CAPÍTULO XC
Las elecciones y voliciones humanas están sujetas a la divina providencia
Esto evidencia que tanto las voliciones como las elecciones humanas están necesariamente sujetas a la di vino providencia.
Porque todo cuanto Dios hace, hácelo según el orden de su divina providencia. Por consiguiente, como E es la causa de nuestra elección y de nuestro querer, nuestras elecciones y voliciones están sujetas a la divina providencia.
Todo lo corporal está administrado por lo espiritual, según se demostró antes (c. 78). Mas las cosas espirituales obran en las corporales por voluntad. Luego, si las elecciones y movimientos voluntarios de las substancias intelectuales no pertenecen a la divina providencia, se seguirá que también las corporales se substraerán a dicha providencia. Y así no habrá en absoluto providencia.
Cuanto más nobles son algunas cosas del universo, tanto más deben participar del orden, que es lo que constituye el bien del universo. Por esto Aristóteles, en el II de la “Física”, inculpa a los filósofos antiguos que suponían como constitutivos de los cuerpos celestes la casualidad y el azar, hecha excepción de las cosas inferiores. Pero las substancias espirituales son más nobles que las corporales. Si éstas, pues, en cuanto a sus voliciones y acciones, están sometidas al orden de la divina providencia, mucho más lo estarán las substancias intelectuales.
Las cosas más cercanas al fin entran más de lleno en su ordenación al mismo, porque mediante ellas se ordenan las demás a él. Ahora bien, las acciones de las substancias intelectuales se ordenan más próximamente a Dios, como fin, que las acciones de las demás cosas, según demostramos ya (cc. 25, 78). En consecuencia, las acciones de las substancias intelectuales caen más dentro del orden de la divina providencia -por la que Dios ordena hacia sí todas las cosas- que las acciones de las otras cosas.
El gobierno providencial se deriva del amor divino, por el que Dios ama todo cuanto ha creado. Pues en esto consiste principalmente el amor, en que “el amante quiera el bien para el amado”. Luego cuanto más ama Dios determinadas cosas, tanto más sometidas están a su providencia. Esto mismo enseña la Sagrada Escritura, que dice en el salmo 144, 20: “Guarda el Señor a todos cuantos le aman”. Y enséñalo también el Filósofo en el X de los “Éticos”, diciendo que se cuida principalmente de quienes aman el entendimiento, como si fueran sus amigos. De lo que se sigue que ame también principalmente a las substancias intelectuales. Así, pues, sus voliciones y elecciones caen bajo su providencia.
Los bienes interiores del hombre, dependientes de la (voluntad y de la acción, son más propiamente humanos que los exteriores; por ejemplo, que la consecución de las riquezas; de ahí que el hombre se llame bueno por aquéllos y no por éstos. En consecuencia, si las elecciones humanas y los movimientos de la voluntad no caen bajo la divina providencia, sino sólo los sucesos externos, será más verosímil que las cosas humanas estén al margen de la providencia que sometidas a ella. Opinión que, personificada en los blasfemos, trae el libro de Job, diciendo: “En lo alto de los cielos piensa –Dios-, pero no en nuestras cosas”. “Abandonó el Señor la tierra, el Señor no la ve”. Y en Jeremías: “)Quién podrá decir que una cosa sucede sin que la disponga el Señor?”
No obstante, hay en la Sagrada Escritura algunos testimonios que parecen estar de acuerdo con dicha opinión. Pues se dice en el Eclesiástico: “En el principio creó Dios al hombre, dejándolo después obrar a su juicio”. Y más adelante: “Puso a tu alcance el agua y el fuego; alarga tu mano a lo que quieras. Ante el hombre la vida y la muerte, el bien y el mal; lo que escogiere se le dará”. Y en el Deuteronomio: “Considera que hoy puso ante tus ojos la vida y el bien, y frente a ellos, la muerte y el mal”. -Pero estas palabras se consignan para manifestar que el hombre tiene libre albedrío y no para substraer sus elecciones de la divina providencia.
En este sentido dice Gregorio Niseno, autor del libro “Del hombre”: “La providencia actúa sobre lo que no está en nosotros y no sobre lo que está en nosotros”. Y el Damasceno, siguiéndole, dice en “De la fe ortodoxa”, libro segundo: “Dios preconoce lo que hay en nosotros, pero no lo predetermina”. Ambas sentencias se han de exponer entendiendo que lo que hay en nosotros no está sujeto a la determinación de la providencia divina en el sentido de que “de ella recibe la necesidad”.
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