CAPÍTULO XV: Dios es causa de todo cuanto existe

CAPÍTULO XV

Dios es causa de todo cuanto existe

Demostrado que Dios es principio de ser de algunas cosas, debemos demostrar a continuación que todo cuanto existe fuera de Él, existe por Él.

Todo lo que conviene a alguno y no en razón de su mismo ser, le conviene por razón de alguna causa, como “lo blanco” al hombre; porque lo que no tiene causa es primero e inmediato; de donde es necesario que exista por sí y en virtud de su mismo ser. Ahora bien, es imposible que una cosa convenga a dos, y a uno y a otro en razón de su ser propio; porque lo que se predica de otro, en razón de su ser propio, no le excede, así como el tener tres ángulos iguales a dos rectos no excede al triángulo. En consecuencia, si algo conviene a dos, no será a uno y a otro en razón de su propio ser. Es, pues, imposible que una cosa se predique de dos y de ninguna de ellas se predique como causa, sino que es necesario que o una sea causa de la otra, como el fuego es causa del calor en el cuerpo mixto, por más que se diga de uno y otro que están “calientes”; o es necesario que un tercero sea causa de uno y otro, como el fuego es causa de que luzcan dos velas. Pero el “ser” se predica de todo lo que es. Luego es imposible que haya dos cosas que no tengan causa de ser, sino que es preciso que una y otra tengan causa o que la una sea causa de ser de la otra. Es necesario, por tanto, que todo aquello que de alguna manera es, proceda de aquel que no tiene causa de ser. Pero anteriormente mostramos (l. 1, c. 13) que tal ser que no tiene causa de ser es Dios. Luego todo aquello que existe de alguna manera, procede de Él. -Y si se alega que el “ente” no es predicado unívoco, no atenúa en nada el vigor de la conclusión. Pues no se predica de muchos equívocamente, sino analógicamente; y así es como se debe verificar la reducción a la unidad.

Lo que conviene a alguno por naturaleza y no por otra causa, no puede hallarse en él minimizado y deficiente, porque, si se le quita o añade algo esencial a una naturaleza, pasa a ser otra, como acontece en los números, en los que la adición o substracción de la unidad hace variar la especie. Pero si, permaneciendo íntegra la naturaleza o quididad de la cosa, se encuentra en ella algo minimizado, es evidente que ello ya no depende esencialmente de dicha naturaleza, sino de otra cosa, cuya ausencia causa tal aminoramiento; pues lo que conviene a uno no tan propiamente como a otro, no le conviene simplemente por razón de su naturaleza, sino por otra causa. Por consiguiente, la causa de todas las cosas de una determinada categoría será aquella cosa a la que en sentido más pleno le compete la denominación de tal categoría. De donde vemos que lo más cálido es causa del calor de los demás cálidos, y que lo más lúcido es causa del brillo de los otros. Ahora bien, Dios es el ser supremo, como se demostró en el libro primero (c. 13). Luego es causa de todo lo que tiene razón de ser.

El orden de las causas se equipara al de los efectos, porque los efectos son proporcionados a sus causas. De donde es razonable que, así como lo que hay de propio en los efectos se reduce a las causas propias, así también lo que hay de común en los efectos propios se reduzca a alguna causa común; a la manera que el sol es la causa universal de la generación, superior a las causas particulares de esta o aquella generación; y como el rey es causa universal del gobierno del reino, por encima de los gobernadores del reino y sobre los de cada una de las ciudades. Ahora bien, a todas las cosas les es común el ser. Luego es necesario que sobre todas las causas haya alguna que le sea propio dar el ser. Pero la primera causa es Dios, como se ha evidenciado anteriormente (l. 1, c. 13). Luego es necesario que todo lo que existe sea por Dios.

Lo que se predica esencialmente es causa de toldo aquello que se predica por participación, como el fuego es causa de todo lo ígneo en cuanto tal. Pues bien, Dios es ente por esencia, porque es el ser mismo, y todo otro ente es ente por participación; porque el ente que es su ser no puede ser más que uno, como se demostró en el libro primero (c. 42). Luego Dios es causa del ser de todos los demás.

Todo lo que puede ser y no ser tiene alguna causa, porque, considerado en sí, es indiferente a lo uno y a lo otro; y asá, es necesario que haya alguna causa que lo determine a una de ambas posibilidades. De donde, no siendo admisible el proceso indefinido, es absolutamente exigida la existencia de algo necesario que sea causa de todo lo indeterminado a ser y no ser. Pero una cosa es necesaria cuando tiene en sí la causa de su necesidad, en lo cual tampoco se puede proceder indefinidamente; siendo, por tanto, preciso llegar a algo que en sí y por sí sea necesario. Tal no puede ser más que uno, como consta por el primer libro (c. 42), y éste es Dios. En conclusión; es necesario que t do sea reducido por Él a sí mismo como a la causa del ser.

Dios en tanto es hacedor de las cosas en cuanto está en acto, como se demostró anteriormente (c. 7). Además, El, con su actualidad y perfección, comprehende todas las perfecciones de las cosas, como en el libro primero quedó probado (c. 28); resultando que es virtualmente todas las cosas, y, por tanto, Él es hacedor de todas ellas. Mas no sería esto si hubiese alguna otra cosa que por naturaleza no dependiese de Él, pues nada hay que por naturaleza dependa de otro y que a la vez no dependa de él. Porque, si por naturaleza no depende de otro, es necesario que exista por sí mismo, y entonces no es posible que dependa de otro. Luego nada puede haber que no proceda de Dios.

Lo imperfecto tiene su origen en lo perfecto, como el semen, del animal. Pero Dios es el ente perfectísimo y el sumo bien, como se ha demostrado en el libro primero (cc. 28, 41). Luego está demostrado que Él es la causa del ser de todas las cosas, y más habiéndose probado también (l. 1, c. 42) que tal ser no puede ser más que uno.

Esto lo confirma la autoridad divina, cuando dice en el Salmo: “El cual hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto en ellos hay”; y en San Juan: “Todo fue hecho por Él y sin El no se hizo nada”; y en los Romanos: “De Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él la gloria por los siglos”.

Y con esto se descarta el error de los antiguos naturalistas, que afirmaban que ciertos cuerpos no tenían causa de la existencia; y el de algunos otros, que dicen que Dios no es causa de la substancia del cielo, sino solamente de su movimiento.

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