Introducción a “Los principios de la naturaleza”

INTRODUCCIÓN

Este opúsculo, considerado auténtico, es uno de los primeros trabajos salidos de la pluma de Santo Tomás, quien lo habría escrito apenas iniciada su docencia en la Universidad de París (1252). Mandonnet lo sitúa en el año 1255[1] y Pauson, que ha hecho una excelente edición crítica del opúsculo, cree que hay que situarlo entre el comienzo de sus cursos en París como bachiller bíblico, 1252, y el año 1254, en que es promovido a bachiller sentenciario e inicia los comentarios a las Sentencias de Pedro Lombardo (1254‑1256). Según observa Pauson, las citas de Aristóteles que hace Santo Tomás en las Sentencias provienen de una traducción del griego, mientras que las de los Principios de la naturaleza se basan en una traducción del árabe, la hecha por Miguel Escoto, que es anterior a aquélla[2]. Así, pues, estamos ante una de las primicias de la actividad literaria de Santo Tomás. En las páginas introductorias de la edición leonina se apunta que podría tratarse incluso de un trabajo compuesto por Tomás siendo todavía estudiante, que habría hecho este resumen para ayudar a algún compañero de clase[3].

La dedicación al hermano Silvestre, sea autógrafa o añadida por alguno que conocía este hecho, denota que es uno de tantos escritos absueltos por Santo Tomás para satisfacer las consultas que se le dirigían. Su tono es didáctico y elemental, su redacción premiosa y prolija, lo que delata su interés por conseguir claridad y sencillez. Tiene todo el aspecto de ser un `recordatorio’, esto es, unos apuntes de los que se servían los estudiantes para ayudarse a entender y retener los puntos principales de un tema.

1. Contexto doctrinal

El opúsculo es una exposición compendiada de la doctrina aristotélica transmitida en los libros I y II de la Física y recibida a través de los comentarios de Averroes y de Avicena. De hecho, la fuente casi exclusiva es la Metafísica de Averroes, aunque también Avicena y Boecio ocupan un lugar importante, e incluso el mismo San Alberto, cuyos comentarios, aunque publicados más tarde, había escuchado Santo Tomás en las clases. Pudiera estar concebido como una introducción al libro V de la Metafísica de Aristóteles. No obstante estas fuentes de inspiración, el opúsculo lleva la impronta personal de Tomás, quien logra una síntesis que lo convierte en un producto propio.

Según Pauson, la estructura externa de todo el tratado responde a las diferentes posiciones que mantienen Avicena y Averroes sobre a qué ciencia le compete determinar y definir en primer término los principios constitutivos de la realidad material, si a la metafísica o a la filosofía natural[4]. Para Avicena los principios de las sustancias materiales los establece la Metafísica; luego los filósofos de la naturaleza tienen el cometido de estudiar qué son, cuántos, cómo se relacionan, etc., esos principios. El objeto exclusivo, dice, de la filosofía natural es el movimiento, el devenir del mundo corporal. Pero el estudio de los cuerpos en cuanto entes, o sustancias o compuestos de materia y forma, eso es asunto de la filosofía primera, la metafísica, y el naturalista no debe fatigarse en averiguarlo[5]. Averroes se opone con energía a esta doctrina. Según él, no hay otra vía para investigar la composición de las sustancias materiales que el cambio o mutación. Pero la realidad de la mutación implica a la materia y forma sustanciales, las cuales, por consiguiente, son parte del objeto de la Filosofía natural a igual título que la mutación misma. Avicena erró gravemente al afirmar que el filósofo natural sabe que los cuerpos se componen de materia y forma sólo porque se lo notifica el metafísico. )Es que acaso, se pregunta, hay otra vía para saber esto que la transmutación que sufre la sustancia?[6]. Tomás, que en el primer capítulo de este opúsculo se pliega, como nota Pauson[7], al planteamiento de Avicena, contradice tácitamente las posiciones de éste y se alinea con Averroes, y con Aristótelespor supuesto, acometiendo la tarea de establecer las nociones de materia y forma y del resto de los principios naturales sirviéndose del cambio como instrumento de análisis, sin recabar para nada el auxilio de la metafísica. En el comentario a la Física de Aristóteles, en cambio, cita expresamente a Avicena y desacredita como irracional la opinión de éste de que la filosofía natural no puede demostrar su propio objeto. Mantenía esto en contra de Aristóteles para quien la existencia de la naturaleza, esto es, del movimiento, es evidente a los sentidos y no necesita demostración ni por la propia ciencia ni por parte de otra, entiéndase en este caso la filosofía primera[8]. La opinión de Aristóteles, al que asiente Santo Tomás, es más matizada. El estudio de las causas en cuanto tales es, ciertamente, objeto de la metafísica, pues también entre los entes inmateriales se da causalidad. Pero el estudio de las causas que intervienen en las mutaciones naturales es objeto de la filosofía natural[9].

