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Saberes y sabores: Santo Tomás de Aquino (I); Mons. Miguel A. Barriola

Saberes y sabores: Santo Tomás de Aquino (I)

Miguel Antonio Barriola

Mons. Barriola (2)

I –Superar fáciles y falsas etiquetas

En demasiados ambientes eclesiales, ya pastorales, ya de formación seminarística o universitaria, suelen ser moneda corriente las clasificaciones de la gigantesca obra de Tomás de Aquino como de fría intelectualidad, inficionada en demasía por Aristóteles, vista como una concatenación muy lógica y hasta brillante de verdades reveladas y racionales, pero demasiado teórica y alejada de las fuentes de la vida cristiana: la Escritura sobre todo.

Valgan como confirmación antecedente algunos testimonios. Los editores de la preciosa publicación: Aquinas on Scripture –An Introduction to his Biblical Commentaries, observan: “Los comentarios bíblicos en más de un sentido son el cuerpo olvidado del Doctor Angélico. Ya por algún tiempo los comentadores han estudiado al Aquinate primariamente en razón de sus contribuciones filosóficas y cuando se trata de examinar su teología son especialmente consultadas su Summa Contra Gentiles y especialmente la Summa Theologiae. La vasta empresa de sus comentarios bíblicos es poco conocida y hasta raramente estudiada. La gran ironía en todo esto es que, pese a que el Aquinate nunca enseñó públicamente ninguna de las dos Sumasél nunca dejó de comentar las Sagradas Escrituras. Durante su carrera entera desempeñó el oficio de ‘maestro de la sagrada página’ (magister in sacra pagina) por medio de un continuo comentario sobre muchos libros de la Biblia. Ambas obras, la sistemática y sus comentarios bíblicos revelan su prodigioso conocimiento de todo lo de la Biblia, y su maestría en los comentarios patrísticos de que disponía (desarrollada en modo pleno en la Catena Aurea) demuestra su compromiso de interpretar la Biblia dentro de la amplia tradición de la Iglesia. Todo esto demuestra la conclusión de que Tomás de Aquino era intensa y profundamente un teólogo bíblico. Directa o indirectamente su teología está fundada en y nutrida por la Sagrada Escritura”[1].

II –Recuperación de la teología “sabrosa y bíblica” de Santo Tomás

En la siguiente exposición quisiéramos disipar estos prejuicios bastante extendidos, subrayando hasta qué punto, lejos de aparecer como un árido teórico, Tomás se preocupó siempre igualmente de “gustar y vibrar” con todo su ser en la contemplación de cualquier tipo de verdad, ya natural, ya revelada. Él no fue sólo un “científico”, sino también un “sabio”[2], o sea, un contemplativo que gozaba con las realidades que investigaba, transmitiendo igualmente, tanto su agudeza científica como su encendido afecto por todo lo que indagaba: el mundo creado, el hombre, Dios[3].

Es conocida la furiosa polémica que se desató en la Universidad de París cuando, además de clérigos diocesanos, se comenzó a encargar cátedras a los frailes mendicantes: dominicos y franciscanos[4]. Guillermo de Saint Amour discutió y escribió venenosamente contra los frailes profesores en la Universidad de París[5]. El eco de tales discusiones, pero con la ya calmada profundización de los nuevos carismas, los encara Santo Tomás en la IIa-IIae, donde trata de los diferentes estados de vida cristiana. Es allí su lenguaje esencialmente escriturístico y patrístico.

Enuncia tres temas bíblicos a partir de la q. 182, a. 1, c: Sal 45[6],11: “Descansad y ved que yo soy el Señor; Sal 26, 4: “Una sola cosa pedí al Señor y eso buscaré: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, para que pueda ver la dulzura del Señor”; Lc 10,41: “María eligió la mejor parte”. Tales textos fueron desarrollados sin pausa por los maestros de la contemplación en todos los siglos, partiendo de Orígenes, después en Casiano hasta los discípulos de San Bernardo. No se podía elegir mejores temas para tratar de la contemplación. Los dos primeros tomados del Antiguo Testamento, son citados como confirmación a dos de las ocho razones por las que Aristóteles justifica la superioridad de la contemplación sobre la acción[7]; el tercer texto viene del mismo Señor Jesús. Entre las fórmulas que no son pedidas literalmente a la Biblia, por más que se hayan inspirado en ella, está citada, según la trae San Jerónimo, al fin de la q. 186, a. 3, ad 3: “Seguir desnudo al Cristo desnudo”. Comparación que evoca a la vez la pobreza del hombre desprendido de todo bien y la lucha del atleta, que no lleva vestido alguno del que pueda aferrarse el enemigo.

