CAPÍTULO XL: La felicidad humana no consiste en el conocimiento de Dios tenido por la fe

CAPÍTULO XL

La felicidad humana no consiste en el conocimiento de Dios tenido por la fe

Hay otro conocimiento de Dios, en cierto modo superior al indicado, mediante el cual los hombres conocen a Dios por la fe. Y éste supera al conocimiento que tenemos de Dios por demostración en que por la fe conocemos de Dios ciertas cosas que, dada su eminencia, no puede alcanzarlas la razón por medio de la demostración, según dijimos en el comienzo de esta obra (l. 1, c. 5). Sin embargo, tampoco es posible que la suprema felicidad del hombre consista en esta clase de conocimiento.

La felicidad es una perfecta operación del entendimiento, según consta por lo dicho (c. 25). Es así que en el conocimiento habido por la fe es imperfectísima la operación intelectual por parte del mismo entendimiento, aunque sea perfectísima por parte del objeto, pues el entendimiento no comprende aquello a que asiente creyendo. Tampoco, pues, está la suprema felicidad humana en este conocimiento.

Se demostró anteriormente (c. 26) que la suprema felicidad humana no consiste principalmente en el acto de la voluntad. Mas en el conocimiento habido por la fe tiene preferencia la voluntad; pues el entendimiento asiente por la fe a lo que se le propone porque quiere y no forzado por la evidencia misma de la verdad. Luego en este conocimiento no está la suprema felicidad humana.

Quien cree presta su asentimiento a lo que no ve, pero que otro le propone; por eso la fe se parece más a conocimiento auditivo que al visual. Mas nadie creería lo que no ve y otro le propone si no juzgara que éste tiene un conocimiento más perfecto de las cosas propuestas que el que tiene quien no las ve. Porque o la apreciación del creyente sería falsa o será preciso que quien propone tenga un conocimiento más perfecto de lo propuesto. Y no se diga que quien propone conoce también de oídas, pues en esto no cabe un proceso indefinido; porque entonces el asentimiento de fe sería vano e incierto, al no haber un primero que con su propia certeza diera la certeza de la fe a los creyentes. Mas no es posible que el conocimiento de fe sea vano y falso, como consta por lo que dijimos en el comienzo del libro primero (l. 1, c. 7); y, en caso de que fuera falso y vano, no podría estar en él la felicidad. Luego el hombre tiene un conocimiento de Dios superior al de la fe, ya sea el del hombre que propone la fe viendo inmediatamente la verdad, como el de Cristo, a quien creemos, o ya el de quien lo recibe del vidente inmediato, como los apóstoles y profetas, a quienes creemos. Por lo tanto, como la felicidad del hombre consiste en el supremo conocimiento do Dios, es imposible que consista en el conocimiento habido por la fe.

El deseo natural se aquieta por la felicidad, puesto que ésta es el fin último. Pero el conocimiento de fe no aquieta dicho deseo, sino que lo excita más, ya que cada cual desea ver lo que cree. Luego la suprema felicidad humana no está en el conocimiento de fe.

El conocimiento de Dios se llama fin, en cuanto que nos une al fin último de las cosas, que es Él. Mas por el conocimiento de fe la cosa que creemos no está presente al entendimiento de un modo perfecto, porque la fe es de cosas ausentes y no de presentes. Por esto dice el Apóstol en la segunda a los de Corinto: “Mientras caminamos por la fe, estamos ausentes del Señor”. No obstante, Dios se hace presente al afecto por la fe, ya que aquel que cree voluntariamente presta su asentimiento a Dios, según lo dicho a los de Éfeso: “Que habite Cristo por la fe en vuestros corazones”. Luego no es posible que la suprema felicidad humana consista en el conocimiento de fe.

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