a) Época de las Defensiones (s. XIII a XV).
c) Época de las Disputationes (desde mediados del s. xvi hasta mediados del s. XVIII).
d) Época del Neotomismo (desde mediados del s. XVIII hasta la época actual).
2. Autoridad doctrinal de Santo Tomás.
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En sentido estricto se entiende por tomismo el conjunto de doctrinas (especialmente de orden filosófico-teológico) defendidas en sus escritos por Santo Tomás de Aquino. En sentido amplio se llama tomismo la doctrina propia de quienes, desde el s. XIII hasta nuestros días, han tratado de defender, interpretar, desarrollar y sistematizar las enseñanzas filosófico-teológicas del Aquinatense. Habiéndose expuesto ya ampliamente la doctrina de Santo Tomás de Aquino en la voz a él dedicada, trataremos aquí de la historia del tomismo, así como de la autoridad doctrinal que la Iglesia le ha reconocido.
La historia del tomismo puede encuadrarse en cuatro épocas.
a) Época de las Defensiones (s. XIII a XV).
Las doctrinas de Santo Tomás suscitaron muy pronto gran interés y numerosas polémicas. El Angélico asumía en gran parte la filosofía de Aristóteles; pero se apartaba también de él en puntos esenciales. Y lo mismo cabe decir respecto a S. Agustín. De ahí que el tomismo fuera mal visto por los averroístas y demás aristotélicos, y también (en el lado opuesto) por los defensores del agustinismo, llegándose en 1277 a la condena por el obispo de París de algunas tesis tomistas de sabor aristotélico. Pero, al fin, la doctrina tomista logró triunfar sobre todas las corrientes opuestas, gracias a su carácter de síntesis coherente y superadora del saber filosófico-teológico de su tiempo.
Apenas muerto Santo Tomás (1274), comenzaron sus discípulos a publicar resúmenes (abbreviationes), índices (tabulae) y concordancias de las obras y de las doctrinas del maestro. Entre dichos índices sobresale por su importancia e influjo la Tabula aurea de Pedro de Bérgamo (m. 1482). Muchas doctrinas tomistas -sobre todo, las más originales- fueron atacadas duramente por diversos teólogos no dominicos (Guillermo de la Mare, Ricardo de Mediavilla, Juan Peckham, etc.), y por algunos dominicos, como Roberto Kilwardby, y sobre todo Durando de San Porciano. Pero la Orden dominicana defendió pronto, de modo oficial, la doctrina tomística en diversos Capítulos Generales, p. ej., los celebrados en Milán (1278), París (1286), Zaragoza (1309) y Metz (1313). De ese modo la doctrina de Santo Tomás llegó a ser considerada como propia de la Orden dominicana.
Tomás de Aquino fue canonizado por Juan XXII en 1323 y con ello se incrementó la difusión de sus obras y doctrina, que fueron adquiriendo cada vez más prestigio y aceptación en toda la Iglesia Católica. Entre sus expositores y continuadores sobresalen Herveo de Nédellec (m. 1323), Tomás de Sutton (m. después de 1315), Juan de París, Juan de Nápoles, Durando de Aurillac, y sobre todo Juan Capreolo. Este último fue llamado Princeps thomistarum, y escribió la obra Libri quatuor Defensionum theologiae D. Thomae Aquinatis, en forma de comentario a los libros de las Sentencias de Pedro Lombardo. La obra de Capreolo es de gran valor histórico-doctrinal e influyó mucho en los tomistas posteriores.
b) Época de los comentarios a las obras de Santo Tomás y, especialmente, a la Suma Teológica (fin del s. XV hasta mediados del s. XVI).
