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El progresismo cristiano[1]
Renovada actualidad de la tarea filosófica frente a las nuevas desviaciones doctrinales
I. Orígenes del Modernismo
La tarea del filósofo cristiano, no sólo es inderogable e insustituible, sino que es, sobre todo hoy día, urgente y perentoria.
En efecto, el rebrote de la herejía modernista condenada a principios de siglo por San Pío X, en la Encíclica Pascendi, ya atisbada en el Concilio Vaticano I que advierte, en la Constitución Unigenitus dei Filius, de los errores que brotan de mezclar naturaleza y gracia: «naturam et gratiam perperam commiscentes… haciendo una mala mezcla de la naturaleza y la gracia, de la ciencia humana y de la ciencia divina, resulta, como los hechos lo demuestran, que han depravado el sentido genuino de los dogmas y ponen en peligro la integridad y sinceridad de la fe»[2], errores que, tal vez, deban remontar sus orígenes, según señala Fray Alberto García Vieyra, O.P. a los errores de Miguel Du Bay (Bayo)[3] que fueran condenados en la Bula Ex omnibus afflictionibus de San Pío V, todo lo cual hace que corra prisa, hoy día, por realizar la magna tarea filosófica de determinar –una vez más– los límites, de investigar las relaciones, de estudiar lo que constituye cada campo, de indagar por las causas y los efectos y de escudriñar las exigencias propias del orden natural y del orden sobrenatural.
II. Pervivencia del Modernismo
De la actualidad del modernismo hablaba el Papa Pablo VI: «Los errores que llaman del modernismo, los que aún hoy vemos revivir en ciertas expresiones nuevas de la vida religiosa ajenas a la genuina religión católica»[4], y el mismo Maritain sostenía que frente al actual modernismo el de los tiempos de «San Pío X no era más que un modesto resfriadillo»[5].
No debemos callarnos frente a estos errores. Enseñaba Juan Pablo II: «…sería una forma de reticencia no hablar de la crisis que se ha registrado…»[6].
Algunas de las causas que originaron y alimentaron el modernismo nos hacen ver, también, cómo urge hoy la reflexión seria y profunda del filósofo cristiano. La causa “primera y principal” del modernismo que procede de la inteligencia es la ignorancia.
Como decía San Pío X: «A la verdad, todos los modernistas, sin excepción, que quieren ser y pasar por doctores en la Iglesia, aunque subliman con palabras grandilocuentes la filosofía moderna y desprecian la escolástica no abrazaron la primera (deslumbrados por sus aparatosos artificios), sino porque su completa ignorancia de la segunda los privó de los argumentos necesarios para distinguir la confusión de las ideas y refutar los sofismas. Mas del consorcio de la falsa filosofía con la fe ha nacido el sistema de ellos, inficionado por tantos y tan grandes errores». Tienen por contrario a sus conatos «el método escolástico de filosofar, la autoridad y tradición de los Padres, el magisterio eclesiástico». Agrega San Pío X: «Ridiculizan generalmente y desprecian la filosofía y teología escolásticas; y ya hagan esto por ignorancia o por miedo, o, lo que es más cierto, por ambas razones, es cosa averiguada que el deseo de novedades va siempre unido con el odio del método escolástico; y no hay otro indicio más claro de que uno empiece a inclinarse a la doctrina del modernismo, que el comenzar a aborrecer el método escolástico. Recuerden los modernistas y sus favorecedores la condenación con que Pío IX estimó que debía reprobar la opinión de los que dicen: “El método y principios con que los antiguos doctores escolásticos cultivaron la Teología, no conviene en manera alguna a las necesidades de nuestros tiempos y al progreso de las ciencias”»[7].
Advirtamos, incluso en la riqueza de los sinónimos usados en las distintas versiones españolas de la definición del modernismo de San Pío X: «omnium haereseon collectum» (Dz. 2105), la pervivencia de estos errores. Se traduce por «reunión de todas las herejías»[8], «conjunto…»[9], «conglomerado…»[10], «colección…»[11], «resumen…»[12], «acumulación…»[13], «germen»[14], «amalgama»[15], «colector…»[16], «receptáculo…»[17], «encrucijada…»[18], y otros traducen por «suma…», «compendio…», «concentración…», etc. Creemos que la traducción más pastoral de todas es: «cloaca de todas las herejías», por la connotación despectiva que implica. Es de notar también, que múltiples son los términos empleados para referirse al modernismo actual. Así se lo llama: progresismo, neo modernismo, nueva teología, nuevo cristianismo, corriente profética, nueva Iglesia, tercermundismo, etc. Nosotros los usaremos indistintamente. Asimismo, las variadas y diversas caracterizaciones que hacen de estos errores los que los denuncian, nos habla a las claras de su actualidad.
