CAPÍTULO XIX
Todo lo creado intenta asemejarse a Dios
Las cosas creadas se asemejan a Dios por el hecho mismo de adquirir su divina bondad. Luego, si todas las cosas tienden a Dios como a su último fin con objeto de alcanzar su bondad (c. prec.), síguese que el fin Último de todas ellas será el asemejarse a Dios.
Se dice que el agente es fin del efecto en cuanto que éste tiende a asemejarse a él; por eso, “la forma del generante es el fin de la generación”. Pero Dios es de tal modo fin de las cosas, que es también su primer agente. Según esto, todas intentan, como último fin, el asemejarse a Dios.
Es, en realidad, evidente que las cosas “apetecen naturalmente la existencia”. Por eso, las que pueden corromperse resisten naturalmente la corrupción y tienden allí donde se conservan, como el fuego hacia arriba y la tierra hacia abajo. Ahora bien, las cosas tienen ser en cuanto que se asemejan a Dios, que es el mismo Ser subsistente, pues todas son únicamente como seres participados. Luego todas apetecen como último fin el asemejarse a Dios.
Todas las cosas creadas son como ciertas imágenes del agente primero, o sea, Dios, “pues todo agente hace algo semejante a él”. La perfección de la imagen consiste yen representar su ejemplar asemejándosele, pues tal es su finalidad. Así, pues, todas las cosas existen para conseguir como fin último la divina semejanza.
Cualquier cosa tiende como al fin, mediante su acción o movimiento, a un bien determinado, según hemos demostrado (c. 16). Pero un ser participa del bien en la medida en que se asemeja a la primera bondad, que es Dios. Luego todos los seres, mediante sus acciones y movimientos, tienden como al fin último a su semejanza con Dios.
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