INTRODUCCIÓN A LA OBRA DE SANTO TOMÁS
EL opúsculo Del Gobierno de los Príncipes (De Regimine Principum ad Regem Cypri) tiene especial interés entre los demás opúsculos de Santo Tomas de Aquino, porque encontramos en él resumidas las ideas del Santo Doctor acerca de un problema que siempre, pero en nuestros días de una manera especial, exige la atención de todos los estudiosos: el Estado. He aquí porque hemos tenido particular empeño en dar a conocer a los lectores de la Colección de Espiritualidad Cristiana esta preciosa obra, (de la que no existe, que sepamos, ninguna moderna edición en castellano), reeditando una traducción tan fiel y castiza como desconocida en nuestros días: la de Don Alonso Ordoñez das Seyjas y Tobar, quien en 1624 prestó a la literatura castellana el inapreciable servicio de una cuidadosa versión de nuestro opúsculo.
El tratado De Regimine Principum esta dividido en cuatro libros, en los cuales, como indica el mismo argumento que como prologo nos ofrece Santo Tomás, se intenta explicar “lo que es el reino”, es decir, “el origen del reino y las cosas que pertenecen al oficio del Rey, conforme a la autoridad de la divina Escritura, preceptos de filósofos y ejemplos de loables príncipes”. Estamos, pues, ante un tratado acerca de la naturaleza, del origen y de las funciones del Estado, encarado con toda amplitud. No pudo el Santo Doctor llevar a cabo su obra. En el primer libro se ocupa, en los primeros capítulos, del origen y de la naturaleza del poder político, refiriéndose a sus varias formas. Luego estudia, a través de los libros Primero y Segundo, lo que pertenece al Rey o Príncipe en particular y su forma de ejercitar las funciones de gobierno respecto de los súbditos. Los libros 3° y 4°, después de una repetición de la doctrina de Santo Tomás acerca de la naturaleza y función del Estado, se detienen en considerar los ejemplos de los grandes Estados de la antigüedad de Grecia, Roma y de la era cristiana.
Aun cuando no faltan autores que hayan atribuido íntegramente el opúsculo a Santo Tomás de Aquino, (y entre ellos el traductor de la presente obra, quien se esfuerza por demostrarlo en la dedicatoria) sin embargo, la crítica actual da por firmemente establecido que sólo es autentico de Santo Tomas el libro 1 y la primera parte del libro 2, hasta el capitulo 4°. Los capítulos siguientes del libro 2°, se atribuyen generalmente a Tolomeo de Luca, discípulo y biógrafo de Santo Tomás, quien, según la opinión más probable, terminó el libro 2° utilizando las notas de su maestro[1].
Los otros dos libros, 3° y 4°, atribuidos también a Tolomeo de Luca, pertenecen mas probablemente a otro autor de la misma época. Que los dos últimos libros no son de Sto. Tomas, resulta claro si se atiende a la misma doctrina, en la que falla la precisión histórica y doctrinal en algunos capítulos. Debemos indicar, para guía de nuestros lectores, las más importantes fallas en su aspecto doctrinal, dejando de lado las fallas históricas. Helas aquí, notadas por Juan Ambrosio Barbavara y aducidas por el celebre De Rubeis: “En el tercer libro, sin ningún fundamento, se saca a luz el dominio sacerdotal, como una espontánea conclusión (cap. 10). Asimismo, con demasiada precipitación se cita a los emperadores Federico, Conrado y Manfredo, como refugio de todos los criminales.
Se intenta confirmar tanto la potestad temporal como la espiritual del Romano Pontífice con el texto de Mateo, 16: “Lo que desatares sobre la tierra, etc.”, como si el Romano Pontífice fuera señor temporal por derecho divino, no distinguiendo el autor entre la potestad temporal del Papa y la potestad que tiene sobre lo temporal por su relación con lo espiritual (Ibid.). En el capitulo 12 enumera la monarquía de Cristo junto con las demás monarquías del mundo, sin considerar debidamente aquellas palabras de S. Juan, 18: “Mi reino no es de este mundo”. Lo que repite más expresamente en el capítulo 16, donde afirma que Cristo, aunque desde la infancia era Rey de Reyes, sin embargo, permitió que algunos emperadores reinaran hasta Constantino; al cual lo castigo con la lepra para que cediera a San Silvestre el dominio del mundo: de donde se sigue que los Cesares anteriores a Constantino fueron poseedores de mala fe. Es imposible creer que a Sto. Tomas se le hayan ocurrido tales cosas, aún cuando siempre haya afirmado con el mayor empeño la potestad pontificia. En el libro 4° se nota a Aristóteles atribuyendo de mala fe a Sócrates la comunidad de 1as mujeres, en lo cual manifiesta claramente que no ha leído bien el libro 5° De la República.
A pesar de estos deslices doctrinales aislados y de otros históricos, los libros 2° y 4° reflejan en conjunto la mentalidad de Sto. Tomas, cuyas doctrinas repiten. Esta razón, y sobre todo el hecho de que muy de antiguo hayan figurado los cuatro libros entre las obras de Sto. Tomas, hace que los cuatro libros constituyan actualmente un todo inseparable, y por ello no hemos dudado en publicarlos. Los lectores, advertidos ya de la parte indudablemente genuina de Sto. Tomas, sabrán atribuir a cada libro su propio valor.
Otro opúsculo parecido, que muchos autores atribuyeron también a Sto. Tomas, y que llevaba el titulo De la Erudición de los Príncipes, es evidentemente espúreo. Por eso, el argumento del Cardenal Belarmino a que se refiere nuestro traductor en la dedicatoria, y la refutación que éste hace de aquél, carecen de fundamento.
Acerca de la traducción que reeditamos, creemos que Don Alonso Ordoñez das Seyjas y Tobar, realizo un trabajo verdaderamente escrupuloso, a fin de salvar la fidelidad al texto original.
Sin embargo, sea porque ha tenido a la vista ediciones defectuosas, sea por algún descuido inevitable del traductor o de los impresores, hemos introducido pequeñas correcciones, que, aunque en con junto no afectan a la primitiva redacción, pasan de las doscientas en toda la obra. Para ello hemos tenido a la vista el texto latino del opúsculo de la edición de Parma (tomo 16, pigs. 225 a 291).
Nos resta solamente indicar que la doctrina social de Sto. Tomas esta lejos de haber alcanzado el desarrollo y la perfección de su sistema filosófico y teológico, es decir, de su metafísica y de su teología dogmática. Se han introducido apenas en la política aristotélica los elementos indispensables para cristianizarla, pero quedan puntos oscuros y no suficientemente desarrollados, como, por ejemplo, el de la esclavitud, en el cual se deja sentir con exceso la teoría de la “esclavitud natural” de Aristóteles.
TRATADO DEL GOBIERNO DE LOS PRÍNCIPES DEL ANGELICO DOCTOR SANTO TOMAS DE AQUINO AL REY DE CHIPRE
PENSANDO yo que cosa podría ofrecer a la Alteza Real, que fuese digna de ella y conveniente a mi profesión y oficio, principalmente me ocurrió escribir al Rey un libro de lo que es el Reino, en el cual tratase diligentemente, según las fuerzas de mi ingenio, el origen del reinar, y las cosas que pertenecen al oficio del Rey, conforme a la autoridad de la divina Escritura, preceptos de filósofos y ejemplos de loables Príncipes, esperando el principio, progreso y fin de la obra del auxilio de aquél que es Rey de los Reyes y Señor de los Señores, por quien los Reyes reinan Dios, grande Señor y Rey grande sobre todos los dioses.
LIBRO PRIMERO
CAPÍTULO I: Que es necesario que los hombres que viven juntos sean gobernados por alguno
EL principio de nuestra intención se ha de entender que es declarar lo que significa el nombre de Rey.
En todas las cosas que se enderezan a algún fin y en que se suele obrar por diferentes modos, es necesario alguno que guíe a aquello que se pretende; porque la nave que según el impulso de diferentes vientos suele ser llevada a diversas partes, no llegaría al puerto deseado, sí la industria del piloto no la encaminase a él.
Los hombres tienen fin a que toda su vida y sus acciones se encaminan, porque son agentes por entendimiento, a quien es propio manifiestamente obrar con algún intento. Y acontece, que diversamente caminan al fin propuesto, como lo muestra la diferencia misma de los humanos estudios y acciones, y así tienen necesidad de quien los guíe. Está en ellos, naturalmente, ínsita la lumbre de la razón con que en sus obras se enderecen al fin que Procuran; Y si pudieran vivir a solas, corno muchos animales, no necesitarán de otra ninguna guía, si no que cada uno fuera Rey de sí mismo debajo de Dios, sumo Rey, en cuanto por la lumbre de la razón, que de su divina mano les fué dada, se guiaran a sí mismos en sus acciones.
Pero es propio al hombre el ser animal social y político, que vive entre la muchedumbre, más que todos los otros animales; lo cual declaran las necesidades que naturalmente tiene. Porque a ellos la naturaleza le preparó el mantenimiento, el vestido de sus pelos, la defensa de los dientes, cuernos y uñas, o a lo menos la velocidad para huir, y el hombre, empero, no recibió de la naturaleza ninguna de estas cosas, mas en su lugar le fue dada la razón, para que mediante ella, con el trabajo de sus manos, lo pudiese buscar todo; a lo cual un hombre solo no basta, porque de por sí no puede pasar la vida suficientemente; y así, decimos le es natural vivir en compañía de muchos.
Además de esto, los otros animales tienen natural industria para todas las cosas que les son útiles o nocivas, como la oveja conoce al lobo naturalmente por enemigo; y otros animales, por natural industria, conocen algunas hierbas medicinales y otras cosas necesarias a su vida; mas el hombre, de las que lo son para el vivir, sólo tiene conocimiento en común, como quien por la razón puede de los principios universales venir en conocimiento de las cosas que son necesarias para la vida humana. No es pues posible, que un hombre solo alcance por su razón todas las cosas de esta manera; y así es necesario el vivir entre otros muchos, para que unos a otros se ayuden y se ocupen unos en inventar unas cosas y otros en otras.
Esto también se prueba evidentísimamente, por serles propio a los hombres el hablar, con lo cual pueden explicar sus conceptos totalmente y otros animales declaran sus pasiones sólo en común, como el perro, en ladrar, la ira, y otros por diversos modos. Así que un hombre es más comunicativo para otro, que los animales que andan y viven juntos, como las grullas, las hormigas, las abejas; y considerándolo Salomón, dice en Eclesiástico: “Mejores estar dos que uno, por que gozan del socorro de la correspondiente compañía”.
Pues siendo natural al hombre el vivir en compañía de muchos, necesario es que haya entre los quien rija esta muchedumbre; porque donde hubiese muchos, sí cada uno procurase para sí solo lo que le estuviese bien, la muchedumbre se desuniría en diferentes partes, sí no hubiese alguno que tratase de lo que pertenece al bien común; así como el cuerpo del hombre y de cualquier animal vendría a deshacerse sí no hubiese en él alguna virtud regitiva, que acudiese al bien común de todos los miembros; y así dijo Salomón: “Donde no hay Gobernador, el pueblo se disipará”.
Esto es conforme a la razón, porque no es todo uno lo que es propio y lo que es común: según lo que es común se unen y de cosas diversas son diferentes las causas; y así conviene que además de lo que mueve al bien particular de cada uno, haya algo que mueva al bien común de muchos; por lo cual, en todas las cosas que a alguna determinadamente se enderezan, se halla siempre una que rija las demás. Entre la muchedumbre de los cuerpos, por el primero, que es el celestial, se rigen los otros con cierto orden de la divina providencia, y todos los cuerpos por criatura racional; y en un hombre también el alma rige al cuerpo, y aún entre las partes del alma la irascible y concupiscible son regidas por la razón, y también entre los miembros del cuerpo, uno es principal, que mueve los demás, ya sea el corazón o la cabeza; así que en cualquiera muchedumbre conviene que haya quien gobierne.
Sucede en las cosas que se ordenan a algún fin, proceder recta y no rectamente, y por esto en el gobernar a muchos se halla lo recto, y lo que no lo es. Rectamente se gobierna una cosa, cuando al fin conveniente se encamina; y al revés cuando a fin no conveniente. Diferente es el fin que conviene a una multitud de hombres libres, que no a una de siervos, porque libre es el que es para sí mismo, y siervo el que es de otro. Pues si la muchedumbre de los libres se ordenare al bien de ellos mismos por el que los gobierna, será el gobierno justo y recto; mas si no se ordenare al bien común de la muchedumbre, sino al particular del que gobierna, será el gobierno injusto y perverso. Por lo cual el Señor amenaza los tales gobernadores por Ezequiel, diciendo: “¡Ay de los pastores que se apacentaban a sí mismos, buscando su propia comodidad! ¿Por ventura los rebaños no son apacentados por pastores?” Pues sí los pastores deben procurar el bien del rebaño, también todos los que gobiernan el bien del rebaño, también el bien de la multitud que les está sujeta.
Si el gobierno, pues, injusto fuere de uno solo, que en él procura sus propias comodidades y no el bien de la multitud que estuviere a su cargo, este Gobernador se llama tirano, nombre derivado de la fortaleza, porque oprime con potencia y no gobierna con justicia; de donde es, que entre los antiguos, cualesquiera poderoso se llamaba tirano. Mas sí el gobierno injusto fuere de más que uno, como no sean muchos, se llama oligarquía, que quiere decir gobierno de pocos, y esto cuando algunos pocos por su poder oprimen al pueblo, difiriendo del tirano sólo en que son más. Y si el mal gobierno se ejercitase por muchos se llama “democracia”, que quiere decir potentado del pueblo, que es cuando la junta de los plebeyos por su muchedumbre oprime a los más ricos, y entonces todo el pueblo será como un solo tirano.