III. Caracterizaciones del Modernismo
Se caracteriza al progresismo por:
—El temporalismo, que trata de disolver «lo eterno en la historia»[19].
—El saduceísmo, que «pone el acento exclusivamente sobre lo temporal, sobre los asuntos de este mundo, silenciando todo lo relativo a la vida eterna»[20].
—El monofisismo invertido, en el cual «el Mensaje Evangélico se reduce a una doctrina exclusivamente social y humana… que vacía totalmente al Evangelio de su contenido mistérico»[21].
—La desacralización, o «furor iconoclasta contra lo sagrado»[22].
—El naturalismo integral, que «disuelve todas las verdades del Cristianismo con el objeto de exaltar al hombre»[23].
—El horizontalismo, que tiene un «interés predominante, si no exclusivo, por lo terrenal… entendiendo que no hay sino una sola realidad»[24].
—El alogismo[25] , que es la canonización de la incoherencia por la destrucción de la razón, que da como fruto al «juglar de las ideas… al insensato» y al «progresismo católico, obra cumbre del juglar de las ideas»[26]. Es lo que el Cardenal Louis Billot afirmaba de los “católicos liberales”, cuya doctrina «rehúye toda clasificación y tiene una sola nota distintiva y característica, que es la nota de perfecta y absoluta incoherencia»[27] y, antes de él, Mateo Liberatore, llamaba «inconsecuencia» y, también, «una solemne contradicción»[28] . De allí que en los escritos y discursos de los progresistas pareciera que se rinde culto a la dilogía, a la ambigüedad, a la multiplicidad de sentidos, al equívoco y a la anfibología.
—El giro antropológico, que «transforma la teología en antropología»[29].
—La amalgama de «catolicismo verbal y racionalismo naturalista»[30].
—El antropocentrismo, que consiste en poner en el centro, no a Dios sino al hombre, y la intramundanidad que consiste en poner el acento en “este” mundo y no en el mundo futuro, en la vida eterna[31], y que produce los cristianos «convertidos al mundo»[32] y «de rodillas ante el mundo»[33].
—El secularismo, en el que el fin último son las estructuras del seculum, del mundo, y no Dios[34], que consiste en «una supresión radical… de otras realidades de orden superior a las puramente humanas, naturales, comunes a todos los hombres y aceptables a todos»[35].
—El cainismo o teología de Caín, que «justifica la muerte del hermano… niega los derechos de Dios sobre los hombres… (propicia) la autonomía total del orden temporal…»[36].
—El epocalismo[37] o cronolatría[38], que no es otra cosa que la adoración del tiempo en que se vive y el odio a todo lo anterior por desfasado.
—El humanismo antropocéntrico, que quiere «todo a la medida del hombre… las relaciones entre él y Dios… también el cristianismo… No es la cristianización del mundo, sino la mundanización del cristianismo»[39].
—La disolución total del cristianismo es el error terminal del progresismo que implica la disolución «de todas las verdades especulativas… (una) real apostasía de la fe… una destrucción de lo social y mistérico de la liturgia y… una disolución de la moral cristiana y aun de la natural»[40].
—La laicización, que niega los derechos imprescriptibles de Dios sobre todas sus manifestaciones y sobre el mundo; es el «rechazo de la Soberanía Social de Cristo»[41].
—El vaciamiento sobrenatural, que consiste en «vaciar los dogmas de su contenido sobrenatural; y quedarse dentro de la Iglesia… pero conservado los dogmas cristianos a manera de cáscaras huecas… (que) comienzan a llenarse de algo nefando, la adoración del hombre en vez de Dios, que será el pecado del Anticristo»[42]. Como el “bombón de la muerte”, por afuera chocolate, por adentro veneno.
