CAPÍTULO XLIV: Dios es inteligente

CAPÍTULO XLIV

Dios es inteligente

Por lo expuesto se puede demostrar que Dios es inteligente.

Ha quedado demostrado que en los seres motores y movidos no es posible ir hasta el infinito, sino que lo más procedente es que todos los seres movibles han de ir necesariamente a parar a un primer motor que se mueve a sí mismo. Pero el motor de sí mismo se mueve por el apetito y por la intelección, pues de esta manera sólo se mueven a sí mismos los que tienen facultad de moverse y de no ser movidos. Por lo tanto, la parte motora del primer motor de sí mismo es necesariamente apetitiva y aprehensiva. Mas en el movimiento que viene por vía apetitiva e intelectiva, el sujeto que aprehende y apetece es motor movido, y, en cambio, el objeto apetecido y aprehendido es motor inmóvil. Como quiera, pues, que el primer motor de todos los seres, que llamamos Dios, es motor totalmente inmóvil, es necesario que esté, respecto del motor que es parte del que se mueve a sí mismo, como lo apetecible respecto del que apetece. Pero no como lo apetecido respecto del apetito sensitivo, pues el apetito sensible no va hacia el bien universal, sino al bien particular, ya que también la aprehensión sensitiva es particular; y lo bueno y apetecible universal es anterior a lo bueno y apetecible concreto. Por lo tanto, el primer motor será necesariamente apetecible en cuanto entendido. Y, en consecuencia, el motor que lo apetece ha de ser inteligente. Ahora bien, con más razón el primer apetecible será inteligente, porque el que lo apetece se hace actualmente inteligente en cuanto se une a él como a un objeto inteligible. Por lo tanto, Dios es inteligente en el supuesto de que el primer ser movido se mueva a sí mismo, como quieren los filósofos.

Llegamos a la misma conclusión si reducimos los seres movibles, no a un primer motor de sí mismo, sino a un motor totalmente inmóvil. En efecto, el primer motor es el principio universal de movimiento. Y, en consecuencia, por mover todo motor en virtud de alguna forma intentada al imprimir el movimiento, es necesario que la forma por la cual mueve el primer motor sea una forma universal y un bien universal. Ahora bien, la forma universal no se encuentra sino en el entendimiento. Es necesario, por tanto, que el primer motor, que es Dios, sea inteligente.

En ningún orden de motores se da que el que mueve por el entendimiento sea instrumento del que mueve sin él, sino todo lo contrario. Ahora bien, todos los que mueven en el mundo son, respecto del primer motor, que es Dios, como instrumentos respecto del agente principal. Como quiera que en el mundo hay muchos seres que mueven por el entendimiento, es imposible que el primer motor mueva sin él. Es necesario, pues que Dios sea inteligente.

Un ser es inteligente por el hecho de ser inmaterial, y una prueba de esto es que las formas son entendidas por abstracción de la materia. El entendimiento, por esto, es de lo universal y no de lo particular, porque la materia es principio de individuación. Pero las formas entendidas se hacen una cosa con el entendimiento que las capta. De donde, si son formas entendidas por ser inmateriales, necesariamente un ser será inteligente por ser inmaterial. Ahora bien, ha quedado en claro más arriba que Dios es completamente inmaterial. Es, por lo tanto, inteligente.

A Dios no le falta perfección alguna que se halla en cualquier género de seres, como más arriba se ha probado; y esto no quiere decir que haya en él alguna composición, como se ve por lo dicho anteriormente. Mas entre las perfecciones de los seres, la mejor es la intelectualidad. Por ella un ser es, en cierto modo, todo por tener en sí la perfección de los otros seres. Dios, pues, es inteligente.

Todo lo que tiende a un fin determinado, o se determina a tal fin por sí mismo o es determinado por otro; de lo contrario, no tendería mas a ese fin que a este otro. Pero todos los seres de la naturaleza tienden a fines determinados, pues no consiguen al azar las utilidades naturales; de lo contrario, no sucedería del mismo modo siempre o en la mayoría de los casos, sino raramente; y esto es el azar. Ahora bien, como quiera que ellos no se determinan a tal fin, porque no conocen la razón de fin, necesariamente han de ser determinados por otro que sea creador de la naturaleza. Y éste es, como claramente demuestra lo ya dicho, quien da el ser a todos y que tiene necesariamente la existencia, al cual llamamos Dios. Mas no podría dictar un fin a la naturaleza sin inteligencia. Dios, pues, es inteligente.

Todo ser imperfecto se deriva de otro perfecto, pues los seres perfectos son naturalmente anteriores a los imperfectos, como el acto es anterior a la potencia. Pero las formas de los seres particulares son imperfectas, porque existen parcialmente y no según la totalidad de su ser. Es necesario, por tanto, que se deriven de otras formas perfectas y no particularizadas. Tales formas no pueden ser más que intelectuales, porque no se encuentra una forma en su universalidad sino en el entendimiento. Y, por consiguiente, éstas han de ser, por necesidad, inteligentes, si son subsistentes, porque sólo de esta manera pueden ser operativas. Dios, pues, que es el acto primero subsistente, de quien todo se deriva, es por necesidad inteligente.

Por otra parte, la fe católica confiesa también esta verdad. Se dice de Dios en el libro de Job: “Él es el sapientísimo y potentísimo”. Y más adelante: “Él es la fortaleza y la sabiduría”. Y en el Salmo: “Sobremanera es para mí admirable tu ciencia”. Y en la Epístola a los Romanos: “(Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios!”

Esta verdad de fe está de tal manera acreditada entre los hombres, que expresaron el nombre de Dios con un término derivado de conocer: “Theos”, que, según los griegos, significa Dios, viene de “theastai”, que quiere decir “considerar” o “ver”.

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