De la misma manera se debe también dividir el gobierno justo; porque sí se administra por muchos, con nombre común se llama “policía”, como cuando una muchedumbre de soldados manda en una provincia o ciudad; y sí se administra por pocos y virtuosos, se llama aristocracia, esto es óptimo potentado, o de los óptimos, que por esto se llaman optimates; y si el gobierno justo tocare a uno solo, éste se llama Rey propiamente. Por esto dice el Señor por Ezequiel: “Mi siervo David será Rey sobre todos, y todos ellos tendrán un pastor; en lo cual manifiestamente se muestra que le es propio al Rey, ser uno que presida, y ser pastor que procure el bien de la muchedumbre, y no sus provechos particulares. Así que, pues, el hombre ha de vivir en compañía de otros, porque no se podrá proveer de las cosas necesarias para la vida si estuviese a solas: se conoce que tanto será más perfecta la compañía de muchos, cuanto fuere por sí suficiente para las cosas necesarias. Hállanse en una familia algunas cosas útiles a la vida, como en cuanto a las acciones naturales de la crianza y procreación de los hijos, y otras a este modo; y aun en un hombre solo también, en cuanto a las cosas que pertenecen a un arte; pero en una ciudad, que es comunidad perfecta, hállase todo lo que es necesario para la vida humana, y más en una provincia por las necesidades de la guerra y en ayudarse contra los enemigos; y así el que rige una comunidad perfecta como provincia o ciudad, se llama Rey por antonomasia, y el que rige una casa, no se llama Rey, sino Padre de familia; pero tiene alguna semejanza de Rey, por lo cual algunas veces los Reyes se llaman padres de los pueblos. Y de lo dicho se conoce, que el Rey es el que rige la muchedumbre de una ciudad o provincia, por el bien común, Por lo cual Salomón en el Eclesiástico dice: “El Rey manda a toda la tierra que le sirva”.
CAPÍTULO II: Que es más útil a los hombres que viven juntos, ser gobernados por uno que por muchos
Esto aparte, conviene que procuremos saber cuál le esté mejor a una provincia o ciudad: el ser gobernada por uno o muchos; y puede considerarse según el mismo fin del gobierno, porque a lo que se debe enderezar la intención del que gobierna es a procurar el bien de los que tiene a su cargo, Pues es propio del piloto, reservando la nave de los inconvenientes del mar, guiarla sin daño al puerto. El bien, pues, y la salud de una multitud que vive junta, es conservarse conforme y unida, que es lo que llamamos paz, y sí ésta falta se pierde la utilidad de vivir en compañía; y antes los muchos, siendo desconformes, serían dañosos a sí mismos. Y ésta ha de ser la principal intención del que gobierna: procurar la unión que nace de la paz. No se trata de si han de procurar esta paz los que gobiernan, como no se pregunta si el médico ha de sanar al enfermo que cura, porque nadie ha de disputar del fin a que se endereza, sino de las cosas que aprovechan para conseguirlo; por lo cual el Apóstol, encomendando la unión de los fíeles, dice: “Sed solícitos en guardar la concordia del espíritu en el vínculo de la paz”, y así cuanto el gobierno fuere más eficaz para conseguir esta unión, tanto más será útil.
Aquello, pues, llamamos más útil, que es más importante para alcanzar el fin que se pretende; y es cierto que esta unión la puede fundar mejor lo que es de suyo uno, que muchos; así como es eficacísima causa de calentar lo que por sí es cálido, luego más útil es el gobierno de uno que de muchos. Y además de esto es claro que los muchos no pueden conservar la multitud que gobiernan, si son desconformes. Y así se requiere entre ellos una cierta unión para que puedan gobernar, porque no llevarían muchos una nave a esta o aquella parte, si no fuesen en alguna manera aunados; y dícese que se unen muchas cosas, cuando se aproximan a una. Así que mejor gobierna uno que muchos, por lo que se acerca más a esta unidad, y más, que las cosas naturales son hechas perfectamente, y en cada una obra la naturaleza lo que es mejor, y así todo gobierno natural es de uno. En la muchedumbre de los miembros uno, que es el corazón, los mueve todos; y en las partes del ánima una fuerza principalmente preside, conviene a saber, la razón. Tienen las abejas un Rey, y en todo el universo un Dios es hacedor y gobernador de todo. Esto es conforme a la razón; y así cualquiera muchedumbre se deriva de uno, y si las cosas que son del arte imitan a las que son por naturaleza y tanto más perfecta es la obra del arte, cuanto más imita la natural, necesario es que en la muchedumbre de los hombres sea lo mejor el ser gobernados por uno.
Y esto también lo muestra la experiencia, porque las provincias o ciudades que no son gobernadas por uno están llenas de disensiones y faltas de paz, padecen grandes trabajos; porque se vea que se cumple aquello de que el Señor se queja por el profeta, diciendo: “Los muchos pastores han destruido mi viña”. Y al contrario, las provincias y ciudades que son regidas por un Rey, gozan de paz y floreciendo en justicia viven alegres con abundancia de todas las cosas; y así el Señor de los profetas promete a su pueblo, como grande cosa, el darle una cabeza, y que será uno el Príncipe entre ellos.
CAPÍTULO III: Que así como el gobierno de uno es el mejor, siendo justo, no siéndolo es el peor, y pruébase con muchas razones
Así como el gobierno del Rey es el mejor, así es el peor el del tirano. Opónese la democracia a la policía, porque entrambos gobiernos (como se ha dicho), se ejercitan por muchos: a la aristocracia la oligarquía, que entrambos son gobiernos de pocos, y el reino a la tiranía, aunque entrambos son de uno. El ser el gobierno del Rey mejor, ya queda mostrado, pues, sí lo opuesto a lo mejor, es lo peor, necesario es que lo peor sea la tiranía; y más, que la fuerza unida es más eficaz para cualquier efecto que la dividida, porque muchos juntos suelen llevar alguna cosa que, si se dividiese una parte a cada uno, no podrían llevarla. Pues así como es más útil que la fuerza que obra bien sea una, para ser más poderosa, así es más nocivo sí el poder que obra mal fuere uno, que no si fuese dividido. El poder del que gobierna injustamente obra por mal del pueblo, cuando convierte el bien común en suyo propio; y así como el gobierno justo, cuando los que gobiernan son menos, es mejor, como el del Rey excede a la aristocracia, y la aristocracia a la policía, será al contrario en el gobierno injusto, que cuanto los que gobiernen fuere menos, tanto más dañoso será el gobierno; y así es peor la tiranía que la oligarquía, y la oligarquía que la democracia. Además de esto el gobierno se hace injusto en cuanto se aparta del bien común de muchos y se busca el particular de quien gobierna; y así cuanto se apartare más del bien común, tanto será más injusto; y en la oligarquía apártase más del bien común, porque algunos pocos procuran su provecho, y en la democracia menos, porque son más los que gobiernan procurando su bien propio; y más que en todos se aparta del bien común en la tiranía, donde se procura el bien de uno solo, porque a cualquiera generalidad son más propincuos los muchos que los pocos, y los pocos que uno solo, y así el gobierno del tirano es injustísimo.
Y también esto lo conocerá claramente quien considerare el orden de la divina providencia, que óptimamente dispone todas las cosas, porque el bien de ellas nace de una causa perfecta, como si se juntasen todas las que importan para causar este bien, y el mal nace de los defectos singulares, porque no será hermoso un cuerpo si no fuesen todos sus miembros convenientemente dispuestos; y la fealdad se causa de la disformidad de cualquier miembro, y así la fealdad proviene generalmente de diversas cosas, y la hermosura sólo por una causa perfecta; y así es en todos los bienes y males, queriéndolo Dios, para que el bien, naciendo de una causa, sea más poderoso, y el mal nacido de muchas, sea más débil. Por esto conviene que el gobierno sea de uno, para que sea más poderoso; pero sí se inclinare a la injusticia conviene que sea de muchos, para que sea más débil y que unos y otros se impidan; de donde nace que de los gobiernos injustos el más, tolerante es la democracia, y el peor la tiranía.
Esto también se echa de ver con toda claridad si se consideran los males que causan los tíranos; porque cuando el que gobierna, olvidado del bien común, busca el suyo particular, consecuentemente agravia a los súbditos en diversas cosas, según que por sus pasiones es inclinado a procurar su bien en diferentes cosas; porque al que le lleva la codicia roba los bienes de los súbditos, de donde dijo Salomón: “El Rey justo ensalza la tierra y el injusto la destruye”. Y si es inclinado a la ira con poca razón se moverá a derramar sangre; por lo cual en el vigésimo capítulo de Ezequiel se dice: “Sus Príncipes serán entre ellos como lobos que arrebatan la presa para derramar la sangre”. De este modo de gobierno nos amonesta el sabio que debemos huir, diciendo: “Apártate del hombre que tiene potestad para matar”, porque no da la muerte según la justicia, sino con abuso del poder y por la pasión de su voluntad.
Así que en tal estado no puede haber ninguna seguridad y todo es incierto. Cuando el gobierno se desvía de lo justo, no puede haber firmeza en nada que esté puesto en la voluntad de otro, por no decir en el capricho. Ni sólo dañan a los súbditos en los bienes corporales, sino que los impiden para los del ánimo, por lo que apetecen más el mandar que: el aprovechar, estorbando el aumento de los súbditos, temiendo que cualquiera excelencia de ellos sea dañosa a su inicuo señorío; porque los tiranos más se temen de los buenos que de los malos, y siempre la ajena virtud les es espantosa, y así se esfuerzan para procurar que sus súbditos no sean gente de virtud ni tengan pensamientos magnánimos, para que no dejen de sufrir su mal gobierno, y que entre ellos no haya conciertos, ni amistades, ni gocen de la correspondencia de la paz, porque así no fiándose unos de otros, no pueden intentar nada contra ellos; por lo cual siembran entre sus súbditos discordias, y fomentan las que están comenzadas, y prohíben todo lo que entre los hombres es causa de amistad, como matrimonios, banquetes y otras cosas semejantes, que en los ciudadanos suelen causar familiaridad y confianza. Procuran también que no se hagan ricos ni poderosos, porque, teniendo por su malicia sospecha de la voluntad de los súbditos, así como ellos con su poder y riqueza les dañan, temen que el poder y riqueza de los vasallos no les sea a ellos dañosa; y así en el decimoquinto de Job, se dice: “El sonido de terror esta siempre en sus orejas, y habiendo paz”, esto es, no intentando nadie hacerle mal, “él siempre es sospechoso de traición”.
Y así por esto acontece que como a los que gobiernan como malos les pesa de la virtud de sus súbditos, y la impiden con todas sus fuerzas, debiendo inducirlos a ella, donde gobiernan tiranos siempre hay pocos hombres de valor, porque conforme a la sentencia del filosofo: “Allí se hallan hombres fuertes, donde son honrados. los que son excelentes en fortaleza”, y como dice Tulio: “Siempre están caídas, y prosperan poco las cosas que son de muchos reprobadas”, y así es cosa natural que los hombres criados en servidumbre se hagan de animo servil y pusilánimes para cualquiera obra varonil y grande, como lo muestra la experiencia en las provincias que han sido mucho tiempo gobernadas por tiranos; de donde el Apóstol, escribiendo a los colosenses, dice: “No queráis provocar vuestros hijos a indignación, porque no se hagan pusilánimes”.
Y considerando estos daños de los tiranos, Salomón dice: “Reinando los malos, son las ruinas de los hombres”, porque por la maldad de los tiranos se apartan los súbditos de la perfección de la virtud. Y otra vez dice: “Cuando los malos tomaren el principado gemirá pueblo como llevado en servidumbre”. Y otra vez: “Cuando se levantaren los malos, esconderánse los hombres”, para escapar de la maldad de los tiranos; ni es maravilla, porque el hombre que gobierna sin razón, según el apetito de su alma, no difiere en nada de las bestias. Y así dice Salomón: “El Príncipe impío es un león enojado y un oso hambriento sobre su pueblo”; y por tanto los hombres se esconden de los tiranos como de bestias crueles, y parece que todo es uno, el sujetarse a un tirano o ponerse debajo de las garras de una bestia fiera.
CAPÍTULO IV: Cómo se mudó el gobierno entre los romanos, y que entre ellos fue más aumentado el Estado por el gobierno de muchos
Como lo peor y lo mejor del gobierno consiste en la monarquía, que es el principado de uno, a muchos, por la malicia de los tiranos, se les hace odiosa la dignidad real; pero algunos, faltándoles el gobierno del Rey, caen en las crueldades de los tiranos, y los muchos gobernadores entonces ejercitan la tiranía con cubierta de dignidad real. El ejemplo de esto se muestra claro en la Republica Romana, porque siendo los reyes echados de aquel pueblo, no pudiendo sufrir la soberbia de estos reyes, o por mejor decir tiranos, instituyeron sus Cónsules y otros Magistrados, por los cuales comenzaron a gobernarse, queriendo mudar el gobierno real en aristocracia. Y como refiere Salustio, es cosa increíble cuánto en breve tiempo credo la ciudad de los romanos después de alcanzada la libertad; porque por la mayor parte sucede que los hombres que viven debajo del gobierno de algún Rey, procuren más flojamente el bien común, teniendo por cierto que lo que hacen por esto no lo hacen para si sino para otro, en cuyo poder ven estar todas las cosas de la Republica; y los que no ven estar el bien común en poder de uno solo, no atienden a ello coma cosa que es de otro, sino que cada uno lo trata coma suyo propio. Por lo cual muestra la experiencia que una ciudad gobernada por gobernadores de cada año, algunas veces puede más que un Rey que tuviese tres o cuatro ciudades; y muy pequeños servicios que pidan los reyes, se llevan peor que grandes cargas impuestas por la comunidad, lo cual se vió en la mudanza de la Romana Republica, porque el pueblo era recontado para la guerra, y pagaban el sueldo para los soldados, y cuando el común erario no bastaba, vendían las riquezas particulares para las cosas comunes; de tal suerte que alguna vez de más de los anillos y joyeles que eran insignias de dignidad, el mismo Senado vino a quedarse sin ninguna cosa de oro.
Pero como fuese fatigada con disensiones continuas, estas vinieron a crecer hasta que les quito de las manos la libertad de que tanto habían cuidado, y empezaron a vivir debajo de la potestad de los Emperadores, los cuales al principio no se quisieron llamar Reyes, por ser este nombre odioso a los romanos, pero algunos de ellos como Reyes fielmente procuraron el bien común, y con sus obras la Republica Romana fue aumentada y conservada; mas muchos de ellos, siendo tiranos para los suyos, y para con los enemigos perezosos y flojos, volvieron la Republica Romana en nada.