Conrado Koellin publicó en Colonia (1522) un comentario a la Prima Secundae del Aquinatense. Francisco de Vitoria empleó como libro de texto en sus lecciones de Salamanca la Summa Theologiae de Santo Tomás, en lugar de la obra de las Sentencias de Pedro Lombardo, usada antes universalmente. El mismo Vitoria escribió un comentario a la Secunda Secundae. A la Escuela de Salamanca pertenecen -entre otros muchos- Domingo de Soto, Domingo Báñez y Bartolomé de Medina. Los tres escribieron también importantes comentarios a la Summa de Santo Tomás.
Pero el primer comentarista completo, y el de mayor influjo en los tomistas posteriores, fue Cayetano. Éste fue considerado por largos años como el comentarista clásico de Santo Tomás (aunque no siempre refleja bien el pensamiento del maestro), y contribuyó más que ningún otro a la formación de una verdadera escuela tomista. Menos influyente fue Francisco Silvestre Ferrariense, que escribió un amplio comentario a la Summa Contra Gentiles, apartándose en algunos puntos de Cayetano.
c) Época de las Disputationes (desde mediados del s. xvi hasta mediados del s. XVIII).
La aparición del protestantismo obligó a los tomistas a estudiar y precisar mejor muchas doctrinas teológicas, y especialmente las referentes a la Providencia, la predestinación, la gracia y la justificación. En el Conc. de Trento (1545-63) tuvieron una actuación muy destacada algunos ilustres tomistas, como Ambrosio Catarino, Melchor Cano, Bartolomé Carranza, Pedro de Soto (m. 1563), y sobre todo el ya referido Domingo de Soto. Fue especialmente meritoria la labor teológica de Melchor Cano, que en su obra De locis theologicis puso los cimientos de una nueva teología positiva y apologética.
Después del Conc. de Trento prevalecieron, entre los tomistas, las Disputationes theologicae sobre los Comentarios a la Summa. Se desarrollaron entonces impetuosas las célebres Controversias “de auxiliis” sobre todo entre los dominicos y los jesuitas. Entre los primeros figuraron especialmente Domingo Báñez, Diego Álvarez (m. 1635) y Tomás de Lemos (m. 1629). Entre los segundos descollaron Luis de Molina y Francisco Suárez. Los dominicos se presentaban a sí mismos como “tomistas” o defensores del auténtico pensamiento del Aquinatense, pero los jesuitas les denominaban simplemente “bañezianos”; por lo demás estos escritores jesuitas siguieron a Santo Tomás en diversos puntos, aunque apartándose de él en cuestiones capitales.
En el s. XVII florecieron otros insignes tomistas, como los españoles Francisco de Araujo (m. 1664) y Pedro de Godoy (m. 1667), el belga Francisco Sylvio (m. 1649), los italianos jerónimo de Médicis (m. 1622) y Pablo Nazario (m. 1645), y el francés Felipe de la Santísima Trinidad (m. 1671). Sobre todos ellos destaca el dominico lisboeta Juan de Santo Tomás. Este ilustre teólogo y filósofo escribió dos obras muy importantes (Cursus Philosophicus y Cursus Theologicus), e influyó profundamente en los tomistas posteriores. Especialmente en el referido Felipe de la Santísima Trinidad; en el español Tomás de Vallgornera (m. 1665); en los autores de los célebres Cursus Complutenses publicados en Alcalá de Henares por los carmelitas descalzos (Complutenses carmelitani) y por los dominicos (Complutenses dominicana); en los de los Cursus de los Salmanticenses publicados por los carmelitas descalzos de Salamanca; en el francés G. V. Contenson (v.; m. 1674), en los italianos V. L. Gotti (m. 1742), D. Concinna (m. 1756) y G. V. Patuzzi (m. 1769), y más aún en los dominicos franceses Antonio Reginaldo (m. 1676), J. B. Gonet (m. 1681), A. Goudin (m. 1695), A. Massoulié (m. 1706) y C. R. Billuart, con el que puede decirse que termina el tomismo “clásico”.
d) Época del Neotomismo (desde mediados del s. XVIII hasta la época actual).
