Saberes y sabores: Santo Tomás de Aquino (III); Mons. Miguel A. Barriola

Tomás-Aquino

Saberes y sabores: Santo Tomás de Aquino (III)

Miguel Antonio Barriola

VI –Santo Tomás teólogo y poeta de la Eucaristía

Desde 1261 a 1265, Tomás fue nombrado “lector”[1] para el convento dominico de Orvieto. También a dicha ciudad se había trasladado la curia pontificia en 1262. Se estableció entonces una cálida amistad entre Urbano IV y Santo Tomás. Ahora bien, a partir de los principios del siguiente siglo (XIV), se sostuvo que el papa había encomendado al Santo Doctor la composición del oficio litúrgico de la Fiesta de Corpus Christi. Muchos ponen en duda esta atribución[2], pero creemos que está suficientemente comprobada por el gran especialista en Santo Tomás, J. A. Weisheipl[3].

Accediendo a leer, rezar y cantar los deliciosos himnos del Angélico al sacramento y sacrificio de la Eucaristía, se experimenta una profunda simbiosis entre la más rigurosa claridad teológica y una sensibilidad poética exquisita, que una vez más aleja al Santo Doctor de la rigidez abstracta, que le suelen achacar quienes no lo conocen en realidad[4]. Quien haya gustado de las composiciones poéticas-eucarísticas de Santo Tomás, encontrará en ellas un lenguaje lineal, teológicamente riguroso, intelectivamente transparente, del que dimana el principal esplendor, el de la verdad: veritatis splendor. Pero a esta precisa transparencia, propia de un “escolástico”, se une no menos la piedad, el estupor admirado y contemplativo, que encienden y transfiguran aquella teología. El misterio irradia de la experiencia del creyente, convertido en poeta; la teología irreprensible se reviste con la belleza y la emoción de la lírica. La fides, diría San Ambrosio, se vuelvecanora.

En el origen de este difundido vigor poético se encuentra la fuente misma, de donde emana toda esta exuberante composición, o sea: la Escritura, cuyos textos se entretejen ricamente en este oficio y esta Misa. Se comprueba, pues, una vez más lo embebido que estaba Fray Tomás de las aguas que dimanan del hontanar principal de nuestra fe: la Palabra de Dios inspirada.    Inmediatamente este sobreabundante florilegio bíblico revela la fuente originaria de la doctrina eucarística de Santo Tomás: un manantial que precede y sostiene las muchas, sutiles y exigentes cuestiones que la teología, la cultura (y, por lo mismo, la misma fe eclesial) iban poco a poco imponiendo al sagrado Doctor, para debatir y resolver con una “inteligencia de la fe”: se trata, aunque parezca reiterativo, de la misma Palabra de Dios, en la Escritura.

Con todo, no nos encontramos ante simples citas bíblicas repetidas, elegidas y colocadas fiel y oportunamente; con frecuencia un feliz toque artístico las remodela y recrea, revistiéndolas de belleza y nuevo atractivo. Toda una poesía bíblica se difunde desde la innumerable serie de antífonas y responsorios, que, a su vez, la música y el canto litúrgico han concurrido a exaltar y volverla más apasionada y contemplativa.         Escribía J. Maritain: “No hay un poema más puro, en el que se incluya tanto amor en tanta luz, que el del oficio del Santo Sacramento”[5]. Y C. Angelini[6], comentando el Lauda Sion, subraya lo siguiente: “Junto al razonador fortísimo y al que distingue sutilmente está el Santo que ama y, como amante, canta… La franqueza del sentimiento, la fe animosa y la popular precisión del lenguaje elevan las palabras con una vibración lírica auténtica y ponen al espíritu en contacto con el Misterio. El dogma se vuelve armonía, fe, canto, luz mística, con momentos de fresca gracia, de trazo puro”[7].

Dejando a un lado antífonas y responsorios, se pondrá la atención en los Himnos eucarísticos, en los cuales es posible descubrir, con una variada trama, el nivel de la historia, de la teología (hasta en su rigurosa precisión), el de la alabanza, adoración e imploración.

a) El corazón de la poesía Eucarística irradia de la cena fraterna de Jesús, núcleo mismo de las “dos alianzas bíblicas”[8]. El misterio del cuerpo glorioso y la preciosa sangre (gloriosi corporis mysterium, sanguinisque pretiosi) trae ante todo a la memoria de Tomás la Última Cena, con los rasgos de amistad y fraternidad que la han distinguido.

Canta en el Pange lingua: “La noche de la última cena, puesto a la mesa con sus hermanos, observando fielmente las comidas rituales de la ley antigua, se da con sus manos como alimento a los doce” (“In supremae nocte coenae / recumbens cum fratribus,/ observata lege plene / cibis in legalibus/ cibum turbae duodenae / se dat suis manibus”).