Semejantes fueron los sucesos del pueblo hebreo, que al principio, cuando era gobernado por jueces, de todas partes eran maltratados de los enemigos, porque cada uno obraba conforme le parecía. Y después, siéndoles dados por Dios a su instancia los Reyes, por la malicia de ellos se apartaron del culto del verdadero Dios, y finalmente fueron llevados en cautiverio; así que en todo hay peligro, si temiendo la tiranía se evita el buen gobierno del Rey, o si procurando este, la potestad real se convierte en tiranía.
CAPÍTULO V: Que en el gobierno de machos suele suceder más veces la tiranía, por lo cual es mejor el gobierno de uno
Cuando es forzoso escoger entre dos cosas, que en cada una de ellas hay peligro, aquella se debe elegir de que menos mal se sigue. De la Monarquía, pues, aunque se convierta en tiranía, se siguen menos males que del gobierno de muchos principales, si se corrompe; porque la disensión, que muy de ordinario sucede en el gobierno de muchos, es contraria al bien de la paz, que es el principal en los pueblos, y esta paz no la deshace la tiranía, sino que daña e impide algunos bienes de los hombres en particular, si no es que esta tiranía sea excesiva, que es cuando se convierte en crueldad contra todo el pueblo y así es mas de desear el gobierno de uno que el de muchos, aunque de entrambos se sigan peligros.
También se debe huir más de aquello de que más veces pueden suceder grandes peligros, y los daños del gobierno de muchos son mas ordinarios que los que suceden del de uno. Porque por la mayor parte acontece que entre muchos alguno se aparte de la intención del bien común, que cuando es uno solo; y cualquiera de ellos que huya de este bien común, luego hay peligro de disensión entre los súbditos; porque habiendo disconformidad entre los Príncipes, consecuentemente la ha de haber entre la muchedumbre del pueblo; pero si es uno el que preside, por la mayor parte atiende al bien común; y cuando aparte de esto la intención, no luego se sigue que trate de deshacer y suprimir los súbditos, que es el exceso de la tiranía y el mas alto grado de la malicia del gobierno, como lo habemos mostrado; y así mas se deben huir los peligros que nacen del gobierno de muchos que los que nacen del de uno; porque además de esto no acontece menos veces convertirse en tiranía el gobierno de muchos que el de pocos, sino antes por ventura mas ordinariamente, porque en habiendo disensión por el gobierno de muchos, sucede muchas veces que uno sobrepuja a los demás y usurpa para si el señorío del pueblo.
Lo cual se puede ver claramente en las cosas que por tiempos han sucedido, porque casi siempre el gobierno de muchos ha venido a parar en tiranía, como parece manifiestamente en la Republica Romana, que habiendo sido mucho tiempo gobernada por Magistrados, levantándose en ella competencias, disensiones v guerras civiles, vino a caer en manos de crudelísimos tiranos; y universalmente hallara cualquiera que considerare con diligencia los tiempos pasados, v aun los de ahora, que son mas los que han usado de tiranía en las tierras que se han gobernado por muchos, que en las que se han gobernado por uno solo. Pues si el gobierno que es el mejor se ha de huir por evitar la tiranía, y la tiranía no acontece menos veces sino mas en el gobierno de muchos que en e1 de uno, llanamente se concluye que importa mas vivir debajo del gobierno de un Rey, que no donde muchos gobiernan.
CAPÍTULO VI: Concluyese que el gobierno de uno es mejor;Y muestra cómo se deben haber con el los súbditos; porque no se le debe dar ocasión de tiranizar, y que aun esto se debe tolerar, por evitar mayores males
Pues que el gobierno de uno debe ser elegido por ser el mejor, y suele convertirse en tiranía, que es el peor, como se echa de ver de lo dicho, se ha de procurar con toda diligencia, que al pueblo se le de tal Rey, que no venga a dar en tirano. Lo primero as necesario que aquellos a cuyo oficio toca elijan por Rey hombre de tal condición que no sea probable que se incline a la tiranía; y así Samuel, encareciendo la providencia de Dios acerca de la institución de Rey, dice en el Primero de los Reyes, cap. 13: “Busco Dios para sí un varón conforme a su corazón”. Después se debe disponer el gobierno de la Republica de manera que al Rey que hubiesen instituido se 1e quite ocasión de tiranizar, y juntamente moderar su potestad, para que no pueda fácilmente inclinar a la tiranía; y para que esto sea, se considerara lo que adelante iremos diciendo.
Finalmente se debe cuidar de lo que se haría si el Rey se convirtiese en tirano, como puede suceder, y sin duda que si la tiranía no es excesiva, que es más útil tolerarla remisa por algún tiempo que levantándose contra el tirano meterse en varios peligros que son mas graves que la misma tiranía. Porque puede acontecer que los que esto hacen no puedan prevalecer, y que así provocado el tirano se haga más cruel, y cuando alguno pudiese prevalecer contra el, muchísimas veces es causa de gravísimas di- senciones en el pueblo, o cuando se trata de descomponer el tirano, o después de derribado, sobre el ordenar el modo del gobierno el pueblo se divide en diversas partes y opiniones; y también acontece que cuando el pueblo con ayuda de alguno deshace al tirano, aquél con la nueva potestad se adjudica y usa de la tiranía, y temiendo que otro haga con el lo que el hizo con el pasado oprime con mayor servidumbre los súbditos, y así en las tiranías suele suceder que la que se sigue es más grave que la de antes; porque el que entra no quita las cargas viejas y por su malicia traza otras nuevas; y aun antiguamente deseando todos los de Siracusa la muerte de Dionisio, cierta vieja continuamente rogaba a los dioses por su salud, y que le guardasen y defendiesen; lo cual como fuese sabido del tirano, le preguntó por que causa lo hacia, y ella le respondió de esta manera: “Siendo yo moza, teníamos un tirano muy molesto y yo deseábale mucho la muerte, y después de haber sido muerto, sucedió otro que era mas duro y también yo deseaba mucho que se acabase su dominio; después habémoste conocido a tí, el tercero y peor que ellos, y así entiendo que si te quitasen el gobierno, sucedería en tu lugar otro que fuese peor”.
Mas si fuese intolerable el exceso de la tiranía, a algunos les pareció que tocaba al poder de los varones fuertes el dar la muerte al tirano y ofrecerse por la libertad del pueblo al peligro de la muerte; de lo cual aun se halla ejemplo en el viejo Testamento, porque Aioth con una daga que le clavó en un muslo, mato a Eglon, Rey de Moab, que oprimía el pueblo de Dios con grave servidumbre, y fue hecho juez del pueblo. Pero esto no conviene con la doctrina apostólica, porque S. Pedro nos enseña que habemos de ser sujetos no solo a los buenos y modestos señores, sino a los que no fueron tales, diciendo en el segundo capítulo de su segunda carta: “Estas son muestras de la gracia, si alguno por Dios sufriere las injurias que injustamente padece”. De donde es que, como muchos emperadores persiguiesen a la fe de Cristo tiránicamente, aunque estaba convertida una grande multitud así de nobles como de populares, se alaban los que sin resistir, pacientemente y estando armados, sufrieron la muerte por Cristo, como parece claro en la sagrada legión de los Tebeos; y mas se ha de juzgar que Aioth mató a enemigo que no a Gobernador de su pueblo, aunque tirano; y así se lee en las sagradas letras, que fueron muertos los que mataron a Joás Rey de Judá, aunque se había apartado del culto del verdadero Dios, y los hijos de aquellos fueron reservados, conforme al precepto de la ley; además de que aun al mismo pueblo le sería dañoso que cada uno por su parecer particular pudiese procurar la muerte de los que gobiernan, aunque fuesen tiranos; porque por la mayor parte más se exponen a estos peligros los malos que no los buenos, porque como a los malos les suele ser pesado tanto el dominio de los reyes como el de los tiranos, porque según la sentencia de Salomón, “el Rey sabio disipa los malos”, así más se le seguiría de esto al pueblo peligro de perder los reyes, que remedio para librarse de los tiranos.
Por lo cual parece que más se debe proceder contra la crueldad de ellos por autoridad pública, que por presunción particular. Lo primero, si de derecho pertenece al pueblo el elegir Rey, puede justamente deponer el que habrá instituido y refrenar su potestad, si usa mal y tiránicamente del poderío Real. Ni se puede decir que el tal pueblo procede contra la fidelidad debida deponiendo al tirano, aunque se le hubiera sujetado para siempre, porque el lo mereció en el gobierno del pueblo, no procediendo fielmente como el oficio de Rey lo pide, para que los súbditos cumplan lo que prometieron. De esta manera los romanos echaron del reino a Tarquino el Soberbio, a quien habían recibido por Rey, por la tiranía suya y de sus hijos, poniendo en su lugar otra menor dignidad, que fue la Consular; y de esta manera también a Domiciano, que sucedió a su padre Vespasiano y a su hermano Tito, modestísimos emperadores, porque usaba de tiranía le hizo matar el Senado; y todos sus estatutos justamente y en provecho del pueblo fueron revocados, de lo cual sucedió que el bienaventurado San Juan Evangelista, discípulo amado del Señor, a quien el mismo Domiciano había desterrado en la isla de Pathmos, fuese por decreto del Senado vuelto a Efeso.
Mas, si perteneciese al derecho de algún superior el proveer de Rey a algún pueblo, se ha de esperar de él el remedio contra la maldad de los tiranos, y así a Arquelao, que en Judea había empezado a reinar en lugar de su padre Herodes e imitaba la paternal malicia, dando los judíos quejas de él a Augusto Cesar, al principio le fue disminuida la potestad, quitado el nombre de Rey y la mitad del reino dividida entre otros dos hermanos; y después, no queriendo enmendarse de sus tiranías, fue desterrado por Tiberio Cesar a Lyon de Francia. Pero, cuando totalmente no se pudiera hallar socorro humano contra el tirano, debemos acudir a Dios, que es Rey de todos y es el que ayuda a tiempo oportuno en la tribulación, y en su poder esta el convertir el corazón del tirano a mansedumbre, según la sentencia de Salomón en el capítulo decimosegundo de los Proverbios: “El corazón del Rey esta en la mano de Dios, y le inclinará a la parte que quisiere”, porque Él convirtió a mansedumbre el corazón del Rey Asuero, que trazaba la muerte a los judíos, y Él es el que también convirtió a Nabucodonosor, Rey cruel, y le hizo predicador de la potencia divina, pues dijo, como se lee en el cap. 4 de Daniel: “Yo, Nabucodono- sor, alabo, engrandezco y glorifico al Rey del Cielo, porque sus obras son verdaderas y sus caminos justos juicios, y puede humillar a los soberbios”. Y a los tiranos que tiene por indignos de conversión los puede quitar de entre los hombres o reducirlos a ínfimo estado, según aquello del Sabio en el décimo del Eclesiastés: “La silla de los capitanes soberbios destruyo Dios e hizo sentar en su lugar a los mansos”. Él es el que viendo la aflicción de su pueblo en Egipto y oyendo sus clamores, anego en el mar al tirano Faraón y a su ejercito. El es el que al ya dicho Nabucodonosor, estando antes ensoberbecido, no solo le derribó de su trono, sino que le quitó de la compañía de 1os hombres y le volvió en semejanza de bestia. Ni se ha acortado su mano, para que no pueda librar a su pueblo de tiranos, porque Él le promete por Isaías que le dará el descanso del trabajo, golpes y dura servidumbre en que antes había servido. Y en el trigésimocuarto de Ezequiel, dice: “Libraré mi rebaño de sus bocas”, conviene a saber, de los pastores que se apacentaban a sí mismos. Mas para que el pueblo alcance este beneficio de Dios, debe cesar en sus pecados, porque en venganza de ellos por permisión divina tienen los malos el Principado, como lo dice Dios en el decimotercio de Oséas: “Yo te daré Rey en mi furor”; y en el trigésimo cuarto de Job se dice, que “hace reinar al hombre hipócrita por los pecados del pueblo”; así que se ha de evitar la culpa para que cese Dios en la plaga de los tiranos.
CAPÍTULO VII: Pregunta el Santo Doctor qué es lo que principalmente debe mover al Rey a gobernar bien: si es el honor y gloria del mundo, y pone cerca de esto algunas opiniones, y lo que se ha de tener
Y porque, según se ha dicho, es propio del Rey procurar el bien de muchos, demasiado pesado sería este oficio si de esto no se le siguiese a él algún bien. Y habremos de considerar que bien es el premio que corresponde al Rey.
A algunos les ha parecido que no es otra cosa sino el honor y gloria del mundo, por lo cual Tu- lio, en el libro de Republica, concluye que el Príncipe de la ciudad se ha de mantener con esta gloria, de lo cual da la razón Aristóteles en sus Éticas, diciendo que al Príncipe que no le basta el honor y la gloria por premio, consecuentemente se hace tirano; porque en los ánimos de los hombres esta asentado el procurar cada uno su bien propio; y si el Príncipe no se satisficiere de honra y gloria, buscara deleites y riquezas, y se convertirá a robos e injurias de los súbditos. Pero si recibimos esta opinión, se seguirán de ella muchos inconvenientes, porque lo primero seria desigual premio para los Reyes, si padeciesen tantos trabajos y cuidados por tan quebradiza paga; pues ninguna cosa hay entre las humanas mas frágil que el honor y gloria, que depende de la gracia de los hombres, pues depende de la opinión de ellos, que es la cosa mas mudable que hay en esta vida. Y de aquí es que el Profeta Isaías llama a esta gloria flor de heno. Lo otro, el deseo de esta gloria aniquila la grandeza del animo, porque el que procura el favor de los hombres, necesario es que todo lo que hace y dice lo acomode a voluntad de ellos; y así, queriendo agradar a todos, se hace esclavo de cada uno. Por lo cual el mismo Tulio, en el segundo de los Oficios, dice que se debe huir “el apetito de esta gloria, porque roba la libertad del ánimo, por la cual deben trabajar todos los hombres magnánimos”, y porque ninguna cosa conviene mas al Príncipe, que determine proceder bien, que esta grandeza de ánimo; por lo cual no es premio competente para los Reyes la gloria del mundo.