—Por último, es caracterizado el progresismo como una gnosis, entre otros por Henri de Lubac[43], Cornelio Fabro[44], Mons. Rudolf Graber[45], Julio Meinvielle[46] y Pablo VI quien afirmara: «No admitimos la actitud de cuantos parecen ignorar la tradición viviente de la Iglesia… e interpretan a su modo la doctrina de la Iglesia, incluso el mismo Evangelio, las realidades espirituales, la divinidad de Cristo, su Resurrección o la Eucaristía, vaciándolas prácticamente de su contenido y creando de esta manera una nueva gnosis…»[47] y San Juan Pablo II: «Sé que vosotros sois solícitos en la promoción de una sana teología, y a justo título, en un momento que se ve surgir o resurgir antiguas gnosis, audaces negaciones que tocan el corazón mismo de la fe católica, como por ejemplo la carencia o al menos la incerteza, a propósito de Cristo, de su clara identidad de Hijo de Dios, y muchos otros puntos vitales del Credo»[48].
Trataremos, todavía, de hacer explícita mención a algunas descripciones, tal vez, más generalizadas del progresismo, haciendo notar cierto matiz escalonado.
IV. Descripciones más comunes del Progresismo
En primer lugar, aparece el progresismo como la afirmación de dos cosas independientes: es la connivencia del Catolicismo con la civilización moderna, es acomodar la Iglesia con el mundo moderno, es el maridaje del cristianismo con el marxismo, es el contubernio de la fe con la revolución moderna, es agrupar catolicismo con protestantismo o con liberalismo o con comunismo, etc.
En segundo lugar, aparece como una mezcla: un menjunje de sobrenatural y natural, una fusión de fe y razón, una combinación espuria de Cristo y César, una confusión de la teología y la filosofía o la sociología o la psicología, una «síntesis entre cristianismo y marxismo»[49].
En tercer lugar, es una inversión: «En vez de Dios el hombre… en vez de amor a Dios amor al prójimo… en vez de un mensaje de salvación un mensaje social… en vez de la Cruz la apertura al mundo… en vez de la verdad absoluta la verdad del tiempo»[50]. Es subvertir la realidad ordenando la Iglesia al Estado, adaptar el cristianismo a la civilización moderna; aquí no es la Iglesia que salva al mundo, sino el mundo que salva a la Iglesia; es buscar primero la añadidura y luego, si queda tiempo y ganas, el Reino de Dios.
En cuarto lugar, es una disolución: es diluir la fe en lo racional, es convertir lo sacro en profano, es la absorción de la Iglesia por parte del mundo desapareciendo en él, es la subsunción de lo sobrenatural por lo natural.
En lo cual puede verse una pendiente descendente desde la absoluta independencia entre lo espiritual y lo temporal «de modo que autoriza a actuar en lo temporal sin preocupaciones de tipo espiritual: La revolución no toca el reino de Dios», –lo cual es más propio del progresismo liberal– , hasta poner «tal énfasis sobre la necesidad primordial y previa de la acción temporal, que disuelve en ésta lo espiritual: La revolución es el camino necesario para el Reino de Dios» –lo cual es más propio del progresismo marxista–. Es decir que, «de un sobrenaturalismo que no se interesa por la naturaleza, se cae en un naturalismo que olvida lo sobrenatural»[51], de un verticalismo desencarnado se pasa a un encarnacionismo desverticalizado.
Nos parece que, en primer lugar, se da una suerte de dualismo sin unión real, aunque sí nominal (pero es imposible que este maniqueísmo pueda mantenerse dialécticamente, por su peso clamará por un monismo, que será una unión de confusión). En segundo lugar, se da una cierta mezcla dada como unión no jerárquica y que deviene una especie de ‘tertium quid’ de equilibrio inestable que tiende necesariamente a decantar, en estos tiempos, por lo más bajo (esto constituye una primera etapa del monismo). En tercer lugar, nos encontramos con una inversión que trastorna el orden de las cosas constituyendo de algún modo, una unión “jerárquica” invertida (segunda etapa del monismo). Y, en cuarto lugar, se llega a una sustitución, lisa y llana, con lo que queda sólo un monismo pleno donde desaparecen las oposiciones.
A pesar de las muchas caracterizaciones y descripciones del progresismo, creemos que se pueden llevar a la unidad, porque, a nuestro entender, todas, expresan –equivalentemente– lo mismo. Las diferencias brotan de resaltar un aspecto, pero sin negar o excluir los otros.
V. Esencia del Modernismo
No es fácil definir la esencia del modernismo, ya que casi cada uno de sus partidarios tiene “su” teoría, acerca de la realidad o sobre algún aspecto. En el fondo, más que un sistema es una confusión.
