MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE EL HUMANISMO CRISTIANO A LA LUZ DE SANTO TOMÁS
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Con alegría os dirijo este mensaje, ilustres teólogos, filósofos y expertos, participantes en el Congreso internacional tomista, que se celebra durante estos días en Roma. Doy las gracias a la Academia pontificia de Santo Tomás y a la Sociedad internacional Tomás de Aquino, instituciones tomistas muy conocidas en el mundo científico, por haber organizado este encuentro, así como por el servicio que prestan a la Iglesia promoviendo la profundización de la doctrina del doctor Angélico.
Saludo cordialmente a todos los presentes y, en particular, al cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo pontificio para la cultura, al padre Abelardo Lobato, presidente tanto de la Academia como de la Sociedad internacional Tomás de Aquino, y al secretario, el obispo Marcelo Sánchez Sorondo. A todos y a cada uno, mi más cordial bienvenida.
2. El tema del congreso -“El humanismo cristiano en el tercer milenio”- recoge el filón de investigación sobre el hombre, iniciado en vuestros dos congresos precedentes. Según la perspectiva de santo Tomás, el gran teólogo calificado también como Doctor humanitatis, la naturaleza humana es en sí misma abierta y buena. El hombre es naturalmente capax Dei (Summa Theologiae, I. II, 113, 10; san Agustín, De Trinit. XIV, 8: PL 42, 1044), creado para vivir en comunión con su Creador; es individuo inteligente y libre, insertado en la comunidad con deberes y derechos propios; es lazo de unión entre los dos grandes sectores de la realidad, el de la materia y el del espíritu, perteneciendo con pleno derecho tanto al uno como al otro. El alma es la forma que da unidad a su ser y lo constituye como persona. En el hombre, observa santo Tomás, la gracia no destruye la naturaleza, sino que lleva a plenitud sus potencialidades: “gratia non tollit naturam, sed perficit” (Summa Theologiae, I, 1, 8 ad 2).
3. El concilio Vaticano II recogió en sus documentos el humanismo cristiano, partiendo del principio fundamental, según el cual, “uno en cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, reúne en sí los elementos del mundo material, de tal modo que, por medio de él, estos alcanzan su cima y elevan la voz para la libre alabanza del Creador” (Gaudium et spes, 14). También es del Vaticano II esta otra brillante intuición: “El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (ib., 22).
Con gran anticipación, el Aquinate ya se había situado en esta perspectiva: desde el inicio de laSumma Theologiae, cuyo centro es la relación entre el hombre y Dios, sintetiza en una densa y límpida fórmula el plan de la futura exposición: “primo tractabimus de Deo; secundo, de motu rationalis creaturae in Deum; tertio, de Christo, qui secundum quod homo, via est nobis tendendi in Deum” (Summa Theologiae, I, 2, prol.).
El doctor Angélico escruta la realidad desde el punto de vista de Dios, principio y fin de todas las cosas (cf. Summa Theologiae, I, 1, 7). Se trata de una perspectiva singularmente interesante, porque permite penetrar en la profundidad del ser humano, para captar sus dimensiones esenciales. Aquí reside la nota distintiva del humanismo tomista que, a juicio de no pocos estudiosos, asegura su justo enfoque y la consiguiente posibilidad de lograr siempre nuevos desarrollos. En efecto, la concepción del Aquinate integra y conjuga las tres dimensiones del problema: la antropológica, la ontológica y la teológica.
4. Ahora os preguntáis -este es el objeto de vuestro congreso, ilustres participantes- qué contribución específica puede dar santo Tomás, al inicio del nuevo milenio, a la comprensión y a la realización del humanismo cristiano. Aunque es verdad que la primera parte de su gran obra, laSumma Theologiae, está totalmente centrada en Dios, también es verdad que la segunda parte, más innovadora y amplia, se ocupa directamente del largo itinerario del hombre hacia Dios. En ella, la persona humana se considera como protagonista de un designio divino preciso, para cuya realización ha sido dotada de abundantes recursos, no sólo naturales, sino tmbién sobrenaturales.
Gracias a ellos, puede corresponder a la exaltante vocación que se le ha reservado en Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios. En la tercera parte, santo Tomás recuerda que el Verbo encarnado, precisamente por ser verdadero hombre, revela en sí mismo la dignidad de toda criatura humana, y constituye el camino de vuelta de todo el cosmos a su principio, que es Dios.
