Esencia de la Herejía Progresista, por Fray Alberto García Vieyra, O.P. (I)

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Fray Alberto García Vieyra O.P.

En rigor, el tema pedido y que nos toca desarrollar es: La posición del Progresismo Católico en el cuadro de los pecados contra la fe.

En verdad, el tema desborda el Progresismo Católico como movimiento político-social. Procúrase la explicación de algo más amplio, que llamaríamos las raíces teológico-filosóficas del mismo movimiento, presentado como búsqueda de adaptación de la Iglesia al mundo contemporáneo. Aquellas raíces han llegado a nutrirse con la savia malsana de la Teología Nueva, oscureciendo en lo posible la Teología auténtica y la fisonomía espiritual de la Esposa de Jesucristo.

Algún lugar debe ocupar este movimiento de adaptación, “aggiornamento” y teología historicista entre los pecados contra la fe; tiene en su haber la muerte espiritual de muchos hermanos nuestros en el sacerdocio y fuera de él; tiene en su haber la agonía de un catolicismo vigoroso, incapaz de enfrentar las insolencias del error contra la Iglesia Católica y aun contra la catequesis más elemental.

El problema actual de este movimiento[1] es identificar o confundir: lo sagrado y lo profano; lo natural y lo sobrenatural; la Iglesia y el mundo; la Teología reducida o sustituida por una antropología naturalista; la concepción de un Dios lejano que no interviene en el mundo del hombre. Todo esto está en pugna con la teología católica y las enseñanzas auténticas de la Iglesia. Para aclarar digamos: el hombre se vuelve cristiano por el carácter sacramental del bautismo; buen cristiano por la gracia santificante y las virtudes infusas.

El problema actual de lo sagrado y lo profano, de la Iglesia y el mundo, etcétera, no puede resolverse en un problema de tensiones entre sagrado-profano, Iglesia-mundo (Schillebeeckx-Metz); o bien por el grado mayor o menor de autonomía de hombres o instituciones con respecto a la fe o a la religión; tampoco es problema para ser resuelto por las circunstancias históricas. Por eso es menester destacar el carácter de cristiano que el hombre recibe en el bautismo; por el cual deja el paganismo para entrar en el mundo nuevo de la fe.

Para la nueva iglesia, para la iglesia del progresismo católico, el hombre nace cristiano o semi-cristiano; para la Iglesia Católica, el hombre nace pagano; y en el acto del bautismo recibe el carácter y la gracia de cristiano.

Se ha buscado una teología que justifique la adaptación de la Iglesia al mundo, de lo sobrenatural a lo natural, que ha abierto los caminos a los pecados contra la fe, a la herejía y a la apostasía; por lo menos, propone una “renovación de la vida religiosa” (como en las publicaciones CLAR), que conduce al abandono de la vida religiosa.

La teología “buscada” tiene, por lo menos, muchas afinidades con la de Miguel du Bay (Bayo) condenado por San Pío V el 1 de octubre de 1567.

LA FE Y LOS PECADOS CONTRA LA FE

La teología es siempre una explicación de la Fe; no es per prius una explicación de los acomodos entre la fe y el mundo. En la búsqueda afanosa de adaptación, podemos desvincular nuestra teología de su objetivo propio que es explicar el contenido de la fe, o sea lo revelado. Entonces el contenido de la fe queda relegado a segundo plano y en vías de desaparecer.

La trascendencia de la fe nos explica la importancia de los pecados contra le fe.

La fe es lo primero que pedimos al acercarnos, en nombre propio o de otro, a la pila del agua bautismal. ¿Qué pides a la Iglesia de Dios?; responde: la fe; la fe ¿qué te ofrece? La vida eterna. La vida eterna viene prometida a la fe sobrenatural del creyente. Efectivamente, la práctica de la liturgia bautismal tiene buenas razones. Sin la fe es imposible agradar a Dios, dice San Pablo (Heb. 11,6). El concilio de Trento comenta estas palabras inspiradas: “Somos justificados por la fe porque la fe es el principio de la humana salvación, el fundamento y la raíz de toda justificación” (Decreto sobre la justificación, c.8; Dz. 201)[2].

progresismo católico

El progresismo católico es intrínsecamente estéril

Raíz y fundamento; no solamente está al principio sosteniéndola, sino que la sustenta como la raíz a toda la planta. El fundamento sirve de sostén; es la fuerza de la roca, de la piedra. La raíz es principio vital que penetra en los suelos a buscar el sustento de la planta. La fe arraiga así en el hombre buscando la inteligencia de la revelación; cree y busca; asiente a la palabra de Dios y busca la inteligencia de la fe; el acto de fe fue definido por San Agustín: Pensar con asentimiento.

