La pérdida del ser y el quijotismo (II), P. Carlos Miguel Buela IVE

fr. carlos buela

La pérdida del ser y el quijotismo (II)

carlos buela

[P. Carlos Miguel Buela IVE, “El Arte del Padre“, cap. 24]

Nos preguntamos: ¿no son estos ataques y posturas formalistas, en última instancia, manifestaciones de la pérdida del ser? El verdadero discipulado-misionero no es ni utópico, ni restauracionista, pero está en tensión hacia la trascendencia. Su posición no es de centro sino de periferias… incluso las de la eternidad («Id por todo el mundo…» Mc 16,15; «vuestra recompensa será grande en los cielos» Mt 5,12). Con dos pautas pastorales: la cercanía y el encuentro: la cercanía «que llega al máximo al encarnarse. Es el Dios que sale al encuentro de su pueblo… (hay pastorales «lejanas» que) ignoran la «revolución de la ternura» que provocó la encarnación del Verbo». Estas características, digo, ¿no son imposibles de superar si no hay inteligencias que trasciendan los fenómenos del zapping, de la «mentalidad de mercado», del dominio del neo-individualismo y de la cultura del subjetivismo[1]?].

En efecto, la inteligencia sin ser produce el vaciamiento de la cultura y la cultura es la educación en el sentido de paideia; esta última, a su vez, incluye el ejercicio y desarrollo de todas las facultades del hombre y, por eso, supone la capacidad para educarse y producir nueva cultura[2].

De ahí que enseñara San Juan Pablo II: «Hay que desear y favorecer de todos modos el estudio constante y profundo de la doctrina filosófica, teológica, ética y política que santo Tomás ha dejado en heredad a las escuelas católicas y que la Iglesia no ha dudado en hacer propia… como se sigue también de las directrices del Concilio Vaticano II (cfr. Optatam totius, n. 16; Gravissimum educationis, n. 9 con las notas)[3]».

«Se están produciendo algunos olvidos importantes: el olvido de Dios y del ser, el olvido del alma y de la dignidad del hombre… Es necesario, ante todo, volver a la metafísica. En la encíclica Fides et ratio, entre las exigencias y tareas actuales de la filosofía, indiqué como “necesaria una filosofía de alcance auténticamente metafísico, capaz de trascender los datos empíricos para llegar, en su búsqueda de la verdad, a algo absoluto, último y fundamental (n. 83)”[4]».

«…la negación del ser comporta inevitablemente la pérdida de contacto con la verdad objetiva y, por consiguiente, con el fundamento de la dignidad humana. De este modo se hace posible borrar del rostro del hombre los rasgos que manifiestan su semejanza con Dios, para llevarlo progresivamente o a una destructiva voluntad de poder o a la desesperación de la soledad. Una vez que se ha quitado la verdad al hombre, es pura ilusión pretender hacerlo libre. En efecto, verdad y libertad, o bien van juntas o perecen juntas miserablemente»[5].

«En la encíclica Fides et ratio analicé los factores que constituyen obstáculos en el camino del humanismo. Entre los más recurrentes se debe mencionar la pérdida de confianza en la razón y en su capacidad de alcanzar la verdad, el rechazo de la trascendencia, el nihilismo, el relativismo, el olvido del ser, la negación del alma, el predominio de lo irracional o del sentimiento, el miedo al futuro y la angustia existencial»[6].

Carlos Buela

En el fondo según el concepto elaborado por los griegos, se trata de “la búsqueda que el hombre hace de sí mismo” para realizarse plenamente y la cultura, en el sentido de formación del hombre, coincide con la investigación de la verdad: “Este principio fundante o primer logos es el ser; la ciencia de la cual es el objeto propio, es la filosofía”[7]. Luego, cultura no es conocer esto o aquello “sino saber qué es el hombre, el significado y el fin de su existencia…”.

Por eso la filosofía se sitúa en el mismo comienzo de la educación como paideia y, en sentido contrario, la abolición del logos (filodoxa) es, exactamente, la anticultura propia de los sofistas de todos los tiempos. [Ese es el gran problema actual de la educación, que lo disfrazan y maquillan de «emergencia educativa», cuando el gran problema es la abolición del Logos y el no saber cuál es el significado y el fin de la existencia del hombre, ideología de tanto sofista mediocre que sobreabunda en los ministerios de educación].

