VIII. «El que es»
Creemos que la obvia palabra de la Escritura «Yo soy» (Ex 3,14), «El que es» (Sb 13,1), expresa que la esencia de Dios es el Ser y que lo distingue de todos los demás seres: «Yo, Yavheh, ese es mi nombre, no doy mi gloria a ningún otro, ni a los ídolos mi alabanza» (Is 42,8).
Estamos totalmente de acuerdo con los Padres que afirmaban: «El ser en Dios no es accidente, sino verdad subsistente» (San Hilario)[19] y «Nada podemos pensar que caracterice mejor a Dios que el Ser» (San Hilario)[20]. O como decía San Gregorio Nacianceno: «Dios siempre fue, siempre es y siempre será; o, mejor dicho, siempre es… es el que siempre es»[21]. «Dios se llamó a sí mismo el ser por antonomasia (ipsum esse)», dice San Agustín[22] y agrega San Juan Damasceno: «“El que es” es el más acertado de los nombres divinos»[23]. San Bernardo afirma: «Ora llamemos a Dios bueno… grande… dichoso… sabio… todo está contenido en la palabra “est”(= “Él es”)»[24].
Es por eso que Su Santidad Juan Pablo II enseñara en sus catequesis:
«El que es.»
- Al pronunciar las palabras “Creo en Dios”, expresamos ante todo la convicción de que Dios existe. Este es un tema que hemos tratado ya en las catequesis del ciclo anterior, referentes al significado de la palabra “creo”. Según la enseñanza de la Iglesia la verdad sobre la existencia de Dios es accesible también a la sola razón humana, si está libre de prejuicios, como testimonian los pasajes del libro de la Sabiduría (cf. 13,1-9) y de la Carta a los Romanos (1,19-20) citados anteriormente. Nos hablan del conocimiento de Dios como creador (o Causa primera). Esta verdad aparece también en otras páginas de la Sagrada Escritura. El Dios invisible se hace en cierto sentido “visible”a través de sus obras.
« Los cielos pregonan la gloria de Dios,
y el firmamento anuncia la obra de sus manos.
El día transmite el mensaje al día,
y la noche a la noche pasa la noticia» (Sl 18/19,2-3).
Este himno cósmico de exaltación de las creaturas es un canto de alabanza a Dios como creador. He aquí algún otro texto:
«¡Cuántas son tus obras, oh Yahvé!
Todas las hiciste con sabiduría!
Está llena la tierra de tu riqueza» (Sl 103/104,24).
«Él con su poder ha hecho la tierra,
con su sabiduría cimentó el orbe
y con su inteligencia tendió los cielos (…).
Embrutecióse el hombre sin conocimiento» (Jr 10,12‑14).
«Todo lo hace Él apropiado a su tiempo (…). Conocí que cuanto hace Dios es permanente y nada se le puede añadir, nada quitar» (Qo 3,11-14).
- Son sólo algunos pasajes en los que los autores inspirados expresan la verdad religiosa sobre Dios-Creador, utilizando la imagen del mundo a ellos contemporánea. Es ciertamente una imagen pre-científica, pero religiosamente verdadera y poéticamente exquisita. La imagen de que dispone el hombre de nuestro tiempo, gracias al desarrollo de la cosmología filosófica y científica, es incomparablemente más significativa y eficaz para quien procede con espíritu libre de prejuicios.
Las maravillas que las diversas ciencias específicas nos desvelan sobre el hombre y el mundo, sobre el microcosmos y el macrocosmos, sobre la estructura interna de la materia y sobre las profundidades de la psique humana son tales que confirman las palabras de los autores sagrados, induciendo a reconocer la existencia de una Inteligencia suprema creadora y ordenadora del universo.