Ya en la consideración general de la preeminencia de todo género de vida contemplativa (sea la de los monjes de clausura, sea la nueva modalidad de los mendicantes), se nota cómo el Aquinate, sin descuidar consideraciones de orden filosófico (Aristóteles), da la primacía a la fundamentación bíblica. Pero, continuando su desarrollo sobre el tema, resalta todavía más de lo que se pudo hacer antes que él la otra y nueva categoría de contemplativos, a los que se puede llamar “contemplativos-activos”. Insistencia reciente, exigida por las circunstancias de aquella época, en particular por las características de la Orden de los Predicadores, a la que él pertenecía.

Recuerda en primer lugar (q. 184, a. 7, ad 3) lo que había dicho San Gregorio acerca del prelado en general. Ha de ser, más que cualquier otro, antes que nada un contemplativo. Tiene que darse a la contemplación de modo que pueda ser provechoso a sus súbditos, instruyéndolos con lo que él ha logrado adquirir. Cosa que también fundamenta Santo Tomás en el Sal 144,7: “Difunden con su boca la memoria de su inmensa bondad”. Será como el resultado de una especie de alimento digerido en abundante plenitud[8]. En el artículo 5º de esta misma cuestión, es donde nos encontramos con la célebre y compendiosa sentencia de Santo Tomás: “Maius est contemplata aliis tradere quam solum contemplari” (= es más grande transmitir a otros lo contemplado que sólo contemplar). Un fraile predicador medita la Escritura con espíritu de oración, para mejor conocer el mensaje de Dios y compartirlo con sus hermanos. Su contemplación es el instrumento de su acción.

Demás está anotar que las mismas recomendaciones han de acompañar a todo anunciador del Evangelio, obispos, párrocos, sacerdotes diocesanos. No basta leer comentarios homiléticos, que los hay muy buenos hoy en día[9], sino que es menester empaparse personalmente con la palabra de Dios y cultivar con tino la adaptación de la misma al auditorio parroquial, de un retiro o de cualquier otro tipo, que se tenga como oyente.

Cuando habla de “contemplación”, Santo Tomás no limita esta palabra, como se lo ha hecho frecuentemente después, a ciertos estados de oración extremamente elevados, pero raros y excepcionales. Él trata de la experiencia contemplativa como un estado de vida ordenado a la fruición de la vida divina[10]. Tratando con frecuencia de la contemplatio veritatis, pareciera que él la considerara como un acto meramente intelectual, doctrinal, teórico más que como un estado de oración: pero de hecho en más de un contexto, es claro que se trata de la contemplación cristiana, que es una adhesión a Dios en la fe y el deseo. Es a esto que está orientada totalmente la vida contemplativa: se trata de una ordinatio y de una intentio. Es decir de su orientación e inclinación característica y constitutiva.

Además, según la tradición monástica, la contemplación cristiana es ante todo meditación de la palabra de Dios, rumiar las Escrituras; y hay allí, por cierto, una actividad de la inteligencia, pero sobreelevada, instruida y alimentada por la fe, la esperanza y el amor. La Escritura explicada por los Padres mantiene siempre su primacía en relación a toda teología llamada “especulativa” o “escolástica”.