El modernismo tiene un carácter «difuso y confuso»[52], ambiguo, se manifiesta en muchas versiones –a veces, hasta contrapuestas– y con múltiples desviaciones: «Si alguien se hubiera propuesto reunir en uno, el jugo y como la esencia de cuantos errores existieran contra la fe, nunca podría obtenerlo más perfectamente de lo que lo han hecho los modernistas»[53], dice San Pío X. También Pío XII señalaba su carácter escurridizo: «Estas nuevas opiniones… no son propuestas siempre en el mismo grado, con igual claridad y con las mismas palabras, ni siempre con un consentimiento unánime de sus autores; en efecto, lo mismo que hoy es enseñado más encubiertamente y con ciertas cautelas y distinciones, mañana será propuesto por otros más audaces con claridad y sin moderación…»[54].
Aquí llegamos al meollo del asunto. Es en donde queda más patentizada y encarecida la imperiosa obra que cabe al filósofo cristiano en orden a develar los errores de esta herejía.
Creemos que la esencia del progresismo está en que considera que la realidad tiene carácter unidimensional, es decir, que a pesar de las palabras en contrario, el progresismo empuja a un monismo y el progresismo pleno es un monismo absoluto, que en el rechazo de la trascendencia afirma la inmanencia absoluta y que conlleva un falso concepto de Dios.
Muy acertadamente advierte Cornelio Fabro: «El Dios del progresismo teológico es la imagen refleja de la confusión progresista: un Dios de suavidad y debilidad, un Dios de despreocupación y de suficiencia. Ninguna huella del Dios que es fuego abrasador frente al cual los cielos no son puros, que no ha ahorrado el “cáliz” de la Pasión a su único Hijo»[55]. El progresismo –liberal o marxista, burgués o revolucionario– no trabaja para que la vida pública y social de los pueblos se subordine a Dios como a su fin último, porque “su” dios ya no es trascendente; si toda chabacanería es posible en “sus” liturgias, es porque “su” dios no es la majestad misma; si han cuestionado toda verdad de la fe y dudado de cuanto milagro o profecía hay en la Escritura, es porque “su” dios no es todopoderoso; si son fecundos en dudas y en certezas estériles, es porque “su” dios no es la infinita verdad.
En el progresismo hay una única dimensión de naturaleza y gracia, de razón y revelación, de Creador y creatura, de Iglesia y mundo, de bien y mal, de sí y no, de verdad y mentira, de virtud y pecado, en la cual desaparecen todas las oposiciones (por supuesto que en su imaginación y no en la realidad).
De allí que se rechace todo extrincesismo que en algunos casos es la negación de lo sobrenatural y, en otros, lo sobrenatural aparece exigido por lo natural. El monismo lleva, de suyo, al intrincesismo.
De allí que el progresismo, por necesidad intrínseca, por ser una gnosis, es compelido a caer en el sincretismo religioso o irenismo o falso ecumenismo, en donde desaparecen todas las diferenciaciones doctrinales, aun las reveladas.
Las distintas caracterizaciones del modernismo, que hemos mencionado más arriba, hacen mención a este monismo o única dimensión de la realidad. Algunas señalan más la pérdida de la realidad superior (desacralización, laicización, vaciamiento sobrenatural, etc.) y otras señalan más la subsunción o absorción por parte de la realidad inferior que es la que se exalta (temporalismo, saduceísmo, naturalismo integral, horizontalismo, giro antropológico, secularismo, cainismo, etc.). Pero tanto unas como otras mentan la única dimensión a la que los progresistas reducen, de hecho, toda la realidad. Al hacer desaparecer –sólo verbalmente– las reales oposiciones, univocando lo análogo e, incluso, lo equívoco, se cae, necesaria y fatalmente, en la incoherencia, en el absurdo, en la confusión, en el alogismo. Incoherencia que fluye de separar –maniqueamente– lo que debe estar unido y de unir –monísticamente– lo que no debe ser mezclado. Incoherencia además que brota, del intento de «conciliar dos fidelidades inconciliables»[56]: intentan ser fieles a Jesucristo y ser fieles al mundo; dicen querer ser leales a la metafísica bíblica y cristiana y, al mismo tiempo, son leales a la filosofía moderna en lo que tiene de antibíblica y anticristiana. Eso, en el lenguaje bíblico es ser «adúltero» (cfr. St 4,4). Incompatibles son dos fidelidades inconciliables, como lo dijo con claras palabras el Verbo encarnado: «Nadie puede servir a dos señores…» (Mt 6,24). Incoherencia propia de toda gnosis. Es la sal que pierde su sabor y sólo sirve para ser pisoteada por los hombres (cfr. Mt 5, 13); son las tinieblas que rechazan la luz (cfr. Jn 3, 19).
