CAPÍTULO XXV
Argumentos de los que intentan demostrar que el Espíritu Santo no procede del Hijo, y solución de los mismos
Mas algunos, queriendo resistir pertinazmente a la verdad, alegan en contrario ciertas razones que apenas merecen respuesta. Porque dicen que el Señor, hablando de la procesión del Espíritu Santo, dijo que procedía del Padre, sin hacer mención alguna del Hijo, como aparece en San Juan: “Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de Verdad, que procede del Padre”. Por lo cual, como quiera que no podemos pensar de Dios sino lo que está contenido en la Escritura, no se puede decir que el Espíritu Santo proceda del Hijo.
Pero esto es totalmente vano. Porque, debido a la unidad de esencia, todo lo que en la Escritura se dice de una persona debe entenderse también de la otra, a no ser que se oponga a lo propiamente personal de la misma, aun cuando se añada una expresión exclusiva. Y así, aunque se diga: “Nadie conoce el Hijo sino el Padre”, no se excluye por ello, del conocimiento del Hijo, ni al mismo Hijo ni al Espíritu Santo. De donde, aunque se dijera en el Evangelio que el Espíritu Santo no procede sino del Padre, no por ello será falso que procediera del Hijo, puesto que esto no se opone a lo que conviene propiamente al Hijo, según vimos anteriormente (c. prec.). Ni es de admirar que el Señor diga que el Espíritu Santo procede del Padre, sin hacer mención de sí, puesto que todo lo suele referir al Padre, de quien recibe todo cuanto tiene, como cuando dice: “Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me envió, del Padre”. Y muchas cosas parecidas se encuentran entre las palabras del Señor, que encarecen en el Padre la autoridad de principio BSin embargo, en el texto citado tampoco rechaza totalmente que Él sea principio del Espíritu Santo, puesto que le llama Espíritu de Verdad, habiendo dicho antes de sí que era la Verdad.
Objetan también que en algunos concilios se haya prohibido, bajo amenaza de anatema, añadir algo al símbolo ordenado en los concilios; en el cual, por otra parte, no se hace mención alguna de que el Espíritu Santo proceda del Hijo, y por esto acusan como reos de anatema a los latinos, que añadieron esto en el símbolo.
Pero estas razones carecen de fuerza, pues en la determinación del sínodo de Calcedonia se lee que los Padres reunidos en Constantinopla corroboraron la doctrina del sínodo Niceno, “no como infiriendo que fuese menos, sino declarando con testimonios de las Escrituras lo que ellos entendían del Espíritu Santo contra los que habían intentado negar que fuera Señor”. Igualmente, hay que decir que la afirmación de que el Espíritu Santo procede del Hijo está contenida en el símbolo constantinopolitano, cuando se dice que “procede del Padre”, porque cuanto se dice del Padre es preciso entenderlo también del Hijo, según anotamos antes. A lo cual basta añadir la autoridad del Romano Pontífice, que -según hallamos- confirmó los antiguos concilios.
Alegan también que el Espíritu Santo, por su simplicidad, no puede provenir de dos, y que el Espíritu Santo, si procede perfectamente del Padre, no procede del Hijo; y otras cosas semejantes, que fácilmente puede resolver aun el poco ejercitado en teología. Porque el Padre y el Hijo son un solo principio del Espíritu Santo en razón de la unidad del poder divino, y con una sola producción producen al Espíritu Santo, del mismo modo que las tres personas son un solo principio de la criatura y la producen con una sola acción.
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