El Neotomismo es sólo una parte de la Neoescolástica, aunque la más importante, no sólo porque con él comenzó precisamente la Neoescolástica, sino también porque la mayor parte de los neoescolásticos son de hecho neotomistas. En el orto del Neotomismo concurrieron diversas causas: a) la labor de algunos profesores del Colegio Alberoni, de Piacenza (Italia), a mediados del s. XVIII (V. Buzzetti, A. Testa, A. Ranza); b) la actuación de los pensadores italianos agrupados en torno a la revista La Civiltá Cattolica (L. Taparelli, M. Liberatore, etc.); c) los escritos de diversos autores católicos en España (Jaime Balmes, v.; Ceferino González, v.), en Alemania (J. Kleutgen, etc.) y en Italia (G. Sanseverino, G. Ferrari, G. M. Cornoldi, T. Zigliara, etc.); y d) finalmente, las exhortaciones de León XIII a los pensadores católicos en la encíclica Aeterni Patris, promulgada en 1879. El mismo Papa ordenó la publicación de una edición completa y crítica de las obras de Santo Tomás (edición leonina, que está en curso de publicación).
León XIII fue secundado en sus esfuerzos de renovación del tomismo por muchos católicos: ante todo por el cardenal D. Mercier (v.; 1851-1926), fundador del Instituto Superior de Filosofía, en Lovaina, y también por diversos pensadores, en Francia (P. Vallet, A. Farges, T. Pégues, P. Mandonnetomismo..), en Italia (S. Talamo, F. Salotti, B. Lorenzelli, M. de María…), etc. Contribuyeron fuertemente a la difusión del tomismo (secundando las diversas intervenciones pontificias que siguieron a la de León XIII: v. 2) la actuación de muchos centros académicos, la publicación de algunas revistas, la traducción de la Summa Theologiae a las lenguas modernas (francés, alemán, español, italiano, inglés, etc.), y sobre todo la abundancia de importantes estudios (históricos y doctrinales) sobre el tomismo.
Entre los centros académicos favorecedores del tomismo baste citar los siguientes: Instituto Superior de Filosofía de Lovaina, Instituto Católico de París, Univ. de Friburgo (Suiza), Univ. de Santo Tomás de Manila, Univ. Católica del S. Corazón (Milán), Pontificia Univ. Lateranense (Roma), Pontificia Univ. Santo Tomás de Aquino (Roma),Univ. Católica de América (Washington); también los estudios dominicanos de Saulchoir, Toulouse, Lyon, Bolonia, Salamanca, Oxford, Ottawa, Dubuque (EE. UU), etcétera.
Como revistas de orientación tomista podemos citar: Rev. Néoscolastique de Philosophie (Lovaina), Rev. thomiste, Bulletin thomiste, Divus Thomas (Piacenza), Divus Thomas (Friburgo de Suiza), Rev. des Sciences philosophiques et théologiques, La Ciencia Tomista, Ephemerides Theol. Lovanienses, Angelicum, Acta Ponti f iciae Academiae Romanae S. Thomae, Riv. de filosofía neoescolastica, Philosophisches f ahrbuch, Die neue Ordnung, Doctor Communis, Aquinas, Divinitas, Sapientiae (B. Aires), Sapienza, Estudios Filosóficos, Teología Espiritual, Studium, The Thomist, Cross and Crown, La vie spirituelle, Unitas (Manila), Philipp. Sacra, etc.
