Santo Tomás teólogo de Dante – la creación es signo de Dios

La importancia de Santo Tomás dentro de la Comedia de Dante es muy grande: su filosofía está, sin duda, a la base de la formación del poeta; el sistema moral del Purgatorio dividido en amor que peca “por el mal objeto”, “por poco vigor” o “por demasiado vigor” proviene del tomismo; a menudo el poeta se refiere al pensamiento del filósofo en sus reflexiones, basta pensar en la conclusión del Canto I del Paraíso en el que Beatriz explica que toda la realidad está ordenada y tiende hacia Dios.

El mayor filósofo cristiano de la Edad Media, nacido en Roccasecca en 1225 (año de la muerte de San Francisco), Santo Tomás de Aquino estudió en París y Colonia, entró en la orden de los Dominicos, enseñó en las universidades de París y Nápoles. Fue llamado Doctor Angelicus. Fue autor, entre otras obras, de la Summa theologiae y la Summa contra gentiles. Murió en 1274.

Santo Tomás es un personaje del Paraíso que habla con Dante, conversa durante todo un Canto e incluso presenta a otros santos. Entonces, si fue silencioso en vida, se vuelve locuaz en el tercer reino. Habiendo ascendido al cuarto cielo, el Sol, donde se encuentran los espíritus sabios, Dante es incapaz de describir las almas, por mucho que apele a su talento. El poeta ve una primera corona circular, compuesta por almas centelleantes, que cantan un canto muy dulce, que dan tres vueltas a su alrededor y que, finalmente, se detienen conservando la figura que habían descrito. Dante desea de conocer la identidad de las almas que adornan la hermosa guirnalda de luces que apareció ante él.

Movido por la caridad, un beato quiere responder a la pregunta del poeta. Primero se presenta declarando su pertenencia a la orden de Santo Domingo de Guzmán, en la cual «uno se enriquece si no se aparta de la regla», para luego revelar su propia identidad: es Santo Tomás de Aquino. A su lado está otro dominico: Alberto de Colonia.

La filosofía tomista, fundamental para la formulación de la estética medieval, permea toda la Comedia. Santo Tomás afirma que:

verdaderamente se identifica lo bello y lo bueno en el sujeto en el que existen, porque ambos se fundan en una misma cosa, es decir, en la forma; y por esto el bien es alabado como belleza. Pero en su propio concepto difieren. El bien concierne a la facultad apetitiva, siendo el bien lo que todo ente desea y, por tanto, tiene carácter de fin, ya que apetecer es como moverse hacia algo. La belleza, en cambio, concierne a la facultad cognitiva; bellas, de hecho, se dicen aquellas cosas que, al ser vistas, despiertan placer.

La belleza es una característica del ser, junto con lo verdadero y lo bueno, pero mientras que «lo verdadero dice la relación con el conocimiento, el bien se refiere a la tendencia, lo bello a ambos”. Y continúa:

la belleza consiste en la debida proporción; porque nuestros sentidos se deleitan en cosas bien proporcionadas, como en algo parecido a ellas; de hecho, como cualquier otra facultad cognitiva, el sentido tiene su propia razón […]. Se requieren tres cualidades para la belleza. En primer lugar, integridad y perfección: porque las cosas incompletas, precisamente como tales, son deformes. Además, debida proporción o armonía (entre las partes). Finalmente, claridad y esplendor: de hecho, decimos cosas hermosas con colores claros y brillantes.

La belleza es evidente, luminosa, de transparente en la forma, por lo que se puede percibir fácilmente sin el procedimiento analítico típico de la ciencia. También está dotado de integridad, es decir, el ser completo en todas sus partes permite captar la forma del objeto:

mientras que en un objeto natural la mutilación es siempre fea, en una obra de arte puede que ni siquiera lo sea.

Finalmente, fundamental para la belleza de una obra es la proporción de las partes, que determina la armonía en su conjunto. Para Santo Tomás uno permanece fascinado y cautivado en la contemplación de la belleza, incluso antes de conocerla. Esta atracción se convierte en un instrumento de conocimiento, porque nos impulsa a una inteligencia de la realidad, es decir, a una “lectura en profundidad” (el término “inteligencia” deriva precisamente de intus legere). El placer estético deriva de la contemplación del objeto bello: es un placer desinteresado, que no apunta a la posesión. La belleza despierta una poderosa atracción precisamente porque recuerda a la verdad y la bondad del Ser. Es diabólico detenerse sólo en el placer que produce la belleza sin relacionarlo con el Ser del cual el objeto o la persona hermosa es un reflejo. Lo diabólico consiste, de hecho, en la separación de lo particular del significado, de lo universal.

Santo Tomás llega a afirmar que, en realidad, toda entidad está dotada de las prerrogativas de la belleza y, por tanto, tiene su propia belleza intrínseca, aunque no siempre seamos capaces de captarla. Algo parecido afirma Dante en el primer canto del Paraíso, cuando escribe que

Existe un orden entre todas
las cosas, y esto es causa de que sea
a Dios el universo semejante.
Aquí las nobles almas ven la huella
del eterno saber, y éste es la meta
a la cual esa norma se dispone.
Al orden que te he dicho tiende toda
naturaleza, de diversos modos,
de su principio más o menos cerca;
y a puertos diferentes se dirigen
por el gran mar del ser, y a cada una
les fue dado un instinto que las guía.

En estas palabras hay una hermosa afirmación: el hombre es la única criatura que sabe captar la huella de Dios, o la belleza, en todas las cosas. Palabras que, para quien quiere entenderlas bien, también tiene sabor a duro reproche para quien no capta la belleza de la realidad: sólo quien puede vislumbrarla es un hombre, aunque sea a contraluz. También para Dante, por tanto, si las cosas tienen un orden y tienden al bien, entonces todas llevan impreso, de manera más o menos evidente, un reflejo de la belleza del Creador. Como toda la realidad lleva el sello de Dios, así también todo el arte (no solo el arte cristiano) es, en cierto modo, una reverberación del Ser y tiene semillas de verdad, es decir, semillas del Logos para usar una imagen del filósofo cristiano Justino.

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