CAPÍTULO XXIII
Solución de las razones aducidas antes contra la divinidad del Espíritu Santo
En último término vamos a solucionar las razones que antes se alegaron (c. 16), por las que parecía concluirse que el Espíritu Santo no es Dios, sino criatura.
Y acerca de ello se ha de tener en cuenta, primeramente, que el nombre de “espíritu” parece tomado de la respiración animal, en la cual el aire es aspirado y espirado con cierto movimiento. Por eso el nombre de espíritu se aplica a todo impulso o movimiento de cualquier cuerpo aéreo, y así el viento se llama “espíritu”, según el dicho del salmo: “El fuego, el granizo, la nieve, la niebla y el viento tempestuoso, que ejecutan sus mandatos”. Y se llama también “espíritu” al vapor sutil difundido por los miembros de los animales para sus movimientos. Igualmente, por ser invisible el aire, se ha trasladado posteriormente el nombre “espíritu” a todas las fuerzas y substancias invisibles y motoras. Y, por esto, el alma sensible y la racional, los ángeles y Dios, se dicen “espíritus”; y propiamente Dios al proceder por modo de amor, porque da a entender cierta virtud motiva. Así, pues, cuando Amós dice: “El que crea el espíritu”, lo atribuye al viento Bcomo consta más expresamente en la VulgataB; lo cual está también en armonía con la frase que precede, “el que forma los montes”. Y cuando Zacarías dice de Dios que es “el que crea o forma el espíritu del hombre dentro de él”, atribúyelo al alma humana. De esto no puede deducirse, por tanto, que el Espíritu Santo sea una criatura.
Del mismo modo, tampoco puede concluirse que sea una criatura por aquello que dice el Señor del Espíritu Santo: “No hablará de sí mismo, sino que hablará lo que oyere”. Pues se ha demostrado (c. 17) que el Espíritu Santo es Dios que procede de Dios (c. 19). De aquí que tenga su esencia en otro, como se dijo también antes del Hijo de Dios (c. 11). Y así como en Dios, la ciencia y la virtud y la operación son su esencia, toda la ciencia y la virtud y la operación del Hijo y del Espíritu Santo es de otro; pero las del Hijo son solamente del Padre, mas las del Espíritu Santo son del Padre y del Hijo. Luego como una de las operaciones del Espíritu Santo es que hable en los varones santos, según se demostró (c. 21), por esto se dice que “no habla por sí mismo”, pues no obra independientemente. Y el “oír” del Espíritu Santo es recibir la ciencia, como también la esencia, del Padre y del Hijo, en atención a que nosotros recibimos la ciencia por medio del oído, pues es corriente que la Escritura nos enseñe las cosas divinas acomodándose a las humanas. Y no es razonable hacer cuestión de que dice “oyere” -como si hablara de lo futuro-, siendo así que el recibir del Espíritu Santo es eterno, ya que a lo “eterno” se pueden aplicar las palabras de cualquier tiempo, porque la eternidad abarca todo tiempo.
Igualmente, se ve también que por la misión, por la que se dice que el Espíritu Santo yes enviado por el Padre y el Hijo, no puede concluirse que Él sea una criatura (c. 16). Pues dijimos anteriormente (c. 8) que se dice que el Hijo de Dios fue enviado, porque se dejó ver de los hombres en carne visible, y así estuvo en el mundo de un modo nuevo, en el que antes no había estado, o sea, de un modo visible, no obstante haber estado siempre de un modo invisible como Dios. Y que el Hijo realizara esto le vino del Padre; y por esta razón se dice que fue enviado por el Padre. También el Espíritu Santo apareció visiblemente, o en “figura de paloma”, sobre Cristo en el bautismo, o como “lenguas de fuego” sobre los apóstoles. Y aunque no se hiciera paloma o fuego -como el Hijo se hizo hombre-, no obstante se dejó ver en tales apariencias como en imágenes de sí mismo; y así también Él estuvo en el mundo de un modo nuevo, o sea, de un modo visible. Lo cual demuestra que en Él hay procesión, pero no minoración.