Cristo es, por consiguiente, el verdadero camino del hombre. En el prólogo al libro III de las Sentencias, santo Tomás, resumiento el itinerario de la humanidad en los tres momentos -originario, histórico y escatológico- señala que todas las cosas vienen de las manos de Dios, de las cuales manan ríos de bondad. Todo se concentra en el hombre, y en primer lugar en el hombre-Dios, que es Cristo; todo debe volver a Dios mediante Cristo y los cristianos (cf. In III Sent. Prol.)
5. Por tanto, el humanismo de santo Tomás gira en torno a esta intuición esencial: el hombre viene de Dios y a él debe volver. El tiempo es el ámbito en el que puede llevar a cabo su noble misión, aprovechando las oportunidades que se le ofrecen tanto en el plano de la naturaleza como en el de la gracia.
Ciertamente, sólo Dios es el Creador, pero ha querido encomendar a sus criaturas, racionales y libres, la tarea de completar su obra con el trabajo. Cuando el hombre coopera activamente con la gracia, llega a ser “un hombre nuevo”, que se apoya en la vocación sobrenatural para corresponder mejor al proyecto de Dios (cf. Gn 1, 26). Por tanto, santo Tomás sostiene con razón que la verdad de la naturaleza humana encuentra su realización plena mediante la gracia santificante, en cuanto que ella es “perfectio naturae rationalis creatae” (Quodlib., 4, 6).
6. ¡Cuán iluminadora es esta verdad para el hombre del tercer milenio, en continúa búsqueda de su autorrealización! En la encíclica Fides et ratio analicé los factores que constituyen obstáculos en el camino del humanismo. Entre los más recurrentes se debe mencionar la pérdida de confianza en la razón y en su capacidad de alcanzar la verdad, el rechazo de la trascendencia, el nihilismo, el relativismo, el olvido del ser, la negación del alma, el predominio de lo irracional o del sentimiento, el miedo al futuro y la angustia existencial. Para responder a este gravísimo desafío, que afecta al futuro del humanismo mismo, he indicado cómo el pensamiento de santo Tomás, con su firme confianza en la razón y su clara explicación de la articulación de la naturaleza y de la gracia, puede proporcionarnos los elementos básicos para una respuesta válida. El humanismo cristiano, como lo ilustró santo Tomás, tiene la capacidad de salvar el sentido del hombre y de su dignidad. Esta es la exaltante tarea encomendada hoy a sus discípulos.
El cristiano sabe que el futuro del hombre y del mundo está en manos de la divina Providencia, y esto constituye para él un motivo constante de esperanza y de paz interior. Pero el cristiano sabe también que Dios, movido por el amor que siente hacia el hombre, pide su colaboración para mejorar el mundo y gobernar los acontecimientos de la historia. En este difícil inicio del tercer milenio muchos advierten, con una claridad que raya en el sufrimiento, la necesidad de maestros y testigos capaces de señalar caminos válidos hacia un mundo más digno del hombre. Corresponde a los creyentes la tarea histórica de mostrar que Cristo es “el camino” por el cual es preciso avanzar hacia la humanidad nueva que está en el proyecto de Dios. Por eso, está claro que una prioridad de la nueva evangelización consiste precisamente en ayudar al hombre de nuestro tiempo a encontrarse personalmente con Cristo, y a vivir con él y para él.
7. Santo Tomás, aunque estaba bien arraigado en su tiempo y en la cultura medieval, desarrolló una enseñanza que supera los condicionamientos de su época y puede proporcionar aún hoy orientaciones fundamentales para la reflexión contemporánea. Su doctrina y su ejemplo constituyen una próvida llamada a las verdades inmutables y perennes que son indispensables para promover una existencia verdaderamente digna del hombre.
Al desearos un provechoso intercambio de ideas durante las sesiones del congreso, os exhorto a cada uno de los que participáis en él a perseverar en la reflexión sobre las riquezas de la enseñanza tomista, sacando de ella, como el “escriba” evangélico, “lo nuevo y lo viejo” (Mt 13, 52).
A la Virgen María, Sedes Sapientiae, que dio al mundo a Cristo, “el hombre nuevo”, le encomiendo los frutos de vuestras investigaciones y, en particular, de vuestro congreso internacional, a la vez que envío de corazón a todos mi bendición.
Castelgandolfo, 20 de septiembre de 2003
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