- Las palabras “creo en Dios” se refieren ante todo a aquel que se ha revelado a Sí mismo. Dios que se revela es Aquel que existe: en efecto, puede revelarse a Sí mismo sólo Uno que existe realmente. Del problema de la existencia de Dios la Revelación se ocupa en cierto sentido marginalmente y de modo indirecto. Y tampoco en el Símbolo de la fe la existencia de Dios se presenta como un interrogante o un problema en sí mismo. Como hemos dicho ya, la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio afirman la posibilidad de un conocimiento seguro de Dios mediante la sola razón (cf. Sb13,1-9; Ro1,19-20; así lo definió el Concilio Vaticano I, DS 3004; 3026; y lo afirma el Concilio Vaticano II, Dei Verbum, 6). Indirectamente tal afirmación encierra el postulado de que el conocimiento de la existencia de Dios mediante la fe -que expresamos con las palabras “creo en Dios”-, tiene un carácter racional, que la razón puede profundizar. “Credo, ut intelligam” como también “intelligo, ut credam”: éste es el camino de la fe a la teología.
- Cuando decimos “creo en Dios”, nuestras palabras tienen un carácterpreciso de “confesión”. Confesando respondemos a Dios que se ha revelado a Sí mismo. Confesando nos hacemos partícipes de la verdad que Dios ha revelado y la expresamos como contenido de nuestra convicción. Aquel que se revela a Sí mismo no sólo nos hace posible conocer que Él existe, sino que nos permite también conocer Quién es Él, y también cómo es Él.Así, la autorrevelación de Dios nos lleva al interrogante sobre la Esencia de Dios: ¿Quién es Dios?
- Hagamos referencia aquí al acontecimiento bíblico narrado en el libro del Éxodo(3,1-14). Moisés que apacentaba la grey en las cercanías del monte Horeb advierte un fenómeno extraordinario. «Veía Moisés que la zarza ardía y no se consumía» (Ex3,2). «Se acercó y Dios ‘le llamó de en medio de la zarza: ¡Moisés!, ¡Moisés!’, él respondió: ‘Heme aquí’. Yahvé le dijo: ‘No te acerques. Quita las sandalias de tus pies, que el lugar en que estás es tierra santa’; y añadió: ‘Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob’. Moisés se cubrió el rostro, pues temía mirar a Dios» (Ex 3,4-6).
El acontecimiento descrito en el libro del Éxodo se define una “teofanía”, es decir, una manifestación de Dios en un signo extraordinario y se muestra, entre todas las teofanías del Antiguo Testamento, especialmente sugestiva como signo de la presencia de Dios. La teofanía no es una revelación directa de Dios, sino sólo la manifestación de una presencia particular suya. En nuestro caso esta presencia se hace conocer tanto mediante las palabras pronunciadas desde el interior de la zarza ardiendo, como mediante la misma zarza que arde sin consumirse.
- Dios revela a Moisés la misión que pretende confiarle: debe liberar a los israelitas de la esclavitud egipcia y llevarlos a la Tierra Prometida. Dios le promete también su poderosa ayuda en el cumplimiento de esta misión: “Yo estaré contigo”. Entonces Moisés se dirige a Dios: «‘Pero si voy a los hijos de Israel y les digo: el Dios de vuestros padresme envía a vosotros, y me preguntan cuál es su nombre, ¿Qué voy a responderles?’ Dios dijo a Moisés: ‘Yo soy el que soy’. Después dijo: ‘Así responderás a los hijos de Israel: Yo soyme manda a vosotros’» (Ex 3,12-14).
Así, pues, el Dios de nuestra fe —el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob— revela su nombre. Dice así: “Yo soy el que soy”. Según la tradición de Israel, el nombre expresa la esencia.
La Sagrada Escritura da a Dios diversos “nombres”; entre estos: “Señor” (por ejemplo, Sb 1, 1), “Amor” (1 Jn 4, 16), “Misericordioso” (por ejemplo, Sl 85,15), “Fiel” (1 Cor 1, 9), “Santo” (Is 6, 3). Pero el nombre que Moisés oyó procedente de lo profundo de la zarza ardiente constituye casi la raíz de todos los demás. “El que es” dice la esencia misma de Dios que es el Ser por sí mismo, el Ser subsistente, como precisan los teólogos y los filósofos. Ante El no podemos sino postrarnos y adorar»[25].
Y en la Audiencia siguiente continúa el Papa con el tema:
«Dios de infinita majestad.»
