CAPÍTULO XXXVIII: La felicidad humana no consiste en el conocimiento de Dios que comúnmente tienen muchos

CAPÍTULO XXXVIII

La felicidad humana no consiste en el conocimiento de Dios que comúnmente tienen muchos

Hemos de averiguar, por último, qué clase de conocimiento de Dios constituya la suprema felicidad de la substancia intelectual. Pues se da un conocimiento de Dios vulgar y confuso, que tiene la mayoría de los hombres, ya sea porque Dios es cognoscible por sí mismo, como los principios de demostración, según dicen algunos -y expusimos en el libro primero, capítulo 10-, ya sea, y es lo más probable, porque el hombre puede llegar inmediatamente por la raen natural a conocer a Dios de alguna manera. Por ejemplo, viendo u hombres que las cosas naturales e desenvuelven sujetas a cierto oren, y no habiendo orden sin ordenador, caen en la cuenta con frecuencia de que ha de haber un ordenador de las cosas visibles. Aunque con esta común consideración no se llega inmediatamente a conocer quién, cómo y si es sólo uno ese tal ordenador; igual que, cuando vemos al hombre moviéndose y obrando, percibimos que en él hay alguna causa que no se encuentra en las otras cosas y que es causa de dichas operaciones, y la llamamos “alma”; sin embargo, aun no sabemos qué es el alma, si es un cuerpo, o como realiza las operaciones indicadas.

No basta pues, este conocimiento de Dios para la felicidad.

La operación del hombre feliz no ha de tener defecto alguno. Sin embargo, dicho conocimiento puede estar mezclado con muchos errores. En efecto, algunos pensaron que el único ordenador de las cosas visibles eran los cuerpos celestes y en consecuencia los llamaron dioses. Otros, más extremados, deificaron a los elementos y a las cosas engendradas por ellos, pensando que el movimiento y las operaciones naturales que poseen no lo han recibido de otro ordenador, sino que todo está, ordenado por ellos. ‑Y otros, creyendo que los actos humanos sólo están sujetos a lo ordenado por el hombre, llamaron dioses a los hombres que gobiernan a los demás. Luego tal conocimiento no basta para la felicidad.

La felicidad es el fin de los actos humanos. Es así que los actos hurra, nos no se ordenan al conocimiento mencionado como a su fin, puesto que todos los poseen inmediatamente al principio. Luego en dicho conocimiento de Dios no está la felicidad.

A nadie se vitupera por carecer de la felicidad; antes bien, son alabados quienes, careciendo de ella, procuran conseguirla. Ahora bien, quien carece de dicho conocimiento de Dios es evidentemente vituperable en sumo grado, porque la máxima estupidez del hombre está en no percibir unas señales tan manifiestas de la divinidad; como tomaríamos por un estúpido a quien, viendo un hombre, no comprendiera que tiene alma. Por esto se dice en el salmo: “Dijo el insensato en su corazón: Dios no existe”. Por lo tanto, dicho conocimiento de Dios no basta para la felicidad.

El conocimiento que tenemos de una cosa, si es común y no expresa lo que le es propio, es imperfectísimo, como sería el conocimiento del hombre fundado exclusivamente en el hecho de que se mueve; porque por este conocimiento sólo conocemos potencialmente las cosas, ya que lo propio de cada una está contenido en lo común. Ahora bien, la felicidad es una operación perfecta, y el bien sumo del hombre ha de ser algo actual y no sólo potencial, pues la potencia perfeccionada por el acto tiene razón de bien. En consecuencia, dicho conocimiento de Dios no basta para nuestra felicidad.

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