En el Sacris Sollemniis: “Se recuerda la última cena, la noche en la cual creemos que Cristo, según la vieja ley de los antiguos padres, dio el cordero y el ácimo a los hermanos… A seres frágiles dio su cuerpo en alimento y entregó a hombres desconsolados el cáliz de la sangre, diciendo: Recibid la copa que os alcanzo y bebed todos de ella” (“Noctis recolitur coena novissima, / qua Christus creditur agnum et azyma / dedisse fratribus iuxa legitima /… Dedit fragilibus corporis ferculum / dedit et tristibus sanguinis poculum / dicens: accipite quod trado vasculum / omnes ex eo bibite”)[9].

b) Ya queda más que plasmada la inspiración bíblica de estos cánticos, al resaltar el corazón mismo de toda la Escritura y de la vida de la Iglesia, que en su liturgia eucarística obedece y realiza el testamento del propio Cristo. Pero, también sale a luz una y otra vez el cumplimiento de las antiguas tipificaciones, acabándose los viejos ritos, al sobrevenir una realidad nueva. “El pan del cielo lleva a cumplimiento las prefiguraciones” (“Dat panis caelicus figuris terminum”) (Sacris Sollemniis).

“Es prefigurado en los símbolos: cuando Isaac es inmolado, es elegido el cordero pascual y es ofrecido a los padres el don del maná. En esta mesa del nuevo rey, la Nueva Pascua de la ley nueva vacía a la Pascua antigua. La novedad hace huir a la antigüedad, la verdad da fuga a la sombra, la luz disipa las tinieblas” (“In figuris praesignatur / cum Isaac immolatur, / Agnus Paschae deputatur, / datur manna patribus. // In hac mensa novi regis, / novum Pascha novae legis; / phase vetus terminat. // Vetustatem novitas, / umbram fugat veritas, / noctem lux eliminat” –Lauda Sion).

Pero al poeta teólogo le urge igualmente precisar con rigor los varios aspectos del milagro eucarístico, que no están pormenorizados en el Nuevo Testamento, pero sin los cuales, siendo ya misterio total la misma verdad que Cristo y sus apóstoles nos transmiten sobre este banquete definitivo de la Nueva Alianza, no se podría sostener y defender de qué manera su misma carne y sangre son los manjares de los creyentes[10].

“Al discípulo de Cristo le es encomendado este dogma: el pan se transforma en carne y el vino en sangre. Bajo diversas apariencias –que son sólo signos y no cosas– se esconden realidades sublimes” (“Dogma datur christianis, / quod in carnem transit panis, / et vinum in sanguinem. // Sub diversis speciebus, / signis tantum et non rebus, / latent res eximiae” –Lauda Sion)[11].

Tanta maravilla no es expuesta sólo para satisfacer a la mente inquisitiva, sino para alimentar la fe y la correspondiente plegaria a tal presencia, que acompañará y nutrirá a la Iglesia hasta el fin de los tiempos. Por eso, en el Adoro te devote, la alabanza al Cuerpo y Sangre del Señor se fusiona admirablemente con una oración lírica y apasionada. La sagrada doctrina del teólogo, empapada totalmente de Escritura y la vena inspirada del poeta se vuelven una sola cosa con la encendida devoción del orante, casi con el espasmo del místico, que habla de la abundancia de su corazón y que anhela ver a Cristo más allá de los velos y ocultamientos del sacramento. El himno ha sido definido “una de aquellas armoniosas y geniales composiciones, a la vez ricas y simples, que han servido, más que muchos libros, a formar la piedad católica”[12]. “Poema teológico”[13] cuidadosamente estructurado en el ritmo y en las asonancias, es al mismo tiempo una invocación personal a Jesús Eucaristía: “Devotamente te adoro, oh verdad oculta, que te escondes bajo estas formas. Mi corazón se somete del todo a Ti, porque al contemplarte se siente desfallecer” (“Adoro te devote, latens veritas, / quae sub his figuris vere latitas. // Tibi se cor meum totum subicit, / quia te contemplans totum deficit”).

thomas aquinas

c) El que no se vea a Cristo en la Eucaristía es un hecho absoluto, que no debe atenuar la adhesión; más bien la debe aumentar, suscitando el abandono confidente del ladrón en la cruz o la confesión del Apóstol Tomás, aún en la falta de comprobación y contacto con las llagas. Las “ausencias” de la Eucaristía han de incrementar la fe, que da comienzo a la intimidad divina, la esperanza y el amor: “Sobre la cruz estaba oculta sólo la divinidad, pero aquí se oculta también la humanidad; con todo, creyendo y confesando la una y la otra, pido lo que ha implorado el ladrón penitente. Como Tomás no llego a ver las llagas, y, sin embargo, te proclamo mi Dios. Haz que crea siempre más, que espere en Ti y te ame” (“In cruce latebat sola deitas, / at hic latet simul et humanitas. // Ambo tamen credens atque confitens, / peto quod petivit latro poenitens. / Plagas sicut Thomas non intueor, / Deum tamen meum te confiteor. // Fac me tibi semper magis credere, / in te spem habere, te diligere”).

