Conclusión: la filosofía de Santo Tomás, ¿es vinculante?
Para terminar, señalamos un tema de estos discursos que ayuda a situar el valor de la entera filosofía y teología Tomistas en su justo puesto, y que debería ser profundamente meditado por todo filósofo y teólogo católico.
Se impone en primer lugar, viendo la cantidad y la calidad de la producción del Angélico, una mirada desde la providencia de Dios. Es imposible con las solas fuerzas humanas que un solo hombre, en poco menos de veintitrés años de estudio y producción desde su primer obra hasta la última, haya alcanzado la cumbre de la verdad de la entera doctrina católica, de modo que aún hoy, después de siete siglos, sus escritos sigan siendo una fuente sin fin de inspiración y profundización del dogma católico en la totalidad de sus ramas. Decía Juan Pablo II citando la Lumen Ecclesiae de Pablo VI:
«sin duda Santo Tomás, por disposición de la divina Providencia, alcanzó el ápice de toda la teología y filosofía escolástica, como suele llamársela, y fijó en la Iglesia el quicio central en torno al cual, entonces y después, se ha podido desarrollar el pensamiento cristiano con progreso seguro (Lumen Ecclesiae, 13)»[1].
En segundo lugar, debemos sopesar el valor y la autoridad vinculante de Santo Tomás, ya que si bien «la Iglesia no propone una filosofía propia ni canoniza una filosofía cualquiera en desmedro de las demás»[2], es indudable que «la Iglesia ha propuesto siempre a Santo Tomás como maestro de pensamiento»[3]. Desde su canonización en adelante, Santo Tomás ha sido reconocido reiteradamente como la máxima autoridad en filosofía y teología. Como decía el Papa Juan XXII, Santo Tomás «iluminó más a la Iglesia que todos los otros doctores. En sus libros aprovecha más el hombre en un solo año que en el estudio de los demás durante toda la vida»[4], y el Papa Benedicto XV escribía que «la Iglesia hizo suya la doctrina de Santo Tomás, saludando a este Doctor con los más insignes elogios de los Pontífices»[5]. Recogiendo esta tradición, San Juan Pablo II confirma una vez más que:
la autoridad de la doctrina del Aquinate se resuelve y refunde en la autoridad de la doctrina de la Iglesia. He aquí por qué la Iglesia lo ha propuesto como modelo ejemplar de la investigación teológica[6].
Evidentemente no puede tratarse de una preferencia exclusiva, que cierre la puerta a la riqueza de veintiún siglos de historia de la Iglesia (suponiendo, como es obvio, que sí se debe excluir todo lo erróneo):
En esto radica la motivación de la preferencia que da la Iglesia al método y a la doctrina del Doctor Angélico. No es una preferencia exclusiva; al contrario, se trata de una preferencia ejemplar, que permitió a León XIII declararlo: inter Scholasticos Doctores, omnium princeps et magister (Aeterni Patris, 13)[7].
No puede ser exclusiva porque lo máximo no excluye sino que incluye –pero supera– lo menos, y porque toda verdad, dicha por el filósofo o la escuela que sea, pertenece por anticipado a la filosofía y teología del ser, la de Santo Tomás:
toda comprensión de la realidad –que refleje efectivamente esta realidad– tiene pleno derecho de ciudadanía en la «filosofía del ser», independientemente de quien tiene el mérito de haber permitido este progreso en la comprensión, e independientemente de la escuela filosófica a la que pertenece. Las otras corrientes filosóficas, por tanto, si se las mira desde este punto de vista, pueden, es más, deben ser consideradas como aliadas naturales de la filosofía de Santo Tomás[8].
No se puede tampoco objetar a la doctrina de Santo Tomás que sea una forma cultural propia del pasado, o ligada a la manifestación de la fe propias de una cultura, en un determinado momento de la historia, y válidas solo para ese momento. Porque las verdades fundamentales sobre el ser son perennemente válidas, y las verdades fundamentales de la teología son trascendentes a las culturas, por estar fundadas en la eternidad de Dios. Si fuera de otro modo, el Concilio Vaticano II se habría equivocado al recomendar el estudio de Santo Tomás en el siglo veinte. Por esta razón, en la década del noventa, acercándose al tercer milenio de historia, el Papa Juan Pablo II afirmaba:
Hay que desear y favorecer de todas modos el estudio constante y profundo de la doctrina filosófica, teológica, ética y política que Santo Tomás ha dejado en heredad a las escuelas católicas y que la Iglesia no ha dudado en hacer propia… como se sigue también de las directrices del Concilio Vaticano II (cf. Optatam totius 16; Gravissimum educationis 9)[9].
El Papa Pablo VI supo explicar muy bien de dónde proceden las acostumbradas objeciones, al decir que «muchas veces el recelo o aversión que se siente hacia Santo Tomás deriva de un contacto superficial y saltuario con su doctrina, más aún, del hecho de que no se leen ni se estudian sus obras»[10]. El mismo Juan Pablo II escribía sobre esta triste situación en la Fides et ratio:
Si en diversas circunstancias ha sido necesario intervenir sobre este tema, reiterando el valor de las intuiciones del Doctor Angélico e insistiendo en el conocimiento de su pensamiento, se ha debido a que las directrices del Magisterio no han sido observadas siempre con la deseable disponibilidad[11].
Como, por ejemplo, la disponibilidad que animó a Rahner a escribir que «…una restauración del precedente Tomismo escolar y de su subyacente relación inmediata y casi ingenua a Tomás como a un contemporáneo, sería un delito contra la Iglesia y contra los hombres de hoy»[12]. Por desgracia, ejemplos de este rechazo cuando no se leen ni se estudian sus obras, y de este «religioso obsequio de la voluntad y del entendimiento» al Magisterio, sobran.