En este opúsculo Tomás sólo aborda lo concerniente a los principios naturales sin contemplar lo concerniente a la física como ciencia y al objeto formal de ésta. Tampoco explica qué es naturaleza, concepto central cuando se acomete la definición y división de los principios naturales. Ambas cuestiones las tratará en sus comentarios a la Física y Metafísica de Aristóteles al hilo del texto de éste. Vamos a resumir lo que dice allí sobre estos dos puntos.

Por lo que se refiere al objeto de esta ciencia, la filosofía natural, que es lo primero que aborda Aristóteles en su Física, Tomás explica la opinión expuesta de Aristóteles señalando que los entes se pueden dividir a este efecto en tres categorías. Los que no dependen en su ser ni en su concepto de la materia, los cuales son el objeto de la filosofía primera. Los que dependen de la materia sólo en su ser pero no en su concepto, que lo son de las matemáticas. Y, por fin, los que tanto en su ser como en su concepto dependen de la materia. Estos son el objeto de esta ciencia, la Física. Todo lo que tiene materia es móvil, mudable, y, por tanto, el objeto de la filosofía natural es el ente móvil[10]. La larga exposición que emprende a continuación sobre lo que es materia, forma, elemento, movimiento, causa, etc., sólo trata de aclarar y profundizar la naturaleza de este objeto.

Por lo que se refiere al concepto de naturaleza, si bien Aristóteles no lo tiene en cuenta de entrada, Tomás sí lo hace. Si lo que se pretende investigar son los principios de la naturaleza, lo primero que habrá que hacer es aclarar qué se entiende por uno y otro término, por principio y por natural. Aristóteles comienza su Física estudiando el concepto de principio. Tomás le sigue, como postilla su labor de comentarista, pero se apresura a adelantar la definición de naturaleza. Se llama naturaleza al principio de movimiento y reposo que está en un sujeto[11]. Esta definición la completa en el libro siguiente, en que añade que tal principio es primeroy per se, no accidental[12]. Poco antes excluye de esta definición a los entes artificiales y a los casuales[13]. La conclusión obvia la formula Santo Tomás con precisión y contundencia: Si el movimiento resulta de la naturaleza, la vía para llegar al conocimiento de ésta es la investigación del movimiento, de modo que «quien ignora el movimiento ignora lo que es naturaleza»[14]. El estudio del movimiento, de sus diversas modalidades y divisiones, es casi tema monográfico en la Física (los libros III‑VIII) y es abordado en otras muchas obras de Aristóteles. En vinculación con la noción de principio lo estudia en el libro V de la Metafísica, donde establece las acepciones de principio de acuerdo con las especies de movimiento.

Así, pues, dado que la mutación es lo característico de los entes que constituyen el objeto de la Física, lo propio es analizar este fenómeno en sus manifestaciones, en el movimiento, la generación y la corrupción[15]. Con este análisis y con la explicación de los conceptos básicos que resultan del mismo es con lo que comienza el opúsculo y a lo que se limita.

2. Contenido

El esquema más aparente sobre el que trabaja Santo Tomás al investigar los principios de la naturaleza es el de la clasificación de los mismos en intrínsecos y extrínsecos, esto es, los que actúan o están instalados en el interior de la sustancia material y los que actúan sobre ella desde fuera.

