CAPÍTULO XXXIX
La felicidad humana no consiste en el conocimiento de Dios adquirido por demostración
Existe, además, otro conocimiento de Dios más perfecto que el indicado, que es el adquirido por demostración, mediante el cual se llega a un conocimiento más apropiado de Él, puesto que por la demostración no le aplicamos muchas cosas, cuya supresión nos favorece para entenderlo separado de los demás. Porque la demostración nos manifiesta que Dios es inmóvil, eterno, incorpóreo, absolutamente simple, único y otras cosas parecidas que expusimos en el libro primero. Pero al conocimiento propio de una cosa se llega no sólo por vía de afirmación, sino también por vía de negación; por ejemplo, así como es propio del hombre ser animal racional, así también lo es el no ser inanimado ni irracional. Sin embargo, entre ambos modos de conocimiento propio hay esta diferencia: que, al conocer una cosa por vía de afirmación, se sabe qué es y en qué se distingue de las otras; mas, al conocerla por vía de negación, se sabe en qué se diferencia de las otras, pero se desconoce qué es. Y tal es el conocimiento que tenemos de Dios por demostración. Luego tampoco es éste suficiente para la suprema felicidad del hombre.
Todo lo que pertenece a una especie llega, generalmente, al fin de dicha especie, porque lo natural se da siempre o casi siempre y sólo falla en algún caso a causa de alguna corrupción. Mas la felicidad es el fin de la especie humana, ya que todos los hombres la desean naturalmente. Luego ella es un bien común y posible de alcanzar por todos los hombres, a no ser que algunos queden “privados” de él por algún impedimento. Ahora bien, pocos llegan a la adquisición de dicho conocimiento de Dios por vía de demostración, por los impedimentos que supone dicho modo de conocer, que descubrimos al comenzar el libro primero (l. 1, c. 4). Luego tal conocimiento no es esencialmente la felicidad humana.
Estar en acto es el fin de lo que existe en potencia, como consta por lo dicho (cc. 20, 22). Luego, como la felicidad es el último fin, ha de ser un acto en que no se dé potencia para nada ulterior. Ahora bien, el conocimiento de Dios adquirido por vía de demostración está todavía en potencia para conocer algo más de Él, o, al menos, de un modo más perfecto, como lo demuestra el hecho de quienes intentaron posteriormente añadir algo al conocimiento de Dios tenido por sus antecesores. Luego tal conocimiento no es la suprema felicidad humana.
La felicidad excluye toda suerte de desgracias: nadie es, en efecto, feliz y desgraciado simultáneamente. Y una gran desgracia es equivocarse y errar, por lo que todos espontáneamente lo huyen. Pero el conocimiento mencionado de Dios puede sufrir muchos errores, como se ve en quienes, conociendo algo verdadero de Dios por vía de demostración, al seguir sus propias opiniones y faltarles la demostración, cayeron en diversos errores. Y si existieron algunos que por vía de demostración consiguieron la verdad de lo divino de tal manera que no había falsedad en sus apreciaciones, éstos fueron tan contados, que su caso no hace a la felicidad, que es el fin común de todos. Por lo tanto, la suprema felicidad del hombre no puede estar en este conocimiento.
La felicidad consiste en una operación perfecta. Mas para el conocimiento perfecto se requiere la certeza; por eso decirnos que sabernos cuando conocemos que tal cosa no puede ser de otra manera, como consta en el I de los “Posteriores”. Sin embargo, el conocimiento mencionado tiene mucho de incertidumbre, como lo demuestra la diversidad de opiniones que tienen sobre las cosas divinas quienes intentaron conocerlas por vía de demostración. Luego la suprema felicidad no está en tal conocimiento.
Cuando la voluntad consigue su último fin se aquieta su propio deseo. Y el último fin de todo conocimiento humano es la felicidad. Luego sólo en aquel conocimiento de Dios que, una vez tenido, satisfaga plenamente el deseo de saber, estará esencialmente la felicidad. Pero este conocimiento no es el que los filósofos tuvieron de Dios por vía de demostración, ya que después de tenerlo deseamos todavía saber otras cosas que por él no se alcanzan. Por consiguiente, la felicidad no está en tal conocimiento de Dios.
El fin de todo lo que está en potencia es llegar al acto, pues esto es lo que intenta por el movimiento con que se mueve hacia el fin. Y a tendencia general del ser en potencia es llegar al acto en la medida de lo posible. Pues unas cosas están en potencia totalmente reducible al acto, por lo que el fin de éstas es llegar totalmente al acto, como lo pesado que no está en su centro está en potencia para llegar a su propio lugar. Otras cosas, en cambio, no tienen potencia reducible de una sois vez al acto, como sucede con la materia prima; por eso, mediante su propio movimiento, tienden sucesivamente a adquirir cl acto de las diversas formas, que, dada tal diversidad, no pueden estar en ellas simultáneamente. Ahora bien, nuestro entendimiento está en potencia con respecto a todo lo inteligible, según dijimos en el libro segundo (c. 47). Pero en el entendimiento posible pueden existir simultáneamente dos inteligibles, tenidos con conocimiento habitual, aunque no sea posible tenerlos con conocimiento actual. Esto demuestra que toda la potencialidad de; entendimiento posible puede reducirse al acto de una vez, que es lo que se requiere para su último fin, que es la felicidad. Y esto no puede lograrlo el conocimiento que podemos tener de Dios por vía de demostración; pues, teniéndolo, toda ignoramos muchas cosas. Luego tal conocimiento de Dios no basta para la suprema felicidad.
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