Y no sólo en estas cuestiones específicas sobre la vida mística, tanto en los monjes como en las por entonces nuevas órdenes mendicantes, nos encontramos con un Tomás contemplativo, sino, como lo comprobó muy bien J. Maritain: “Fray Tomás ha sido un hombre admirablemente contemplativo, vir miro modo contemplativus. Si su santidad ha sido la santidad de la inteligencia, es porque en él la vida de la inteligencia estaba reconfortada y transiluminada toda entera por el fuego de la contemplación infusa y de los dones del Espíritu Santo. Él ha vivido en una especie de rapto y éxtasis perpetuo. Oraba incesantemente, lloraba, ayunaba, deseaba”. Maritain llega a decir, con toda verdad: “Cada uno de sus silogismos es como una concreción de su oración y sus lágrimas… el más pequeño de sus textos está invisiblemente impregnado de su deseo y de la fuerza pura del amor más arrollador… La obra maestra de la estricta y rigurosa intelectualidad, de la lógica impávida, desborda así de un corazón poseído por la caridad”[11].

Santo Tomás de Aquino - Museo nacional de arte, México DF

III –Teología “gustada” a partir de las Escrituras

Continuamos aportando testimonios del mismo Tomás, con el fin de subrayar qué lejana se encuentra su empresa teológica de una mera y seca intelectualidad. Se podrá ver hasta qué punto, en este aspecto tan importante, para no desfigurar ni caricaturizar al Aquinate, es de suma importancia la Sagrada Escritura[12].

Se preocupó Tomás en la introducción misma de su Summa Theologiae (q. 1, aa. 2, 3, 4, 5) de mostrar cómo la teología, pese a su diferencia evidente con los conocimientos naturales, es con todo verdaderamente una “ciencia”, muy especial, pero ciencia al fin.

En el siguiente artículo, indaga también si es “sapientia”, o sea capaz no sólo de internarse con la inteligencia en el mundo misterioso de la revelación, sino también con todo el ser, con las inclinaciones volitivas, que no se quedan en aprehender aspectos (species) de lo existente, sino provocando el movimiento amante hacia lo que se considera[13]. Ya había lúcidamente advertido Tomás en su comentario Super secundam epistolam ad Corinthios: “Hay verdadera sapientia, cuando la operación del entendimiento es perfeccionada y consumada por el reposo del afecto. De donde la sapientia es definida como ciencia sabrosa (sapida scientia)”.

Por eso, el Doctor Angélico habla indiferentemente y como si fueran sinónimos de: “Sagrada Escritura”, “Sapientia”, clasificada de modo variado como: “Divina Doctrina”, “Contemplación”, “Doctrina de la fe”, “Doctrina de las cosas divinas”, “Doctrina celestial”.

Cl. Geffré observaba al respecto: “Es necesario…conservar para la expresión ‘doctrina sacra’ en esta cuestión[14] la indeterminación que tenía en la lengua común del tiempo. Cubre todo el campo de la enseñanza cristiana y, según el contexto, puede designar la enseñanza misma que procede de la revelación, o la Sagrada Escritura (‘sacra scriptura’ o ‘sacra pagina’) o el comentario de la Sagrada Escritura o la especulación teológica propiamente dicha”[15]. En la apreciación de este gran especialista de Santo Tomás se ve cómo la teología, para el Aquinate, tiene que ver primordialmente con la Palabra de Dios.

Por otro lado, los libros inspirados no pueden considerarse únicamente como documentos a consultar, o pruebas que confirmen determinadas tesis, sino como el alma que da vida a toda la Iglesia, siendo los santos los principales intérpretes de la Biblia. Tal como ya lo presentaba el autor de Hebreos: “La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de dos filos; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón” (Hebr 4,12).

Bien lo explica M. Arias Reyero: “La Escritura es el testimonio de esta vida, que el hombre ha compartido con Cristo; más todavía: ella es la Iglesia en su cabeza y sus miembros. Entre Iglesia y Escritura se da una unidad mucho más profunda que cuando la Escritura es designada como norma de la Iglesia. Así como la revelación divina está unida con la Escritura, ésta se encuentra profundamente ligada a la vida y obras de la Iglesia primitiva. De este modo, la Escritura es más que una norma de la Iglesia, es la Iglesia misma en su origen”[16]. Y, más adelante, rescatará, entre tantas, estas luminosas sentencias de Santo Tomás: “Sólo la Escritura canónica es regla de fe”[17]. “Pues, aquellas cosas que sólo provienen de la voluntad de Dios, por encima de todo lo debido a la creatura, no nos pueden ser conocidas sino en cuanto son transmitidas en la Sagrada Escritura, por la cual se da a conocer la voluntad divina”[18].