Y también seria dañoso a los súbditos si los Reyes tuviesen esto por propio fin, porque el que es bueno debe menospreciar la gloria del mundo, como los otros bienes temporales, pues es propio del varón virtuoso y de animo fuerte menospreciar por la justicia así esta gloria como la vida; de donde sucede una cosa admirable, y es que como esta gloria se sigue a los actos virtuosos, siendo virtuosamente menospreciada, de este menosprecio de ella viene a adquirirla el hombre mayor, según la sentencia de Fabio, que dijo: “El que desprecia la gloria, la alcanzara verdadera”. Y de Catón dijo Salustio, que “cuanto menos procuraba gloria, tanto mas la alcanzaba”. Y los mismos ministros de Cristo se mostraron ser ministros de Dios en las ocasiones de gloria y en las de bajeza, en la infamia y buena fama; y así no será conveniente premio del bueno esta gloria, que desprecian los que lo son; porque, si solo este bien fuese premio de los Príncipes, seguiríase que no le serían los buenos, o que si lo fuesen, quedarían sin premio. Además de esto, del apetito de gloria provienen muy peligrosos males, porque muchos, procurando la gloria inmoderadamente en las cosas de la guerra, se perdieron a sí y a sus ejércitos, viniendo la libertad de la patria a poder de su enemigo; por lo cual Torcuato, Príncipe Romano, para ejemplo de evitar este peligro, hizo matar a su hijo, que contra su mandato peleo con el enemigo, aunque fue provocado de él, y le venció, para que no fuese de más daño el ejemplo de su presunción que la gloria de haber muerto a su enemigo. Tiene también la ambición de gloria otro vicio muy familiar, que es el fingimiento, porque es cosa dificultosa, y que a pocos acontece, el poseer las verdaderas virtudes, solas a las cuales es debido el honor, y muchos con la ambición de gloria fingen estas virtudes: por lo cual dice Salustio: “la ambición ha forzado a muchos mortales a hacerse falsos y otros de lo que son, y a que teniendo una cosa en el corazón tengan prontamente lo contrario en la lengua, y muestren mejor cara que lo es la intención”. Pero nuestro Salvador a los que hacen buenas obras para que el mundo las vea los llama hipócritas, que quiere decir fingidores; así como es peligroso al pueblo que el Príncipe se incline a las riquezas y a los deleites, porque se hace robador y contumelioso, así también es peligroso que se mueva por ambición de gloria; para que no se haga presuntuoso y fingido.
Pero por lo que se echa de ver del sentido de los dichos de los sabios, no dieron por premio al Príncipe el honor y la gloria porque a ello se debe enderezar su intención principalmente, sino porque es mas tolerable que procure esto, que no los deleites o riquezas; porque este vicio es mas cercano a la virtud, siendo así que esta gloria que los hombres desean no es otra cosa, según dice San Agustín, sino un buen juicio y opinión que los otros tienen de ellos. La ambición de gloria algún rastro tiene de virtud, pues por lo menos procura la aprobación de los buenos y huye de desagradarlos; y pues es así que pocos llegan a alcanzar las verdaderas virtudes, parece mas tolerable que sea preferido en el gobierno el que a lo menos, temiendo el juicio de los hombres, se aparta de los males manifiestos. Porque el que desea gloria y fama, procura la aprobación de los hombres por el verdadero camino y por obras de virtud, o a lo menos con dolo y con engaño; pero si el que desea ser señor carece de este deseo y no teme parecer mal a los que juzgan bien, procura las más de las veces alcanzar lo que ama con muy descubiertas maldades. De donde nace que sobrepuja a las bestias en los vicios de crueldad o de lujuria, como se vio en el Cesar Nerón, cuya lujuria dice S. Agustín que fue tal que ningún exceso de ella le avergonzaba; y que fue tanta su crueldad que en ninguna cosa del mundo usaba de blandura; y esto lo significa bien lo que dice Aristóteles en sus Éticas del varón magnánimo, diciendo que el tal no procura el honor y la gloria como cosa tan grande que sea suficiente premio de la virtud, sino que no pretende otra cosa de los hombres, porque entre las cosas de la tierra la de más estima es tener un hombre entre los demás opinión de virtuoso.
CAPÍTULO VIII: Aquí declara el Santo Doctor cuál es el verdadero fin del Rey, que le debe mover a gobernar bien
Y pues el honor y la gloria del mundo no es suficiente premio de la solicitud Real, quédanos por saber lo que lo es. Es pues conveniente, que el Rey espere el premio de la mano de Dios, porque el ministro espera de su Señor el premio de su oficio, y el Rey, gobernando el pueblo, es ministro de Dios, pues dice el Apóstol a los romanos que toda potestad viene del Señor Dios, y que “es ministro que castiga airado al que hace mal”; y en el libro de la Sabiduría se ponen los reyes por ministros de Dios; y así de su mano deben los reyes esperar el premio por el buen gobierno.
Remunera Dios a veces los servicios de los reyes con bienes temporales, premios que son comunes a los buenos y a los malos; y así en el vigésimo noveno de Ezequiel, dice Dios: “Nabucodono- sor, Rey de Babilonia, hizo servir su ejercito con grande trabajo contra Tiro, y no se le ha dado la paga de Tiro a él ni a su ejercito por el grande servicio que me hizo contra aquella ciudad”, conviene a saber, el servicio con que dice el Apóstol que el que tiene potestad “es ministro de Dios, castiga con ira al que hace mal”; y mas abajo hablándole del premio: “Por tanto esto dice el Señor Dios: Advertid que yo meteré a Nabucodonosor, Rey de Babilonia, en la tierra de Egipto, y destruirá sus despojos y esto será paga para su ejercito”. Pues si a los Reyes malos que pelearon contra los enemigos de Dios, aunque no fuese con intención de servirle sino de satisfacer sus odios y conseguir sus deseos, Dios los remunera con tan grande paga, como darles victoria de sus enemigos, sujetarles reinos, y ofrecerles los despojos de ellos, ¿qué hará con los buenos príncipes, que con buena intención gobiernan el pueblo de Dios, y pelean contra sus enemigos? ¡No es terrena, sino eterna la paga que les promete, y no en obras cosas sino en sí mismo!, que así lo dice San Pedro a los pastores del pueblo de Dios: “Apacentad el rebano de Dios que esta a vuestro cargo …, y cuando venga el Príncipe de los pastores”, esto es, Cristo Rey de los reyes, “recibiréis la corona de gloria, que no se puede marchitar”: de la cual dice Isaías en el vigésimo – octavo: “Será el Señor corona de alegría y diadema de gloria para su pueblo”. Y esto es así puesto en razón, porque todos los que tienen use de ella saben que el premio de la virtud es la bienaventuranza.
La virtud de cualquiera cosa se describe, diciendo, que es la que “hace bueno al que la tiene, y es causa de que haga buenas obras”: y cualquiera obrando bien, procura llegar a lo que tiene más asentado en su deseo, lo cual es ser feliz, cosa que nadie puede dejar de apetecer; y así convenientemente se espera por premio de la virtud lo que hace al hombre bienaventurado. Pues, si el obrar bien es obra de virtud, y las buenas obras del Rey son gobernar bien sus súbditos, también será el premio del Rey lo que le hiciere bienaventurado. Pues lo que esto sea, habemos de considerar aquí.
Llamamos bienaventuranza al ultimo fin de los deseos, y el ímpetu de ellos no puede proceder en infinito: porque sería entonces vano el natural deseo, supuesto que no se pueden alcanzar las cosas infinitas: mas como el deseo de la naturaleza intelectual sea lo bueno en universal, este solo bien la puede hacer verdaderamente bienaventurada, alcanzando el cual, ningún otro bien queda que pueda ser apetecido. Por lo cual la bienaventuranza se llama bien perfecto, como el que comprende en si todos las cosas que se pueden desear; y tal como este no lo es ningún bien de la tierra, porque el que tiene riqueza desea tener muchas más, y lo mismo en las demás cosas, y cuando no procuran más de lo que tienen a lo menos desean que aquello permanezca, o que otros bienes vayan sucediendo en lugar de aquellos. Pero como ninguna cosa hay en la tierra permanente, síguese que no hay en ella nada que pueda quitar el deseo, y así ninguna cosa terrena puede hacer a uno bienaventurado, para que sea premio del Rey. Y mas, que la perfección final y el bien perfecto de cualquiera cosa dependen de algún superior, ya que aún en las cosas corporales acaece que unos cuerpos se hacen mejores en juntándoseles otros más preciosos, y a la inversa empeóranse si se les juntan otros de inferior calidad: como acontece con la plata, que si se le añade oro tornase más preciosa; si empero, plomo, vuélvese impura. Mas como quiera que todo lo terreno esta por debajo de la mente humana, y la felicidad es la perfección final del hombre y el bien completo al que todos deseamos llegar, ninguna cosa terrena puede hacer feliz al hombre. Por tanto nada terreno es premio suficiente para el Rey. Porque, como dice S. Agustín, no llamamos felices a los Príncipes Cristianos porque reinaron mucho tiempo, o porque, muriendo en paz, dejaron hechos Reyes a sus hijos, o porque disminuyeron los enemigos de la Republica, o porque pudieron oprimir y guardarse de los vasallos que se levantaron contra ellos, sino que los llamamos felices si gobernaron justamente, si desearon mas sujetar sus apetitos que cualquiera naciones, y si todo lo que hacen es no por el ardor de la gloria falsa, sino por el amor de la felicidad eterna. Los tales Emperadores Cristianos llamamos felices acá en la esperanza, y lo serán con la posesión, cuando después venga el bien que esperamos. Ni hay otra cosa criada que haga al hombre bienaventurado, ni que se le pueda al Rey señalar por premio, porque cualquiera cosa camina al principio de quien su principio ha tenido ser, y la causa del alma racional no es otra cosa sino Dios que la hizo a su semejanza. Luego solo Dios es el que puede aquietar el deseo del hombre, y hacerle bienaventurado, y ser conveniente premio del Rey.
Demás de esto el alma racional es capaz de conocer el bien universal por el entendimiento, y desearle por la voluntad; y el bien universal no se halla sino en Dios. Luego ninguna cosa puede hacer al hombre bienaventurado, hinchiendo sus deseos, sino Dios: de quien se dice en el Salmo 102: “El que hinche tus deseos en las cosas buenas”. Y aquí debe poner el Rey su premio. Y así, considerando esto el Rey David, decía: “¿Qué tengo en el Cielo, y qué quise de Tí en la tierra?” A la cual pregunta respondiendo el mismo, añade: “Lo que me importa es llegarme a Dios, y poner mi esperanza en el Señor Dios, porque el es el que da la salud a los Reyes”, no solo la corporal, que es común con las bestias, sino también aquella de que dice en el decimoquinto de Isaías: “Mi salud durara para siempre”: con la cual salva los hombres, haciéndolos iguales con los Ángeles: y así se puede verificar que el premio del Rey no es el honor y la gloria del mundo; porque, ¿qué honor mundano y caduco puede ser semejante a este honor, que el hombre sea ciudadano de la casa de Dios y computado entre sus hijos, y que consiga con Cristo la herencia del Rey de los Cielos? Este es el honor de que decía el Rey David: “En gran manera son honrados tus amigos, Dios”. ¿Qué alabanza humana se puede comparar a ésta, que no la da la lengua mentirosa de los aduladores ni nace de la errada opinión de los hombres, sino que nace del testimonio de la interior conciencia, y con el del mismo Dios es confirmada? El cual, a los que le confesaren, promete en cambio que los confesara en la gloria del Padre en presencia de los Ángeles de Dios: y los que buscan esta gloria alcánzala, y alcanzan también la del mundo que no buscan, según el ejemplo de Salomón que no solo recibió de Dios la sabiduría que procuro, sino que le dio más gloria en el mundo que a los demás Reyes.
CAPÍTULO IX: Aquí declara el Santo Doctor que el premio de los Reyes y Príncipes tiene el supremo grado en la bienaventuranza celestial: q se prueba con muchas razones y ejemplos
Quédanos, pues, de considerar demás de esto, que los que usan el oficio Real digna y loablemente tienen eminente grado en la bienaventuranza celestial, porque si la bienaventuranza es premio de la virtud, consecuentemente ha de tener mayor premio la virtud que fuere mayor: y es muy grande aquella con que un hombre no solo se gobierna a si mismo, sino que juntamente puede gobernar a otros, y tanto más cuanto fueren más los que gobierna; porque así como en la fuerza corporal tanto es uno tenido por mas fuerte cuantos más puede vencer, o cuanto mayores pesos puede levantar, así también se requiere mayor virtud para regir una familia que para regirse cada uno a sí mismo, y mucho mayor para regir una Ciudad o un Reino: y así se muestra que es virtud excelente ejercer bien el oficio Real, y que se le debe excelente premio.
Y más, que en todas las artes y gobiernos son más de alabar los que gobiernan bien a otros, que los que con preceptos ajenos se gobiernan bien a sí mismos. En las cosas especulativas más es enseñando mostrar a otros la verdad, que el poder aprender lo que se enseña, y en las cosas artificiales de más estimación es y por mayor precio se paga el arquitecto que dispone el edificio, que los otros artífices que según aquella disposición lo hacen por sus manos. Y en las cosas de la guerra mayor gloria alcanza de la victoria la prudencia del general que la fortaleza del soldado: así pues, procede el gobernador de un pueblo en las cosas que cada uno debe hacer conforme a virtud, como el maestro en las ciencias, y el arquitecto en los edificios y como el general en las guerras: por lo cual el Rey es digno de mayor premio, si gobierna bien sus súbditos, que ninguno de los que debajo de su gobierno proceden bien.