Entre los neotomistas algunos se han distinguido por sus estudios sobre la historia del tomismo a través de las Edades Media y Moderna: P. Mandonnet, M. De Wulf, H. Denifle, M. Grabmann, P. Glorieux, F. Ehrle, F. Pelster, K. Werner, O. Lottin, É. Gilson, L. G. Alonso Getino, V. Beltrán de Heredia, M. D. Chenu, A. Walz, C. Giacon, A. Dondaine, etc. Otros se han dedicado más bien a profundizar y desarrollar la doctrina filosófica y teológica, o a compararla con pensadores modernos: C. González, D. Mercier, D. Nys, A. Farges, T. Zigliara, N. Signoriello, J. V. de Groot, T. Pégues, N.. del Prado, E. Buonpensiere, G. Mattiussi, E. Hugon, M. D. Rolland-Gosselin, A. Gardeil, J. Gardair, E. Domet de Vorges, A. de Poulpiquet, P. Rousselot, R. Schultes, F. Marín Sola, V. Remer, P. Geny, L. Billot, J. González Arintero, G. Manser, J. Gredt, A. Horváth, F. X. Maquart, F. J. Thonnard, A. D. Sertillanges, D. Prümmer, B. H. Merkelbach, L. Fanfani, V. Zubizarreta, I. G. Menéndez-Reigada, M. Barbado, M. Daffara, S. M. Ramírez, P. Lumbreras, J. Leclercq, L. de Raeymaeker, J. Maritain, R. Garrigou-Lagrange, R. Jolivet, L. Lachance, L. B. Geiger, R. P. Philips, O. N. Derisi, H. Meyer, J. Pieper, E. Welty, G. Siewerth, A. F. Utz, G. van Riet, A. H. Henry, M. Cuervo, E. Sauras, C. Fabro, B. Xiberta, R. E. Brennan, W. Farrell, R. Spiazzi, etc.
No resulta fácil realizar una valoración de conjunto del neotomismo. Por lo demás en él ha habido diversas tendencias, e incluso polémicas en torno a la interpretación de Santo Tomás (fueron de hecho esas polémicas las que provocaron la publicación en tiempos de Pío X de las conocidas “Veinticuatro tesis tomistas”: v. 2). En líneas generales cabe, no obstante, señalar tres líneas principales: la de aquellos pensadores que -particularmente de la escuela de Lovaina – intentaron una confrontación entre el tomismo y las ideas kantianas, desembocando así en un predominio de las cuestiones gnoseológicas; la de quienes se consideran a sí mismos como continuadores y prolongadores de la obra de los grandes comentadores clásicos (Garrigou-Lagrange y Ramírez son al respecto los más representativos); y, finalmente, la de aquellos que, partiendo de un estudio histórico de Santo Tomás y de sus fuentes, han sostenido que los comentadores posteriores al s. XV no siempre han sido fieles al pensamiento del maestro e intentan operar una vuelta a un “tomismo esencial” (p. ej., Gilson y Fabro).
Señalemos, finalmente, que lo que caracteriza al tomismo, en su pureza auténtica, no es un espíritu de escuela, sino la preocupación por ser fieles a la realidad de las cosas. Son la profundidad filosófica y teológica de Santo Tomás, el carácter sintético y comprehensivo de su pensamiento, su amor a la verdad, su penetración metafísica, su apertura a cuanto de positivo pueda presentarse con el desarrollo del conocer humano, lo que explica la pervivencia histórica de su obra. Los auténticos tomistas no han sido nunca serviles comentadores de un texto precedente, sino filósofos y teólogos amantes de la verdad, que han tratado de cumplir -con mayor o menor acierto según los casos- la sabia consigna: “vetera novis augere et perficere”.
2. Autoridad doctrinal de Santo Tomás.
La doctrina de Santo Tomás encontró, al principio, seria oposición, especialmente por parte de la Facultad de París, que culminó en la condena de algunas tesis de origen tomista el 7 mar. 1277. Los defensores y continuadores no faltan. El 18 jul. 1323 Juan XXII lo canoniza. Menos de un año después, el 14 mayo 1324, el obispo de París, Esteban Bourret, anula la condena dada por su predecesor en 1277. Desde entonces no han cesado los elogios y recomendación de la doctrina tomista, por parte de los Romanos Pontífices, Obispos, universidades, etc. Nos limitaremos a enunciar los testimonios de la Sede Apostólica.
