CAPÍTULO XXXIX
La distinción de las cosas no es casual
Explicado ya lo que pertenece a la producción de las cosas, resta proseguir en lo que se ha de considerar sobre su distinción. Y lo primero que es preciso demostrar es que la distinción de las cosas no es casual. En efecto:
La casualidad no ocurre sino en lo que puede comportarse de distinto modo del que es, pues lo que ocurre necesariamente y siempre no decimos que sea casual. Ahora bien, se ha demostrado antes (c. 30) que hay algunas criaturas en cuya naturaleza no se da la posibilidad al no‑ser, como son las substancias inmateriales y sin contrario. Luego es imposible que sus substancias existan por casualidad. Pero se distinguen mutuamente por su misma substancia. Luego su distinción no es casual.
Al darse solamente la casualidad en lo que puede comportarse de otro modo, y siendo el principio de esta posibilidad la materia y no la forma -que más bien determina la posibilidad de la materia a un modo de ser-, aquellas cosas cuya distinción depende de la forma no se distinguen casualmente, sino sólo quizás aquellas cuya distinción proviene de la materia. Ahora bien, la distinción de las especies proviene de la forma; la de los singulares de la misma especie proviene de la materia. Luego la distinción específica de las cosas no puede ser casual, aunque quizás la casualidad pueda ser lo que diferencia a algunos individuos.
Siendo la materia principio y causa de las cosas casuales, según se ha demostrado, en la producción de las mismas pueden darse las casualidades que provienen de la materia.
Pero se demostró anteriormente (capítulo 16) que la primera producción de las cosas en el ser no proviene de la materia. Por donde la casualidad no puede tener cabida en ella. Ahora bien, es preciso que en la primera producción de las cosas hubiese distinción, puesto que entre ellas se hallan muchas que no son engendradas mutuamente ni de una común, porque no coinciden en la materia. Luego no es posible que la distinción de las cosas sea casual.
Lo que es causa por sí es anterior a lo que es causa accidentalmente. Luego si las cosas posteriores proceden de una causa determinada por sí, no conviene decir que las anteriores proceden de una causa accidental indeterminada. Pero la distinción de las cosas precede naturalmente a los movimientos y operaciones de las cosas, pues a cosas determinadas y distintas corresponden movimientos y operaciones determinados; siendo así que los movimientos y operaciones de las cosas proceden de causas por sí y determinadas, puesto que hallamos que o siempre o la mayoría de las veces proceden del mismo modo de sus causas. Luego también la distinción de las cosas procede de una causa por sí y determinada, no por casualidad, que es causa accidental indeterminada.
La forma de una cosa cualquiera que procede de un agente intelectual y voluntario, es perseguida por el agente. Por otra parte, la totalidad de las criaturas tiene a Dios por autor, el cual obra voluntaria e intelectualmente, según consta por lo dicho (c. 23); y no puede haber defecto en su potencia que le haga fallar en su empeño, puesto que es infinita su potencia, como ya se demostró antes (l. 1, c. 43). Luego es necesario que la forma del universo sea intentada y querida por Dios. En consecuencia, no procede del acaso, pues dijimos que la casualidad era lo que ocurre al margen de la intención del agente. Mas la forma del universo consiste en la distinción y orden de sus partes. Luego la distinción de las cosas no procede del acaso.
Lo bueno y óptimo en el efecto es el fin en su producción. Pero lo bueno y lo óptimo del universo consiste en el orden de las partes entre sí, el cual no puede darse sin distinción, pues por este orden se constituye el universo en su totalidad, que es lo óptimo de él. Luego el orden mismo de las partes del universo y la distinción de ellas es el fin de la producción del universo. En consecuencia, la distinción de las cosas no procede del acaso.
Esta misma verdad declara la Sagrada Escritura donde, después de decir: “Al principio creó Dios el cielo y la tierra”, añade: “Distinguió Dios la luz de las tinieblas”; y así en todo lo demás; para indicar que no solamente la creación de las cosas, sino también la distinción de las mismas procede de Dios, no de la casualidad, y para bien y perfección del universo. Por donde sigue: “Vio Dios todo lo que había hecho, y era sobremanera bueno”.
Con esto se excluye, además, la opinión de los antiguos naturalistas, que defendían que sólo y únicamente la causa material era de la que se hacían todas las cosas por enrarecimiento y densidad; y así, era natural que éstos dijesen que la distinción de las cosas que vemos en el universo no se verificó por una intención ordenadora, sino por el movimiento fortuito de la materia.
Asimismo se excluye también la opinión de Demócrito y Leucipo, que afirmaban haber infinitos principios materiales, o sea, cuerpos indivisibles de la misma naturaleza, pero diferentes en sus figuras, orden y posición, de cuyo encuentro -que debía ser fortuito al negar la causa agente- decían que provenía la diversidad de las cosas, en razón de las tres dichas diferencias de átomos, esto es, de figura, de orden y de posición; de donde se seguía que la distinción de las cosas era fortuita, lo cual se ve que es falso por lo dicho.
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