La tradición no conoce acentos eucarísticos más devotos y más hermosos que éstos y se comprende por qué la Iglesia los haya asumido y los use todavía, para cantar la propia adoración y el propio fervor.

Por otra parte, estos versos revelan el sentido y la finalidad del trabajo teológico de Tomás, que en la conclusión de su vida sentía y juzgaba a todos sus escritos como “paja”. Esperaba impacientemente que todo lo enunciable, todo el “castillo” de conceptos se convirtiese y desembocase en la “res”, en la “Realidad”. Pero ésta es la sed de todo creyente, al que la Revelación, gracias al Espíritu Santo le haya confiado los “secretos de Dios”; se apodera de él el ansioso deseo de ver a Cristo y en él ver a Dios.

Como lo esculpió bellamente Dante en su Commedia: “El cual (Dios) nos hace probar el ansioso deseo de verlo” (“Dio che nel disio di sé veder n’accora”)[14].

VII –Breve conclusión

Si consideramos lo que ha hecho y enseñado Tomás de Aquino, tan equilibradamente en su teología, comprendido en toda su riqueza, especialmente en sus reflexiones y experiencia personales sobre esta ciencia también como “sapiencia”, tenemos en él un admirable modelo, punto de referencia (aunque no sea el único) para la renovación de la teología, que ha de progresar, encarando problemáticas nuevas, exégesis enriquecedoras, aplicaciones pastorales actualizadas, pero sin nunca olvidar el contacto de fe y sobre todo de amor con el tesoro inagotable que el Señor ha entregado a su Iglesia y a aquellos que, en ella, se dedican a volverlo eficaz alimento para esta vida y la eterna.

Fue “científico”, indagador de la antigüedad y de su propio tiempo, acumulando fuentes filosóficas, patrísticas y contemporáneas, como pocos lo han logrado. Pero, nunca perdió de vista el más fecundo manantial de la ciencia divina: la Palabra misma de Dios, cosa que lo capacitó para condimentar sus “saberes” con los “sabores” de la experiencia vital y el ansia de eternidad.

Su artística, piadosa, bíblica, a la vez que tan exacta poesía sobre el Santísimo Sacramento, significa una poderosa invitación a no quedarse únicamente en elevadas elucubraciones, sino en hacer vida tanto misterio, que podemos siempre profundizar más, sin nunca llegar a agotarlo, pero como en una antesala del mismo Paraíso.

De lo contrario, nos caerá con toda justicia el reproche, que ya Pablo dirigía a los corintios: “La ciencia infla, la caridad edifica” (I Cor 8,1).

Córdoba, Noviembre de 2015.

  [Tomado de Fe y razón]


[1] Maestro en teología.

[2] Entre los más recientes: R. Cantalamessa, en pláticas expuestas ante San Juan Pablo II y la curia romana. Ver: Esto es mi cuerpo –La Eucaristía a la luz del Adoro te devote y del Ave verum, Bogotá (2007) 13-14.

Con todo, no menos afirma: “Pero si la paternidad literaria está destinada a permanecer hipotética (como, por lo demás, para otros himnos eucarísticos que llevan su nombre), es cierto que el himno se coloca en la estela de su pensamiento y de su espiritualidad” (ibid., 14).

Parece que no indagó mucho en los estudios de otros serios autores.

[3] Ver su discusión crítica: “La fiesta del Corpus Christi” en su obra: Tomás de Aquino –Vida, obras y doctrina, Pamplona (1994) 213-222.

También se pueden obtener datos al respecto en: Sisto Terán: “Autenticidad del oficio del ‘Corpus Christi’”, en su publicación: Santo Tomás poeta del Santísimo Sacramento, San Miguel de Tucumán (1979), 35-69. El autor fue un gran tomista, profesor laico en la Universidad del Norte ‘Santo Tomás de Aquino’ Católica de Tucumán. Vale la pena sumergirse en su profunda obra al respecto, pero sería ocupar demasiado espacio. Valga de “aperitivo” e invitación para su lectura, el párrafo final: “En los himnos eucarísticos del Oficio del Corpus Christi está magníficamente revelado todo Santo Tomás, su vigorosa y extraordinaria personalidad, el genio del teólogo que abreva en los cristianos manantiales de la verdad revelada, el ardoroso amor del contemplativo que vive hondamente esa verdad divina y vuelca sus preciosas esencias en versos imperecederos, donde la majestuosa simplicidad del estilo y la rigurosa exactitud de los vocablos se enlazan con la más sublime doctrina” (ibid., 227).