Principios naturales intrínsecos

En orden a saber qué y cuáles son los principios de la naturaleza que se dan cita en el proceso de la mutación de las sustancias materiales, lo primero a lo que alude Santo Tomás es a las nociones de potencia y acto, que constituyen los pilares del sistema filosófico de Aristóteles y del tomismo[16]. El equivalente para el mundo corpóreo de estas dos nociones, son las de materia y forma. Con la teoría hilemórfica replica Aristóteles a las teorías de Heráclito y de Parménides. El primero sostenía que todas las cosas están en movimiento, que ninguna permanece en su ser: panta, según la conocida formulación[17]. Parménides, al contrario, proclamaba que todo lo que existe, cualquiera sean los cambios a que esté sometido, sigue siendo ser y que, por tanto, el ser es inmutable, no hay movimiento o cambio alguno en todo el reino de lo existente[18]. Aristóteles replica a este doble planteamiento con su teoría hilemórfica. En las mutaciones hay una parte que permanece constante a lo largo de todas las mutaciones que observamos en el mundo sublunar, el de las sustancias materiales, parte a la que llama materia prima, y otra que se corrompe o que se genera, a la que llama forma. Hay, pues, algo inmutable y algo que se mueve, y los dos filósofos citados se equivocan al centrarse sólo en uno de ellos ignorando el otro.

Puestos en el nivel cubierto por la teoría de la materia y la forma, los seres se dividen en sustanciales y accidentales, y, paralelamente, lo que aún no existe pero puede existir está en potencia a una u otra de estas dos categorías. Lo que interesa ahora es examinar el proceso por el que un ser en potencia pasa a ser en acto a fin de deducir los elementos que están presentes en ese proceso y lo articulan.

Lo que está en potencia al ser sustancial es la materia, pero lo que está en potencia al ser accidental es ya un ente constituido previamente por la materia y la forma, un ser sustancial, para el que el accidente sólo significa una modificación de su ser que no afecta a su esencia. Por respecto a ese accidente, el ser sustancial recibe el nombre de sujeto, no propiamente de materia. A este respecto precisará en el capítulo siguiente lo que es la materia prima. Esta es la primera que entra en la constitución de la sustancia material. Esta sustancia puede luego o sufrir algún cambio accidental respecto del cual actúa como una materia en sentido secundario, materia segunda ha sido llamada por la escolástica; o puede entrar en la composición de otras sustancias como materia, pero tampoco prima: así, el agua, que ya está compuesta de ambos principios, entra como materia de los líquidos, pero segunda, pues esa agua ya tiene una materia que es anterior. La materia prima, continúa aclarando, puede entenderse como privada de cualquier forma concreta, pero no privada de toda forma, pues entonces no existiría, y lo que no existe de ninguna manera no puede recibir nada. El estar bajo una forma concreta no es un estado definitivo de la materia, la cual puede siempre estar bajo otra; por eso se dice que la materia apetece la forma, pues aunque tenga una sigue apta para recibir otra, despojada de la que tiene[19].

Lo que da el ser a ese ente en potencia o materia es la forma, que por hacer actualmente existente a lo que estaba en potencia también se la llama acto. Será forma sustancial si da el ser en acto a un ser sustancial, y accidental si hace actual un accidente en el sujeto. Aplicando estos conceptos a la generación y corrupción: la generación de una forma sustancial es la generación propiamente, la de un accidente no es propiamente una generación.

