CAPÍTULO X: Opinión de los que afirman que la existencia de Dios, siendo evidente por sí misma, no puede ser demostrada

CAPÍTULO X

Opinión de los que afirman que la existencia de Dios, siendo evidente por sí misma, no puede ser demostrada

Toda disertación que se dirija a probar que Dios existe les parece superflua a quienes afirman que la existencia de Dios es evidente por sí misma, de suerte que no vale pensar en lo contrario. Es imposible, por esto, demostrar la existencia de Dios.

He aquí las razones que apoyan esta opinión: se llama evidente por sí mismo lo que se comprende con sólo conocer sus términos. Así, sabido lo que es todo y lo que es parte, en el acto se conoce que el todo es mayor que cualquiera de sus partes. Y esto mismo sucede cuando afirmamos que Dios existe. Pues entendemos en el término Dios él ser tal, que no puede pensarse mayor. Este concepto se forma en el entendimiento del que oye y entiende el nombre de Dios, de suerte que, necesariamente, Dios existe al menos en el entendimiento. Pero Dios no puede existir sólo en el entendimiento, porque más es existir en el entendimiento y en la realidad que sólo en el entendimiento. Y Dios es tal, que no puede haber mayor, como prueba su misma definición. Por consiguiente, que Dios existe es evidente por sí mismo, como intuido del significado de su nombre.

Se puede concebir como existente lo que es imposible concebir sin existencia, y este ser es evidentemente mayor que el que se puede concebir sin existencia. Se podría pensar, por tanto, algún ser mayor que Dios si Él pudiera concebirse sin existencia; lo que es contra su definición. La existencia de Dios es, pues, evidente por sí misma.

Es necesario que sean evidentes por sí mismas las proposiciones en que se afirma lo idéntico de sí mismo: “el hombre es hombre”; y también aquellas en que el predicado está incluido en la definición del sujeto, como “el hombre es animal”. Ahora bien, entre las muchas cosas que podemos afirmar de Dios, la principal es que su existencia es su esencia, como más adelante se dirá (c. 22), identificándose la contestación a las preguntas “qué es, si es”. Cuando decimos, por tanto, “Dios existe”, o el predicado es idéntico al sujeto o, por lo menos, está incluido en su definición. Por consiguiente, la existencia de Dios es evidente por sí misma.

Se conocen por sí mismas las cosas que son evidentes naturalmente; no es, pues, por esfuerzo de investigación como se llega a ellas. Es así que la existencia de Dios es conocida naturalmente, porque el deseo del hombre tiende naturalmente hacia Dios, como a su último fin (l. 3, c. 25). Luego que Dios existe es evidente por sí mismo.

Necesariamente es evidente por sí mismo aquello por lo que se conoce lo demás, y esto ocurre con Dios. Porque así como la luz del sol es principio de toda percepción visible, así la luz divina lo es de todo conocimiento intelectual, pues en Dios se halla en grado sumo la primera luz inteligible. Es necesario, por consiguiente, que sea evidente por sí misma la existencia de Dios.

Por todas estas razones y otras semejantes opinan algunos que la existencia de Dios es de evidencia inmediata, sin que se pueda pensar lo contrario.

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