Se suma a la sentencia de la autoría tomista de este hermoso oficio litúrgico nada menos que Benedicto XVI: “De 1261 a 1265, Tomás estuvo en Orvieto. El romano Pontífice Urbano IV, que lo tenía en gran estima, le encargó la composición de los textos litúrgicos para la fiesta del Corpus Christi…, instituida a raíz del milagro eucarístico de Bolsena. Santo Tomás tuvo un alma exquisitamente eucarística. Los bellísimos himnos que la liturgia de la Iglesia canta para celebrar el misterio de la presencia real del Cuerpo y la Sangre del Señor en la Eucaristía se atribuyen a su fe y sabiduría teológica” (“Santo Tomás de Aquino, el filósofo”, audiencia del 2/VI/2010, en: Benedicto XVI, Los Maestros III –Franciscanos y Dominicos –Catequesis durante las audiencias de los miércoles, Buenos Aires, 2011, 79).

[4] Igualmente, en las reflexiones que vienen a continuación, incluyendo además otros aportes, nos ayudarán las orientaciones al respecto del ya citado: I. Biffi: “Eucaristia e poesia in Tommaso d’Aquino”, tomadas de su rica obra, que nos ha servido en párrafos anteriores: Alla Scuola di Tommaso, 240-250. El mismo I. Biffi aporta abundante literatura acerca de la discusión sobre la autenticidad tomista de los conocidos himnos eucarísticos, en la nota 180 del capítulo recién mencionado.

[5] Le Docteur Angélique, en: J. et R. Maritain, Oeuvres complètes, Fribourg-Paris (1983), IV, 55.

[6] Sacerdote y fino literato italiano (1886-1976).

[7] Santi e poeti (e paesi), Milano (1939) 84 y 86.

[8] Recordar: Jer 31,31-34; Ez 36,26-32 y Luc 22,20 y I Cor 11,25.

[9] La misma institución de la Eucaristía es cantada en el Verbum supernum y Lauda Sion.

[10] Así es cómo debemos al misterio sobrenatural de la presencia real de Cristo en el pan y el vino, el conocimiento de que la sustancia puede, por intervención sobrenatural, estar separada de sus accidentes. En la “transubstanciación” desaparece la sustancia del pan y del vino, quedando sólo sus especies (peso, color, gusto). Al igual que de la sustancia personal de Jesús, se desprenden su cantidad y demás accidentes.

[11] No reproducimos del todo las precisas nociones teológicas que siguen, porque no pretendemos ser exhaustivos. Hay muchos tratados sobre la Eucaristía, que profundizan en todo lo que se sigue de este admirable trenzado de la más alta teología con la concisa, a la vez que fulgurante, poesía.

[12] A. Wilmart, “La tradition littéraire et textuelle de l’Adoro te devote, en: Auteurs spirituels et textes dévots du Moyen Age Latin. Études d’histoire littéraire, Études Augustiniennes, Paris (1971) 361.

[13] J. P. Torrel, “‘Adoro te devote’. La plus belle prière de saint Thomas”, en: Recherches thomasiennes. Études revues et augmentées, Paris (2000) 370.

[14] Dante Alighieri, Purgatorio, V, 57, en: La Divina Commedia, Alba (1972) 478.

      No podemos olvidar la sublime oración que, levantándose de su lecho de muerte y arrodillándose ante el Santísimo, que como viático le traía el Abad cisterciense en Fossanova, expresó Tomás a modo de conmovedora profesión de fe: “Te recibo, precio de la redención de mi alma; te recibo, viático de mi peregrinación; por cuyo amor estudié, vigilé, trabajé, prediqué y enseñé. Jamás dije nada contra Ti, y si, ignorándolo, lo dije, no soy pertinaz en mi juicio; y si alguna cosa dije indebidamente, todo lo someto a la corrección de la Iglesia romana” (Bartolomé de Capua, Proceso napolitano de canonización, n. 80, en: Fontes vitae Sancti Thomae, Saint-Maximin, 1937, 379). Tomado, a su vez de: Santiago Ramírez, Introducción a Tomás de Aquino –Biografía. Obras. Autoridad doctrinal, edición actualizada por Victorino Rodríguez, Madrid, 1975, 72, n. 121).

Si encuentras un error, por favor selecciona el texto y pulsa Shift + Enter o haz click aquí para informarnos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.