Hay incluso otro modo por el que se dice que tanto el Hijo como el Espíritu Santo son enviados invisiblemente. En efecto, consta por lo dicho que el Hijo procede del Padre a modo de idea, por la que Dios se conoce a sí mismo (c. 11); y que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo a modo de amor, por el que Dios se ama a sí mismo (c. 19). Por eso -según dijimos (c. 21)-, cuando uno se convierte por el Espíritu Santo en amador de Dios, es inhabitado por el Espíritu Santo, y así está de un cierto modo nuevo en el hombre, es decir, según el nuevo efecto propio de la inhabitación. Y el realizar este efecto en el hombre le viene al Espíritu Santo del Padre y del Hijo; y ésta es la razón por la que decimos que es enviado invisiblemente por el Padre y el Hijo; de igual manera que decimos que el Hijo es enviado invisiblemente a la mente del hombre, cuando éste se establece de tal modo en el conocimiento divino que de tal conocimiento nace en él el amor divino. Luego vemos que este modo de misión tampoco importa minoración alguna en el Hijo o en el Espíritu Santo, sino sólo procesión de otro.
Tampoco la Escritura excluye al Espíritu Santo de la divinidad porque enumere algunas veces al Padre y al Hijo sin hacer mención del Espíritu Santo, como tampoco excluye al Hijo por hacer alguna vez mención del Padre sin hacerla del Hijo (confróntese c. 8). Pues por esto da a entender tácitamente la Escritura que todo lo que se dice de uno de los tres, y pertenece a la divinidad, se ha de entender de todos, puesto que son un solo Dios. Tampoco puede entenderse Dios Padre sin el Verbo y el Amor, ni viceversa, pues en uno de los tres quedan comprendidos todos los tres. Por este motivo se hace a veces mención de sólo el Hijo en lo que es común a los tres; por ejemplo, cuando dice San Mateo: “Y nadie conoce al Padre sino el Hijo”, siendo así que tanto el Padre como el Espíritu Santo conocen al Padre. Igualmente, se dice también del Espíritu Santo: “Las cosas de Dios nadie las conoce sino el Espíritu de Dios”, siendo también cierto que ni el Padre ni el Hijo están excluidos de este conocimiento de lo divino.
Es cosa manifiesta también que no se puede demostrar que el Espíritu Santo es una criatura por el hecho de que se le apliquen en la Sagrada Escritura algunas cosas pertinentes al movimiento. Puesto que se han de tomar en sentido metafórico. Pues, de este modo, también la Sagrada Escritura le atribuye movimiento a Dios, como en aquello del Génesis: “Oyeron a Yavé, Dios, que se paseaba por el jardín”; y: “Voy a bajar a ver si sus obras han llegado a ser como el clamor que ha venido hasta mí”. Por consiguiente, lo que se dice: “El Espíritu del Señor se movía sobre las aguas”, se ha de entender que está dicho a la manera como decimos que la voluntad se mueve hacia lo querido y el amor hacia lo amado. Aunque esto lo quieran atribuir algunos, no al Espíritu Santo, sino al aire, que tiene su lugar natural sobre el agua; y para significar sus múltiples transmutaciones fue dicho que “se movía sobre las aguas”. Y la expresión “derramaré mi Espíritu sobre toda carne” se ha de interpretar como dicha a la manera con que decimos que el Espíritu Santo es enviado a los hombres por el Padre y el Hijo, como ya expusimos (cf. supra). Y en la palabra “derramaré” se entiende la abundancia del efecto del Espíritu Santo, y que no se detendrá en uno, sino que llegará a muchos, desde quienes en cierto modo se comunica a otros, como vemos en aquellas cosas que se derraman corporalmente.
Tampoco se ha de referir la frase “tomaré del espíritu que hay en ti y lo pondré sobre ellos” a la misma esencia o persona del Espíritu Santo, que es indivisible, sino a sus efectos, por los que habita en nosotros, los cuales pueden sufrir aumento o disminución en el hombre; pero no de manera que lo que se substrae a uno se le confiera numéricamente idéntico a otro, como sucede en las cosas corporales; sino porque algo semejante puede aumentar en uno y disminuir en otro. Y no requiere tampoco que para acrecentarlo en uno se le quite a otro, porque una cosa espiritual puede ser poseída al mismo tiempo por muchos sin detrimento de nadie. Por eso no hay que entender que fuera, necesario substraer a Moisés algo de los dones sobrenaturales a fin de conferirlo a otros, sino que hay que referirlo al cargo o al oficio; porque lo que había ejecutado antes el Espíritu Santo sólo por Moisés lo cumplió después por muchos. Y así, tampoco Eliseo pidió que la esencia o la persona del Espíritu Santo se aumentara duplicándose, sino que estuviesen en él también los dos efectos del Espíritu Santo que hablan estado en Elías, a saber, la profecía y la realización de milagros. Aunque tampoco haya inconveniente en que uno participe más abundantemente que otro el efecto del Espíritu Santo en proporción doble o mayor, por ser finita la medida de ambos. Pero no fue pretensión de Eliseo el pedir para superar al maestro en las cosas espirituales.