Doble es, por tanto, la tarea del filósofo cristiano en orden al progresismo: como filósofo salir por los fueros del orden natural y como cristiano por los del orden sobrenatural.
VI. Dos implicancias del monismo progresista
Según nos parece, dos son las implicancias que entran necesariamente en el progresismo, por ser una concepción unidimensional e inmanentista de la realidad donde se exalta lo natural, lo profano, lo mundano, lo racional, lo temporal, lo secular… a costa de lo sobrenatural, lo sacro, la vida interior, la fe, lo eterno, lo religioso, Dios (es negación de lo sobrenatural y exaltación de lo natural):
1º) por un lado, el endiosamiento del hombre, no por la gracia o por los méritos de Cristo o por obra de la Iglesia, sino por sí mismo, por su propio poder, sin subordinarse a nada ni a nadie. Sobra Cristo, Hijo de Dios consustancial al Padre y Salvador del mundo; sobra la Iglesia institución contra distinguida del mundo «Sólo en ella está la salvación: sine illa peritur!»[57]; sobra la gracia santificante –según Trento «única formalis causa» (Dz. 799) de la justificación– y sobran los sacramentos. No hace falta nada que venga de arriba y de afuera: El hombre se auto-redime.
2º) Por otro lado, el monismo progresista implica un carácter inmanente. Al ser uno y lo mismo Iglesia y mundo, no hay un “fuera” de la Iglesia, todo es “dentro”. De allí que los progresistas no se sientan impelidos a dejar la Iglesia. Más aún, conociendo el poder mentalizador de la Iglesia buscan no ser señalados por la jerarquía como enemigos de la Iglesia. Para que no los saquen están siempre dispuestos a camuflarse. De allí que dos personas tan poco sospechosas de conservadurismo como K. Rahner[58] y Maritain[59] lo califiquen, respectivamente, como «la herejía inmanente» y «la apostasía inmanente» (y no hay peor astilla que la del mismo palo). De allí la táctica empleada: «…táctica, a la verdad, la más insidiosa, consiste en no exponer jamás sus doctrinas de un modo metódico y en su conjunto, sino dándolas en cierto modo por fragmentos y esparcidos acá y allá, lo cual contribuye a que se les juzgue fluctuantes e indecisos en sus ideas, cuando en realidad son perfectamente fijas y consistentes»[60].
Este carácter inmanente del progresismo hace que, en algunos casos, sea más factible y provechosa que la develación de los errores provenga de los laicos católicos, que no son tan vulnerables a las consabidas represalias.
VII. Contemplar al Verbo Encarnado
En la serena y fruitiva contemplación del augusto misterio de Jesucristo, que sin dejar de ser Dios asume una naturaleza humana en unidad de persona, hallan adecuada respuesta todas las aparentes antinomias que los progresistas azuzan dialécticamente y todas las reales distinciones que diluyen monísticamente.
No hay que separar, en un dualismo maniqueo, Iglesia y mundo, como quieren los progresistas liberales, émulos de los nestorianos que dividían a Cristo en dos personas; ni hay que dar la primacía a la naturaleza sobre la gracia, como quiere todo progresismo, émulo de los pelagianos que buscaban emancipar la voluntad humana de la gracia divina, olvidándose que, en Cristo, es la divinidad la que asume a la humanidad y no al revés; ni hay que unificar, en una mala mezcla, naturaleza y gracia, como quieren los progresistas marxistas, émulos de los monofisitas que ponían una sola naturaleza en Cristo.
Dobles y distintos son el orden de la gracia y el orden de la naturaleza y, sin embargo, no son un dualismo porque están unidos, no hipostáticamente, pero sí jerárquicamente, es decir, en una unidad de orden, en la principalía de lo sobrenatural sobre lo natural, de Dios sobre el hombre, de la Iglesia sobre el mundo, de lo sacro sobre lo profano, de la fe sobre la razón, de la teología sobre la filosofía, de lo eterno sobre lo temporal, de lo vertical sobre lo horizontal, análogamente, a como la única Persona divina del Verbo une la naturaleza divina y la naturaleza humana al asumir ésta, sin confundir las naturalezas, sin cambiarlas, sin dividirlas, sin separarlas, sin borrar las diferencias, sin perder cada naturaleza sus propiedades, como definió el Concilio de Calcedonia, elevando lo inferior en función de lo Superior.