  [Tomado de Fe y razón]


[1] Th. G. Weinandy, D. A. Keating, J. P. Yocum, ibid., IX. N. Healy, al presentar, en la misma obra, el conjunto de estudios concretos sobre los estudios bíblicos de Santo Tomás, atestigua no menos: “Los comentarios sobre la Escritura, por lo general, nunca han sido bien conocidos por los teólogos. Hasta en círculos tomistas no han recibido la clase de atención acordada a las obras ‘mayores’, la Summa Theologiae y la Summa contra Gentiles… La gran mayoría de los teólogos y filósofos tomistas, desde su tiempo casi hasta el nuestro, dedicaron poco o ningún tiempo a los comentarios, prefiriendo enfocar a sus obras doctrinales y sus implicaciones o apuntalamientos… Por lo mismo no es para sorprenderse que algunos perciban a Tomás como al primer ejemplo de aquella forma tradicional del estudio teológico católico que enfatiza el razonamiento filosófico, distinguiéndolo de la tradición de los Reformadores y sus herederos, basada en la Escritura. Sin embargo, tal percepción es del todo equivocada y es evidentemente así para todo aquel que realmente ha leído los comentarios de Tomás y es consciente de su aporte al resto de su obra”. (Introduction, ibid., 1, para: Aquinas on Scripture – An Introduction to his Biblical Commentaries. London-New York, 2005).

En un artículo de 1979, señalaba también por mi cuenta cómo hasta un tomista tan eminente como Cornelio Fabro, en su completísima introducción al tomismo, “fuera de ofrecer el catálogo de los comentarios a la Escritura del santo doctor, para nada destaca la actividad de intérprete bíblico que lo ocupó toda su vida” (M. A. Barriola, “Santo Tomás escriturista”. Ahora en: Tomás de Aquino, discípulo de Cristo y maestro en la Iglesia ‘ayer, hoy y por siempre’, Córdoba, 2015, 37).

[2] A esta distinción de valores, que, sin embargo se ha de anhelar que vayan juntos, apunta el juego de palabras en el título de este trabajo, no tan perceptible en castellano, pero sí en latín, ya que una cosa es “scire” (conocer, saber) y otra “sapere” (saborear, gustar). Lamentablemente no es raro encontrarse con ilustres “científicos” de la teología que se limitan a exponerla teóricamente y poco a vivirla y hacerla amar.

[3] Con algún que otro añadido, tomamos los datos siguientes de: Dom Jean Leclercq, O.S. B., “Tradition patristique et monastique dans l’Enseigement de la Somme Théologique sur la vie contemplative” en: AA.VV., San Tommaso – Fonti e riflessi del suo pensiero, Roma (1974) 129-153.

[4] Entre los más ilustres y famosos: San Buenaventura y Santo Tomás.

[5] Buen resumen de tan funestos debates en: J. A. Weisheipl, “Controversia antimendicante en la Universidad de Paris (1252-1257)” en su obra: Tomás de Aquino –Vida, obras y doctrina, Pamplona (1994) 109-122.

Este tipo de discusiones fue resucitado nuevamente por el mismo Guillermo de Saint Amour 9 años después (ver en ibid.: “Los mendicantes y la renovada oposición”, 305-314).

A semejantes acusaciones respondió Sto. Tomás con sus escritos: Contra impugnantes Dei Cultum et religionemContra pestiferam doctrinam retrahentium homines a religionis ingressu De perfectione vitae spiritalisEn laSumma esta querella constituye también el contexto de las cuestiones 188 y 189 de la IIa-IIae.

Como sabemos, las órdenes mendicantes constituyeron una novedosa y feliz síntesis entre la vocación estrictamente monacal (benedictinos, cistercienses, cartujos, etc.) y la de misioneros y predicadores activos, ejercida hasta ese entonces especialmente por los obispos y sacerdotes del clero diocesano.

