CAPÍTULO 1: Intención del autor de la obra

CAPÍTULO 1

Intención del autor de la obra

La finalidad principal de la religión cristiana consiste en esto: desprender a los hombres de cosas terrenas y hacerlos estar atentos a las espirituales. Por este motivo el autor y consumador de nuestra fe (Heb 12,2), viniendo a este mundo, demostró a sus fieles, con hechos y de palabra, el desprecio de las cosas seculares. Con hechos, porque, como dice Agustín: El Señor Jesús, hecho hombre, desechó todos los bienes terrenos para hacer ver que deben ser desechados; y soportó todos aquellos males terrenos que mandaba soportar, para que ni en aquéllos se buscase la felicidad, ni en éstos se temiese el infortunio. Nació de una madre la cual, aunque concibió sin contacto de varón y permaneció siempre intacta, estaba desposada con un carpintero, pisoteó todo engreimiento de nobleza de sangre. Nacido en Belén, insignificante entre todas las ciudades de Judea, quiso que ningún hombre se gloriase de la importancia de su ciudad terrena; se hizo pobre aquel de quien son todas las cosas, para que nadie pensase que, por creer en él, recibiría la exaltación que viene de las riquezas terrenas; no quiso que los hombres lo proclamasen rey, porque él enseñaba el camino de la humildad; pasó hambre el que a todos da de comer, tuvo sed el que es creador de la bebida, se fatigó el que para nosotros se hizo camino hacia el cielo; fue crucificado el que puso fin a nuestras cruces, murió el que resucita a los muertos.

Esto mismo nos lo muestra con palabras. Al iniciar su predicación, no promete reino alguno terreno, como en el Antiguo Testamento, sino que a quienes se convierten, les prometió el reino de los cielos; a los discípulos les señaló como primera bienaventuranza la pobreza de espíritu, y la mostró como camino de perfección, cuando al joven que le preguntaba dijo: Si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y luego ven y sígueme (Mt 19,21). Éste es el camino que siguieron sus discípulos, como quienes no tienen nada en lo temporal, pero que espiritualmente lo poseen todo. Teniendo alimento y con qué vestirse estaban contentos.

Este designio, tan lleno de piedad y tan saludable, es obstaculizado desde antiguo por el diablo, émulo de la salvación de los hombres, el cual se sirve de hombres que sólo valoran lo terreno y muestran ser enemigos de la cruz de Cristo. Dice Agustín: Varones y mujeres, todas las edades, todos los niveles sociales quedaron modelados de acuerdo con la esperanza de vida eterna. Unos, desechados los bienes terrenos, se dirigen en vuelo hacia los divinos; otros se rinden ante las virtudes de quienes hacen esto y lo encomian, aunque no se atreven a practicarlo. Son pocos los que protestan y viven bajo la tortura de un infundado resentimiento, o que en la Iglesia buscan su propio interés, aunque parezcan católicos o sean herejes que en nombre de Cristo buscan su propia gloria.

Personas de la índole de estos últimos surgieron, ya desde antiguo, en lugares diversos pero con idéntica perversidad, Joviniano en Roma, y Vigilancio en las Galias, donde anteriormente no había los monstruos que se llaman error. Éstos tuvieron la presunción de equiparar, el primero, el matrimonio a la virginidad; el segundo, el estado de los ricos a la pobreza. Así, en cuanto de ellos dependía, anulaban, con perversidad maniquea, los consejos evangélicos y apostólicos. Si riquezas y pobreza, virginidad y matrimonio, están a la par, de nada sirve que el Señor haya dado consejo de practicar la pobreza o que su Apóstol haya recomendado la virginidad. Por este motivo, el insigne doctor Jerónimo hizo de ambos una eficaz refutación. Pero ocurrió lo del Apocalipsis: una de las cabezas de la bestia que estaba a punto de morir fue sanada de su herida mortal. En las Galias surgen nuevos Vigilancios que, astutamente y de variados modos, apartan a los hombres de la observancia de los consejos.

El primer punto de su enseñanza es: nadie debe asumir la observancia de los consejos, si, con anterioridad, no se ejercitó durante largo tiempo en la observancia de los mandamientos. De acuerdo con esta enseñanza, a los niños, a los pecadores, a los recién convertidos a la fe, les está cerrado el camino de una veloz marcha hacia la perfección. Añaden, en segundo lugar, que nadie debe asumir el camino de los consejos sin contar previamente con el parecer de muchos. Nadie que esté en su sano juicio deja de ver el enorme impedimento que esto implica para caminar hacia la perfección. Los consejos de hombres mundanos, que son mayoría, más fácilmente impulsan al abandono de lo espiritual que a buscarlo con empeño. Buscan igualmente modos de anular el deber de entrar en religión, con el cual se robustece la decisión de asumir camino de perfección. Por último, no tienen reparo en desacreditar, de variados modos, la perfección de la pobreza.

Este abominable intento fue prefigurado por el Faraón que, reprochando a Moisés y Aarón su proyecto de sacar de Egipto al pueblo de Dios, les dijo: ¿Por qué vosotros, Moisés y Aarón, apartáis al pueblo de la labor? (Ex 5,4). A propósito de lo cual la Glosa de Orígenes dice: También hoy, si Moisés y Aarón, o sea, si la enseñanza profética y sacerdotal dirige al alma la invitación a que para servicio de Dios salga de lo mundano, renuncie a todo lo que posee, tenga la mente asentada en la ley y en la palabra de Dios, oirás de inmediato a los amigos del Faraón que dicen a una sola voz: Fijaos cómo son seducidos los hombres, cómo son pervertidos los adolescentes. Y añade enseguida: Éstas eran las palabras del Faraón, éstas las que sus amigos pronuncian hoy.

Éstas son las intenciones de quienes tratan de impedir el aprovechamiento de quienes aspiran a la perfección. Pero, como dijo Salomón, contra el Señor no hay proyecto que se mantenga (Prov 21,30). Puesta la confianza en su ayuda, tomando armas espirituales que son poderosas ante Dios, intentaremos rebatir los susodichos proyectos y cualquier presuntuoso orgullo que se yergue contra la ciencia de Dios.

Tomando como tema todo lo que hemos indicado, seguiremos este orden: propondremos en primer lugar los fundamentos en que apoyan sus pretensiones; después haremos ver cómo cada una de las cosas señaladas se contrapone a la verdad que brota de la fe (Tit 1,1). Finalmente, haremos ver que los argumentos que alegan para mantener su opinión son superficiales y carentes de valor.

Si encuentras un error, por favor selecciona el texto y pulsa Shift + Enter o haz click aquí para informarnos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.