Demás de esto, si es propio de la virtud hacer que las obras del hombre sean buenas, bien se muestra que es mayor virtud aquella por la cual se hacen mayores buenas obras. Mayor cosa es, pues, y mas divina, el bien común que el bien particular, por lo cual algunas veces se lleva el mal de uno si se convierte en bien común, como se da la muerte a un ladrón, para que deje en paz al pueblo: y el mismo Dios no dejara que hubiera males en el mundo, si no sacara bienes de ellos para la utilidad y hermosura del universo. Y así, pues pertenece al oficio del Rey procurar con cuidado el bien de muchos, mayor premio se le debe por la buena administración del pueblo, que al súbdito por la buena obra. Y esto se manifiesta más si se considera más menudamente. Es alabada cualquier persona particular, y se sabe que recibirá premio de Dios, si socorre al necesitado, si hace paces entre los que están discordes, o si libra a alguno de los agravios de otro más poderoso: y finalmente si diere a otro cualquier ayuda o consejo que sea de provecho. ¿Pues cuánto más será digno de la alabanza de los hombres y de que le premie Dios, el que hace que toda una provincia tenga paz?; ¿el que deshace las violencias?, ¿el que guarda justicia, y con sus leyes y preceptos dispone lo que deben hacer los hombres? Y también se muestra la grandeza de la virtud de los Reyes, en que tienen una grande semejanza de Dios, pues obra en su Reino lo que Dios en el mundo. Por lo cual en el capítulo 22 del Éxodo, los Jueces de la multitud son llamados Dioses: y también entre los romanos llamaron Dioses a los Emperadores; porque tanto es un hombre mas acepto a Dios, cuanto más se llega a serle semejante: por lo cual el Apóstol dice a los de Efeso: “Sed imitadores de Dios, como hijos carísimos”. Y si, según la sentencia del Sabio: “Todo animal ama su semejante, por cuanto lo causado tiene alguna manera semejanza de la causa”: consecuente cosa es que los Reyes buenos sean muy aceptos a Dios, y grandemente premiados de su mano.
Y pasando mas adelante, y usando de las palabras de San Gregorio: “¿Qué es la tempestad de la mar, sino tempestad de la mente?” Estando quieta la mar, gobierna la nave cualquiera, aunque no sepa; pero, turbada la mar en las ondas de la tormenta, aun el más diestro marinero se confunde: y así por la mayor parte en los peligros de gobierno se pierde el uso de bien obrar que había en la tranquilidad; porque, como dice San Agustín, entre las lenguas que los ensalzan y honran, y entre las sumisiones de los que con demasiada humildad les hablan, muy dificultoso es que no se ensoberbezcan, sino que se acuerden de que son hombres. Y, en el capítulo 31 del Eclesiastés, se llama bienaventurado el varón que no se dejo ir tras el oro ni puso sus esperanzas en los tesoros de dinero: el que, sin que le castigasen, pudo ser trasgresor de las leyes y no lo fue, y que pudiendo hacer mal no lo hizo, por lo cual, como aprobado en las obras de virtud, es tenido por fiel. De donde, según el proverbio de Biante, el Principado muestra quien es el hombre, porque muchos que eran tenidos por virtuosos estando en humilde estado, en habiendo llegado a la alteza del Principado se apartan de la virtud: y así las grandes dificultades que se ofrecen a los Príncipes para gobernar bien, los hacen dignos de mayor premio. Y si alguna vez por su flaqueza pecaren, son más dignos de excusa para con los hombres, y alcanzaran mas fácilmente el perdón de Dios si, como dice S. Agustín: “Humillados por sus pecados, no menospreciaren el hacer sacrificio de oración y de misericordia a su verdadero Dios”: para ejemplo de lo cual, de Acab, Rey de Israel que había pecado mucho, dijo Dios a Elías: “Porque se ha humillado por mi causa, no enviare este mal en su tiempo”. Y no solo se puede mostrar con razones que a los Reyes se les debe un premio aventajado, sino que también se confirma con autoridad divina, porque en el capítulo 12 de Zacarías se dice: Que en aquel día de bienaventuranza, en que el Señor será protector de los moradores de Jerusalén, esto es en la visión de la eterna paz, las casas de otros serán como las casas de David, conviene a saber, porque todos los Reyes reinaran con Cristo, como los miembros con su cabeza; pero la casa de David será como la casa de Dios, porque así como gobernando hizo en su pueblo fielmente el oficio de Dios, así en premio estará propincuo y se acercara mas a Él. Y también parece que los Gentiles en alguna manera se dieron a entender esto, cuando pensaban que los fundadores y conservadores de sus ciudades eran transformados en Dioses.
CAPÍTULO X: Que los Reyes y Príncipes deben tratar del bien común por el bien suyo propio que de el se les sigue, y que lo contrario se sigue al que gobierna tiránicamente
Pues a los Reyes se les propone un premio tan grande en la bienaventuranza, deben procurar con diligente cuidado no inclinarse a la tiranía, porque ninguna cosa les debe ser mas acepta que de la honra Real con que son sublimados en la tierra y ser transferidos a la gloria del Reino Celestial: y yerran los Tiranos que por algunas comodidades de la tierra se privan de tan grande premio, el cual pudieran alcanzar gobernando justamente, porque cuan necia cosa sea por cosas tan pequeñas y por bienes temporales perder los que son mayores y sempiternos, no hay quien no lo conozca, si no es tonto o infiel.
Y más que estos mismos bienes temporales, por los cuales los Tiranos se apartan de la justicia, con mayor ganancia los alcanzan los Reyes que conforme a ella gobiernan. Lo primero, porque entre las cosas del mundo ninguna hay que dignamente se pueda preferir a la amistad, porque ella es la que junta y aúna los virtuosos y conserva y levanta la virtud, y es de quien todos tienen necesidad en cualquiera negocio que hayan de tratar, y la que oportunamente entra en las cosas prosperas y en las adversas no desampara a los hombres. Ella es la que es causa de los mayores contentos, de tal suerte que cualquiera cosa, por delectable que sea, sin amigos se convierte en cansancio y enfado, y las que son ásperas el amor las hace fáciles y de ninguna pesadumbre: ni ha habido tan gran crueldad de Tirano que no se deleitase can la amistad. Porque como Dionisio, Tirano de Siracusa, quisiese matar a uno de dos amigos que se llamaban Damon y Phitias, y el que había de ser muerto alcanzase del Tirano tiempo para ir a su tierra y componer sus cosas, quedando el otro en su poder por fiador de la vuelta de su amigo, y llegándose el día del plazo, visto que el ausente no venia, todos confirmaban por necio al fiador; pero el decía que no temía falta de la constancia de su amigo, el cual volvió a la misma hora que había de ser muerto. Y entonces admirado el Tirano del ánimo de entrambos, les perdono el castigo movido de ver su fe y grande amistad, y les rogó que le admitiesen a ser tercero en ella. Pero este bien de la amistad no le pueden alcanzar los Tiranos, aunque le deseen; porque vemos que los que se tratan, se juntan en amistad o por parentesco o por semejanza de costumbres o por otro modo de comunicación o compañía. Poca pues puede ser la amistad entre el Tirano y los súbditos: porque, como se sienten oprimir por la tiránica injusticia, y echan de ver que no los aman, de ninguna manera pueden ellos amar, ni tienen los Tiranos por que quejarse de sus vasallos si no los aman, pues no son tales para ellos que merezcan ser amados. Mas los buenos Reyes, cuando tratan con cuidado del provecho común, y que los súbditos conocen que por su causa se les siguen bienes y comodidades, son amados de todos, porque muestran que los aman, porque en una multitud de gente no cae tan gran malicia que tengan odio a sus amigos, y que a sus bienhechores les den mal por bien. Y así de este amor nace que el Reino de los buenos Reyes es estable y permanente, cuando por sus súbditos no rehúsan de ponerse a cualesquiera peligros. De lo cual tenemos ejemplo en Julio Cesar, de quien refiere Suetonio que de tal manera amaba a sus soldados, que sabiendo la muerte de algunos no se quito el cabello ni la barba hasta vengarlos, con lo cual hacia tan aficionados sus soldados que siendo algunos de ellos presos por sus enemigos, dándoseles libertad con condición que militasen contra Cesar, no la quisieron aceptar. Y también Octa- viano Augusto, que usó del Imperio modestísimamente, de tal manera era amado de sus vasallos, que muchos al tiempo de la muerte mandaban cumplir los votos que habían hecho porque los Dioses le diesen mas vida que a ellos mismos, viendo que se les cumplía su deseo.
No es pues fácil que se perturbe el dominio del Príncipe, a quien el pueblo ama con tan común voluntad: por lo cual Salomón dice en el vigésimo noveno de los Proverbios: “El Rey que juzga a los pobres conforme a la justicia, será confirmado en su trono para siempre”, pero el dominio del Tirano no puede durar mucho, porque es odioso a todos y no puede conservarse largo tiempo lo que repugna al deseo de muchos, porque apenas hay en el mundo ninguno que pase su vida sin tener algunas adversidades, y así no puede faltar ocasión de levantarse contra el Tirano en algún tiempo de adversidad; y en habiéndola, no falta de muchos alguno que use de la ocasión, y al que se levantare le seguirá el pueblo de su voluntad, y no podrá fácilmente quedar sin efecto, lo que se intenta con la ayuda de muchos, y así apenas puede suceder que el dominio del Tirano dure por largo tiempo. Y esto se vera manifiestamente, si cada uno considera con lo que se conserva el dominio de los Tiranos, porque no se conserva con amor: pues, como queda dicho, entre el Tirano y los súbditos poca o ninguna amistad puede haber, y de la fe de los vasallos no se pueden confiar los Tiranos, porque no se halla tanta virtud en algunos que por razón de la fidelidad se detengan de no sacudir de si, si pueden, el yugo de una no debida servidumbre; y por ventura, conforme a la opinión de muchos, no será contra fidelidad librarse por cualquiera camino de la tiránica malicia: y así es llano que solo con el temor se sustenta el gobierno del Tirano, y por esto procuran con todas veras ser temidos de los súbditos.
El temor, pues, es débil fundamento, porque los que están sujetos por temor, si viene la ocasión de poderse levantar contra los que mandan, lo harán con tanto mayores veras cuanto mas contra su voluntad y por solo temor eran oprimidos, como el agua que esta encerrada por violencia cuando halla la salida rompe con mayor ímpetu: y aun este mismo terror de los súbditos es peligroso para el Tirano, siendo así que muchos por demasiado temor han dado en desesperación, y la desesperación de remedio precipita a intentar cualquier cosa atrevidamente: y así no puede el dominio del Tirano ser durable. Y esto no se prueba menos con ejemplos, porque cualquiera que mirare los hechos de los antiguos, y los sucesos de los modernos, apenas hallará que gobierno de Tirano haya sido muy largo. Y así Aristóteles en su política, habiendo contado muchos Tiranos, muestra que el dominio de todos se acabo dentro de poco tiempo, de los cuales con todo eso algunos gobernaron mas años que otros, porque no eran en la tiranía tan excesivos, y en muchas cosas imitaban la modestia Real.
Y esto aún se hace mas claro con la consideración del divino juicio; porque como se dice en el trigésimo cuarto de Job, hace reinar al hombre hipócrita por los pecados del pueblo, y ninguno se puede llamar con mas verdad hipócrita que el que teniendo oficio de Rey procede como Tirano; porque hipócrita se dice el que representa la persona de otro, como se suele hacer en los teatros. Así pues Dios permite que haya Tiranos para castigo de los pecados de los súbditos, y el tal caso se llama ira de Dios, y así dice el Señor: “Yo os daré Rey en mi furor”. Infeliz pues es el Rey que es dado al pueblo en el furor de Dios, pues no puede ser estable su dominio, porque Dios no se olvidara de tener misericordia, ni detendrá en su ira sus misericordias, antes en el segundo de Joel, se dice: Que sufre y tiene mucha misericordia, y que es poderoso sobre la malicia, y así Dios no permite que los tiranos reinen mucho tiempo, sino que habiendo dado tempestad al pueblo con dárselos, después con quitárselos les vuelve a dar tranquilidad. Por lo cual dice el Sabio: “Destruyo Dios las sillas de los capitanes soberbios e hizo sentar en su lugar a los mansos”.
Y también parece por la experiencia, que los Reyes alcanzan mas riquezas con la justicia, que los tiranos con los robos, porque como el dominio de los tiranos es a disgusto de todos, tienen ellos necesidad de tener muchos soldados armados con que estén seguros de los súbditos, y con esto han de gastar mas de lo que a ellos les roban. Pero en el señorío de los Reyes, como es a gusto de sus súbditos, todos son soldados para guarda suya, con que no tienen necesidad de gastar, y antes en las ocasiones de necesidad algunas veces dan más a los Reyes de su voluntad que lo que suelen robar los tiranos; y así se cumple lo que dice Salomón en el decimoprimero de los Proverbios: Unos, conviene saber a los Reyes, dividen su hacienda propia, hacienda bien a sus súbditos, y se vienen a hacer más ricos; y otros, conviene saber a los tiranos, roban lo que no es suyo, y siempre están con necesidad; y de la misma manera, por justo juicio de Dios, acontece que los que juntan riquezas injustamente, inútilmente las desperdician, o que justamente se las quitan, porque como dice Salomón en el quinto del Eclesiástico: “El avariento no se hinchara de dinero, ni el que ama el dinero alcanzara fruto de el”; antes, como dice en el decimoquinto de los Proverbios: “Conturba su casa el que sigue la avaricia”. Pero a los Reyes que procuran la justicia, Dios les añade riquezas, como a Salomón, que cuando procuro sabiduría para juzgar, le fue prometida abundancia de riquezas.
De la buena fama parece superfluo hablar, porque ¿quién dudara que los buenos Reyes no solo en la vida pero aún después de la muerte, viven en cierto modo en las alabanzas de los hombres, y que siempre dura el deseo de ellos? Pero el nombre de los malos o se acaba luego, o si fueron excelentes en malicia, detestándolos nos acordamos de ellos; de donde Salomón dice en el décimo de los Proverbios: “La memoria del justo con alabanzas; pero la del malo se pudrirá, porque se acaba o dura con hediondez”.