Es cosa manifiesta también por el lenguaje de la Sagrada Escritura que las pasiones son aplicadas a Dios por cierta semejanza con la vida humana. Por ejemplo, se dice en el salmo: “Se encendió la ira del Señor contra su pueblo”. Porque se dice Dios airado por la semejanza del efecto, o sea, porque castiga, como hacen también los airados; y por esto se añade en el mismo lugar: “Y los entregó al poder de las gentes”. Así se dice también que el Espíritu Santo es “contristado”, por la semejanza, del efecto, puesto que abandona a los pecadores, como los contristados a quienes les entristecen.
También se expresa convenientemente la Sagrada Escritura al atribuir a Dios lo que Él hace en el hombre, según el dicho del Génesis: “Ahora he visto que en verdad temes a Dios”, es decir, “ahora he hecho ver”. Y de esta manera se dice que el Espíritu Santo “ruega”, porque hace que roguemos, pues causa el amor en nuestros corazones, por el cual deseamos gozar de Él, y, al desearlo, rogamos.
Siendo así que el Espíritu Santo procede a manera del amor con que Dios se ama a sí mismo, y Dios ama por el mismo amor a sí mismo y a las demás cosas por su bondad, está claro que pertenece al Espíritu Santo el amor por el que Dios se ama. E igualmente también el amor por el que nosotros amamos a Dios, ya que nos constituye en amadores de Dios, según consta por lo dicho (c. 21). Y en conformidad con estas dos cosas le compete al Espíritu Santo el “ser dado”. Por razón del amor con que Dios nos ama, según se habla al decir que uno “da su amor” a alguien cuando empieza a amarle; por más que Dios no empiece en el tiempo a amar a nadie, si se mira a la voluntad divina con que nos ama; mas el efecto de su amor hacia uno es producido en el tiempo cuando lo atrae hacia sí. Y por razón del amor con que nosotros amamos a Dios, porque el Espíritu Santo causa en nosotros este amor; por eso habita en nosotros según este amor, como vemos por lo dicho (c. 21); y así le poseemos, como gozando de su asistencia. Y como el estar en nosotros y el ser poseído por nosotros, por el amor que en nosotros causa, le viene al Espíritu Santo del Padre y del Hijo, se dice convenientemente que “nos es dado” por el Padre y el Hijo. Y no por esto se manifiesta como menor que el Padre y el Hijo, sino como que procede de ambos. Se dice también que Él se nos da al causar en nosotros juntamente con el Padre y el Hijo el amor, según el cual habita en nosotros.
Por otra parte, aunque el Espíritu Santo sea verdadero Dios y reciba del Padre y del Hijo la verdadera naturaleza divina, sin embargo no es necesario que sea Hijo (c. 16). Pues uno se dice hijo porque ha sido engendrado; por eso, si una cosa recibiera la naturaleza de otro, no por generación, sino de otro modo, carecería de la razón de filiación. Por ejemplo, si algún hombre, por virtud divina concedida para un caso concreto, hiciera de alguna parte de su cuerpo un hombre, o incluso de materia extraña, como hace las cosas artificiales, el hombre producido no sería llamado hijo de aquél, porque no procedería de él como nacido. Ahora bien, la procesión del Espíritu Santo no tiene significación de nacimiento, como antes se demostró (c. 19). Luego el Espíritu Santo, por más que reciba del Padre y del Hijo la naturaleza divina, con todo, no puede llamarse hijo.
Y es razonable que sólo en la Divinidad se comunique la naturaleza de varias maneras (c. 16). Porque sólo en Dios su obrar es su ser. Por eso, habiendo en Él, como en cualquier naturaleza intelectual, entender y querer, lo que en Él procede a modo de entendimiento, como el Verbo, o a modo de amor y voluntad, como el Amor, es necesario que tenga ser divino y sea Dios. Y así es verdadero Dios tanto el Hijo como el Espíritu Santo.
Quede, pues, esto como doctrina sobre la divinidad del Espíritu Santo. Sin embargo, cuanto entrañe dificultad acerca de su procedencia os menester entenderlo en conformidad con lo que dijimos sobre el nacimiento del Hijo (cf. cc. 13, 14).
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