En última instancia, todo el barullo progresista se debe a la falta de conciencia, de experiencia y de vivencia del misterio del Verbo encarnado. ¡Nos lo recuerde la Santísima Virgen María!
[1] Conferencia dada en el Iº Congreso Mundial de Filosofía Cristiana, Embalse, Córdoba (Argentina) 1979; Cfr. «La Filosofía del Cristiano, hoy», t. II, p. 507-519.
[2] Cit. por JULIO MEINVIELLE, De Lamennais a Maritain, Theoría, Bs. As. 21967, p. 339.
[3] ALBERTO GARCÍA VIEYRA, La Quimera del progresismo, Colección Clásicos Contrarrevolucionarios, Buenos Aires 1980, p. 73-123. Conferencia dada en Bella Vista (Bs. As.).
[4] Encíclica Ecclesiam suam, Colección Completa de Encíclicas Pontificias, Ed. Guadalupe, Buenos Aires 1967, tomo II, p. 2614.
[5] JACQUES MARITAIN, El Campesino de Garona, Desclée, Bilbao 1967, p. 31.
[6] Discurso a los universitarios de Roma, L’O.R. 29/4/1979, p. 11.
[7] Encíclica Pascendi, Colección Completa de Encíclicas Pontificias, Ed. Guadalupe, Buenos Aires 1967, tomo I, p. 805.
[8] DANIEL RUIZ BUENO, Magisterio de la Iglesia, Herder, Barcelona 1963, p. 510.
[9] MONS. PASCUAL GALINDO, Acción Católica Española, Colección de Encíclicas Pontificias, Madrid 1962, t. I, p. 965; y FRANCISCO VIZMANOS, S.J. – IGNACIO RIUDOR, S.J., Teología Fundamental para seglares, B.A.C., Madrid 1963, p. 124.
[10] CARLOS ALBERTO SACHERI, La Iglesia Clandestina, Ed. Cruzamante, Bs. As. 1970, p. 30.
[11] JULIO MEINVIELLE, en revista Diálogo, Año I, n.1 (1954), p. 144.
[12] FEDERICO HOYOS, S.V.D., Colección Completa de Encíclicas Pontificias, o.c., t. I, p. 781.
[13] El momento cristiano actual, de periódicos CIO y Verdad y Vida, sin pie de imprenta, p. 5.
[14] RAFAEL GAMBRA, cit. por C.R.C., 39, p. 9.
[15] LEONARDO CASTELLANI, en Revista Jauja, n. 9 (Setiembre 1967) p. 7.
[16] JULIO CAMPOS, S. Ch. P., «El progresismo es pecado», en Revista Roma; n. 23, p. 40.
[17] MONS. RUDOLF GRABER, en Revista Roma, n. 2, noviembre de 1967.
[18] EMILE POULAT, La Crisis Modernista (Historia, dogma y crítica), Taurus, Madrid 1974, p. 9.
[19] GUSTAVE THIBON, prólogo al libro de RAFAEL GAMBRA, El silencio de Dios, Ed. Prensa Española, Madrid 1968, p. 13.
[20] MIGUEL PORADOSWKI, El Marxismo invade la Iglesia, Ed. Universitarias, Valparaíso 1974, p. 20.
[21] ALBERTO CATURELLI, La Iglesia Católica y las Catacumbas de hoy, Ed. Almena, Buenos Aires, p. 32-33.
[22] JEAN DANIELOU, ¿Desacralización o evangelización?, Mensajero, Bilbao 1969, p. 74.
[23] CARLOS ALBERTO SACHERI, o. c., p. 31.
[24] ALFREDO SÁENZ, S.J., Inversión de los Valores, Ed. Mikael, Paraná 1978, p. 11.
[25] HILAIRE BELLOC, Las grandes herejías, Espiga de Oro, Buenos Aires, p. 24-25.
[26] RAFAEL GAMBRA, El silencio de Dios, p. 100 y 152.
[27] CARDENAL LOUIS BILLOT, El error del liberalismo, Cruz y Fierro, Buenos Aires 1978, p. 93.