En la bula de canonización, Juan XXII le presenta como modelo de santidad y sabiduría, “en cuyos libros aprovecha más el hombre en un año que en los de los otros durante toda la vida”, que “hizo tantos milagros cuantos artículos escribió” (J. Berthier, S. Thomas Aquinas, Doctor Communis Ecclesiae, vol. I, Testimonia Ecclesiae, Roma 1914, 45-50). En términos parecidos se expresan Clemente VI, Urbano V, Nicolás V, Alejandro VI, Pío IV, hasta que S. Pío V, en su bula Mirabilis Deus (11 abril 1567), le proclama Doctor de la Iglesia y lo equipara a los cuatro grandes Doctores de la Iglesia latina: S. Ambros.io, S. Jerónimo, S. Agustín y S. Gregorio Magno, aseverando que su doctrina es regla certísima de nuestra fe (o. c. 98).
Clemente VIII en la Constitución Sicut Angeli afirma que escribió ingente número de libros en los que brilla el orden y un ingenio singular “sine ullo prosus errore” (o. c. 112). Paulo V celebra sus escritos como escudo con el que la Iglesia rechaza victoriosamente los asaltos de sus enemigos (o. c. 117). Benedicto XIII renueva las alabanzas tributadas por S. Pío V, añadiendo que son insuficientes las palabras para elogiarle cumplidamente, y basta saber que el mismo Cristo aprobó su doctrina, que constantemente ha sido recomendada por los Romanos Pontífices (o. c. 149). En varias ocasiones Benedicto XIV exalta la doctrina de Santo Tomás, e impone incluso la obligación de enseñarla bajo pena de excomunión reservada a la Santa Sede (o. c. 156; 158, 161). Pío VI sigue esta línea mandando a los PP. Capitulares de la orden de Predicadores que elijan un General que no permita impugnar o discutir la doctrina de Santo Tomás (o. c. 170). León XII lo declara, el 28 ag. 1825, patrono de los Estudios Pontificios. Pío IX alaba la doctrina tomista en diversas ocasiones, elogiando tanto la conexión intrínseca de la misma con los principios inconcusos de la fe y de la razón, cuanto la armonía de su cuerpo doctrinal (o. c. 238, 422, 327); y en otra ocasión afirma: “la historia de la Iglesia nos enseña que en los Concilios ecuménicos celebrados después de su glorioso tránsito la Iglesia hizo tal aprecio de sus escritos, que tomó sus sentencias, y muchas veces hasta sus mismas palabras, para declarar los dogmas católicos y para triturar los errores emergentes” (o. c. 177).
Todos estos elogios de los Papas son superados por León XIII, llamado a veces el Papa de Santo Tomás de Aquino. Ya en septiembre de 1892 en carta dirigida al General de la Orden dominicana manifiesta su propósito de dirigir las inteligencias según la doctrina de Santo Tomás. A partir de ahí se suceden varias intervenciones que prepararon el camino para su célebre encíclica Aeterni Patris del 4 ag. 1879. Como había adelantado en la enc. Inscrutabili sentía la necesidad imperiosa de formar las inteligencias con una Filosofía sana y sólida, con el fin de contrarrestar las doctrinas ponzoñosas que iban cundiendo por el mundo entero (o. c. 178).
