CAPÍTULO XCIV: En Dios se dan las virtudes contemplativas

CAPÍTULO XCIV

En Dios se dan las virtudes contemplativas

No hay duda que las virtudes contemplativas convienen a Dios en sumo grado. Efectivamente:

Puesto que la sabiduría consiste en el conocimiento de las altísimas causas, según el Filósofo al principio de la “Metafísica”, y Dios se conoce principalmente a sí mismo, y conociéndose a sí mismo es como conoce lo demás, según se ha demostrado (c. 47), el cual es causa de todo, es manifiesto que se le debe atribuir la sabiduría de manera especial. De aquí que se diga en Job: “Es sabio de corazón”; y en el Eclesiástico: “Toda sabiduría es del Señor Dios, y con Él estuvo siempre”. El Filósofo dice también al principio de la “Metafísica” que es patrimonio divino, no humano.

Puesto que la ciencia es el conocimiento de la cosa por su propia causa, y Él conoce el orden de todas las causas y efectos, y, en consecuencia, conoce las causas propias de cada uno, como ya se demostró (c. 64 ss.), es manifiesto que en Él está propiamente la ciencia; aunque no la que es causada por raciocinio, como nuestra ciencia es causada por demostración. De donde se dice en el libro 1 de los Reyes: “El Señor es el Dios de las ciencias”.

Puesto que el entendimiento es conocimiento inmaterial y sin discurso de algunas cosas, y Dios tiene, como se ha demostrado (c. 57), tal conocimiento de todas las cosas, en Él está, por tanto, el entendimiento. De donde se dice en Job: “Él tiene el consejo y la inteligencia”.

Estas virtudes que hay en Dios son también ejemplares de las nuestras, como lo perfecto de lo imperfecto.

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