CAPÍTULO XI: Que los bienes del mundo, como son riquezas, poder, honor y fama, mejor los alcanzan los Reyes que los tiranos; y de los males en que los tiranos caen aun en esta vida
Por lo dicho parece que la estabilidad del poder, las riquezas, el honor y la fama mejor y más conforme a su voluntad lo alcanzan los Reyes que los tiranos, aunque por haberlas injustamente el Príncipe se inclina a la tiranía; porque nadie se aparta de lo justo, uno llevado del deseo de alguna comodidad, y demás de esto se priva el tirano de la excelentísima bienaventuranza que se debe por premio a los Reyes, y lo que es mas grave de todo, que adquiere el mayor grado de tormento en las penas. Porque si el que roba a un hombre solo, o le obliga a servidumbre injusta o le da la muerte, merece grave pena, como en el juicio humano la muerte, y en el de Dios la condenación eterna, ¿cuánto mas debemos entender que merecerá mas graves castigos el tirano, que por todas partes roba a todos y a todos procura quitar la libertad, y da la muerte a cualquiera que se le antoja? Los tales raras veces hacen penitencia, hinchados con el viento de la soberbia, desamparados de Dios por sus pecados, y halagados con las adulaciones de los hombres, muy raras veces pueden satisfacer como deben; porque cuando restituyan todo lo que han llevado fuera, de lo que según justicia se les debe, lo cual nadie duda que están obligados a restituirlo, ¿cuándo harán recompensa a los que injustamente oprimieron e hicieron daños de cualquier manera que fuese? Y añádaseles, para no hacer penitencia, pensar que les fue licito todo lo que pudieron hacer sin resistencia, y sin que pudiesen ser castigados; de donde es, que no solamente no procuran enmendar lo que hicieron mal, sino que haciendo ley de su mala costumbre, pasan a sus descendientes el atrevimiento de pecar; y así los tales no solo tienen a su cargo para con Dios sus mismos pecados, sino también los de aquellos a quien dejaron ocasión de pecar, y también agrava su pecado la dignidad del oficio que tienen; porque así como un Rey de la tierra castiga mas gravemente a sus ministros, si los halla que le son contrarios, así Dios dará mayor castigo a los que hace ministros y ejecutores de su justicia, si procedieron mal, convirtiendo la justicia de Dios en amargura. De donde es que en el libro de la Sabiduría se dice a los malos Reyes: “Porque cuando érais ministros de aquel reino no juzgasteis rectamente, ni guardasteis la ley de mi justicia, ni anduvisteis según la voluntad de Dios, horrendamente y presto se os mostrara; porque se hará durísima justicia en los que presiden, porque al pequeño concédesele misericordia; mas los poderosos potentemente padecerán los tormentos”. Y a Nabucodonosor se le dice en el decimocuarto de Isaías: “Serás llevado al infierno, a lo profundo del lago, los que te vieren se inclinaran hacia a ti y te miraran como metido en lo mas profundo de las penas”. Pues si a los Reyes les vienen los bienes temporales abundantemente, y se les prepara por Dios tan alto grado en la bienaventuranza, y los tiranos por la mayor parte se quedan sin los bienes temporales que desean, y de más de esto están sujetos a muchos peligros, y lo que es más que todo, son privados de los bienes eternos y guardados para gravísimas penas; con vehemente cuidado deben procurar los que toman el gobierno ser para sus súbditos Reyes y no tiranos. Todo esto habemos dicho para mostrar lo que es ser Rey, y que le conviene a una Republica tenerle, y también que al que preside le conviene mostrarse Rey y no tirano, para con sus súbditos.
CAPÍTULO XII: Procede mostrando lo que es el oficio del Rey, adonde conforme a las cosas naturales muestra que el Rey con el Reino es como el alma en el cuerpo y a la manera que Dios en el mundo
Consecuente es a lo dicho el considerar lo que es el oficio de Rey, y que tal conviene que el sea, y porque las cosas del arte imitan las naturales, de quien se aprendieron para proceder conforme a la razón, parece se debe medir el gobierno Real por la forma del gobierno natural. Hállase pues en las cosas naturales gobierno universal y particular. El universal, según que todas las cosas se contienen debajo del gobierno de Dios; porque todas con su providencia las gobierna. Y el particular, que se halla en el hombre también, es muy semejante al gobierno divino, por lo cual el hombre es llamado mundo menor, porque en el se halla la forma del gobierno universal; porque así como todas las criaturas corporales y todas las virtudes espirituales están debajo del gobierno divino, así los miembros del cuerpo y las demás potencias del alma son regidas por la razón; y así en esta manera se halla la razón en el hombre como Dios en el mundo.
Mas, porque según ya dijimos el hombre es animal naturalmente sociable que vive entre otros muchos, se halla en el una semejanza de gobierno divino, no solo en cuanto cada uno por la razón se gobierna a si mismo, sino también porque por la razón de un hombre solo se gobiernan otros muchos; lo cual principalmente conviene al oficio del Rey, pues aun en algunos animales que viven en compañía se halla una semejanza de este gobierno, como las abejas que se dice que tienen su Rey entre si, no porque en ellas haya gobierno por razón, sino por instinto natural que les dió el sumo gobernador, que es hacedor de la naturaleza.
Conozca pues el Rey que el oficio que tiene es ser en su Reino como el alma en el cuerpo y como Dios en todo el mundo; que si considera esto, por una parte se le encenderá el celo de la justicia, mirando que esta puesto en lugar de Dios para juzgar a su Reino, y por otra parte se hará manso y clemente, teniendo a cada uno de los que están debajo de su gobierno por propios miembros suyos.
CAPÍTULO XIII: De esta semejanza saca el modo del gobierno, porque así como Dios distingue todas las cosas con un cierto orden y propia operación y lugar, así lo ha de hacer el Rey en su Reino, y lo mismo dice del alma
Conviene pues considerar lo que Dios obra en el mundo, y así se vera manifiestamente lo que el Rey tiene obligación de hacer en el Reino.
Y se han de considerar universalmente dos obras de Dios en el mundo. La una el haberle formado, y la otra cómo después de formado le gobierna; y también tiene estos dos oficios el alma en el cuerpo; porque lo primero por virtud del alma time forma el cuerpo, y después por ella es regido y gobernado. El segundo de los cuales es el que más propiamente toca al oficio del Rey, por lo cual a todos los Reyes les pertenece el gobierno, y de la administración de él toman este nombre. Pero el primer oficio no toca a los Reyes, porque no todos fundan el Reino o la ciudad en que reinan, sino que toman el cargo de gobernar el Reino o ciudad que ya esta fundada; y es de notar que si no hubiera precedido quien fundara el Reino o ciudad, no tuviera lugar la gobernación de ellos.
Y también debajo del oficio del Rey se comprende la fundación del Reino o ciudad, porque algunos fundaron las ciudades en que reinaron, como Nino a Ninive, y Rómulo a Roma; y de la misma manera pertenece al oficio del que gobierna considerar las cosas que estén bien gobernadas, y usar de ellas para el fin a que fueron instituidas, porque no se puede conocer cumplidamente el oficio del gobierno si se ignoran las razones del fundamento del Reino o de la ciudad.
Y la razón de la fundación de un Reino se debe tomar de la institución y fundamento del Mundo, en el cual lo primero se considera la producción de las mismas cosas, y después la ordenada distinción de las partes del mundo; y además de esto a cada parte de él le fueron distribuidas diversas especies de cosas, como las estrellas al cielo, las aves al aire, los peces al agua y los animales a la tierra; y después a cada cosa la proveyó Dios abundantemente de lo que tenía necesidad. Esta razón de la institución del mundo expreso Moisés sutil y diligentemente; porque lo primero propone la producción de las cosas, diciendo: “En el principio crió Dios el Cielo y la tierra”, y después muestra que todas las cosas según conveniente orden fueron por Dios producidas unas de otras; conviene a saber, el día de la noche, las cosas superiores de las inferiores, y la mar de la tierra; y después cuenta como fue el Cielo adornado con lumbreras, el aire con aves, la mar con peces y la tierra con animales; y lo ultimo, como fue señalado a los hombres el dominio de la tierra y de los animales; y el uso de las plantas dice que es igual a los hombres y a los demás animales, por la divina providencia; mas el que funda una ciudad no puede producir hombres ni los lugares para habitar, ni las demás cosas necesarias para la vida, sino que es necesario usar de los que hay en el mundo.
También como a las demás artes les da materia la naturaleza para sus obras, y el herrero toma el hierro, y el que edifica la madera y las piedras para el uso de su arte, así es necesario al fundador de una ciudad o de un Reino, lo primero elegir sitio a propósito que siendo saludable conserve los habitantes, y que por la fertilidad les produzca suficientes mantenimientos, y que deleite con su amenidad, y con las defensas haga los moradores seguros de sus enemigos, y cuando faltare alguna de estas comodidades, tanto será el sitio mejor cuanto tuviere mas de ellas o de las mas necesarias. Y después conviene que el fundador del Reino o ciudad divida el lugar que ha elegido, según lo piden las cosas que se requieren para la perfección del Reino o de la ciudad; como si se hubiese de fundar un Reino, conviene advertir qué sitio es bueno para fundar las ciudades, cual para las aldeas, y cual para las fortalezas y castillos; adonde se deba instituir el estudio de las Tetras, adonde los ejercicios de los soldados, y las juntas de los mercaderes y negociantes, y así las demás cosas que requiere la perfección de un Reino; y si se fundare alguna ciudad, conviene señalar en que lugares hayan de estar los templos, en cual el tribunal de la justicia, y cual se deba disputar a cada genero de artífices, y demás de esto conviene juntar los hombres y dividirlos en lugares convenientes a sus oficios; y finalmente se ha de tratar de que todos tengan lo necesario, según el ser y el estado de cada uno, porque de otra manera de ninguna suerte podría permanecer el Reino ni la ciudad. Esto es para decir en suma, lo que pertenece al oficio del Rey en la fundación de un Reino o ciudad, tomada la semejanza de la institución del mundo.
CAPÍTULO XIV: Que modo de gobernar le compete al Rey según el modo del gobierno divino, el cual modo de gobierno se compara al de la nave, y se pone una comparación del gobierno Real y del Sacerdotal
Así, pues, como la fundación de la ciudad o Reino se toma convenientemente de la forma de la institución del mundo, así del orden con que el es gobernado se debe tomar el modo de gobernar; y base de considerar que el gobernar no es mas que encaminar una cosa el que la gobierna a su conveniente fin, como se dice que una nave es gobernada cuando la industria del piloto por derecho camino y sin daño la guía al puerto; así que cuando alguna cosa se ordena a algún fin que no tiene en si, como la nave a puerto, entonces pertenecerá al oficio del que la gobierna no solo en conservarla sin daño, sino hacerla navegar y acercarse al fin que pretende. Y si hubiese alguna cosa que no tuviese por fin otra, sino lo que tuviese en si misma, solo se enderezaría la intención del que la gobierna a conservarla sin que recibiese daño.
Y aunque no se halla cosa de esta manera fuera de Dios, que es fin de todas las cosas, con todo eso acerca de lo que se ordena al fin extrínseco se pone cuidado de muchas maneras por diferentes personas; porque podrá ser uno el que tenga cuidado de que una cosa se conserve en su ser, y otro el que trate de que pase adelante en la perfección, como claramente parece en 1a nave, de donde tomamos la semejanza del gobierno; porque hay artífices que tienen cuidado de aderezar si algo se descompone en ella, y el piloto tiene cuidado de que navegue adelante; así también acontece al hombre, porque el medico trata de conservarle en salud, y el padre de familia de que tenga las cosas necesarias para la vida, el maestro, de que conozca la verdad, y el ayo de las costumbres, para que viva conforme a razón.
Y si el hombre no se encaminase a algún bien que no tiene de sí, bien le bastará este cuidado; pero hay un bien fuera del hombre, mientras vive, que es la bienaventuranza ultima, que después de la muerte esperamos alcanzar en la fruición de Dios. Porque, como el Apóstol dice en la segunda carta cap. 5, a los de Corinto: “Mientras estamos en este cuerpo vamos peregrinos y ausentes del Señor”; por lo cual el hombre cristiano, para quien Cristo por su sangre adquirió aquella bienaventuranza, y que para conseguirla tiene prendas del Espíritu Santo, tiene necesidad del otro cuidado espiritual, con que sea guiado al puerto de la salud eterna. Este cuidado tienen entre los fieles los ministros de la Iglesia de Cristo.
Y lo mismo debemos juzgar del fin de toda una muchedumbre que del de uno solo, porque si el fin que el hombre procura fuera algún bien que tuviera en sí mismo, también el fin de gobernar a muchos fuera de la misma manera, para que lo adquirieran y permanecieran en él. Y si este ultimo fin de uno o de muchos fuera la salud y vida corporal, fuera oficio del medico del cuerpo, y si fuera la abundancia de las riquezas, el padre de familia fuera un cierto Rey del pueblo; y si e1 bien del conocimiento de las ciencias fuera cosa a que todo el pueblo pudiera llegar, el Rey tuviera oficio de maestro. Pero es cierto que el fin que un pueblo junto tiene es vivir conforme a la virtud, porque para lo que se congregan los hombres es para vivir bien juntamente, lo cual no podrá alcanzar cada uno viviendo de por sí solo. Así que la virtuosa vida es el fin que tienen las congregaciones humanas, y es señal de esto que solos aquellos son partes de una muchedumbre congregada que se ayudan a otros para vivir bien. Porque si por solo vivir los hombres se juntaran, los animales y los esclavos fueran parte de la congregación civil, y si por adquirir riquezas, todos los hombres de negocios hubieran de ser ciudadanos de una ciudad, así como vemos ser computados por de una comunidad los que debajo de unas mismas leyes y debajo de un mismo gobierno son encaminados al bien vivir; mas porque el hombre viviendo conforme a la virtud se encamina a otro fin más adelante, que consiste en la fruición divina (como arriba dijimos), uno mismo debe ser el fin de muchos que el de uno solo.