Respecto a esto, Juan Pablo II usó palabras claras y fuertes sobre el «aspecto vinculante de las disposiciones sobre el seguimiento de Santo Tomás», y sobre las consecuencias a las que llevó su inobservancia, como el relativismo y subjetivismo:
El hecho de que en los textos conciliares y post-conciliares no se haya insistido sobre el aspecto vinculante de las disposiciones sobre el seguimiento de Santo Tomás como «guía de los estudios» –según quiso llamarlo Pío XI en la encíclica Studiorum Ducem–, ha sido por no pocos interpretado como facultad de desertar la cátedra del antiguo Maestro para abrirse a los criterios del relativismo y del subjetivismo en los diversos campos de la «Sagrada Doctrina»[13].
Tal vez este desertar de la filosofía del ser ayude a explicar en alguna medida la tensión postconciliar entre progresismo y tradicionalismo, que perdura hasta nuestros días, y se hace visible especialmente en la formación sacerdotal y religiosa.
La preferencia ejemplar entonces no excluye al pluralismo ni a la libertad de investigación, «pero a condición de permanecer fieles a la verdad», al entero Depositum Fidei, profundizado teológicamente «sobre todo por Santo Tomás»:
Sin duda, el Concilio quiso estimular el desarrollo de los estudios teológicos y reconocer a los que los cultivan un legítimo pluralismo y una sana libertad de investigación, pero a condición de permanecer fieles a la verdad revelada, contenida en la Sagrada Escritura, transmitida en la Tradición cristiana, interpretada con autoridad por el Magisterio de la Iglesia y teológicamente profundizada por los Padres y Doctores, sobre todo por Santo Tomás[14].
Si de verdad hubiera un «obsequio religioso de la voluntad y del entendimiento… al Magisterio auténtico del Romano Pontífice aun cuando no hable ex cathedra»[15], no serían necesarias las intervenciones jurídicas del Magisterio, a las cuales algunos son tan sensibles[16], ya que sería suficiente la rectitud y madurez del fiel. Esta actitud es la supuesta por parte de la Iglesia para la recepción de Santo Tomás como guía de los estudios:
En cuanto a su función de guía en los estudios, la Iglesia, al confirmarla, ha preferido, más que sobre directivas de índole jurídica, apoyarse en la madurez y sabiduría de aquellos que intentan acercarse a la Palabra de Dios con sincero deseo de descubrir y conocer cada vez más a fondo su contenido y de comunicarlo a los demás, especialmente a los jóvenes confiados a su enseñanza[17].
* * *
A todos los discípulos de Santo Tomás, que tratan de permanecer fieles a la verdad revelada y con actitud madura se esfuerzan por secundar las enseñanzas del Magisterio, les alienta San Juan Pablo II:
Se impone, para vosotros más que para los demás, la necesidad de cultivar la familiaridad con el pensamiento y con los escritos del inigualable Maestro, renovar y enriquecer su doctrina[18].
Hoy que se hace imperiosa una Iglesia en salida, en búsqueda de la cultura contemporánea para una nueva evangelización, los estudiosos del Doctor Humanitatis deberán llevar a cabo la obra de conservar y actualizar el «alma universal y perenne del pensamiento Tomista»:
Es tarea principal de los discípulos del Aquinate… saber tomar y conservar esta «alma» universal y perenne del pensamiento Tomista, y actualizarla hoy en un diálogo y en una confrontación constructiva con las culturas contemporáneas, de forma que se puedan asumir sus valores, rechazando los errores[19].
Nos encomendamos a Santo Tomás y San Juan Pablo II, grandes santos de la historia de la Iglesia, para que nos ayuden en esta labor.
P. Lic. Pablo Trollano IVE
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[1] Discurso (13 de septiembre de 1980), 2.
[2] Fides et ratio, 49; cf. Pio XII, Humani Generis (12 de agosto de 1950).
[3] Cf. Fides et ratio, 43.
[4] Juan XXII, Alocución en el Consistorio (14 de julio de 1323).
[5] Benedicto XV, Encíclica Fausto Appetente Die (29 de junio de 1921), 4.
[6] Discurso (13 de septiembre de 1980), 4.
[7] Discurso (13 de septiembre de 1980), 2.
[8] Discurso (17 de noviembre de 1979), 7.
[9] Discurso (29 de septiembre de 1990), 5.
[10] Pablo VI, Lumen Ecclesiae, 3.
[11] Fides et ratio, 61.
[12] «…Una restaurazione del precedente tomismo scolare e del suo soggiacente rapporto immediato e quasi ingenuo a Tommaso come ad un contemporaneo, sarebbe un delitto contro la Chiesa e contro gli uomini di oggi» («Riconoscimento a Tommaso d’Aquino», en K. Rahner, Nuovi Saggi, V, Edizioni Paoline, Roma 1975, 9-21, 11) [Traducción del italiano nuestra]; K. Rahner, Schriften zur Theologie, X, Einsiedeln – Zürich 1972, 12.
[13] Discurso (29 de septiembre de 1990), 5.
[14] Discurso (29 de septiembre de 1990), 5.
[15] Lumen Gentium, 25c.
[16] Para W. Kasper la palabra intervención suena dramática, porque nos hace pensar inmediatamente en su significado literal de entrometerse, intervenir, interponerse, llegando hasta el significado de intervención quirúrgica o militar, y no tanto de un inocuo pedido de palabra en el ámbito de una discusión. Cf. W. Kasper, «Gli interventi del Magistero in materia filosofica», en Per una lettura della Fides et Ratio, 112-118.
[17] Discurso (29 de septiembre de 1990), 5.
[18] Discurso (5 de septiembre de 1983), 4.
[19] Discurso (4 de enero de 1986), 6.
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