La justificación —añade el Concilio— no es solamente la remisión de los pecados sino también la santificación y renovación del hombre interior, por la voluntaria recepción de la gracia y de los dones, de donde el hombre se convierte de injusto en justo, de enemigo en amigo (c. 7). Lo que llamamos justificación es la salvación; el estado de justicia con respecto a Dios, recuperado por la redención de Jesucristo Nuestro Señor; aquellos méritos ganados con el sacrificio de la Cruz, son aplicados a cada hombre en particular por el bautismo y los demás sacramentos. Debemos pues distinguir cuidadosamente y no confundir la redención y la justificación; esta falsa identidad está en la base de toda la temática de la teología progresista. Por esa concepción tomada del protestantismo, el papel de la justificación, o de quien aplica los méritos de la redención, la Iglesia, aparece borrado. Ya veremos esto. Mientras tanto retengamos la estrecha relación entre la fe sobrenatural y la justificación, o sea la aplicación de los méritos de la redención; dice el Angélico Doctor: “La pasión de Cristo produce su efecto en aquellos en los cuales se aplica por la fe, la caridad, y los sacramentos de la fe” (S. Th. III, 43, 3, ad 1m).

Los méritos de la pasión de Cristo deben aplicarse, y esta aplicación la hacen los ministros de la Iglesia.

Existe una íntima relación entre la fe, la redención y la obra de la Iglesia, que es aplicar en el mundo los frutos de la redención (el primero, la justificación).

“La fe es una virtud sobrenatural por la cual, con inspiración y ayuda de la gracia de Dios, creemos ser verdadero lo que por Él ha sido revelado, no por la intrínseca verdad de las cosas, percibida por la luz natural de la razón, sino por la autoridad del mismo Dios que revela, el cual no puede ni engañarse ni engañarnos” (Vat. I, Const. sobre la Fe Católica, c. 3; Dz. 1789). Como la misma Constitución lo afirma, a pesar del motivo formal invocado, quiso Dios que el obsequio de nuestra fe fuera conforme a la razón, es decir, que la razón pudiera mostrar los motivos ciertos de credibilidad.

El hombre explora los misterios del universo; de lo infinitamente grande y de lo infinitamente pequeño; pero más allá de lo posible a la inteligencia humana, escucha el Mensaje de salvación, que le descubre horizontes más vastos, no ya horizontes espaciales, sino de misericordia y de amor. Ese Mensaje no llega al hombre desnudo e ininteligible; nacido en el seno de la misericordia, viene rodeado de señales significativas que justifican plenamente su credibilidad. “Las cosas de fe —dice Santo Tomás— son vistas bajo la común razón de credibilidad por el creyente, pues no creería si no viera que ellas deben ser creídas” (II-II, 1, 4, ad. 2m). El texto es famoso.

La Teología debe explorar los misterios de la fe, que nutren la contemplación y aclaran notablemente el misterio del hombre y de las cosas humanas; muchas de aquellas se explican porque el hombre no se sitúa en la conversión a Dios sino en la vertiente opuesta de la aversión. El pecado es fuente de conflictos internos propios del hombre, y de externos en el ámbito de las relaciones sociales.

La Teología, al adentrarse en los misterios de la fe, me enseña los caminos de la justificación; quiere decir que el principal problema de la teología es justificar al hombre ante Dios, y no es adaptar el cristianismo a las cosas del mundo. Es claro que alguna adaptación tiene que haber; pero nunca a lo que el mundo tiene de pecado.

Veamos ahora los pecados contra la fe.

No todo pecado es contra la fe. Por el pecado mortal perdemos la gracia de Dios y la caridad, pero no perdemos la fe sobrenatural, que permanece aunque no informada por la caridad. Pecados contra la fe son aquellos por los cuales perdemos la fe, o abrimos el camino a perderla.

Los pecados contra la fe no son todos iguales, pero todos se agrupan dentro de lo que se denomina infidelidad.

Aquí no nos interesa la infidelidad del pagano, sino la del cristiano. La primera no es pecado, la segunda es pecado contra la fe.