En la Aeterni Patris, León XIII expone primeramente los males que afectan al mundo de su tiempo, siendo la causa de los mismos la desviación del pensamiento, corrompido por una falsa filosofía. De ahí la necesidad de una Filosofía sana y sólida, que pueda servir convenientemente a la fe sin menoscabo de su propia dignidad de ciencia humana. Se detiene después a explicar el múltiple servicio de la Filosofía a la Teología, trazando una panorámica general del pensamiento patrístico y escolástico. Seguidamente León XIII se centra en la figura de Santo Tomás, que, dice, sobresale muy por encima de todos los demás doctores; como príncipe y maestro: omnium princeps et magister longe eminet Thomas Aquinas, porque, siendo el Aquinatense sumamente respetuoso con quienes le precedieron, aprovechó sus enseñanzas completándolas y reduciéndolas a una unidad armónica. En ella se encuentran tratados, clara y sólidamente, todos los problemas y es además su doctrina tan antigua y tan moderna como los primeros principios del pensamiento y de la realidad en que se funda (o. c. 189). Por último afirma León XIII que la filosofía de Santo Tomás es la más sana, la más segura y la más conforme con la fe, manifestada por el Magisterio de la Iglesia, al que ha prestado los más excelsos servicios. Nadie como Santo Tomás diferenció más clara y distintamente la fe y la razón, la filosofía y la teología, la naturaleza y la gracia; nadie tampoco las unió y armonizó más sólida y amigablemente; nadie respetó mejor sus derechos y su autonomía. La razón humana, elevada en alas de Santo Tomás, apenas puede remontarse más alto; y la fe difícilmente puede conseguir más y mejores ayudas que las prestadas por su filosofía (o. c. 193, 189). La Enc. termina con una parte dispositiva en la que León XIII manda que se vuelva a la doctrina de Santo Tomás, que los obispos la propaguen fielmente, que la enseñen profesores debidamente seleccionados, y que sea norma de las Academias establecidas o por establecer (ib.). Un año después, el 4 ag. de 1880, a instancias de los obispos, de las Universidades y Facultades católicas, proclamó a Santo Tomás como Patrón de todos los estudios católicos.
S. Pío X inculca las recomendaciones de su predecesor, mandando imperiosamente que sean guardadas en el estudio y enseñanza de la filosofía y de la teología en los centros eclesiásticos, pues “abandonar a Santo Tomás, sobre todo en cuestiones de Metafísica, es un gravísimo peligro” (o. c. 276). Las recomendaciones de Pío X culminaron en el Motu proprio Doctoris Angelici del 29 jun. 1914, en el que ordena que la filosofía escolástica sea base y fundamento de los estudios sagrados, entendiendo por tal filosofía principalmente la de Santo Tomás (AAS 6, 1914, 336-338). El 27 jul. 1914, la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades sometió a la aprobación del Romano Pontífice las veinticuatro tesis tomistas, puntos claves de la doctrina de Santo Tomás, que, aprobadas por la suprema autoridad de la Iglesia, fueron publicadas con orden de que fuesen seguidas por los centros eclesiásticos (AAS 6, 1914, 384-386).
Benedicto XV insistió también en la obligación de enseñar la doctrina de Santo Tomás y en las veinticuatro tesis tomistas, como normas directivas seguras, o doctrina preferida por la Iglesia (AAS 8, 1916, 157). Estas ordenaciones pasaron al CIC, donde se manda: “los profesores han de exponer la filosofía racional y la teología e informar a los alumnos en estas disciplinas, ateniéndose por completo al método, al sistema y a los principios del Angélico Doctor y siguiéndolos con toda fidelidad” (canon 1.366).
Pío XI, con ocasión de la canonización de S. Alberto Magno, maestro del Aquinate, redundó en los elogios de sus predecesores, volviendo a insistir en la obligación de seguir la doctrina y métodos tomistas (AAS 24, 1932, 6-7 y 10-11). Este sentir de Pío XI se hace más explícito en su Enc. Studiorum Ducem del 29 jun. 1923, con ocasión del sexto centenario de su canonización, donde afirma entre otras cosas, “al hacerse eco de todas las alabanzas que se han tributado a su ingenio verdaderamente divino, deseamos y aprobamos que se le llame, no solamente Doctor Angélico sino también Doctor Universal de la Iglesia, que ha adoptado como suya su doctrina” (AAS 15, 1923, 314). Pío XII, dirigiéndose el 24 jun. 1939 a los alumnos de los Seminarios, Colegios y Facultades de Roma, recuerda la obligación de seguir a Santo Tomás, afirmada por el Derecho Canónico, exponiendo las razones de esa obligación, tanto en filosofía como en teología (AAS 31, 1939, 246). A los PP. electores de la Compañía de Jesús, el 17 sept. 1946, les recuerda la obligación de guardar sus leyes, entre las que figura el seguimiento de Santo Tomás (AAS 38, 1946, 384). Lo mismo hace al Capítulo General de los dominicos el 22 sept. de 1946 (ib. 387). En la Enc. Humani generis del 12 ag. 1950, después de exponer el valor de la filosofía y el servicio que presta a la teología, manda que se siga a los grandes maestros, y exige que los futuros sacerdotes se instruyan “según la mente, doctrina y principios del Angélico Doctor”, pues sobresale de entre todos con singular prestancia (AAS 42, 1950, 572).