No es pues el último fin de una muchedumbre de hombres congregada el vivir conforme a virtud, sino alcanzar la fruición divina por medio de la vida virtuosa; y si a este fin se pudiese llegar por medio de la naturaleza humana, necesario seria que al oficio del Rey perteneciese el encaminar los hombres a este fin. Y suponemos que se llama Rey aquel que tiene el supremo gobierno de las cosas temporales, y tanto es el gobierno mas sublime cuanto más se endereza al ultimo fin: porque siempre aquel a quien pertenece éste manda hacer a los que obran lo que más se encamina a él, porque el que tiene a su cargo el gobierno de una navegación manda al que tiene por oficio el aprestar la nave para ella: y el ciudadano que trata las armas, manda al artífice come las ha de hacer. Mas porque el fin de la fruición divina no alcanza el hombre por virtud humana, sino por virtud divina, conforme aquello del Apóstol cap. 6, a los Romanos: “La gracia de Dios es la vida eterna”, el guiar a este fin no será del gobierno humano sino del divino. Por tanto compete a aquel Rey que no solamente es hombre sino Dios y hombre, esto es a nuestro Señor Jesucristo, que haciendo los hombres hijos de Dios los introdujo en la gloria celestial. Este es el gobierno que le fue dado, el cual no se acabara; y así en la sagrada Escritura no solo es llamado Sacerdote, sino Rey; diciendo Jeremías en el capitulo vigésimo tercero: “Reinará el Rey y será sabio”; por lo cual de él se deriva el Real Sacerdocio, y lo que es más, que todos los fieles de Cristo, en cuanto son miembros suyos, se llaman Reyes y Sacerdotes. El ministerio de este Reino, para que las cosas terrenas fuesen distintas de las espirituales, se cometió no a los Reyes de la tierra sino a los Sacerdotes, y principalmente al Sumo Sacerdote, sucesor de S. Pedro, Vicario de Cristo, que es el Pontífice Romano, al cual todos los Reyes Cristianos deben estar sujetos como al mismo Señor Jesucristo; porque así deben serlo los que tienen a su cargo el cuidado de los fines medios al que lo tiene del fin ultimo, y guiarse por su gobierno. Y porque el Sacerdote de los Gentiles y todo el culto de los Dioses era para adquirir los bienes temporales, que todos se ordenan al bien común del pueblo, de lo cual toca el cuidado al Rey, por eso convenientemente sus Sacerdotes eran sujetos a los Reyes; y también porque en la ley vieja eran prometidos los bienes terrenos al pueblo religioso, no por el demonio sino por el Dios verdadero, por esto también se lee que en ella los Sacerdotes eran sujetos a los Reyes. Pero en la ley nueva es más alto el Sacerdocio por el cual los hombres llegan a alcanzar los bienes celestiales; de donde es que en la ley de Cristo los Reyes deben estar sujetos a los Sacerdotes. Y así maravillosamente quiso Dios hacer que en la ciudad de Roma, la cual había ordenado que fuese principal asiento del pueblo cristiano, poco a poco se introdujese que los que gobernaban la ciudad, fuesen sujetos a los Sacerdotes, como lo refiere Valerio Máximo, diciendo: “Nuestra ciudad trató siempre de posponer todas las cosas a la Religión, aún en las que quiso que se mirase al decoro de la suprema Ma- j estad; por lo cual los que mandaban no dudaron de servir a las cosas sagradas, entendiendo que así alcanzarían el gobierno de las humanas, si bien y constantemente se juntasen a las divinas”. Y también, porque en la Galia había de crecer mucho la religión del cristiano Sacerdocio, permitió Dios que entre los galos los Sacerdotes, que llamaban Druidas, fueran los que administraban justicia en toda la provincia, como refiere Julio Cesar en el libro que escribió de las guerras de Francia.
CAPÍTULO XV: Que así como para alcanzar el último fin importa que el Rey disponga los súbditos al bien vivir, así también conviene que lo haga para los fines medios; y se señalan las cosas que aprovechan para bien vivir, y 1as que lo piden, y que remedio debe poner el Rey contra los tales impedimentos
Así como el vivir bien en este mundo se endereza como a su fin a la vida bienaventurada, que esperamos en el Cielo, así al bien común del pueblo se ordenan como a su fin cualesquiera bienes particulares que los hombres procuran, ahora sean riquezas, ahora ganancias, salud, facundia o erudición. Pues si, como queda dicho, el que tiene cuidado del ultimo fin debe ser superior a los que gobiernan las cosas que a él se encaminan, y guiarlas con imperio, manifiestamente se sigue de las cosas dichas que, como el Rey no debe ser sujeto al dominio y gobierno que se administra por el oficio del Sacerdocio, debe también presidir a todos los humanos oficios, y ordenarlos con el imperio de su gobierno.
Cualquiera, pues, a quien le toca hacer cosa que se ordena a otra como a fin, debe procurar hacerla tal, que sea a propósito para este fin; así como el que hace una espada la procura hacer tal que sea de provecho para la pelea; y el arquitecto debe disponer la fábrica de una casa de modo que sea a propósito para vivirse; y porque la buena vida, que en este siglo hacemos, tiene por su fin la bienaventuranza celestial, le toca al oficio del Rey procurar la buena vida de sus súbditos por los medios que mas convengan, para que alcancen la celestial bienaventuranza; como es, mandándoles las cosas que a ella encaminan y estorbándoles, en cuanto fuere posible, lo que es contrario a esto. Cual sea pues el camino para la bienaventuranza y cuáles son los impedimentos de él, por la ley divina se conoce, cuya doctrina pertenece al oficio del Sacerdote, conforme a aquello de Malaquías en el capítulo segundo: “Los labios de los Sacerdotes guardan la ciencia, y de su boca procura tomar la ley”. Y por tanto dice Dios en el décimo séptimo del Deuteronomio: “Después que el Rey se asentare en el trono de su Reino, hará que le escriban el Deuteronomio, recibiendo en un volumen el ejemplo de esta ley de mano de Sacerdotes de la Tribu de Leví y lo tendrá consigo, y lo leerá todos los días de su vida, para que aprenda a temer al Señor Dios suyo, y a guardar sus palabras y ceremonias, que en la ley están mandadas guardar”.
Y siendo enseñado por la ley divina, su principal cuidado ha de ser cómo hará que viva bien el pueblo que le está sujeto; el cual cuidado se divide en tres cosas. Lo primero, cómo ha de fundar en el pueblo este modo de bien vivir. Lo segundo, cómo lo ha de conservar después de comenzado. Y lo tercero, cómo podrá hacer que cada día vaya en aumento. Para vivir bien un hombre, se requieren dos cosas: la principal de ellas es obrar conforme a virtud, porque la virtud es por la que se vive bien; y otra secundaria, que es como instrumental, conviene a saber tener suficientemente los bienes temporales, cuyo uso es necesario para las obras de virtud. La unión en un hombre la misma naturaleza la causa; pero la unión de muchos, que se llama paz, se ha de procurar con industria; así pues, para instituir que el pueblo viva bien, se requieren tres cosas. Lo primero, que los de él se junten y constituyan en conformidad de paz. Lo segundo, que unidos con este vínculo sean encaminados al bien obrar; porque así como el hombre ninguna cosa puede hacer bien, si no es presupuesta la unión y conformidad de sus partes, así una muchedumbre de hombres, si carece de esta unión de la paz, contradiciéndose a sí misma se impide en el bien obrar. Y lo tercero, se requiere que por industria del gobierno haya suficiente copia de las cosas que son necesarias para el bien vivir.
Así pues instituido en el pueblo el modo de vivir bien por el cuidado del Rey, consecuente cosa es que trate de conservarlo. Tres cosas hay que no dejan permanecer el bien público, una de las cuales proviene de la naturaleza; porque el bien de un pueblo no se debe instituir para tiempo limitado, sino para que sea en cierto modo perpetuo; pero los hombres, como son mortales, no pueden durar para siempre, ni mientras viven están en un mismo vigor, porque la vida humana esta sujeta a muchas variedades; y así no son los hombres bastantes para unos mismos oficios igualmente toda la vida. Otro impedimento para conservar el bien publico, nacido de lo interior, consiste en la malicia de las voluntades, cuando algunos son perezosos para hacer lo que conviene a la Republica, o cuando otros son dañosos a la paz del pueblo, y haciendo cosas injustas perturban la quietud ajena. El tercer inconveniente, pues, para conservar la Republica, le viene de fuera, cuando por acometimiento de enemigos se disuelve la paz, y algunas veces el Reino o la ciudad es totalmente destruido.
Contra estos tres impedimentos debe el Rey tener cuidado de tres cosas. Lo primero, de la sucesión de los hombres y de la sustentación de los que presiden en diferentes oficios; para que, así como en las cosas corruptibles, porque no pueden durar siempre, por el divino gobierno fue ordenado que por la generación unas sucedan a otras, para que así se conserve la entereza del universo, así por el cuidado del Rey se conserve el bien del pueblo que le está sujeto, procurando diligentemente de que manera unos han de suceder en lugar de otros que se acaban. Lo segundo, que con sus leyes y preceptos, penas y premios aparte de la maldad a sus súbditos y los mueva a las obras virtuosas, tomando ejemplo de Dios que dio ley a los hombres, y da permiso a los que la guardan, y castigo a los transgresores. Lo tercero, debe el Rey tener cuidado de que sus súbditos estén seguros de sus enemigos, porque de nada aprovecha evitar los peligros interiores, si no se puede defender de los exteriores.
También resta lo tercero, que toca al oficio del Rey, y que conviene a la buena institución del pueblo, y es el tener solicitud y cuidado de mejorar siempre las cosas, lo cual se consigue si en lo que se ha hecho hay algo desordenado y se corrige; si faltando algo, se suple, y si algo pudiendo hacerse mejor, lo procura perfeccionar; por lo cual el Apóstol amonesta a los fieles, que deseen y procuren aumentarse en los dones del Espíritu Santo.
Estas cosas son las que pertenecen al oficio del Rey. De cada una de las cuales conviene tratar más particularmente.
LIBRO SEGUNDO
CAPÍTULO I: Como los Reyes Han de fundar ciudades, para alcanzar Fama, y que se debe elegir para ello sitio templado, y las comodidades que de esto se siguen,
Lo primero, pues, habemos de tratar principalmente del oficio del Rey en la fundación de una ciudad o Reino; porque, como dice Vegecio: “Potentísimas naciones y Príncipes señalados, ninguna gloria mayor pudieron alcanzar que fundar nuevas ciudades o ampliando las ya fundadas, hacerlas de su propio nombre”, lo cual también concuerda con los documentos de la Sagrada Escritura, pues dice el Sabio en el cap. 40 del Eclesiástico que “el edificar una ciudad confirma el nombre”; porque el de Ró- mulo estuviera olvidado, si no hubiera fundado a Roma. En la fundación, pues, de una ciudad o Reino, si hay ocasión para ello, lo primero que el Rey debe hacer es elegir región que sea templada, porque de estos se siguen muchos provechos a los habitadores. Lo primero, porque por la templanza de la tierra alcanzan los hombres la salud del cuerpo y largueza de vida; porque como la salud consiste en cierta templanza de humores, se conserva más en las regiones templadas, porque las cosas se conservan con sus semejantes; y habiendo exceso de calor o de frío, es necesario que según la calidad del aire se mude la calidad de los cuerpos, de donde nace que algunos animales por natural industria en el tiempo de frío se mudan a lugares calientes y después en el caliente vuelven a buscar los lugares fríos, para gozar de la templanza del tiempo, con la contraria disposición de las tierras. Y finalmente, como los animales viven por lo cálido y húmedo, si el calor fuese intenso brevemente se deseca el humor y se acaba la vida, como la lámpara se muere presto, si el aceite que se le echa lo gasta la grandeza de la lumbre y así se dice que en algunas regiones calidísimas de Etiopía no pasa la vida de los hombres de treinta años; y también en las regiones demasiado frías el húmero radical se congela fácilmente, y el natural calor se extingue; y demás de esto importa mucho la templanza de la tierra para las ocasiones de la guerra, con que se asegura la paz de los hombres. Porque, como refiere Vegecio, todas las naciones cercanas al Sol, desecadas con el mucho calor, se dice que tienen más de ingenio que de sangre; y por tanto no tienen constancia y confianza para pelear de cerca, porque los que tienen poca sangre temen más las heridas; y por el contrario los pueblos septentrionales apartados de los ardores del Sol son de menos consejo, pero siendo muy abundantes de sangre son potentísimos para la guerra; mas los que habitan en las tierras más templadas, tienen bastante copia de sangre que les hace menospreciar las heridas y la muerte, y no les falta prudencia para no ser desordenados en los ejércitos; y no aprovechan poco los buenos consejos en las batallas.
Y finalmente, el ser la región templada, importa mucho para la vida política, porque como Aristóteles dice: “Las gentes que habitan en lugares fríos son de grande ánimo, pero tienen menos entendimiento y arte, por lo cual perseveran más viviendo sin sujeción, ni viven políticamente, ni pueden tener imperio sobre sus vecinos por la prudencia; y los que viven en las tierras calientes son de más entendimiento y artificios, pero de poco ánimo; por lo cual son sujetos a otros y perseveran en la sujeción; pero los que habitan en las tierras que tienen en esto medianía, participan de lo uno y de lo otro, por lo cual perseveran siendo libres, y pueden vivir políticamente y saber gobernar a otros. Así que se ha de elegir región templada para la fundación de una ciudad o Reino.
CAPÍTULO II: Como deben elegir los Reyes y Príncipes las regiones para fundar ciudades o castillos, y que debe ser de aire saludable, y muestra en que se conoce el serlo
Después de haber elegido la Provincia, conviene elegir lugar a propósito para fundar la ciudad; en lo cual lo primero que se ha de mirar es a que el aire sea saludable, porque primero es la vida natural que la junta de ciudadanos, la cual se conserva sin daño por la sanidad del aire. El lugar saludable, según Vegecio, será levantado, sin nieblas, ni muchas lluvias, y que tenga el cielo ni muy caluroso ni muy frío, y que no tenga junto a si lagunas ni pantanos. La eminencia del lugar suele ser causa de que el aire sea sano; porque el lugar alto esta descubierto a los vientos, con que el aire queda más puro; y también los vapores que se resuelven con la fuerza de los rayos del Sol, la misma tierra v las aguas los multiplican más en los valles y lugares bajos que en los altos, y así en los lugares altos es el aire más sutil. Esta sutileza del aire, que importa mucho para la libre y descansada respiración, se impide con las nieblas y lluvias, de que suelen ser muy abundantes los lugares húmedos. Por lo cual se halla que los tales son contrarios a la salud. Y porque los lugares pantanosos y en que hay lagunas son demasiados húmedos, conviene que el que se escogiere para fundar la ciudad sea apartado de pantanos y lagunas; porque cuando al salir del Sol los vientos de la mañana llegan al tal lugar, juntándoseles las nieblas que salen de las lagunas, y mezclándoseles el aliento venenoso de las animales de ellas, hacen el lugar sujeto a pestilencia; con todo eso, si las murallas estuvieren en lagunas o pantanos o cerca de ellos, que estén junto a la mar y hacia el septentrión, y estas lagunas o pantanos fueren mas altos que las orillas del mar, entonces parece que serán bien edificadas; porque haciéndose fosos tiene el agua salida para la mar, y cuando ella crece hincha las lagunas y pantanos de agua y estorba que se críen animales ponzoñosos; y si vienen de otra parte mueren, por no ser criados en el agua salada. Y también conviene trazar el lugar donde se ha de edificar la ciudad de manera que participe moderadamente del calor y del frío, y que mire a la parte del cielo que mas convenga para esto, porque si mirase al Mediodía, mayormente si esta junto a la mar, no será saludable; porque en los tales lugares son las mañanas muy frías, porque no les da el Sol, y al Mediodía serán ardientes, porque entonces les esta muy vecino. Los que miran al Occidente cuando sale el Sol se comienzan a enfriar, son calientes al Mediodía, y a la tarde hierven; pero los que miran al Oriente, por la mañana por la derecha oposición del Sol son calientes templadamente, y al Mediodía no crece mucho el calor, porque no da el sol derechamente; más a la tarde, porque del todo se les aparta, son fríos. El mismo temple o muy semejante tendrán los que miraren al Aquilón, y al revés de lo que se ha dicho es en lo que mira al Mediodía; y podemos conocer por experiencia que cualquiera que se muda donde hace más calor, se halla con menos salud; porque los cuerpos que se mudan de lugares fríos a los calientes, no pueden conservarse, sino acabarse; porque el calor, resolviendo lo húmedo, deshace la virtud natural, y así también en los lugares mas saludables se hallan los cuerpos mas enfermos en el estío.
