CAPÍTULO XLV: Cuál sea la verdadera causa primera de la distinción de las cosas

CAPÍTULO XLV

Cuál sea la verdadera causa primera de la distinción de las cosas

Por lo dicho se puede demostrar cuál es en realidad de verdad la primera causa de la distinción de las cosas. En efecto:

Como todo agente tiende a plasmar su semejanza en el efecto, según lo permita el efecto, tanto éste obra más perfectamente cuanto algo es más perfecto; porque es evidente que cuanto algo está más caliente, tanto más calienta, y cuanto uno es mejor artífice, más perfectamente plasma en la materia la forma artística. Por lo que a Dios, que es el agente perfectísimo, corresponde plasmar perfectísimamente su semejanza en las cosas creadas cuanto conviene a la naturaleza creada. Ahora bien, las cosas creadas no pueden alcanzar una perfecta semejanza de Dios dentro de una sola especie de criaturas, porque, al exceder la causa al efecto, lo que está en la causa en modo simple y unificado se encuentra en el efecto de modo compuesto y multiplicado; a no ser que el efecto tenga igual especie que su causa, cosa que no tiene lugar al presente, pues la criatura no puede ser igual a Dios. Luego fue oportuno que hubiese multiplicidad y variedad en las cosas creadas, para encontrar en ellas una semejanza perfecta de Dios, a su modo.

Como lo que se hace de la materia está en la potencia pasiva de la materia, así lo que es hecho por un agente debe estar en la potencia activa del agente. Pero no se reduciría perfectamente al acto la potencia pasiva de la materia si se hiciese de la materia solamente una de las cosas para las que está en potencia. Luego, si un agente en potencia para muchos efectos hiciese solamente uno de ellos, su potencia no se reduciría al acto completamente, como cuando hace muchos. Ahora bien, el efecto alcanza la semejanza del agente en la medida en que la potencia se reduce al acto. Por lo que no sería perfecta la semejanza de Dios en el universo si fuese solamente uno el grado de todos los seres. Hay, pues, distinción en las cosas creadas, con el fin de que alcancen más perfectamente la semejanza de Dios de muchas maneras que de una.

Cuanto algo es semejante a Dios en más cosas, tanto más perfectamente se acerca a su semejanza. Pero en Dios hay la bondad y la difusión de la bondad a otros. Luego más perfectamente que si sólo fuese buena en sí se acerca la cosa creada a la semejanza de Dios si no sólo es buena, sino que también puede obrar para bien de otros; como es más semejante al sol lo que luce e ilumina que lo que luce solamente. Ahora bien, no podría la criatura obrar para bien de otra criatura si no hubiese en las cosas creadas pluralidad y desigualdad, porque el agente es otra cosa que el paciente y más noble que él. Luego fue conveniente, para que hubiese una perfecta imitación de Dios, que se diesen diversos grados en las criaturas.

Muchos bienes finitos son mejor que uno solo, pues aquéllos tendrían lo que éste y aun más. Pero la bondad de toda criatura es finita, pues es deficitaria de la infinita bondad de Dios. Luego es más perfecto el universo creado si hay muchos grados de cosas que si hay uno solo. Ahora bien al sumo bien compete hacer lo mejor. Luego 1e convino hacer muchos grados de criaturas.

La bondad de la especie excede a la del individuo, como lo formal a lo material; luego más añade a la bondad del universo la multiplicidad de especies que la de individuos de una misma especie. Y, por tanto, a la perfección del universo contribuye no sólo el haber muchos individuos, sino el haber diversas especies, y, consiguientemente, diversos grados de cosas.

Todo el que obra por entendimiento plasma la idea de su entendimiento en la obra: así es como el artista hace algo parecido a él. Pero Dios, al hacerla criatura, obró por entendimiento y no por necesidad natural, como ya se dijo (c. 23). Luego la idea del entendimiento divino está plasmada en la criatura que Él hizo. Mas como el entendimiento que entiende muchas cosas no puede ser plasmado suficientemente por una sola, y el entendimiento divino entiende muchas cosas, conforme a lo dicho en la primera parte (c. 49 ss.), se plasma a sí mismo más perfectamente si produce muchas criaturas de todos los grados que si produce una sola.

No debe faltar a la obra de un artífice consumado una suma perfección. Y así, siendo el bien del orden de diversos seres mejor que cualquiera de los ordenados tomado en sí -por ser el elemento formal respecto a los singulares como la perfección del todo a sus partes-, no debió faltar el bien del orden a la obra de Dios. Mas este bien no podría existir sin la diversidad y desigualdad de las criaturas.

Luego la diversidad y desigualdad entre las criaturas no procede del acaso, ni de la diversidad de la materia, ni de la intervención de algunas causas o méritos, sino del propio querer divino, que quiso dar a la criatura la perfección que le era posible tener.

De aquí que se diga en el Génesis: “Vio Dios que todo lo que había hecho era bueno sobremanera”; habiendo dicho de cada cosa solamente que era “buena”. Como queriendo decir que cada cosa de por sí es buena, pero todas juntas son “muy buenas”, por razón del orden del universo, que es la Última y más noble perfección de las cosas.

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