falsos apóstoles, semejantes a los fariseos, sobre los cuales está dicho: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! Dais vueltas por mar y tierra para hacer un prosélito (Mt 23,19).

En otro pasaje se lee: ¿Empezamos, acaso, a recomendarnos de nuevo? (2 Cor 3,1). Acerca de esto, dice la Glosa: ¿Hay alguien que nos haga esta imposición? Dios nos libre de semejante cosa. Y sacan la misma conclusión de antes.

De nuevo allí se añade: ¿Acaso necesitamos, como algunos, cartas de recomendación ante vosotros o dadas por vosotros? (2 Cor 3,1). Sobre este pasaje, la Glosa hace la siguiente reflexión: Esos ‘algunos’ son los falsos apóstoles a quienes ninguna virtud hace recomendables; ciertamente, al modo de ellos, no necesitamos. De lo cual se deduce que quienes buscan cartas de recomendación son falsos apóstoles.

De nuevo: Nos recomendamos con manifestar la verdad (2 Cor 4,2). La Glosa anota: Sin compararnos con adversarios. Por consiguiente, los religiosos que, al recomendarse, anteponen su propia religión a otras religiones, no son apóstoles verdaderos.

De nuevo: No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo (2 Cor 4,5). Ahora bien, quienes se recomiendan, se predican a sí mismos. Luego no son imitadores de los apóstoles verdaderos.

De nuevo: No nos atrevemos a contarnos o a compararnos con algunos que se alaban a sí mismos (2 Cor 10,12). La Glosa entiende esto referido a los falsos apóstoles. Luego quienes se recomiendan a sí mismos son falsos apóstoles.

De nuevo: No es aprobado el que se recomienda a sí mismo, sino el que es recomendado por Dios (2 Cor 10,19). Por consiguiente, quienes se recomiendan a sí mismos no tienen la aprobación de Dios.

Está escrito: Alábete el extraño y no tu propia boca; el ajeno y no los labios tuyos (Prov 27,2).

El que se jacta y se hace altivo, suscita contiendas (Prov 28,25). Por donde se ve hasta qué punto es reprobable que alguien se recomiende a sí mismo.

Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada es (n 8,54). Con mucha más razón, quienes se glorifican a sí mismos, muestran que su gloria no tiene valor alguno.

De todo esto quieren deducir que a nadie se le permite recomendar su estado.

[Exposición de la doctrina]

Es un hecho manifiesto que los santos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, hacen recomendación de sí mismos. En encomio de Nehemías se dice: Nunca reclamé para mí el pan de gobernador, porque el pueblo sufría dura servidumbre. Acuérdate de mí para bien, Dios mío, y de todo lo que hice por este pueblo (Neh 5,18-19).

Con mis ojos hice pacto de ni siquiera mirar a una doncella (Job 31,1). Me vestía de justicia y ella me cubría como manto (29,14). Y en ambos capítulos dice otras muchas cosas en encomio de sí mismo.

El Apóstol dice: No osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí (Rom 15,18). Y añade: Desde Jerusalén, y por los alrededores hasta el mar de Iliria, lo he llenado todo del evangelio de Cristo (15,19). He trabajado más que todos ellos (1 Cor 15,10). En lo que cualquiera se atreva, yo también (2 Cor 11,21). Y allí dice de sí mismo otras muchas cosas de encomio. En otro lugar: No hice caso alguno de la carne ni de la sangre (Gál 1,16), junto con otras muchas cosas en el mismo sentido, que se encuentran en este capítulo y en el siguiente.

El Apóstol hace también recomendación de su estado. Nos ha hecho idóneos ministros del Nuevo Testamento, no por la letra, sino por el espíritu (2 Cor 3,6). Y allí añade muchas cosas en recomendación de la dignidad apostólica. Por lo cual es evidente que al religioso le está permitido recomendar su religión y de este modo atraer a otros para que entren.

También el Apóstol, recomendando la perfección de la virginidad, exhorta a otros a abrazar el estado de virginidad en el cual él se encontraba. Quiero que todos sean como yo (1 Cor 7,7). Por consiguiente, también los religiosos, por encontrarse en estado de perfección, pueden recomendar su propia religión.