- “Creemos que este Dios único es absolutamente uno en su esencia infinitamente santa al igual que en todas sus perfecciones, en su omnipotencia, en su ciencia infinita, en su providencia, en su voluntad y en su amor. Él es el que es, como lo ha revelado a Moisés; y Él es Amor, como el Apóstol Juan nos lo enseña; de forma que estos dos nombres, Ser y Amor, expresan inefablemente la misma Realidad divina de Aquel que ha querido darse a conocer a nosotros y que habitando en una luz inaccesible está en Sí mismo por encima de todo nombre, de todas las cosas y de toda inteligencia creada” (Insegnamenti de Paolo VI, VI, 1968, pág. 302).
- El Papa Pablo VI pronunciaba estas palabras en el 1900 aniversario del martirio de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, el 30 de junio de 1968, durante la profesión de fe llamada “El Credo del Pueblo de Dios”. Expresan de manera más extensa que los antiguos Símbolos, aunque también de forma concisa y sintética, aquella verdad sobre Dios que la Iglesia profesa ya al comienzo del Símbolo: “Creo en Dios”: es el Dios que se ha revelado a Sí mismo, el Dios de nuestra fe. Su nombre: “Yo soy el que soy”, revelado a Moisés desde el interior de la zarza ardiente a los pies del monte Horeb, resuena, pues, todavía en el Símbolo de fe de hoy. Pablo VI une este Nombre —el nombre “Ser”— con el nombre “Amor” (según el ejemplo de la primera Carta de San Juan). Estos dos nombres expresan del modo más esencial la verdad sobre Dios. Tendremos que volver de nuevo a esto cuando, al interrogarnos sobre la Esencia de Dios, tratemos de responder a la pregunta: quién es Dios.
- Pablo VI hace referencia al Nombre de Dios «Yo soy el que soy», que se halla en el libro del Éxodo. Siguiendo la tradición doctrinal y teológica de muchos siglos, ve en él la revelación de Dios como «Ser»: elSer subsistente, que expresa la Esencia de Dios en el lenguaje de la filosofía del ser (ontología o metafísica) utilizada por Santo Tomás de Aquino. Hay que añadir que la interpretación estrictamente lingüística de las palabras “Yo soy el que soy”, muestra también otros significados posibles, a los cuales aludiremos más adelante. Las palabras de Pablo VI ponen suficientemente de relieve que la Iglesia, al responder al interrogante: ¿Quién es Dios?, sigue, a partir del ser (esse), en la línea de una tradición patrística y teológica plurisecular. No se ve de qué otro modo se podría formular una respuesta sostenible y accesible.
- La palabra con la que Dios se revela a sí mismo expresándose en la “terminología del ser”, indica un acercamiento especial entre el lenguaje de la Revelación y el lenguaje del conocimiento humano de la realidad, que ya desde la antigüedad se calificaba como “filosofía primera”. El lenguaje de esta filosofía permite acercarse de algún modo al Nombre de Dios como “Ser”. Y, sin embargo -como observa uno de los más distinguidos representantes de la escuela tomista en nuestro tiempo, haciendo eco al mismo Santo Tomás de Aquino[26]-, incluso utilizando este lenguaje podemos, al máximo, “silabear” este Nombre revelado, que expresa la Esencia de Dios[27]. En efecto, ¡el lenguaje humano no basta para expresar de modo adecuado y exhaustivo “Quién es” Dios!, ¡nuestros conceptos y nuestras palabras respecto de Dios sirven más para decir lo que Él no es, que lo que es[28]!
- “Yo soy el que soy”. El Dios que responde a Moisés con estas palabras es también “el Creador del cielo y de la tierra”. Anticipando aquí por un momento lo que diremos en las catequesis sucesivas a propósito de la verdad revelada sobre la creación, es oportuno notar que, según la interpretación común, la palabra “crear” significa “llamar al ser del no-ser”, es decir, de la “nada”. Ser creado significa no poseer en sí mismo la fuente, la razón de la existencia, sino recibirla “de Otro”. Esto se expresa sintéticamente en latín con la frase «ens ab alio». El que crea —el Creador— posee en cambio la existencia en sí y por sí mismo (“ens a Se”).