[6] La numeración de los Salmos corresponde a la usada en la Vulgata.

[7] Acotamos que ya en el orden natural percibía el gran filósofo griego la superioridad de la inteligencia sobre la “fuerza bruta”, ya que sin la guía de la razón, cualquier actividad es ciega y puede conducir a la ruina.

[8] El texto latino del Salmo, en efecto, expresaba: “Memoriam suavitatis tuae eructabunt”.

[9] Los de los Cardenales Vanhoye (traducidos éstos al castellano) y Ravasi, del P. Cantalamessa, etc.

[10] El P. Lemonnyer (Somme théologique. La vie humaine, Ed. de la Revue des Jeunes, 1926 / Paris, Tournai, Rome / 531-532) notaba que en la doctrina, que nos ocupa, “este ejercicio particular de vida contemplativa que se llama ‘oración’ no parece retener esta soberanía un tanto exclusiva, que parece que se le reconoce a veces. El culto eclesiástico y el sacrificio de la Misa, que es su culmen, el conjunto de la liturgia sacramental que encuentra su consumación en la Eucaristía, constituyen el cuadro por excelencia y el medio sagrado donde se cumplen, para Santo Tomás ‘las obras principales’ de la vida contemplativa”.

Es decir, no sólo la dedicación personal y privada, sino que también la comunitaria y pública, vivida en la comunidad eclesial y, especialmente, en la liturgia, han de verse empapadas de espíritu contemplativo, no meramente ritual o como el cumplimiento de una función cultual.

[11] Le Docteur angelique, Paris (1929) 51.

[12] También aquí, aportando diferentes agregados, nos servirá principalmente de guía: Inos Biffi, “Una ‘Teologia sapienziale’”, en su obra: Alla Scuola di Tommaso –La Costruzione della Teologia Medievale, Milano (2007) 81-98.

[13] Summa TheologiaeI, q. 1, a. 6, ad 3:”Dado que el juicio pertenece al sabio, la sabiduría es considerada de dos modos. Pues sucede que alguno juzga, de una manera, por modo de inclinación: así como el que tiene el hábito de la virtud, juzga rectamente, de lo que se ha de hacer según la virtud, en cuanto se inclina a ella”.

Después de mentar y describir el otro modo, volviendo al primero, acentúa lo siguiente: “Por ende, el primer modo de juzgar sobre las cosas divinas pertenece a la sapientia, que es un don del Espíritu Santo, según aquello de I Cor 2 (15): el hombre espiritual juzga de todo, etc. y Dionisio dice: 2 cap de Divinis nominibus: ‘Hieroteo es guiado, no sólo aprende, sino que experimenta las cosas divinas (patiens divina)’”.

Aquí se perfila claramente el carácter no meramente cognoscitivo de la teología, sino su naturaleza, que ha de tender a apoderarse de toda la persona, orientada, a su vez, a fundirse íntegra y afectivamente con su objeto sobrenatural.

Claramente lo aclara Jean-Pierre Torrel: “La sapiencia, por lo tanto, es así definida no por oposición a la ciencia, sino por integración de su modo de ser y actuar y de su ideal que empuja a su punto de perfección”. (En su nota 2, cita: “Super Boetium De Trinitate, q. 2, a. 2, ad 1)… Esta segunda tarea es su lado más noble, le toca llevar a su término, como ninguna otra ciencia puede hacerlo –y es lo propio de la sapiencia– la finalidad contemplativa del conocimiento humano. Gracias a las transposiciones requeridas y sin sacrificar el rigor de su procedimiento” (La Théologie Catholique, Paris, 2008, 69-70).

[14] La primera de la I Pars de la Summa Theologiae.

[15] La Théologie comme science au XIIIe. Siècle, Paris (1957) 145.

[16] Thomas von Aquin als Exeget –Die Prinzipien seiner Schriftdeutung und seine Lehre von den Schriftsinnen, Einsiedeln (1971) 257.

