CAPÍTULO XLVI
Cristo nació del Espíritu Santo
Y aunque cualquier operación divina, destinada a producir algo en las criaturas, sea común a toda la Trinidad, como consta por lo dicho anteriormente (c. 21), sin embargo, la formación del cuerpo de Cristo, que fue realizada por el poder divino, se atribuye convenientemente al Espíritu Santo, aunque sea común a toda la Trinidad,
Y esto conviene, al parecer, a la encarnación del Verbo. Porque, así como nuestro verbo, concebido en la mente, es invisible, pero se hace sensible manifestándolo externamente con la voz, así también el Verbo de Dios existe invisiblemente en el corazón del Padre según la generación eterna, y por la encarnación es sensible para nosotros. Luego la encarnación del Verbo de Dios es como a expresión vocal de nuestro verbo. Ahora bien, la expresión vocal de nuestro verbo se realiza por nuestro espíritu, por el cual se forma la voz de nuestro verbo. Según esto, también se dice convenientemente que la formación de la carne del Hijo de Dios se hizo por su Espíritu.
Este argumento vale también para la generación humana, ya que la virtud activa contenida en el semen humano obra por el espíritu atrayendo hacia sí la materia que proviene de la madre; pues tal virtud se funda en el espíritu, por cuya continencia el semen debe ser espumoso y blanco. Luego el Verbo de Dios, al asumir la carne de la Virgen, dícese que la ha formado convenientemente por su Espíritu.
Esto sirve también para indicar la causa que impulsó a la encarnación del Verbo. Y ésta no pudo ser otra que el inmenso amor de Dios hacia el hombre, cuya naturaleza quiso unir a sí en unidad de persona. Pero, en la Deidad, el Espíritu Santo es el que procede como amor, según se dijo anteriormente (c. 19). Luego fue conveniente que la obra de la encarnación se atribuya al Espíritu Santo.
También en la Sagrada Escritura suele atribuirse cualquier gracia al Espíritu Santo, porque lo que se da gratuitamente parece ser concedido por el amor del donante. Mas al hombre no se le ha podido conceder mayor gracia que el unirse a Dios en persona. Luego esta obra se atribuye convenientemente al Espíritu Santo.
Y aunque cualquier operación divina, destinada a producir algo en las criaturas, sea común a toda la Trinidad, como consta por lo dicho anteriormente (c. 21), sin embargo, la formación del cuerpo de Cristo, que fue realizada por el poder divino, se atribuye convenientemente al Espíritu Santo, aunque sea común a toda la Trinidad,
Y esto conviene, al parecer, a la encarnación del Verbo. Porque, así como nuestro verbo, concebido en la mente, es invisible, pero se hace sensible manifestándolo externamente con la voz, así también el Verbo de Dios existe invisiblemente en el corazón del Padre según la generación eterna, y por la encarnación es sensible para nosotros. Luego la encarnación del Verbo de Dios es como a expresión vocal de nuestro verbo. Ahora bien, la expresión vocal de nuestro verbo se realiza por nuestro espíritu, por el cual se forma la voz de nuestro verbo. Según esto, también se dice convenientemente que la formación de la carne del Hijo de Dios se hizo por su Espíritu.
Este argumento vale también para la generación humana, ya que la virtud activa contenida en el semen humano obra por el espíritu atrayendo hacia sí la materia que proviene de la madre; pues tal virtud se funda en el espíritu, por cuya continencia el semen debe ser espumoso y blanco. Luego el Verbo de Dios, al asumir la carne de la Virgen, dícese que la ha formado convenientemente por su Espíritu.
Esto sirve también para indicar la causa que impulsó a la encarnación del Verbo. Y ésta no pudo ser otra que el inmenso amor de Dios hacia el hombre, cuya naturaleza quiso unir a sí en unidad de persona. Pero, en la Deidad, el Espíritu Santo es el que procede como amor, según se dijo anteriormente (c. 19). Luego fue conveniente que la obra de la encarnación se atribuya al Espíritu Santo.
También en la Sagrada Escritura suele atribuirse cualquier gracia al Espíritu Santo, porque lo que se da gratuitamente parece ser concedido por el amor del donante. Mas al hombre no se le ha podido conceder mayor gracia que el unirse a Dios en persona. Luego esta obra se atribuye convenientemente al Espíritu Santo.
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