Finalmente, en el proceso de cambio nos encontramos con la privación. La generación, o su proceso inverso la corrupción, es un movimiento de lo que no es hacia lo que va a ser, un movimiento que se inicia en la privación, esto es, en la carencia de aquello que será el término de la generación. Lo que no existe actualmente, que ha llamado privación, no es una simple carencia, sino la carencia en un sujeto de algo para lo que es apto por naturaleza o que, por virtud de la naturaleza, le compete tener. Así, las piedras no están privadas de vista, pues por virtud de su naturaleza no les compete el ver. Alude esto a que en la naturaleza los cambios sustanciales o accidentales se alinean dentro de ciertos órdenes o regularidades, de modo que cualquier cosa no genera cualquier cosa o es causada por cualquier cosa, al azar. Es decir, una sustancia sólo se transforma en otras si tiene la aptitud natural para ello, y una causa no produce cualquier efecto ni sobre cualquier ente[20]. En atención a esto dice Santo Tomás que la negación no determina su sujeto: en efecto, decir de algo que no tiene vista puede referirse a cualquier ente; pero dicho en sentido privativo designa sólo aquellos entes a cuya constitución natural pertenece la tenencia de vista: circunscribe, pues, su posible sujeto, lo determina. La generación, pues, no se efectúa desde lo que no es sin más, sino desde un sujeto que carece de algo, y no cualquiera, sino del que carece de algo determinado, es decir, de algo cuya tenencia le compete por naturaleza. De ahí que a la privación se la llame principio, pues ella hace posible el movimiento hacia la adquisición de la forma que no se tiene, esto es, que no tiene el sujeto. La negación, en cambio, el simple no ser, no es ningún principio natural. No es, evidentemente, un principio constitutivo de lo generado, pues en lo generado está ya lo que le faltaba, sino del in fieri, pues no podría generarse algo si no se estuviera falto de ello. Más adelante aclara que aunque principio y causa se digan indistintamente, eso no vale para la privación, pues no produce el ser de lo generado, que es 10 que se requiere para ser causa, sino que sólo es de donde torna principio o comienza la generación, y sólo en este sentido es un principio natural. Asimismo, la privación, como precisa en el comentario a la Física, no es ella misma ninguna aptitud a la forma o a la incoación de la forma, ni algún tipo de principio activo imperfecto, sino que es una carencia de la forma que le ocurre a un sujeto. Es en el sujeto en el que radica la aptitud a la forma que le falta. La privación es un principio de la naturaleza accidentalmente[21].

De esta primera aproximación al fenómeno del cambio en las sustancias materiales, se desprende que son tres los principios que intervienen y que se manifiestan al observador: el ente en potencia, el cual en cuanto susceptible de recibir una forma se llama propiamente materia, y en cuanto está privado todavía de la forma que va a recibir se denomina privación, de modo que materia y privación están en el mismo sujeto, aunque difieren conceptualmente; por último, aquello a lo que tiende la generación y en lo que terminará o fraguará, a saber, un ser concreto y actualmente existente, concreción y actualidad que presta y es la forma. Materia, privación y forma son, pues, de momento, tres de los principios naturales que nos descubre el análisis del cambio sustancial. El concepto de naturaleza se realiza más puntualmente en la forma que en la materia. En efecto, la materia se dice naturaleza en cuanto puede recibir la forma; la generación se llama naturaleza en cuanto es un movimiento hacia la forma y proveniente de la forma. Asimismo, la forma es el principio de movimiento de las cosas que tienen una naturaleza, existan en acto o existan en potencia[22].

Entre los principios intrínsecos menciona Santo Tomás el elemento[23], del que ofrece y aclara la definición de Aristóteles. En el comentario a la Metafísica, siguiendo el texto de Aristóteles, sintetiza en cuatro las características del elemento: pertenece al género de causa material, es principio de donde algo es hecho en primer lugar, inherente o intrínseco al sujeto y de una especie que no se divide en otras[24]. La mención y tratamiento de este principio parecen un tanto descolocados en el orden esquemático seguido en el opúsculo, pues ya antes ha citado este principio sin haberlo definido, y en el paso a la exposición de las causas extrínsecas después de haber recorrido las intrínsecas, no ha contado entre estas últimas al elemento.

Principios naturales extrínsecos

Estos tres principios, sin embargo –se refiere a la materia, forma y privación–, no son todo lo que cabe concluir de la observación del cambio sustancial. Ni la materia ni la forma pueden poner en marcha el proceso de la generación o cambio. La materia porque está en potencia y, por consiguiente, no puede impulsarse a sí misma hacia la recepción de la forma, pues para actuar hay que estar en acto. Tampoco la forma, pues como término del cambio todavía no existe. Tienen que intervenir, pues, otros principios. Son la causa eficiente y la causa final. Al revés que la materia y la forma, que son causas intrínsecas, la eficiente y la final son extrínsecas.

El capítulo cuarto y los otros dos del opúsculo están consagrados a perfilar el concepto de cada una de las causas, sus relaciones y las diversas formas de que se reviste su causalidad propia y conjunta[25]. Es el tema más desarrollado como era de esperar, pues las cuatro causas son principalmente y con más propiedad los principios de la naturaleza, a los que de una manera o de otra se reducen todos los demás.