Hoy en día disponemos de inmensos adelantos “científicos” para indagar con siempre mayor eficacia sobre la Biblia: célebres y competentes centros especializados, como el Istituto Biblico de Roma, L’Écôle Biblique de Jérusalem, el Studium Biblicum Franciscanum, también en Jerusalén. Avances en el conocimiento del hebreo, lenguas orientales, arqueología, etc. Pero… tal vez estemos olvidando una importante llamada de atención, muy frecuente en Santo Tomás, destacada especialmente por el mismo Arias Reyero, que acabamos de citar. También en la p. 257, nota 8, aporta este saludable subrayado: “Es muy importante que, según Tomás, también las acciones y actitudes de la vida de los Apóstoles ayudan para mantener y entender las verdades de la revelación: ‘Tal como lo dice Agustín en el libro contra mendacium (= contra la mentira), aquellas obras, que fueron realizadas por los santos en el Nuevo Testamento, son valiosas para comprender los ejemplos de las Escrituras, que han sido dados en los preceptos’ (In Romanos, c. XII, lect. 1011). ‘La comprensión de la Sagrada Escritura se entiende por las acciones de los santos. Ya que el mismo Espíritu con el que fueron editadas las Sagradas Escrituras, según II Pedro 1, 2: los santos de Dios hablaron inspirados por el Espíritu Santo, induce a obrar a los santos hombres’ (In Romanos, cap. 1, lect. V, n. 80).

En la p. 258, insiste en idéntica perspectiva: “Aquellos miembros de la Iglesia que más profundamente han vivido de la Escritura testimonian del mejor modo el sentido de la Escritura. Por ahí se entiende (en Tomás) la frecuente referencia a la ‘auctoritas sanctorum’”.

Concuerdan con la exaltación tomista de este “magisterio de los santos”, para vivir la Palabra divina, estas atinadas consideraciones de J. Ma. Casciaro: “La exégesis católica no puede dejar a un lado las interpretaciones, consideraciones y aplicaciones que los Santos han hecho de la Escritura, aunque ellos no pretendiesen hacer ciencia: pero su connaturalidad con lo divino, a la que les ha llevado el trato íntimo y personal con Dios, hace que no pocas veces alcancen una inteligencia de la Palabra de Dios escrita –un verdadero conocimiento de su contenido– que no vemos los profesionales de la exégesis bíblica con el solo instrumental erudito” (Exégesis bíblica, hermenéutica y teología, Pamplona, 1983, 160-161). Y aquí comprueba lo expuesto en la nota 48, citando a Santo Tomás: “Lo que acabo de decir me parece coherente con lo que dejó escrito, con la ponderación y hondura teológicas que lo caracterizan, el propio Santo Tomás de Aquino y en más de una ocasión, que yo sepa. Por ejemplo: ‘Los dichos y preceptos de la Sagrada Escritura pueden ser interpretados y comprendidos por los hechos de los santos, siendo así que el mismo Espíritu Santo, que inspiró a los profetas y a otros autores de la Sagrada Escritura, movió a los santos a actuar. Pues, como se dice en II Pedro 1,21, ‘inspirados por el Espíritu Santo hablaron los santos hombres de Dios’, así también en Rom 8,14 se dice: ‘Los que son conducidos por el Espíritu Santo, son hijos de Dios’. De modo que la Sagrada Escritura ha de ser entendida según lo que Cristo y los otros santos observaron’ (In Johannis Evangelium Lectura, ed. Marietti, n. 2321)”.

[17] In Johannem, c. XXI, lect. VI, n. 2636. Ver: In IV Sententiarum, d. 25, q. 2, art. 2, qª 4, arg. 5; III, q. 55, art. 5: “La Sagrada Escritura ‘que es el fundamento de la fe’…”

[18] Summa Theologiae, III, q. 1, art. 5. Ver: In III Sententiarum, d. 1, q. 1, art. 3.

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Comments 1

  1. Con la claridad meridiana de siempre el magnánimo Miguel Antonio Barriola, siempre defendiendo la Recta Doctrina y arrojando luz con sus enjundiosos trabajos.

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