CAPÍTULO XLII
La asunción de la naturaleza humana convenía primordialmente al Verbo de Dios
Lo dicho manifiesta también que la asunción de la naturaleza humana conviene principalísimamente a la persona del Verbo. Porque, si la asunción de la naturaleza humana está ordenada a la salvación de los hombres, y la salud última del hombre es el perfeccionamiento de su parte intelectiva, mediante la contemplación de la Verdad Primera, convino que la naturaleza humana fuese tomada por el Verbo, el cual procede del Padre por emanación intelectual.
Además, parece que existe cierta afinidad especial entre el Verbo y la naturaleza humana, pues el hombre recibe su propia especie según que es racional. Ahora bien, el Verbo es afín a la razón; por esto, para los griegos, “logos” significa “verbo” y “razón”. Por lo tanto, el Verbo se unió muy convenientemente a la naturaleza racional; y así, pues, por la afinidad mencionada, la divina Escritura atribuye el nombre de “imagen” al Verbo y al hombre; pues dice el Apóstol en la primera a los de Colosas que el Verbo es “la imagen del Dios Invisible”; y lo mismo dice del hombre en la primera a los de Corinto: “El hombre es imagen de Dios”.
El Verbo tiene también cierta razón de semejanza no sólo con la naturaleza racional, sino también con toda criatura en general, ya que el Verbo contiene las ideas de todas las cosas creadas por Dios, así como el artífice humano comprehende con la concepción de su entendimiento las ideas de las cosas artificiales. Según esto, las criaturas no son más que cierta expresión y representación reales de cuantas cosas están contenidas en la concepción del Verbo divino. Y por esto se dice que todas las cosas han sido hechas por el Verbo. Por consiguiente, el Verbo se unió convenientemente a la criatura, o sea, a la naturaleza humana.
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