El Conc. Vaticano II en el Decreto Optatam totius sobre la formación sacerdotal, al hablar de la enseñanza de la filosofía (n° 15), dice que debe apoyarse en el “patrimonio filosófico siempre válido”, remitiendo al párrafo de la Enc. Humani generis de Pío XII donde se establece la necesidad de seguir a Santo Tomás. Sobre la enseñanza de la teología, dice más adelante, “los alumnos han de aprender a ilustrar los misterios de la salvación, cuanto más puedan y comprenderlos más profundamente y observar sus mutuas relaciones por medio de la especulación, siguiendo las enseñanzas de Santo Tomás” (n° 16). En la Declaración conciliar Gravissimum educationis sobre la educación cristiana se vuelve a repetir lo mismo (n° 10).
Pablo VI, en la alocución pronunciada en la Univ. Gregoriana el 12 mar. 1964 exhorta a los profesores a escuchar con reverencia “la voz de los doctores de la Iglesia, entre los que destaca Santo Tomás de Aquino, pues… su doctrina es un instrumento eficacísimo no sólo para salvaguardar los fundamentos de la fe, sino también para lograr útil y seguramente los frutos de un sano progreso” (AAS 56, 1964, 365). Reitera esa recomendación en la alocución al VI Congreso Tomista Internacional (13-14 sept. 1965); en el mensaje enviado al P. Maestro General de la Orden de Predicadores con ocasión del VIII centenario de S. Domingo (AAS 62, 1970, 420); en las palabras dirigidas a los participantes del Congreso mundial tomista les propone al Aquinate “como guía siempre segura” (AAS 62, 1970, 602); en varias intervenciones con ocasión del VII centenario de la muerte de Santo Tomás celebrada en 1974, etc. En la Ratio fundamentalis institutionis sacerdotales, promulgada el 6 en. 1970 por la Sagrada Congregación para la Educación Católica con aprobación de Pablo VI se recuerda lo dispuesto por la Optatam totius, añadiendo que se enseñe la filosofía y la teología “teniendo como maestro a Santo Tomás” (AAS 62, 1970, 370), norma que es reiterada y reforzada en un Documento sobre la enseñanza de la filosofía en los Seminarios, dado por esa misma Congregación en marzo de 1972.
C. GARCÍA EXTREMEÑO.
BIBL.: R. GARRIGOU-LAGRANGE, Thomisme, en DTC 15,8231023; C. GIACON, Tomismo, en Enc. Fil. 6, 506-510 (con amplia bibl.); S. RAMÍREZ, introducción general a la Suma Teológica, en Suma Teológica de Santo Tomás, vol. 1, 2 ed. Madrid 1957, 75-155; M. GRABMANN, Historia de la Teología Católica, Madrid 1946; G. FRAILE, Historia de la Filosofía, 11, 2 ed. Madrid 1966, 1020-37; 111, Madrid 1966, 394-429, 1061-72; y en general la citada en las voces a las que se acaba de remitir, así como en TOMÁS DE AQUINO, SANTO.
Gran Enciclopedia Rialp, Ediciones Rialp, Madrid 1991
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