CAPÍTULO XLVII: Dios se conoce perfectamente a sí mismo

CAPÍTULO XLVII

Dios se conoce perfectamente a sí mismo

Síguese evidentemente de lo anterior que Dios se conoce perfectamente a sí mismo.

Por llegar el entendimiento al objeto entendido mediante la especie inteligible, la perfección de la operación intelectual depende de dos elementos: lo primero que se requiere es que la especie inteligible sea totalmente conforme con el objeto entendido. Lo segundo, que se una perfectamente al entendimiento, y esto se realiza tanto mejor cuanto más eficacia tiene el entendimiento. Ahora bien, la misma esencia divina, que es la especie inteligible por la que el entendimiento divino conoce, se identifica íntimamente con Dios y también con el entendimiento divino. Por consiguiente, Dios se conoce perfectísimamente a sí mismo.

Un ser material se hace inteligible por el hecho de separarse de la materia y de sus propiedades. Por lo tanto, el ser que por su misma naturaleza existe ya separado de toda materia y de toda propiedad material es inteligible en virtud de su misma naturaleza. Pero todo inteligible es conocido en cuanto se hace uno actualmente con el sujeto que conoce. Ahora bien, se ha probado que Dios es inteligente. Por consiguiente, como quiera que es absolutamente inmaterial y es la máxima unidad en sí mismo, se conoce con toda perfección.

Una cosa es conocida actualmente en tanto que el entendimiento en acto y el objeto entendido se hacen actualmente uno. Ahora bien, el entendimiento divino esta siempre en acto. Nada hay, en efecto, potencial e imperfecto en Dios. Además, la esencia divina es perfectamente inteligible de por sí, como antes dijimos. Por tanto, siendo el entendimiento divino y la esencia divina una misma cosa, es evidente que Dios se conoce perfectamente a sí mismo, pues Él es su propio entendimiento y su propia esencia.

Todo lo que está en un ser de un modo inteligible es conocido por él. La esencia divina está en Dios de un modo inteligible, pues el ser natural de Dios y el ser inteligible es uno e idéntico, porque su ser es su propio entender. Dios, por lo tanto, conoce su propia esencia. Y, por consiguiente, a sí mismo, ya que Él es su esencia.

Los actos del entendimiento, como los de las otras potencias del alma, se distinguen por los objetos. Será, pues, tanto más perfecta la operación del entendimiento cuanto más perfecto sea el objeto inteligible. Pero el objeto inteligible más perfecto es la esencia divina, por ser acto perfectísimo y la verdad primera. Además, la operación del entendimiento divino es la más noble de todas, porque es, como hemos dicho, el mismo ser divino. Dios, por consiguiente, se conoce a sí mismo.

Las perfecciones de todos los seres se hallan en Dios en un grado eminente. Ahora bien, entre todas las perfecciones de las criaturas, la mayor es conocer a Dios, pues la naturaleza intelectual, cuya perfección es el entender, tiene preeminencia sobre las otras; ahora bien, Dios es la naturaleza inteligible más noble. Dios, por lo tanto, se conoce perfectísimamente a sí mismo. Por otra parte, esta verdad está confirmada por la autoridad divina. Dice, en efecto, el Apóstol: “El espíritu divino escudriña hasta las profundidades de Dios”.

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