Dentro de la infidelidad de esta segunda especie, o sea infidelidad positiva, tenemos: la herejía y la apostasía; la blasfemia contra el acto externo de confesión de la fe.

Tenemos el hecho que miles de sacerdotes y religiosos de ambos sexos han dejado la religión, la Iglesia o la fe en estos últimos treinta años. El abandono de la Iglesia, de la fe, está sustentado por toda la temática del progresismo católico, la exégesis y la teología “adaptadas al mundo de hoy”. Este es nuestro problema.

Pecados contra la fe son la apostasía y la herejía. La herejía quiere otra iglesia; la apostasía no quiere ninguna. El hereje quiere otra iglesia; interpreta la Escritura a su modo, al margen de la interpretación tradicional de la Iglesia. Forma así su conventículo, una secta, un grupo separado de la verdadera fe. Puede no formar ningún grupo; lo formal de la herejía es la interpretación privada de la Escritura.

La herejía puede ser interna, externa, material o formal. Interna, si el error contra la fe existe en la mente solamente. Externa, si se manifiesta al exterior. Toca más de cerca a nuestro caso la distinción entre herejía material y formal.

Herejía formal es cuando voluntariamente y con pertinacia, el cristiano pone en duda o niega alguna verdad que la Iglesia Católica enseña como dogma de fe. La herejía formal es muy grave, y el error en materia definida por la Iglesia tiene que ser sostenido con obstinación. Hereje material es aquel que yerra en materia de fe, pero estaría dispuesto a cambiar. “Muchos católicos, comenta un moralista[3], educados en la herejía desde su infancia, y que ninguna duda seria han tenido de su religión, son materialmente herejes”. Al margen de estos errores principales contra la fe, tenemos: proposiciones o doctrinas que son próximas a la fe o simplemente erróneas, pero que afectan indirectamente a la fe. El progresismo católico tiene proposiciones heréticas o próximas a la herejía; por ejemplo, la negación de la institución de la Iglesia por Nuestro Señor Jesucristo, condenada en el Vaticano I y en el decreto Lamentabili; la confusión de lo natural y sobrenatural que lo asimila a la teología de Bayo; la llamada consistencia del orden temporal que niega la intervención de Dios en las causas segundas; el relativismo teológico; el poligenismo; las tentativas de reducir la teología a una antropología, etc. Agregamos a esto la concepción del Estado como ajeno a la ley de Dios, la complacencia con el comunismo ateo.

Todos estos errores son graves contra la fe y conducen a su abandono definitivo.

Herejía significa desgarramiento, la herejía es una ruptura en la interioridad de la fe. Al hablar de herejía no quiere decir que todo progresista sea un hereje formal; pero existe en el progresismo católico un programa de separación paulatina y constante de la doctrina de la Iglesia. Doctrina y costumbres tradicionales no reciben en el progresismo católico más que críticas acerbas; la institución de la Iglesia es, según los nuevos teólogos, cesaropapismo; la doctrina católica, integrismo; en lo político-social, liberalismo o marxismo; la pérdida de la religión, el avance protestante o de sectas espiritistas no suscita ningún problema. Por ese motivo hablamos de un programa para acabar con la Iglesia y establecer la ciudad sinárquica, humanista y atea[4].

En nuestro país es más común la apostasía de la religión o de la fe, por influencias del liberalismo o de las sectas masónicas. Existe en este sentido una defección de la fe, abandono de la misma, que es la definición de la apostasía.

Existe una iniciación a la apostasía, sutil y “razonable”, irreprochable en su forma, que es la apología de la libertad como valor absoluto del hombre. La libertad debe usarse para el bien; resulta un mal si hacemos servir la facultad de elección para el mal, el error. Gregorio XVI, al condenar los errores de Lammenais, trae las palabras de San Agustín: “¿Qué muerte peor para el alma que la libertad del error?” (Mirari vos, 1832). La libertad del error es, para Gregorio XVI, la cuna del indiferentismo religioso; perdidos los cauces de la verdad, viene la indiferencia religiosa por los desbordes “de la plena e ilimitada libertad de opinión” (ib). Por estos caminos de la indiferencia religiosa, pluralismo confesional, libertad de opinión, como quiera llamarse, vamos derecho a la pérdida de la religión y de la fe, por apostasía.