Sin embargo, hay que contar con un hecho. El recomendarse a sí mismo, a veces es laudable; otras, en cambio, merece reprensión. Cómo los buenos puedan recomendarse a sí mismos, lo expone Gregorio, diciendo: A veces los justos y los perfectos hablan de sus virtudes, dan cuenta de los dones recibidos de Dios por gracia, no con el fin de que, manifestándolos, ganen prestigio ante los hombres, sino para impulsar a la virtud, con el propio ejemplo, a aquellos a quienes predican. Pablo refiere a los Corintios que fue arrebatado al paraíso, para apartarlos de pensar en los falsos apóstoles. Y añade: Cuando los perfectos hacen esto, o sea, cuando hablan de las propias virtudes, también en eso son imitadores de Dios omnipotente, el cual canta sus alabanzas ante los hombres, para que los hombres lo conozcan. Con el fin de que nadie caiga en la presunción de estar alabándose a cada paso, algo más adelante señala los principales casos en que es posible recomendarse. Dice, pues: Acerca de ellos —o sea, de los justos— se ha de saber que no descubren sus dones, a no ser que, como dije, los fuerce o el provecho de los prójimos o alguna gran necesidad. Por lo cual, Pablo apóstol, después de haber hecho enumeración de sus virtudes a los Corintios, añade: me hice el loco; vosotros me forzasteis. Alguna vez, sin embargo, ocurre que, forzados por la necesidad, mediante la manifestación de sus dones buscan no el provecho de otros, sino el suyo propio. Esto se puede advertir en el santo Job, el cual da cuenta de sus hechos diciendo: Fui ojo para el ciego etc. Pero, como encontrándose sumido en hiriente dolor, sus amigos lo reprendían de haberse comportado impíamente, de haber sido violento con el prójimo, de haber oprimido al pobre, el santo varón, apresado entre los golpes que le venían de Dios y las palabras de reprensión humana, vio que su espíritu era fuertemente golpeado y que era empujado hacia la fosa de la desesperación, en la cual estaba a punto de caer, a no ser que hiciese volver a la memoria sus buenas obras pasadas. Si refiere sus cosas buenas, no lo hace por deseo de alabanza, sino que, con la esperanza, renueva su espíritu.

Queda, pues, claro que son muchas las causas por las que el justo puede encomiarse a sí mismo, no como quien busca gloria humana, sino por el provecho espiritual, suyo y de los demás. Principalmente al varón perfecto le está permitido recomendar el estado de perfección, para que otros se sientan animados a seguir la perfección: como al cristiano le está permitido recomendar la religión cristiana entre infieles para que se conviertan a la fe. Cuanto la persona es más santa, tanto mayor es su celo por atraer a otros al estado de perfección. Por lo cual Pablo decía: Deseo ante Dios que, por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fuesen hechos tales cual yo soy (Hch 26,29).

[Respuesta a los argumentos de los censores]

Como consta por la Glosa sobre ese mismo lugar, las tradiciones que recomendaban los falsos apóstoles consistían en forzar a los gentiles a judaizar. Y esto lo recomendaban en elegante lenguaje para pervertir a los simples. No llama tradición a estado alguno de perfección; tradición se identifica con doctrina falsa y herética. De manera semejante, en Mt 23,18 los fariseos no son reprendidos por la solicitud en hacer prosélitos, sino porque, después de haberlos convertido, les suministraban falsas doctrinas; quizá también porque los prosélitos, viendo la vida de ellos, retornaban a la gentilidad: por lo cual se hacían merecedores de pena más grave, como allí mismo explica la Glosa.

Acerca de lo dicho en relación a 2 Cor 3,1, se responde que los apóstoles se recomendaban a sí mismos, no buscando gloria humana, sino por las razones señaladas en el pasaje citado de Gregorio.

