CAPÍTULO XVII: Todo está ordenado a un solo fin, que es Dios

CAPÍTULO XVII

Todo está ordenado a un solo fin, que es Dios

Lo anterior demuestra que todo está ordenado a un solo bien, tomado como último fin.

Si nada tiende a una cosa tomada como fin, sino en cuanto que es buena, es preciso, pues, que el bien, en cuanto tal, sea fin. Según esto, lo que es sumo bien será también el sumo fin. Pero el sumo bien es único, y es Dios, según se probó en el libro primero (c. 42). Luego todo está ordenado, como a su fin, a un bien sumo, que es Dios.

“Lo supremo de un género es la causa de todo cuanto está comprendido en él”: el fuego, que es lo más cálido, es causa del calor de los otros cuerpos. Por lo tanto, Dios, que es el sumo bien, es causa de la bondad de todos los bienes. Luego también es la causa de todo lo que se considere como fin, y éste es tal por lo que tiene de bueno. Ahora bien, “lo que hace ser tal a una cosa es, por su parte, más que ella”. Dios es, pues, el fin supremo de todas las cosas.

En cualquier género de causas, la primera es más causa que la segunda, pues la causa segunda es tal por la causa primera. Luego aquello que en el orden de las causas finales es la causa primera es preciso que sea más causa final de cualquier cosa que su propia causa final próxima. Dios es la primera causa en el orden de causas finales, por ser lo supremo en el orden de los bienes. Por lo tanto, es más fin de cualquier cosa que su propio fin próximo.

En todos los fines ordenados es preciso que el último sea el fin de todos los precedentes; por ejemplo, si se prepara la purga para darla al enfermo, y a éste se la da para purgarlo, y se le purga para descargarlo, y se le descarga para que sane, es preciso que la salud sea el fin de todos los precedentes mencionados. Pero vemos que todas las cosas están ordenadas bajo un sumo bien según los diversos grados ele bondad, y que dicho bien es la causa de toda bondad; y, en consecuencia, como el bien tiene razón de fin, todas las cosas están ordenadas bajo Dios, último fin, como fines precedentes. Es preciso, pues, que Dios sea el fin de todas las cosas.

El bien particular se ordena al bien común como a su fin, porque el ser ele la parte es por el ser del todo; por eso, “el bien del pueblo es más excelente que el bien de un solo hombre”. Pero el sumo bien, que es Dios, es el bien común, puesto que de Él depende el bien de todos; y el bien que hace buena a una cosa es un bien particular de la misma y de quienes le están subordinados. Luego todas las cosas están ordenadas, como a su fin, a un solo bien, que es Dios.

El orden de fines está en correspondencia con el orden de agentes, porque así como el agente supremo mueve a los agentes segundos, así también es preciso que todos los fines de los agentes segundos se ordenen al fin del agente supremo, pues todo lo que hace el agente supremo lo realiza en atención a su propio fin. Ahora bien, el agente supremo promueve las acciones de todos los agentes inferiores, moviéndolos a realizarlas en orden a sus propios fines. De aquí se sigue que todos los fines de los agentes segundos estén ordenados por el primer agente a su propio fin.

Pero el agente primero de todas las cosas es Dios, según se probó en el libro segundo (c. 15). Y el fin de su propia voluntad no es otro que su bondad, que es El mismo, como lo probamos en el libro primero (c. 74). Según esto, todo lo creado inmediatamente por Él o por medio de las causas segundas está ordenado a Dios como a su fin. Y tales son todos los entes, porque, según se prueba en el libro segundo (l. c.), nada puede haber que no haya recibido de Él el ser. Luego todo está ordenado a Dios como a su fin.

El fin último de cualquier hacedor, en cuanto tal, es él mismo, puesto que nos servimos de lo que hacemos en provecho propio; y si alguna vez lo hacemos por otro, redunda en nuestro propio bien, útil, deleitable u honesto. Dios es la causa hacedora de todas las cosas, de unas inmediatamente y de otras mediante las otras causas, como consta por lo dicho (libro 2, c. 15). El mismo es, pues, el fin de todas las cosas.

Entre todas las causas obtiene la primacía el fin y a él deben las demás el ser causas en acto, porque el agente no obra si no es por el fin, como ya se demostró (c. 2). Pero la materia se reduce al acto de la forma por el agente; por eso la materia se hace actualmente materia de esto, e igualmente la forma se hace forma de esto por la acción del agente y, en consecuencia, por el fin. Además, el fin posterior es causa de que el fin precedente se intente como tal, porque nadie va hacia un fin próximo si no es por razón del último. Según esto, el fin último es la primera causa de todo. Y, como el ser primera causa de todo ha de convenir necesariamente al ente primero, que es Dios, como antes se demostró (l. 2, 1. c.), síguese que Dios es el fin último de todas las cosas.

Por esto se dice en los Proverbios: “Todo lo ha hecho Dios para sí mismo”. Y en el Apocalipsis: “Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último”.

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