Oigamos a Santo Tomás: “La infidelidad (herejía o apostasía) es lo que más aleja de Dios, porque priva hasta de su verdadero conocimiento, y el conocimiento falso de Dios, no acerca sino que aleja más al hombre de Él; y no podemos decir que conoce algo de Dios el que tiene de Él una opinión falsa, porque eso que él piensa no es Dios. En consecuencia consta claro que el pecado de infidelidad es el mayor de cuantos pervierten la vida moral” (II-II, 10,3).

Notemos la importancia de no tener “opinión falsa” acerca de Dios y de las verdades religiosas; más aún, la responsabilidad del sacerdote, del teólogo, del obispo, que son los maestros de los fieles. Más aún, en el día de hoy contamos con una incredulidad firme en la negación de la Revelación divina; una incredulidad que para justificarse contra la Iglesia, consulta afanosamente al protestantismo, y sólo computa como científico y aceptable lo que proviene de aquellas fuentes. La Iglesia debe luchar contra la incredulidad de los grandes que dirigen el mundo. Sobre estos pecados dice el cardenal Wyszynski: “El más grande pecado es la incredulidad organizada, el establecer programas ateos y el sostenimiento del sistema ateo, por los medios administrativos y los dineros públicos” (del Bulletín Independent d’Infoimation Catholique, 9 de abril, 1974).

Debemos precavernos de que la libertad de cultos, el indiferentismo religioso, no entre en el catálogo de nuestras convicciones cristianas; de lo contrario, todas ellas se verían desvirtuadas. No es posible que nos sintamos cómodos en las antesalas de la apostasía, cuando no en la misma apostasía.

En este vasto movimiento progresista o de la nueva iglesia hay un elemento que destaca Santo Tomás como característico de la infidelidad culpable, y es “la resistencia a la fe” (II-II, 10, 6). Es un factor psicológico que se nota en el contacto personal o en los escritos de los progresistas.

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[1]  Primero se procuró promover los derechos de la sociedad laica y naturalista frente a la Iglesia. Es la etapa Lammenais-Maritain (Cf. JULIO MEINVIELLE: De Lammenais a Maritain. Ed. Theoría. Bs. As., 1967; IVÉS M. CONGAR: Jalons pour une Theologie du laicat. Les Ed. du Cerf. París, 1953; A. LEONAHD: Dialogo entre Cristianos y No Cristianos. Trad. Heroica, Bs. As., 1961. HABVEY COX: The Secular City. Macmillan. New York, 1965; J. GIBARDI: Cristianismo y Liberación del Hombre. Ed. Sigúeme. Salamanca, 1973).

En segundo lugar para no caer en el naturalismo clásico, se ha buscado explicar la independencia del mundo frente a la fe y a la Iglesia, tomando posiciones muy afines con el seudo sobrenaturalismo de Bayo (Rahner-Metz) en los lugares mencionados más abajo.

En tercer lugar, el marxismo adoptado por la teología latinoamericana o de la liberación. El proceso termina prescindiendo de la misma teología (Cf. JUAN Luis SEGUNDO. Ed. Lohlé, Bs. As., 1975, con imprimatur de Mons. Haroldo Ponce de León, Montevideo: Liberación de la Teología).

[2] Justificados por la fe, significa que seremos justos si la fe identifica y cree aquello revelado por Dios; en esa identificación va una teología o saber de lo divino, que no es un saber acerca del hombre. La perfección de la fe consiste en purificarla de alimentos psicológicos, antropológicos o sociológicos. Cf. San Juan de la Cruz: Subida 1.20.

[3] D. PRUMMER. O.P. Manuale Theol. Mor. I, 367.

[4]  S. THOMÁS: II-II al XI, 3: “Acerca de los herejes deben considerarse dos aspectos. Uno por parte de ellos, otro, por parte de la Iglesia. Por parte de ellos está el pecado, por el que no sólo merecieron ser separados de la Iglesia por la excomunión, sino aun ser excluidos del mundo por la muerte; pues mucho más grave es corromper la fe, vida del alma, que falsificar moneda con la que se sustenta la vida temporal. Y si tales falsificadores y otros malhechores justamente son entregados sin más a la muerte por los príncipes seglares, con mayor razón los herejes, al momento de ser convictos de herejía, podían no sólo ser excomulgados sino entregados a justa pena de muerte”.

Después de los millones de víctimas causadas por el odio del comunismo ateo, con la complacencia de los países apóstatas y herejes de Occidente, las razones humanitarias suenan a falso.

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