El Cristianismo no sólo hereda el concepto de paideia y el primado que la misma asigna a la filosofía (logos humano), sino que este primado (que en su orden es mantenido) pasa absolutamente al Verbo Encarnado (Logos divino) que es el único Maestro, o Maestro interior, cuyo influjo abraza todas las dimensiones del hombre; por eso, “para el Cristianismo, toda actividad humana puede ser cultura o paideia si el hombre piensa y hace lo que piensa y obra para actuar integralmente su ser y su capacidad…”; con lo cual, no sólo el intelecto se convierte en “intelecto de amor” sino que, en el hombre se unen armónicamente el logos y la charitas.[8]

El concepto cristiano de cultura supone, así, por un lado, el logos fundante; es decir, la “verdad primera del ser” y, por otro, el Logos revelado que permite que todo hombre se eleve a la altura de la Sabiduría. De ahí que la cultura cristiana sea aristocrática, no en el sentido clásico de lo reservado a pocos, sino de un ideal que todos pueden alcanzar, cada uno según su posibilidad.[9] Sciacca no pierde la oportunidad de recordarnos que “el más ignorante puede ser más culto que el estúpido adoctrinado” y que “la plegaria sincera del último analfabeto… puede hacerlo más sabio y más libre que Aristóteles” y, naturalmente, que el intelectual soberbio; de modo diverso, el ideal cristiano de cultura es contemplativo porque, a diferencia del hombre griego, el cristiano, como Santa Teresa de Jesús, opera contemplando y contempla obrando. Y como precisamente gracias al influjo de la Revelación la naturaleza alcanza su salud, la plenitud de la cultura es la plenitud de la paideia cristiana; dicho de otro modo, se trata de la “paideia integral del hombre integral”.[10] En este estado sólo cabe el compromiso total que no excluye el desapego porque la elección absoluta (en el Instante) sólo tiene por objeto a Dios y, por eso, el compromiso total no excluye la simultánea “indiferencia” respecto de la cosa finita escogida.[11] Y esto es propio y exclusivo de la paideia cristiana.

presocraticos

Con estos supuestos esenciales, se comprende que la cultura suponga una capacidad personal creativa que se desarrolla y funda de ese modo una élite, siempre que se entienda que las personas cultas no son sólo los letrados y filósofos sino todos los que poseen el espíritu de cultura que “significa ver, sentir, pensar, querer todo bajo la especie de la cultura: disponibilidad o amor por todos los valores, lo cual es, justamente, ser libres”.[12] Y esto no es exclusivo de los “doctos” sino que puede serlo de operarios, campesinos, artesanos, etc., en la medida que su “disponibilidad al ser” y a los valores enriquece su actividad. Ellos poseen, así, el “espíritu de cultura” perennemente amenazado por el “espíritu de civilización” que no pasa de ser una peligrosa “barbarie civilizada”.

El laicismo -que ha significado la progresiva pérdida del ser- ha logrado anular el concepto de cultura y de la paideia como formación del hombre; en verdad, el laicismo inmanentista destruye la cultura laica (tan bien fundamentada por Santo Tomás en la Edad Media) que es autónoma pero no autosuficiente[13]; el proceso de formación educativa se invierte en el proceso de deseducación movido por la anticultura de la ausencia del logos… y del ser; asistimos así al resentimiento de los mediocres que solo acepta la obra “cultural” (anticultura) apta para saciar las apetencias de los “consumidores” tipo mass media; con respeto y con dolor, Sciacca denuncia la invasión de la anticultura y se duele “con el luto en el alma, por la muerte de la cultura”.[14]


[1] Cfr. José Rodriguez Carballo, ¿Crisis de las vocaciones religiosas? Es culpa del «zapping», L’O.R. 22/11/2013, p. 9.11. El autor del artículo dice que «simbólicamente, zapping, significa no asumir compromisos a largo plazo», que es una postura claramente antimetafísica.

[2] M. F. Sciacca, Gli arieti contro la verticale, 9, Opere Complete, vol. 30, 1969, p. 104-105.

[3] Juan Pablo II, Discurso a los participantes del IX Congreso Tomista Internacional (29/9/1990), 5; Insegnamenti,XIII,2, p. 722.

[4] Juan Pablo II, Mensaje a los participantes de la III sesión plenaria de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino (21/6/2002), 2; Insegnamenti, XXV,1, p. 1038.

[5] Juan Pablo II, Encíclica Fides et ratio 1998, 90, en Encíclicas del Beato Juan Pablo II, EDIBESA, Madrid 2011, 8ª ed., p. 1618; Insegnamenti, XXI,2, p. 359.

[6] Juan Pablo II, Mensaje al Congreso internacional sobre Humanismo Cristiano a la luz de Santo Tomás” (20/9/2003), 6; Insegnamenti, XXVI,2, p. 288.

[7] M. F. Sciacca, Gli arieti contro la verticale, 9, Opere Complete, vol. 30, 1969, p. 106.

[8] Ibídem, p. 110-111; sobre el concepto de educación, cf. Pagine di pedagogia e di didattica, cap. I, Opere Complete, vol. 35, 1973.

[9] M. F. Sciacca, Gli arieti contro la verticale, p. 113.

[10] Ibídem, p. 115.

[11] M. F. Sciacca, La libertà e il tempo, p. 265, Opere Complete, vol. 22, 1965.

[12] M. F. Sciacca, Gli arieti contro la verticale, p. 118.

[13] Ibídem, p. 120; más ampliamente, en Prospettiva sulla metafisica di S. Tommaso, cap. II. El propio Sciacca remite –y yo (AC) con él- a la esclarecedora obra de María Raschini, Riflessioni su filosofia e cultura, Marzorati, Milano 1968.

[14] M. F. Sciacca, Gli arieti contro la verticale, p. 123.

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