Dada la abundancia de términos con que se designan los principios naturales, no deja de ser conveniente delimitar bien el significado de cada uno de ellos. Principios, causas y elementos, aunque se usen a veces indistintamente, son conceptos diferentes. El elemento es lo que constituye la cosa en primer lugar y está dentro de ella. La causa es la que produce el ser de una cosa y puede estar en la cosa, como la materia y la forma, o fuera, como la causa agente y la final. Por último, principio denota el orden que hay en un proceso, pudiendo no ser causa, como aquello de donde comienza el movimiento es su principio pero no su causa[26]. Y resume Santo Tomás el texto de Aristóteles: «Por principios, pues, parece entender las causas que mueven y actúan, en las cuales se atiende sobre todo al orden de algún proceso; por causas entiende, parece, las formales y finales; y por elemento, las causas materiales primeras»[27]. Y en la Metafísica: El principio y la causa, aunque estén en el mismo sujeto difieren conceptualmente, pues principio importa un orden, mientras que causa importa un influjo en el ser del causado[28].

TRADUCCIÓN, INTRODUCCIÓN Y NOTAS DE EMILIO GARCÍA ESTÉBANEZ

______________

[1] Cf. P. Mandonnet, O.P., «Chronologie sommaire de la vie et des écrits de Saint Thomas»: Revue des sc. philos. et théol. 9 (1920) 152.

[2] Cf. J. J. Pauson, Saint Thomas Aquinas. De principiis naturae (Société Philosophique, Friburgo 1950) 70.

[3] Cf. t. XLIII (1976) 6.

[4] Cf. o.c., 72.

[5] Cf. Avicenna Latinus, Liber de philosophia prima sive sciencia divina. I‑IV. Édition critique de la traduction latine médiévale par S. Van Riet (E. Peeters‑E. J. Brill, Lovaina‑Leiden 1977) t.I 2, p.9. En la Introducción, p.7″, G. Verbeke desarrolla esta opinión de Avicena y la contrapone a la de Averroes citando los textos de éste.

[6] Cf. Averroes, Aristotelis de Physico Auditu cum Averrois commentarüs (apud Juntas, Venetiis 1572) 47rF.

[7] Cf. o.c., 72.

[8] In Phys. 2 lect.1 n.148.

[9] Cf. In Phys. 2 lect.1 n.176.

[10] Cf. ln Phys. 1 lect.l n.3.

[11] Cf. In Phys. 1 lect.l n.3.

[12] Cf. ib. 2 lect.l n.145.

[13] Cf. ib. lect.l n.142.

[14] Ibid., 3 lect.l n.276.

[15] La mutación es un género que abarca tres especies, la generación, la corrupción y el movimiento (cf. In Phys. 5 lect.2 n.659).

[16] La obra clásica a este propósito es la de P. G. M. Manser, La esencia del tomismo (CSIC, Madrid 1947).

[17] Cf. In Phys. 1 lect.2 n.16; 1.6 lect.13.

[18] Cf. In Phys. 1 lect.2 n.13; lect.3‑6.

[19] En el primer libro de la Física recoge y comenta Santo Tomás las objeciones de Avicena a este principio de Aristóteles de que la materia apetece la forma (lect.15 n.137‑138).

[20] Existe una taxonomía, por así llamarla, de la causalidad natural. Aristóteles dice que nada sucede casualmente («omne quod fit ex incontingenti fit»[Phys. I 5: BK 188b35]), y esto lo eleva Santo Tomás a la categoría de principio en su filosofía.

[21] Cf. In Phys. 1 lect.13 n.113.

[22] Cf. In Met. 5 lect.1 n.826; lect.5 n.825 y 826; In Phys. 2 lect.2.

[23] De los elementos, tierra, fuego, aire y agua, trata, entre otros lugares, en In Phys. 2 lect.1 n.142.

[24] Cf. In Met. 5 lect.4 n.795‑798.

[25] El número de causas y sus especies lo trata en el libro segundo de la Física (lect.5 n.176‑186 y lect.6 n.187‑197); también su distinción de la suerte y la casualidad (lect.10).

[26] Cf. In Phys. 1 lect.1 n.1‑5.

[27] Ibid., n.5.

[28] Cf. In Met. 5 lect.1 n.751.

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