CAPÍTULO XCIX: Dios puede obrar fuera del orden impuesto a las cosas produciendo efectos sin causas próximas

CAPÍTULO XCIX

Dios puede obrar fuera del orden impuesto a las cosas produciendo efectos sin causas próximas

Queda por demostrar que Dios puede obrar fuera del orden impuesto por Él a las cosas.

El orden establecido por Dios en las cosas consiste en que lo inferior sea movido por lo superior, según se dijo (cc. 83, 88). Y Dios puede obrar fuera de este orden, es decir, puede realizar un efecto en las cosas inferiores sin que intervenga para nada un agente superior. Pues gel que obra por necesidad de naturaleza se diferencia de aquel que obra por voluntad en esto: que el efecto del que obra por necesidad de naturaleza no puede seguirse si no es conforme al modo de la virtud activa; por eso el agente de mayor virtud no puede producir inmediatamente un efecto pequeño, sino que lo produce proporcionado a la misma. Sin embargo, alguna vez se da en él una virtud menor que en la causa, y así, pasando por muchos medios, procede al cabo de la causa suprema un efecto pequeño. Pero en quien procede por voluntad no sucede así. Pues quien obra por voluntad puede inmediatamente y sin medio alguno producir cualquier efecto que no exceda su poder. Por ejemplo, el artífice perfectísimo puede producir la obra cual la haría el artífice imperfecto. Es así que Dios abra por voluntad y no por necesidad de naturaleza, según demostramos antes (l. 2, c. 23 ss.). Luego los efectos que hacen las causas menores puede hacerlos Dios inmediatamente, prescindiendo de las mismas.

El poder divino, comparado con todas las potencias activas, es como la potencia universal respecto a las potencias particulares, según consta por lo dicho (c. 67). Ahora bien, la potencia universal puede estar determinada a la producción de un efecto particular de dos maneras: una, por una causa media particular, tal como la potencia activa del cuerpo celeste está determinada al efecto de la generación humana por la virtud particular que hay en el semen; y tal como en los silogismos está determinada la virtud de la proposición universal a la conclusión particular por una menor particular. Y otra, por el entendimiento, que aprehende una forma determinada y la lleva hasta el efecto. Pero el entendimiento divino conoce no sólo su esencia -que es como una potencia universal activa- ni sólo los universales y las causas primeras, sino que conoce, además, todos los particulares, según consta por lo dicho (l. 1, c. 50). Luego puede producir inmediatamente todo efecto que pudiera producir cualquier agente particular.

Como los accidentes siguen a los principios substanciales de la cosa, es preciso que quien produce inmediatamente la substancia pueda inmediatamente hacer respecto de esa cosa todo cuanto sigue a su substancia, porque el generante, al dar la forma, da también todas las propiedades y movimientos consiguientes. Pero ya hemos demostrado (l. 2, e. 21) que Dios, cuando estableció las cosas al principio, produjo todo en el ser por creación. Por tanto, puedo mover inmediatamente a cualquier cosa para un efecto determinado sin contar con las causas medias.

El orden de las cosas fluye de Dios a las mismas según ha sido preconcebido en el entendimiento divino, tal como vemos que, en las cosas humanas, el jefe de la ciudad impone a los ciudadanos el orden que premeditó. Mas el entendimiento divino no está determinado a este orden de manera que no pueda concebir otro; pues incluso nosotros podemos aprehender por el entendimiento otro orden, por ejemplo, que Dios forme al hambre de la tierra, pero prescindiendo del semen. Luego Dios puede producir el efecto propio de las causas inferiores sin contar con las mismas.

Aunque el orden impuesto e las cosas por la providencia divina representa a su manera la bondad divina, sin embargo no la representa perfectamente, porque la bondad de la criatura no puede llegar a igualarse con la bondad de Dios. Mas lo que no es representado perfectamente por un ejemplar determinado puede ser representado sin contar con él y de otra manera. Más: la representación de la bondad divina en las cosas es el fin de la producción de las mismas, según se vio (c. 19). En consecuencia, la voluntad divina no está determinada a este orden de causas y efectos, de modo que no pueda querer producir inmediatamente algún efecto en las cosas inferiores sin contar con otras causas.

Más sujeta está la criatura a Dios que el cuerpo humano lo está a su alma, porque el alma está proporcionada al cuerpo como forma del mismo, pero Dios supera totalmente la proporción de la criatura. Y vernos que, cuando el alma imagina alguna cosa y se aficiona a ella con vehemencia, se produce ordinariamente en el cuerpo un cambio en orden a, la salud o a la enfermedad, sin que intervengan los principios corporales cuya finalidad es causar la enfermedad o la salud. Luego con mayor motivo puede la voluntad divina producir en las criaturas un efecto sin contar con las causas que están naturalmente destinadas a producirlo.

Según el orden natural, las potencias activas de les elementos se ordenan bajo las potencias activas de los cuerpos celestes. Mas la potencia celeste realiza a veces el efecto de los poderes elementales sin contar con la acción del elemento, como vemos cuando el sol calienta sin la acción del fuego. Según esto, mucho más podrá Dios producir los efectos propios de las causas creadas sin contar con ellas.

Pero si alguien dijere que, como Dios ha impuesto este orden do cosas, no es posible que sin cambiarse y sin actuar al margen del mismo obre en ellas produciendo efectos sin contar con las causas propias, tal aserto puede rechazarse atendiendo a la naturaleza de las cosas. Pues el orden impuesto por Dios a las cosas es en atención a lo que frecuentemente suele ocurrir en ellas y no a lo que siempre y en todo lugar ocurre. Porque muchas de las causas naturales producen frecuentemente sus efectos del mismo modo, pero no siempre, pues a veces, aunque en contados casos, sucede lo contrario por defecto de la virtud del agente, por indisposición de la materia o por causa de un agente más poderoso. Por ejemplo, cuando la naturaleza engendra en el hombre un sexto dedo. Sin embargo, por esto no falla o se cambia el orden de la providencia, pues es cosa sometida a la divina providencia que el orden natural, establecido en atención a lo que sucede frecuentemente, falle alguna vez. Luego si alguna virtud creada puede hacer que el orden natural se cambie, al suceder algo raro entre lo que con frecuencia sucede, sin mutación de la providencia divina, con mayor razón la virtud divina podrá alguna vez hacer algo sin perjuicio de su providencia, fuera del orden natural que Dios impuso a las cosas. Porque algunas veces lo hace para manifestar su poder, ya que no hay mejor manera de manifestar que toda la naturaleza está sujeta a la voluntad de Dios que realizando algo al margen del orden natural; lo cual demuestra que el orden de las cosas procede de El no por necesidad de naturaleza, sino por libre voluntad.

Y no debe reputarse como una razón sin consistencia que Dios haga algo en la naturaleza para con ello manifestarse a la mente humana, porque antes demostrarnos (c. 22) que todas las criaturas corporales están ordenadas a la naturaleza intelectual en cierto modo como a su fin, y el fin de la naturaleza intelectual es el conocimiento de Dios, según se probó (c. 25). Luego no hay por qué admirarse si se hace algún cambio en la substancia corporal para ofrecer a la naturaleza intelectual el conocimiento de Dios.

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