Y porque para la salud del cuerpo importa el use de mantenimientos sanos, se debe advertir en esto para lo que es la sanidad del lugar que se eligiere para fundar la ciudad, porque se conocerá en la calidad de los mantenimientos que produce la tierra; lo cual solían procurar saber los antiguos por los animales que allí se criaban. Porque, como sea común a los hombres y a los otros animales usar para su sustento de las cosas que la tierra lleva, es cosa consecuente, si lo interior de los animales que se matan se halla sano, que también los hombres que se criaren en aquella parte vivan con mas salud; pero si en los animales se echare de ver que están malsanos, con razón se puede juzgar que la habitación de aquel lugar no será sana para los hombres.
Y de la misma suerte que el aire se debe buscar el agua saludable, porque la salud de los hombres depende por la mayor parte de lo que usan más ordinariamente en las comidas y en las demás cosas, y del aire es claro que cada hora con la respiración le metemos dentro de nosotros hasta las mismas entrañas; por lo cual el ser el aire sano es lo que principalmente importa a la sanidad de los cuerpo, y lo mismo el agua; porque entre las cosas de que nos sustentamos usamos de ella muchísimas veces, así en la bebida como en los manjares; y así después de la pureza del aire no hay cosa que mas importe a 1a salud de un lugar que ser saludables las aguas. Hay también otra señal para conocer la sanidad de un lugar, que es ver si los hombres que habitan en e1 son de buen color, de robustos cuerpos, y de miembros bien formados; si hay muchos muchachos y agudos, y si también hay muchos hombres viejos; y por el contrario si los hombres son de ruines caras, los cuerpos disminuidos o enfermos, si hubiese pocos muchachos y tibios, y menos viejos, no se puede dudar de que el lugar es pestilente4.
CAPÍTULO III: Que es necesario que la ciudad que un Rey hubiere de fundar tenga abundancia de mantenimientos, porque sin ellos no puede ser perfecta; y dice que hay dos medios para alcanzarla, y aprueba más el primero
Conviene, pues, que el lugar donde se hubiere de fundar una ciudad, no solo sea tal que conserve sus habitadores en salud, lino que con su fertilidad sea suficiente para sustentarlos; porque no es posible que habite una muchedumbre de hombres, donde no hay abundancia de mantenimientos. Y así como dice el filósofo, mostrando Xenocrates, arquitecto peritísimo, a Alejandro Macedonio, como en cierto monte se podía fundar una ciudad de admirable forma, pregunto Alejandro si había allí campos que pudiesen proveer a la ciudad de mantenimientos; y que hallándose que no, dijo que se debería vituperar el que en tal lugar la fundase. Porque como el niño recién nacido no puede criarse ni crecer sin la leche del ama, así una ciudad sin abundancia de mantenimientos no puede tener muchedumbre de gente. Dos son, pues, los modos con que se le puede a una ciudad granjear la abundancia de todas cosas: uno es el ya dicho de la fertilidad de la tierra, que produce todo lo que es necesario para la vida de los hombres, y otro el use de la mercancía, con el cual se traen de todas partes las cosas que son menester; mas el primer modo se conoce manifiestamente ser más conveniente; porque tanto es una cosa mejor cuanto por sí es más suficiente; porque lo que tiene necesidad de otra cosa bien se muestra que es faltoso. Más cumplidamente, pues, tiene lo que ha menester una ciudad que la tierra circunvecina le da todo lo necesario para vivir, que la que tiene necesidad de recibirlo de otras partes por la mercancía. Y así será mejor la ciudad si de su propio territorio tiene abundancia de todo, que si fuese por medio de mercaderes. Y esto es cosa más segura; porque con los sucesos de la guerra, o con los diversos peligros de los caminos, fácilmente puede ser impedido que se le traigan mantenimientos, y entonces por defecto de ellos se hallaría la ciudad oprimida: y también es de más utilidad para los ciudadanos, porque la ciudad que para su sustento ha menester tener muchedumbre de mercaderes, necesario es que continuamente haya de tratar con gente extranjera, cuya conversación corrompe mucho las costumbres de los ciudadanos, según la doctrina de Aristóteles en su Política, porque es forzoso que los hombres de otras naciones, criados en diferentes leyes y costumbres, procedan en muchas cosas diferentemente de lo que son las costumbres de aquella ciudad: y así como los de ella con su ejemplo se mueven a hacer lo que ellos, se van perturbando las propias costumbres.
Demás de esto, si los ciudadanos tratan mucho con los mercaderes, se abre la puerta a muchos vicios, porque como el cuidado de los hombres de negocios se endereza todo a la ganancia, con el uso de ellos arraiga la codicia en los corazones de los ciudadanos, de lo cual nace que en la ciudad todas las cosas se hagan vendibles, y apartada la buena fe, se da lugar a muchos fraudes, y olvidado el Bien común cada uno trata de su provecho en particular, y mengua el cuidado de la virtud, viendo que el honor, que es premio suyo, se da a todos, y así necesariamente en la tal ciudad se pervertirán las costumbres de los ciudadanos. Es también el uso de la negociación muy contrario a los ejercicios militares, porque los hombres de negocios estándose a la sombra no tratan de trabajar, y gozando de los regalos y deleites se hacen de poco animo; y los cuerpos débiles y sin provecho para los trabajos de la guerra; por lo cual por Derecho civil la mercancía es prohibida a los soldados. Y finalmente una ciudad suele ser más pacífica, cuanto el pueblo se junta menos veces, y cuanto menos asiste dentro de las murallas, porque del frecuente concurso de los hombres nacen ocasiones de disenciones, y se da materia a sediciones: y así, según la doctrina de Aristóteles, más útil es que la gente se ocupe y ejercite fuera de su ciudad, que asistir mucho dentro de ella. Y si en la ciudad se trata mucho de la mercancía, es forzoso que los ciudadanos asistan dentro de ella, y que en ella ejerciten sus tratos. Así que mejor es que la ciudad tenga de la cosecha de sus propios campos abundancia de mantenimientos, que no que totalmente se de a la mercancía. Ni tampoco los mercaderes han de ser del todo excluidos de la ciudad, porque no se puede hallar fácilmente lugar que sea tan abundante de todo lo necesario para vivir que no haya menester que se le traigan algunas cosas de fuera, y seria dañoso a muchos el tener exceso de las que allí hubiese en abundancia, si por la diligencia de los mercaderes no se pudiesen llevar a otras partes; por lo cual conviene que la perfecta ciudad use de los mercaderes moderadamente.
CAPÍTULO IV: Que la región que el Rey elige para fundar ciudades o castillos ha de tener lugares amenos y deleitosos, y que los ciudadanos se han de obligara que usen de ellos con moderación, porque muchas veces son causa de disolución, por donde los Reinos se pierden.
También se ha de elegir tal lugar para edificar una ciudad, que con su amenidad deleite los ciudadanos, porque dificultosamente se apartan los hombres de los lugares amenos, y no concurre fácilmente abundancia de habitadores a los que no lo son: porque sin esta amenidad no puede durar mucho la vida de los hombres. Hacen los lugares amenos la llanura de los campos, la muchedumbre de árboles, la vecindad de los montes, el tener agradables bosques y ser abundantes de agua. Mas porque la mucha amenidad del lugar mueve los hombres a demasiadas delicias, cosa que es muy dañosa a una ciudad, por tanto conviene usar de esto moderadamente. Lo primero, porque a los hombres que solo tratan de deleites se les entorpece el ingenio, porque la suavidad de ello sujeta el alma a los sentidos, de manera que no pueden tener libre juicio en las cosas deleitables, y así, según la sentencia de Aristóteles, el deleite corrompe la prudencia del juicio. Lo segundo, los deleites superfluos hacen apartar de lo honesto de la virtud, porque ninguna cosa más que el deleite es causa de demasías, con que se pasa el medio en las cosas: que es en lo que consiste la virtud, porque la naturaleza es codiciosa del deleite, y así a veces recibiéndole en alguna cosa, aunque sea moderado, se precipita al deseo de otras torpes delectaciones, o también porque el deleite no harta el apetito, sino que gustándole pone más sed de sí; por lo cual a las cosas de virtud importa que los hombres se aparten de los deleites superfluos, porque así quitada la demasía, se viene mas fácilmente a la medianía de la virtud; y también es cosa consecuente, que se entregan a demasiados deleites los que se hagan flojos y pusilánimes para intentar cualquier cosa ardua y para sufrir trabajos y no temer los peligros. Por lo cual también dañan mucho las delicias para las cosas de la guerra, porque como dice Vegecio en el libro de las cosas militares: “Menos teme la muerte el que ha tenido menos deleites en la vida”. Y finalmente, haciéndose con ellos los hombres delicados, dan en perezosos, y dejan de tener cuidado con las cosas necesarias y con los negocios que deben, y solo tratan de sus deleites, en que gastan largamente lo que otros antes habían granjeado: de donde es que vienen a empobrecerse, y no pudiendo carecer de los acostumbrados deleites, dan en hurtos y en robos, con que poder hartar sus apetitos. Y así es dañoso a las ciudades abundar de superfluos deleites por la disposición de su sitio o por otra cualquiera causa; pero es conveniente que los haya en la comunidad de los hombres, como por salsa con que los ánimos se recreen; porque, como dice Séneca escribiendo a Sereno, de la tranquilidad del animo: “Se ha de dar algún descanso a los ánimos”. Porque, después de haberle tomado, se levantan mejores y para más, aprovechándoles el usar de las cosas delec- tables moderadamente, como la sal al cocer los manjares, que si es demasiada los estraga. Y más, que si se buscan como fin las cosas que a lo que es nuestro fin nos encaminan, se deshace y muda el orden de naturaleza, como si el herrero buscase el martillo, sin quererlo para hacer otra cosa con él, o el carpintero la sierra, o el médico la medicina, siendo cosas que cada una sirve para su debido fin. Lo que el Rey debe procurar para su ciudad es que se viva conforme a virtud, y debe usar de las demás cosas como de lo que a esto se ordena, y cuanto sea necesario para conseguirlo; y este desorden sucede en los que tratan de sus deleites superfluamente, porque no los encaminan al fin dicho, sino que antes procuran como su fin solo, de la manera que lo querían usar aquellos impíos, que con malos pensamientos, como testifica la Escritura, decían: “Venid, gocemos de los bienes presentes (lo cual pertenece al fin) y aprovechémonos de la criatura prestamente, como en la juventud”, y lo que mas allí se sigue; donde se muestra que el uso inmoderado de los deleites es cosa de la edad juvenil, y es justamente reprendido de la Escritura. De aquí es que Aristóteles compara en sus Éticas las cosas que deleitan al cuerpo al uso de los manjares, que tomados en grado excesivo, o muy pocos, corrompen la salud, y si se toman con buena medida la conservan y aumentan; y así acontece en las cosas de virtud, por los sitios amenos y por las otras delicias de los hombres[3].
NOTAS
EI grado de autenticidad de nuestro opúsculo fue ya bien determinado por Fr. Bernardo Maria de Rubeis, quien editó las Obras Completas de Sto. Tomas, con disertaciones criticas, que aún boy son muy estimadas. En la edición de Parma, que tenemos a la vista, la Disse- ratio IV, se refiere al opúsculo De Regimine Principum. (Opera Omnia, T. XVI, pp. 500 − 506). Uno de 1os más autorizados críticos modernos, M. Grabman, confirma la opinión de De Rubeis, citando varios códices de los más antiguos. en los que sólo aparece el texto genuino de Santo Tomas. (Die Werke d. h. Thomas Munster, 1931, pp. 294 − 299).
Bernardo, Obispo de Osma, viviendo todavía Alfonso XI, hizo traducir del latín al castellano, para la instrucción del Príncipe Don Pedro, la famosa obra de Egidio Colona, romano, De Regimine Principum, que salió impresa con el titulo siguiente: Regimiento de los Príncipes, para enseñamiento del Infante Don Pedro, etc., en Sevilla por Meinardo Ungut, año 1494, en un tomo en fol. Véase La Bliblioth. Vet. de Don Nicolás Antonio, lib. IX, cap. 6, pág. 3. El volumen de aquella obra es cuatro veces mayor que el de la presente.
El original se extendería hasta el capítulo IV del presente libro por lo que decidimos omitir el resto del escrito que sería apócrifo. Este es el parecer del Padre James A. Weisheipl (OP), en su obra biográfica genético-histórica de Sto. Tomás, traducida al español y publicada bajo el título “Tomás de Aquino – Vida, obras y doctrina”, ed. EUNSA, año 1994 (cfr. pág. 442, donde se dice explícitamente: “la terminación de la obra en II, 4, «ut animi hominu recreentur», se deduce de los manuscritos existentes…Nosotros hemos defendido que el texto es auténtico hasta II, 4, y que no contradice otros pasajes de los escritos de Tomás”).
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