CAPÍTULO VI
Compete a Dios el ser principio del ser de todo lo demás
Suponiendo lo que en el libro anterior quedó demostrado, demostremos ahora que compete a Dios ser principio del ser y causa de lo demás.
Se probó más arriba (l. 1, c. 13) con razones de Aristóteles que existe una primera causa eficiente, que llamamos Dios. Ahora bien, la causa eficiente lleva sus efectos a la existencia. Luego Dios, causa del ser de todo lo demás, existe.
Se demostró en el libro primero con pruebas del mismo (l. 1, c. 13) que hay un primer motor inmóvil, que llamamos Dios. El primer motor, en cualquier orden de movimientos, es causa de todos los movimientos que están en aquel orden. Luego, como muchas cosas sean producidas en el ser por los movimientos de los cielos, en cuyo orden es Dios el primer motor, según se demostró, es necesario que Dios sea la primera causa del ser de muchas cosas.
Lo que conviene de suyo a algo es necesario que esté en ello universalmente, como en el hombre lo racional y en el fuego el ir hacia arriba. Ahora bien, producir algún efecto conviene de suyo al ente en acto, porque en tanto un agente cualquiera obra en cuanto está en acto. Luego todo ente en acto tiende por naturaleza a producir algo existente en acto. Y como Dios, según sabemos por lo dicho en el libro primero (c. 16), es ser en acto, por eso le compete producir algún ser en acto, siendo causa de su existencia.
Es señal de perfección en las cosas inferiores que puedan hacer cosas semejantes a ellas, según atestigua el Filósofo en el libro “De los meteoros”. Dios es el más perfecto, como dejamos demostrado en el libro primero (c. 28). Por consiguiente, le compete producir algún ser en acto semejante a sí, siendo así causa del ser.
Se declaró en el libro primero (c. 75) que Dios quiere comunicar su ser a otros por modo de semejanza. Mas es perfección de la voluntad que sea principio de la acción y movimiento, como se ve en el libro III “Del alma”. Por lo tanto, siendo la voluntad divina perfecta, no le faltará poder para comunicar su ser a alguno por modo de semejanza, siendo causa de su ser.
Cuanto es más perfecto el principio de una acción, tanto puede extenderse dicha acción a más y más lejanos efectos; pues vemos que el fuego, si es débil, sólo calienta lo que está cerca; pero, si es intenso, también lo lejano. El acto puro, que es Dios, es más perfecto que el acto mezclado con potencia, como es el nuestro, porque el acto es el principio de la acción; y así, si por nuestro acto estamos facultados no sólo para acciones inmanentes, como el entender y el querer, sino también para acciones que terminan en cosas exteriores, por las cuales producimos ciertas obras, mucho más Dios puede, por razón del acto que es, no sólo entender y querer, sino también producir un efecto. Y de este modo es causa del ser de las cosas. De aquí lo que se dice en Job: “El que hace cosas grandes, maravillosas e insondables sin fin”.
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