[28] MATEO LIBERATORE, La Iglesia y el Estado, Ed. Rovira, Buenos Aires 1946, p. 30 y ss.
[29] CORNELIO FABRO, La aventura de la teología progresista, Eunsa, Pamplona 1976 p. 114.
[30] PIETRO PARENTE, Diccionario de Teología Dogmática, Ed. Litúrgica Española, Barcelona 1963, p. 267.
[31] Cfr. LA CIVILTÀ CATHOLICA, «La tentación del Nuevo cristianismo», en Semanario Mundo Mejor, n. 549 del 15/8/1974. p. 2.
[32] HANS URS VON BALTHASAR, Seriedad con las cosas, Ed. Sígueme, Salamanca 1968, p. 9.
[33] JACQUES MARITAIN, o. c., p. 89.
[34] Cfr. DIETRICH VON HILDEBRANDS, El Caballo de Troya en la Ciudad de Dios, FAX, Madrid 1969, passim.
[35] Acción Católica, ¿Nuevo Profetismo…?, Ed. Mundo Mejor, San Martín (Buenos Aires) 1969, p. 17.
[36] ALBERTO GARCÍA VIEYRA, O.P., «La Teología de Caín», en Revista Roma, n. 44, Buenos Aires, Julio 1976, p. 24-3l.
[37] DIETRICH VON HILDEBRANDS, o.c., p. 138 ss.
[38] JACQUES MARITAIN, o.c., p. 39 ss.
[39] LUIGI M. CARLI, Tradicionalistas y Progresistas, Org. San José, Buenos Aires 1970, p. 121-122.
[40] JUAN ALFREDO CASAUBÓN, «Error inicial, error terminal y raíces del progresismo cristiano», en Revista Roma, n. 9, Mayo 1969, p. 21.
[41] JOSÉ LUIS TORRES-PARDO, Índice de los errores modernos más difundidos, sin pie de imprenta, p. 12.
[42] LEONARDO CASTELLANI, en Revista Jauja, n. 9 (Setiembre 1967) p. 7.
[43] HENRI DE LUBAC, La Iglesia en la crisis actual, Sal Terrae, Santander, 1970, p. 34.
[44] CORNELIO FABRO, La aventura de la teología progresista, EUNSA, Pamplona 1976 p. 37 (y la nota 7).
[45] En Revista Roma, n. 2, noviembre de 1967.
[46] JULIO MEINVIELLE, De la Cábala al Progresismo, Ed. Calchaquí, Salta 1970, passim.
[47] Alocución Consistorial del 24/5/1976, L’O.R. 30/5/1976, p. 4.
[48] Discurso a los Obispos de Bélgica (18/9/1982) n. 2; Insegnamenti, V, 3 (1982) p. 475.
[49] CONFERENCIA EPISCOPAL COLOMBIANA, Identidad cristiana en la acción por la justicia, Ed. Mikael, Paraná 1977, p. 14 y passim.
[50] ALFREDO SÁENZ, S.J., o.c., p. 12-22.
[51] BRUNO DE SOLAGES, Postulados doctrinarios del Progresismo, Librería Huemul, Buenos Aires 1964, p. 18-19.
[52] EMILE POULAT, o.c., p. 9.
[53] PÍO X, Encíclica Pascendi, Colección Completa de Encíclicas Pontificias, Ed. Guadalupe, Buenos Aires 1967, t. I, p. 802.
[54] Encíclica Humani generis, Colección Completa de Encíclicas Pontificias, Ed. Guadalupe, Buenos Aires 1967, t. II, p. 1796.
[55] CORNELIO FABRO, La aventura de la teología progresista, EUNSA, Pamplona 1976, p. 308.
[56] R. L. BRUCKBERGER, Carta abierta a Jesucristo, Emecé, Buenos Aires 1974, p. 150.
[57] JUAN PABLO I, Primer mensaje a la Iglesia y al mundo, 27/8/1978; L’O.R. 3/9/1978, p. 3.
[58] Dangers dans le catholicisme d’aujourd’hui, DDB, Paris 1959; cit. SACHERI, o.c., p. 51.
[59] JACQUES MARITAIN, El Campesino de Garona, Desclée, Bilbao 1967, p. 31.
[60] PÍO X, Encíclica Pascendi, Colección Completa de Encíclicas Pontificias, Ed. Guadalupe, Buenos Aires 1967, t. 1, p. 782.
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