El ser pertenece a su substancia: su esencia es el ser. Él es el Ser subsistente (Esse subsistens). Precisamente por esto no puede no existir, es el ser “necesario”. A diferencia de Dios, que es el “ser necesario”, los entes que reciben la existencia de Él, es decir, las creaturas, pueden no existir: el ser de las creaturas no constituye su esencia; son entes “contingentes”.
- Estas consideraciones respecto de la verdad revelada sobre la creación del mundo, ayudan a comprender a Dios como el “Ser”. Permiten también vincular este “Ser” con la respuesta que recibió Moisés a la pregunta sobre el Nombre de Dios: “Yo soy el que soy”. A la luz de estas reflexiones adquieren plena transparencia también las palabras solemnes que oyó Santa Catalina de Siena: “Tú eres lo que no es, Yo soy Él que Es”[29]. Esta es la Esencia de Dios, el Nombre de Dios, leído en profundidad en la fe inspirada por su auto-revelación, confirmado a la luz de la verdad radical contenida en el concepto de creación. Sería oportuno cuando nos referimos a Dios escribir con letra mayúscula aquel “soy” el que “es”, reservando la minúscula a las criaturas. Ello sería además un signo de un modo correcto de reflexionar sobre Dios según las categorías del “ser”.
En cuanto “ipsum Esse Subsistens” -es decir, absoluta plenitud del Ser y por tanto de toda perfección- Dios es completamente trascendente respecto del mundo. Con su esencia, con su divinidad Él “sobrepasa” y “supera” infinitamente todo lo que es creado: tanto cada criatura incluso la más perfecta como el conjunto de la creación: los seres visibles y los invisibles.
Se comprende así que el Dios de nuestra fe, El que es, es el Dios de infinita majestad. Esta majestad es la gloria del Ser divino, la gloria del Nombre de Dios, muchas veces celebrada en la Sagrada Escritura.
«Yahvé, Señor, nuestro, ¡cuán magnífico es tu nombre en toda la tierra!» (Sl 8,2)
«Tú eres grande y obras maravillas / tú eres el solo Dios» (Sl 85,10).
«No hay semejante a ti, oh Yahvé» (Jr 10,6).
Ante el Dios de la inmensa gloria no podemos más que doblar las rodillas en actitud de humilde y gozosa adoración repitiendo con la liturgia en el canto del Te Deum: “Pleni sunt caeli et terra maiestatis gloriae tuae… Te per orbem terrarum sancta confitetur Ecclesia: Patrem inmensae maiestatis”: “Los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria… A ti la Iglesia santa, extendida por toda la tierra, te proclama: Padre de inmensa majestad”»[30].
Es decir, por ser el «ipsum esse subsistens» Dios es el Creador, es eficaz, auxiliador, es eterno, santo, liberador, es conocido, ama, unifica…De otra manera, negar a Dios la realidad de ser y buscar de entenderlo excluyendo la «terminología del ser» será siempre un intento fallido y, lícitamente, podremos pensar que es la pretensión de alguien enseñoreado por la cultura atea y anti metafísica.
Retengamos siempre y sencillamente, que Dios es.
[19] San Hilario, De Trinitate, VIII, 2.
[20] Ibídem, I, 5.
[21] San Gregorio Nacianzeno, Oratoria, 45, 3.
[22] San Agustín, Enarrationes in Psalmos, 134, 4.
[23] San Juan Damasceno, De fide orthodoxa, I, 9.
[24] San Bernardo, De consideratione, V, 6.
[25] Juan Pablo II, Audiencia general, 31/7/1985, n. 6; L’O.R.4/6/1985, p. 3; Insegnamenti, VIII,2 (1985) p. 178.
[26] Cfr. C.G., L. I, c. 14-30.
[27] Cfr. E. Gilson, Le thomisme, París 1944, ed. Vrin, p. 33, 35, 41, 155-156.
[28] Cf. S.Th I, q. 12, a. 12 s.
[29] S. Catharinae Legenda maior, I, 10.
[30] Juan Pablo II, Audiencia general, 7/8/1985, L’O.R. 11/8/1985, p. 3.
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Comments 1
Gracias por tan importante publicación; muy didáctica y profunda.