El Apóstol no niega que se haga uso de cartas de recomendación. Pero muestra que él no las necesita; las necesitaban, en cambio, los falsos apóstoles, los cuales carecían de virtud que los recomendase: como lo dice la Glosa de Pedro Lombardo allí citada. A veces los santos necesitan cartas de recomendación, no por ellos mismos, sino con vistas a otros que desconocen su virtud o su autoridad. De este modo Pablo hace la recomendación de Timoteo, diciendo: Si llega Timoteo, mirad que esté entre vosotros con tranquilidad; él realiza la obra del Señor como yo (1 Cor 16,10). Dice también: Espero en el Señor Jesús enviaros pronto a Timoteo (Flp 2,19). Y seguidamente da la razón, diciendo: No tengo a nadie que esté tan de acuerdo conmigo y que tan sinceramente se interese por vosotros (v.20). El Apóstol hace también la recomendación de Marcos, sobrino de Bernabé, acerca del cual recibisteis órdenes mías. Si va a vosotros, recibidlo (Col 4,10). Hace igualmente la recomendación de la diaconisa Febe, para quien pide toda la asistencia que ella pueda necesitar (Rom 16,1-2). De aquí nació la costumbre de que quienes son enviados reciban de los mitentes cartas testimoniales y comendaticias.

Los santos no se recomiendan a sí mismos para gloria suya personal, sino mirando al provecho del prójimo. De manera semejante puede ocurrir que se antepongan a otros; no lo hacen por altanería, sino por el bien de los demás. Así, en ocasiones, los santos se anteponen a los malos, para que el pueblo se aparte de los malos e imite a los buenos. El Apóstol encarna un caso concreto, diciendo: Son ministros de Cristo, también yo; y, hablando a lo loco, yo más (2 Cor 11,23). A veces se anteponen también a los buenos para que su autoridad sea reconocida por los hombres entre quienes no podrían prestar servicio fructífero si no gozasen de prestigio. De este modo, Pablo, el Apóstol, se antepuso en algo a los apóstoles verdaderos, diciendo: Su gracia no permaneció ociosa en mí, sino que trabajé más que todos ellos (1 Cor 15,10). Menos se puede pensar en reprenderlos cuando anteponen su estado al estado menos perfecto de otros, porque esta comparación no ofrece riesgo de pensar en gloria propia. De este modo el Apóstol dio preferencia a los ministros del Nuevo Testamento sobre los ministros del Antiguo (2 Cor 3). De este modo también antepuso el estado de doctores, en que él se encontraba, a los otros estados de la Iglesia, como cuando dijo: Los presbíteros que cumplen bien su función presidencial, reciban doble estipendio, sobre todo los que trabajan en la predicación y en la enseñanza (1 Tim 5,17). Tal vez pueda decirse que la Glosa aquella es alegada en un sentido falso. Allí el Apóstol habla de una recomendación que no consiste en palabras, sino en hechos, mediante los cuales los hombres se hacen recomendables ante la conciencia de los demás. Ésta es la idea dada por el contexto y consta que se mostraban superiores a los falsos apóstoles, porque hacían obras mejores. Por consiguiente, cuando dice sin hacer comparación con adversarios, hay que fijarse en la intención: no se puede establecer comparación con los adversarios, porque los excede incomparablemente. Por lo cual, la Glosa se ordena a lo contrario de lo que se la hace decir.

El no predicarse a sí mismo significa que no se busca la propia gloria ni ganancias personales, sino la gloria de Cristo, como dice la Glosa allí citada de Pedro Lombardo. Así, pues, los santos, aunque alguna vez se recomienden, no por eso buscan su propia gloria, sino la gloria de Dios y el provecho de los demás.

La respuesta está clara en la misma Glosa, que añade en ese lugar: Nos negamos a compararnos con algunos, como los pseudoapóstoles, que, no siendo enviados por Dios, se recomiendan ellos mismos en sus actos, pero no Dios a ellos. De esto, por tanto, no puede concluirse que quienes son enviados por Dios a través de sus ministros no puedan recomendarse a sí mismos, ya que es el mismo Dios quien los recomienda impartiéndoles los dones de las gracias, con tal que sea por las causas indicadas antes.

Con esto queda clara la respuesta a la séptima dificultad.

Los pasajes alegados hablan de la alabanza con que alguien se recomienda, buscando su propia gloria.

La respuesta se ve clara por la Glosa interlinear que dice: si me glorifico a mí mismo yo solo… Por consiguiente la gloria de quienes a sí mismos se glorifican pero no son glorificados por Dios, no es nada. Es distinto el caso de aquellos a quienes Dios glorifica con los dones de gracia que les otorga.

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